Nadie previó hace dos años, cuando un puñado de ciudadanos pidió reformas democráticas y ciertas libertades políticas en una manifestación, se desatarían los demonios de una guerra que amenaza a Siria con su destrucción total. Aprovechando el contexto de la llamada Primavera Árabe, gobiernos de Occidente y Medio Oriente vieron un filón para sacarse la […]
Nadie previó hace dos años, cuando un puñado de ciudadanos pidió reformas democráticas y ciertas libertades políticas en una manifestación, se desatarían los demonios de una guerra que amenaza a Siria con su destrucción total.
Aprovechando el contexto de la llamada Primavera Árabe, gobiernos de Occidente y Medio Oriente vieron un filón para sacarse la «espina siria», una nación que se considera a sí misma parte del llamado Eje de Resistencia regional, defensora de la causa palestina y fuerte crítica de los planes expansionistas de Estados Unidos e Israel.
Estudios científicos recientes constataron que la nación del Levante se encuentra asentada sobre una de las reservas gasíferas más importantes del globo, el combustible llamado a sustituir en este siglo XXI al declinante petróleo.
Cuando la humanidad experimenta una de las más hondas crisis económicas de su historia, se reordenan mercados, se eclipsan y emergen potencias globales que luchan por preservar o apoderarse de zonas de influencia; el control de los recursos energéticos se torna una cuestión de primer orden y causa de las más recientes guerras.
La conjunción de estos, entre otros factores, colocaron a Siria en el vórtice de un huracán que ha arrasado con decenas de miles de vidas y una parte significativa de la infraestructura vital de la nación, además desplazar a centenares de miles de ciudadanos, sin contar las secuelas físicas y mentales que quedan en quienes permanecen con vida.
Si 20 años, según la emblemática canción, «no son nada», para las miles de familias mordidas por los perros de la guerra dos años -cumplidos este marzo- devienen un lapso demasiado extenso y nefasto que no saben hasta cuando se prolongará.
Las pacíficas manifestaciones iniciales para mostrar inconformidad con el estatus quo mutaron hacia el más descarnado terrorismo, en un país que se preciaba de exhibir uno de los índices más elevados de seguridad ciudadana.
Noticias sobre coches bombas, ataques suicidas o el lanzamiento de morteros, sobre todo en lugares de gran concentración de civiles, se suceden día tras día.
Si hubiera que citar al menos dos de los más mortíferos y recientes ataques, bastaría recordar el perpetrado con dos misiles contra la Universidad de Alepo el 15 de enero, con un saldo de 87 muertos y más de 160 heridos.
El 21 de febrero, una cadena de atentados en Damasco mató en menos de 24 horas a cerca de 80 personas, de los cuales el más devastador ocurrió en la populosa avenida al-Thawra, zona próxima al centro de Damasco, donde perdieron la vida 53 civiles y casi 240 sufrieron lesiones.
El actual conflicto deriva cada vez más hacia el cauce del sectarismo y el extremisto religioso, lo que para muchos analistas supone un peligro a países de la región e incluso más allá, los cuales pudieran oír tocar a sus puertas muy pronto el puño del terror.
Las bandas armadas, alentadas y financiadas de manera abierta por gobiernos de países como Turquía, Catar y Arabia Saudita para derrocar al gobierno del presidente Bashar al-Assad, como demuestran informes de inteligencia y medios de prensa, se encuentran infiltradas en un gran porcentaje por elementos de idelogía takfirí -extremista-.
El llamado Frente Al Nusra, una derivación de la red Al Qaeda en este territorio, emergió como una organizada y poderosa fuerza combativa que se atribuye la autoría de los más mortíferos atentados terroristas en el periodo.
Videos colgados en las redes sociales muestran los procedimientos de los de Al-Nusra y su concepto de la «aplicación de la justicia»: incontables cabezas rebanadas con largos cuchillos suele ser el dictamen para quienes no profesen o acepten los más ortodoxos valores del Islam que propugnan.
