No es el nazifascismo alemán y europeo el origen de la dramática historia del pueblo palestino, aunque que sí es, por cierto, una expresión extrema de la dictadura del capital monopolista. La criminal persecución de los judíos en Europa y su genocidio contribuyeron, evidentemente, a acelerar la creación del estado racista y colonial sionista conocido […]
No es el nazifascismo alemán y europeo el origen de la dramática historia del pueblo palestino, aunque que sí es, por cierto, una expresión extrema de la dictadura del capital monopolista. La criminal persecución de los judíos en Europa y su genocidio contribuyeron, evidentemente, a acelerar la creación del estado racista y colonial sionista conocido como Israel, pero no es éste su consecuencia, ni comienza ahí la historia de negación de los derechos nacionales de los palestinos. Sería algo tan falso y absurdo como afirmar que el imperialismo comenzó en los años 20-30 del siglo XX.
En la base de los problemas y conflictos del Medio Oriente está el sistema capitalista-imperialista y el colonialismo que ha trazado fronteras artificiales privando de unidad política a la nación árabe, instalado opresivos regímenes y gobiernos sumisos aliados en estados débiles concebidos a medida de las burguesías monopolistas occidentales, que ha utilizado conforme a sus intereses a los pueblos y a las diferentes confesiones de la región, que ha impedido la Autodeterminación nacional del pueblo kurdo, lo ha manipulado siempre que ha podido e impulsado su represión y, que ha asegurado la presencia permanente de un fiel guardián de los intereses del imperialismo en la región, el estado sionista de Israel. Un estado funcional al imperialismo occidental incrustado en la nación árabe, en un área de alto valor geoestratégico que hace de puente entre varios continentes, poseedora de las mayores reservas de petróleo del planeta, sangre vital de la economía y fuente imprescindible para obtener la condición de gran potencia.
Históricamente, es con el final de la guerra interimperialista de 1914-1918 cuando se echan los cimientos de esta política. El viejo y decadente Imperio Otomano participó en el bando perdedor y ello precipitó su final. Las vencedoras Gran Bretaña y Francia se hicieron con el botín colonial de un vasto territorio en Oriente Medio, impidiendo cualquier conato de unidad árabe, conscientes del obstáculo que ello hubiera supuesto para sus intereses imperialistas. En 1917, la Declaración Balfour (ministro británico de exteriores de la época) fue una significativa concesión al reaccionario movimiento sionista, orientada hacia la futura creación de un estado judío en la árabe Palestina.
La cuestión palestina, más allá del conflicto territorial con el colonialismo sionista, es la cuestión del imperialismo, está originada por él, y se inserta en el marco más amplio de su naturaleza brutal y depredadora sobre las más amplias masas populares, de su opresión e injusticia continua en todos los campos. La legítima lucha del pueblo palestino y del conjunto de la nación árabe, no es, sino una de las más largas batallas de la historia que enfrenta a ésta contra el imperialismo y el sionismo.
Todo esto no es historia pasada, lejana o reciente, es realidad hoy, Iraq, Palestina o el Líbano son vivos ejemplos.
Si dirigimos nuestra atención a la situación política actual de estos dos últimos países árabes, veremos que paralelamente se dan situaciones análogas en gran medida, aunque con términos invertidos, marcadas por las cada vez más evidentes e insoportables presiones, amenazas e injerencias de las potencias imperialistas occidentales.
En los territorios autónomos palestinos el presidente de la Autoridad Palestina (AP), el servil y genuflexo Mahmud Abbas, actúa como caballo de Troya de los intereses de la ocupación israelí y del imperialismo yanqui y europeo, moviéndose dócilmente como una marioneta al son marcado desde el gabinete israelí, Washington o Bruselas, con la vana esperanza de obtener a cambio míseras contrapartidas políticas que ofrecer a su pueblo.
Después de casi un año de férreo boicot financiero y político ejecutado por la entidad sionista israelí, que ahora también se apropia de la recaudación mensual de los impuestos correspondientes a la AP, así como por EE.UU. y la Unión Europea (con amenazas a terceros), el anuncio de la presidencia palestina el pasado diciembre de su intención de convocar elecciones legislativas anticipadas constituye un intento de golpe de estado (qué trágica ironía para un pueblo al que se le niega el derecho a formar un estado) contra el gobierno encabezado desde marzo de 2005 por HAMAS. Un gobierno elegido por los palestinos en las legislativas de enero de ese año, que dieron inesperadamente la victoria a la plataforma electoral presentada por ese partido político. Éstas fueron unánimemente reconocidas como limpias y válidas en aquel momento por los numerosos observadores internacionales presentes.
