Las desigualdades de origen, es decir, las que experimentan las personas en función de su suerte al nacer, tienen distintas caras y detonantes: desde el nivel formativo de los padres a su estatus social, pasando por la situación laboral que atraviesan. También, el lugar de procedencia. Así ocurre en la mayoría de países desarrollados y […]
Las desigualdades de origen, es decir, las que experimentan las personas en función de su suerte al nacer, tienen distintas caras y detonantes: desde el nivel formativo de los padres a su estatus social, pasando por la situación laboral que atraviesan. También, el lugar de procedencia. Así ocurre en la mayoría de países desarrollados y especialmente en España, donde cerca del 64% de los niños que viven en hogares donde los progenitores son migrantes sufren pobreza relativa. España es, junto a Estados Unidos y Grecia, el país de la OCDE donde más común es este problema, según el informe Indicators of Immigrant Integration, recientemente publicado por la OCDE.
El documento advierte de que la brecha existente entre los índices de pobreza de los niños que viven en hogares con padres autóctonos y aquellos que tienen progenitores migrantes alcanza los 40 puntos porcentuales en nuestro país. Es, de nuevo, una de las diferencias más altas entre los Estados de la organización internacional. Sitúa a España en el mismo nivel que Holanda y a más de diez puntos de otros países del entorno como Francia y Bélgica -30 puntos de diferencia- o Portugal y Reino Unido -10 puntos-.
En lo relativo al desempeño de los Estados en este ámbito en los últimos años, España destaca de nuevo en la parte superior de los resultados negativos de la OCDE: entre 2007 y 2015, el número de niños que viven en hogares con padres migrantes y que sufren pobreza relativa ha aumentado cerca de 15 puntos en nuestro país.
Según la OCDE, una de las explicaciones de esta situación se encuentra en la realidad socioeconómica de estas familias: España es el quinto miembro de la organización donde más diferencia hay entre el ingreso medio de los hogares encabezados por migrantes y los nacidos en el país -4.580 euros anuales-, y en el que más crecieron los índices de pobreza de la población migrante mayor de 16 años entre 2006 y 2015, con 17 puntos porcentuales.
Otra de las principales razones que explican las importantes tasas de pobreza entre los menores cuyos padres son migrantes son los efectos de la crisis sobre el empleo de esta grupo de población. Mientras que en el conjunto de la OCDE y en la UE las tasas de participación entre las personas migrantes y autóctona en el marcado laboral son casi idénticas -en España llegan a ser superiores-, la recesión de 2008 afectó especialmente al primero conjunto en términos de empleo, y la recuperación del trabajo ha llegado más tarde y de forma más lenta.
De esta forma, y mientras que antes de la recesión la población migrante era mucho menos propensa que la foránea a encontrarse en situación de desempleo de larga duración, en la actualidad España tiene la misma proporción de parados de larga duración autóctonos que migrantes, cuyo peso en la estadística pasó del 12% al 48% en apenas una década.
Una variación que encuentra poca explicación en el nivel educativo de cada grupo de población. Es más, las tasas de desempleo son más pronunciadas entre la población migrante y autóctona con un nivel alto de formación que entre las que tienen un estudios de menor rango.
Una situación que también se manifiesta en las condiciones laborales que afronta la población migrante, y que directa o indirectamente puede afectar a sus ingresos: casi la mitad de ellos, que presentan un alto nivel de educación sufre sobrecualificación en sus puestos de trabajo – lo que que además en bastante más común entre las mujeres-, cerca de doce puntos por encima de la media de la población foránea.