Muchos de los territorios «liberados», según la terminología acuñada por ellos, atestiguan ya el futuro que depara a Siria una vez que, como pretenden, el gobierno sea derrocado y se instaure un Califato donde rija la Sharia o Ley Islámica.
Pese a ello, Estados Unidos, la Unión Europea y países de Medio Oriente parecen seguir los pasos de Poncio Pilatos, e intentan desconocer los peligros de estimular la violencia para impulsar lo que denominan «la revolución en Siria».
Reino Unido y Francia prometieron entregar armas a los grupos de irregulares, aún cuando la Unión Europea mantenga el embargo estipulado al respecto.
Washington, por boca de su secretario de Estado John Kerry, anunció en Roma el 28 de febrero la entrega de 60 millones de dólares en ayuda «no letal» para los grupos opositores, si bien medios de prensa estadounidenses indicaron que tal apoyo se traducirá en el envío de chalecos antibalas, vehículos armados y entrenamiento.
Aunque Kerry fue enfático al defender la decisión, asegurando que «su objetivo (el de los armados) es nuestro objetivo», al mismo tiempo reconoció lo irresponsable de la decisión cuando admitió que «no existen garantías de que las armas no lleguen a las manos equivocadas».
Rusia, una de las potencias en el Consejo de Seguridad que aboga por una solución negociada al contencioso, mostró su fuerte preocupación por tales planes.
El vicecanciller ruso Gennady Gatilov señaló el 14 de marzo que la intención de algunos países occidentales, de suministrar armamento a la llamada insurgencia, genera preocupaciones y contradice las declaraciones públicas acerca de la necesidad de alcanzar una solución política a la crisis.
Tales decisiones alientan a los extremistas a la toma violenta del poder en Damasco, sin tener en cuenta el sufrimiento del pueblo, afirmó Alexandr Lukashévich, portavoz de la Cancillería del país euroasiático.
Por su parte el presidente ruso, Vladimir Putin, remarcó que «una de las causas de la situación trágica que vive el pueblo sirio obedece al apoyo incondicional concedido por gobiernos de Occidente y Medio Oriente a la oposición armada, en vez de alentarla a buscar una solución política».
Pero el propio gobernante sirio, en diálogo reciente con el rotativo londinense The Guardian, recomendó que si «alguien desea honestamente ayudar y contribuir al cese de la violencia en nuestro país, solo puede hacer una cosa: dirigirse a Catar, Turquía, Arabia Saudita, Francia, Reino Unido y Estados Unidos para decirles que cesen su financiamiento al terrorismo».
Por si fuera poco, Damasco enfrenta una guerra abierta también en los frentes económico, político y mediático.
Occidente mantiene un severo embargo sobre la economía nacional con severas afectaciones en la población, ante las dificultades para adquirir, por ejemplo, medicamentos a fin de tratar el cáncer y enfermedades infantiles, además del incremento en la carestía de la vida.
El Consejo de Seguridad de la ONU sigue sin emitir al menos una fuerte condena contra los ataques terroristas que en ese acontecen, sobre todo por la oposición de Estados Unidos, situación denunciada en innumerables ocasiones por Damasco, al considerar tal «silencio» un apoyo implícito a los mercenarios.
Siria lidia además con una guerra mediática sin cuartel, según palabras de varios funcionarios, pulseando con canales y medios internacionales que propagan informaciones falsas, llaman a la insurrección, anuncian con antelación explosiones y ataques que ocurren minutos después, o levantan el fantasma de la utilización de armas químicas por parte del gobierno.
En este panorama, las autoridades impulsan desde enero el llamado Programa Político, iniciativa que convoca a la mesa de negociaciones a todas las fuerzas políticas y sociales de la nación, incluso a quienes depongan las armas, para negociar la paz.
El gobierno sirio ha reiterado su disposición de mantener un diálogo serio, respetuoso y con todas las garantías, siempre y cuando los interlocutores defiendan la unidad nacional, la soberanía y rechacen cualquier tipo de injerencia en sus asuntos internos.
Fuente original: http://www.argenpress.info/2013/03/siria-dos-anos-de-destruccion-en-nombre.html