Abbas y la corrupta dirigencia de Fatah, arrogantes ante el pueblo, representan en la actualidad a los sectores de la burguesía palestina más vinculados y dependientes del imperialismo y, no han sido capaces de digerir el castigo recibido en las urnas, derivado de la total ausencia de logros políticos para la causa palestina con su política de conciliación hacia el estado sionista y de su corrupta gestión. Desde la formación del gobierno liderado por HAMAS, los dirigentes de Fatah han seguido una estrategia de desestabilización continua que sirve fielmente a esos intereses, con el afán de preservar todas las prebendas y privilegios adquiridos por el infame y totalmente fracasado sistema establecido en Oslo. Conjuntamente a la agudización extrema de las condiciones de vida de la población de Gaza y Cisjordania por el boicot exterior, la consecuencia de esa estrategia de acoso y tensión interna han sido los cada vez más graves enfrentamientos en las calles entre partidarios de ambos, con muertos, secuestros y heridos, siendo al menos 60 los muertos en tan solo estas dos últimas semanas. EE.UU. ha prometido recientemente 86,4 millones de dólares para entrenar y equipar a los cuerpos de seguridad leales a Abbas y, en el mismo sentido, Israel y Egipto están permitiendo durante los últimos meses la entrada de armas a los territorios autónomos palestinos dirigidas a la guardia presidencial. Entretanto el estado sionista se frota las manos de regocijo ante la posibilidad de que se desate una guerra civil entre la población palestina, algo que ciertamente hace años que trata de impulsar.
En el Líbano en cambio las potencias imperialistas occidentales, principalmente EE.UU. y Francia, apoyan descaradamente a un gobierno favorable a sus intereses.
Líbano se ve sacudido por una intensa crisis institucional, política, social y económica. La sangrienta y devastadora guerra lanzada contra el país por la entidad sionista durante julio-agosto del año pasado no ha hecho sino agudizar este cuadro de crisis.
Apenas consumada la invasión de Iraq en el 2003, EE.UU. carga contra el régimen sirio con una larga lista de acusaciones y exigencias, el senado yanqui aprueba en mayo de 2004 sanciones económicas contra Siria. La Resolución 1559 del Consejo de Seguridad (CS) de Naciones Unidas impulsada por EE.UU. y Francia en septiembre del mismo año solicitaba la retirada siria de Líbano, así como el desarme de Hizbolá y de las organizaciones de la resistencia palestina presentes en el país. Después se han sucedido varias resoluciones más con contenidos y objetivos similares.
El asesinato del ex-primer ministro Rafiq al-Hariri en febrero de 2005 supone un punto de inflexión en la política libanesa. Francia, EE.UU. y los sectores antisirios del Líbano acusan velozmente al gobierno sirio y a sus aliados libaneses de estar detrás del atentado y sacan sus fuerzas a la calle. La muerte del multimillonario Hariri causa perplejidad. Todas las fuerzas política libanesas, al igual que Siria, objetivamente perjudicada por la acción, rechazan el atentado. Muchos sectores libaneses, árabes en general y en el resto del mundo dudan de la versión que se empieza a imponer interesadamente y expresan sus sospechas de que la mano de los servicios secretos israelíes pudiera estar implicada, con la intención una vez más de desestabilizar Líbano. Las movilizaciones antisirias, alentadas por EE.UU. y Francia sobre todo, son bautizadas como «Revolución de los Cedros» siguiendo el modelo ya visto en países de la Europa oriental y las tropas sirias abandonan Líbano tras casi veintinueve años de presencia. Las fuertes divergencias políticas se acentúan aún más y, el país se divide básicamente en dos fuerzas, las del prooccidental Movimiento del 14 de marzo, y las de la oposición nacionalista Movimiento del 8 de marzo: encabezado por Hizbulá, agrupa también en una amalgama heterogénea a los partidos Amal, Movimiento Patriótico Libre del ex-general cristiano maronita Michel Aoun, el Partido Comunista Libanés, pequeños partidos pro-sirios de mayoría sunní, así como a muchas otras organizaciones políticas y sociales.
Posteriormente se han venido sucediendo otros asesinatos contra políticos y periodistas antisirios y se ha repetido el mismo patrón de acusaciones. El último, contra el ministro de industria Pierre Amine Gemayel, el 21 de noviembre del 2006, perteneciente a una de las familias históricamente más ricas y poderosas del Líbano. Su abuelo Pierre Gemayel fundó en 1936 el partido fascista cristiano maronita Falange Libanesa (Kataeb) inspirado en su homólogo español, opuesto al nacionalismo árabe y aliado del sionismo durante la guerra civil libanesa.
En noviembre se produce la dimisión de seis ministros, cinco de ellos shiíes de Hizbolá y Amal, ante la disposición de la mayoría gubernamental de aceptar un tribunal internacional con la misión de juzgar el asesinato de Hariri, por considerarla una violación de la soberanía del estado libanés. El presidente del Líbano, Émile Lahoud y la oposición acusan al primer ministro y a su gobierno de ser ilegales y exigen en principio la formación de un gobierno de unidad nacional más acorde a la realidad política del país o la convocatoria de elecciones parlamentarias anticipadas. Ante la negativa gubernamental, el pasado 1 de diciembre comenzaron las movilizaciones de protesta contra el gobierno, dando lugar a enormes manifestaciones y a actos de desobediencia civil sostenidos durante semanas, que en alguna ocasión han sido respondidos con agresiones físicas y asesinatos por parte de grupos afines al gobierno. El 23 de enero una huelga general apoyada por la Confederación Nacional de Trabajadores libaneses (CGTL), principal agrupación sindical del país y por las fuerzas opositoras paraliza el país y, se producen cuatro muertos además de numerosos heridos en enfrentamientos entre los dos bandos. El ejército libanés, reflejo de la complejidad de un país compuesto por 18 confesiones y grupos étnicos, mantiene una actitud poco beligerante y ha sido acusado por las fuerzas gubernamentales más ultraderechistas de no actuar con contundencia frente a la oposición. Las Fuerzas de Seguridad Interna (ISF) son un cuerpo policial militarizado vinculado al régimen y por tanto leal al actual gobierno derechista, parece que pueden ser rearmadas desde el exterior y utilizadas como fuerza represiva contra la oposición.
Las fuerzas que sustentan al gobierno acusan a la oposición de golpe de estado y de actuar obedeciendo planes de Irán y de Siria.
El 25 de enero se producen enfrentamientos en la Universidad Árabe de Beirut con varias muertes y más heridos, toque de queda y suspensión de las clases en escuelas y universidades decidida por el ministro de educación.
Coincidiendo en el tiempo, una vez más vemos el negocio de destruir para después «reconstruir», y toda la obscena farsa propagandística montada alrededor, que en esta ocasión ha tenido como marco la Conferencia de París III celebrada el 25 de enero con el objetivo de respaldar al gobierno del pro-occidental primer ministro Fouad Siniora, una vez conocida su disposición total para aplicar las condiciones impuestas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, es decir, profundizar en las políticas ultraliberales seguidas desde el final de la guerra civil en 1990 que han dado lugar una economía salvajemente especulativa y a una corrupción desenfrenada, en el marco de la cual, la burguesía compradora ha amasado grandes fortunas mientras las masas trabajadoras del campo y de las ciudades se sumergían cada día más en la pobreza. Antes de la Conferencia de París ya fueron anunciadas algunas nuevas privatizaciones de sectores estratégicos y nuevos paquetes de medidas económicas que castigarán todavía más a los sectores populares.
Hizbolá fue, con mucho, la principal fuerza que combatió la presencia israelí en el sur del Líbano y su organización armada fue determinante para forzar la retirada sionista de casi todo el país en mayo de 2000. Hizbolá se ha ocupado con programas asistenciales y ha organizado a las masas shiíes pobres y marginadas del sur libanés, su orientación nacionalista y no sectaria ensanchó su base social y su popularidad de tal manera que es percibido como una opción diferente por amplias masas populares convirtiéndose en un actor político fundamental. Es evidente que su dimensión islamista ha quedado, por el momento al menos, en un segundo plano en beneficio de un perfil nacionalista árabe libanés. Además las reivindicaciones revolucionarias democráticas de amplias capas populares superan en ocasiones el programa reformista de Hizbolá y le obliga a defender posiciones más progresistas. Su popularidad se ha visto nuevamente reforzada por su papel de resistencia eficaz contra las fuerzas agresoras israelíes durante la criminal agresión que desataron este pasado verano, en contraste con el ejército libanés que fue prácticamente invisible hasta que las potencias imperialistas no decidieron el papel que debía ejercer en el marco de la resolución 1701 del CS de Naciones Unidas.
La posición con respecto a la causa palestina y al estado sionista de Israel, el tipo de relaciones con las potencias imperialistas occidentales, especialmente con EE.UU. y Francia, la antigua metrópoli colonial, las relaciones con Siria, la arabidad del Líbano, reformas internas que incluyan una nueva ley electoral (la actual está basada en gran medida en el diseño colonial francés), afrontar la crisis económica y social que golpea al pueblo, etc., son cuestiones que están en juego, que se entrelazan y marcan las líneas de enfrentamiento dentro de la sociedad libanesa.
Las movilizaciones en curso no son una rebelión islamista, ni una revuelta sectaria shií, ni un intento de golpe de estado, sino una revuelta democrático nacional con un fuerte contenido antiimperialista dirigida por la burguesía nacional.
El Medio Oriente necesita cambios en profundidad, destruir todos los regímenes reaccionarios y lacayos del imperialismo a través de la lucha popular, sacudirse el yugo imperialista y colonial como base que garantice los derechos nacionales y democráticos de los pueblos que constituyen la región, en especial los del pueblo palestino, construyendo un solo estado, laico, independiente y socialista, para árabes y judíos, sin discriminaciones ni base religiosa o étnica y consecuentemente, poniendo fin a la existencia del estado sionista israelí, colonialista, racista y proimperialista.
Únicamente el comunismo revolucionario puede lograr la unidad de la nación árabe y su independencia del imperialismo, no como un fin en sí mismo, sino como un paso en la lucha por crear una sociedad radicalmente nueva.