El pasado día 28 de junio, el presidente Obama pronunció un discurso en la Academia Militar de West Point, lugar usualmente escogido por los máximos dirigentes estadounidenses para hacer pronunciamientos especiales. Allí fue donde su antecesor en el cargo, George W. Bush, lanzó su política de «guerra contra el terrorismo» después del ataque a las […]
El pasado día 28 de junio, el presidente Obama pronunció un discurso en la Academia Militar de West Point, lugar usualmente escogido por los máximos dirigentes estadounidenses para hacer pronunciamientos especiales. Allí fue donde su antecesor en el cargo, George W. Bush, lanzó su política de «guerra contra el terrorismo» después del ataque a las Torres Gemelas en New York y al edificio del Pentágono en Washington. Desde allí amenazó con atacar, para lograr este propósito, sesenta o más «lugares oscuros del mundo».
El presidente Fidel Castro, en un discurso pronunciado el 8 de junio de 2002, en la ciudad de Santiago de Cuba, respondió estas amenazas y alertó al mundo sobre la peligrosidad de los pronunciamientos y propósitos que estaban contenidos en ellos.
El año pasado, Obama había hecho otro discurso, sobre el cual llamó la atención el presidente Vladimir Putin, en un artículo publicado en el periódico New York Times bajo el título: «Llamamiento a la precaución desde Rusia». El dirigente ruso alertó al pueblo estadounidense sobre la peligrosidad de desconocer el papel de la Organización de Naciones Unidas y otros organismos internacionales y actuar unilateralmente basado solamente en el uso de la fuerza, bajo el argumento de la «excepcionalidad de la nación estadounidense y el hecho de que su política internacional, es lo que los hace excepcionales». Y después de aclararle a Obama «que no debía olvidar que Dios nos creó iguales», le señaló de forma rotunda: «Lanzar una guerra contra Siria, provocaría una peligrosa extensión del terrorismo por toda la región».
Aunque Obama se abstuvo en aquella ocasión de emprender una escalada de gran magnitud en la agresión a Siria que parecía inminente, utilizando el poder de su aviación y fuerzas coheteriles, continuó armando y entrenando, en territorio jordano y turco, a miembros de organizaciones terroristas como los del Estado Islámico de Iraq y el Levante, para utilizarlos en la destrucción de Siria. Estos ya hoy se han extendido por la región, han ocupado importantes ciudades de Iraq, amenazan con tomar Bagdad y avanzar hacia otros países a la vez que proclaman la creación de un califato islámico. No es posible encontrar un calificativo adecuado para señalar la irresponsabilidad y el cinismo de las políticas estadounidense, cuando ahora muestra preocupación por el desarrollo de estos acontecimientos.
A pesar de los desastres ocasionados por su actuación prepotente, y la herencia que recogió de su ignorante y alcohólico antecesor, Obama ha tenido el descaro de repetir en West Point, que Estados Unidos es «un país excepcional, una nación indispensable y líder indiscutido de la comunidad internacional».
Estos conceptos no son nuevos. La Doctrina del Destino Manifiesto, de la cual se desprenden estos conceptos, ha estado vigente en los Estados Unidos por más de dos siglos. Tan temprano como en 1680, una ministra puritana explicaba que: «ninguna nación tiene el derecho de expulsar a otra, si no es por un designio especial del cielo, como el que tuvieron los israelíes». Por lo tanto, muchos políticos estadounidenses se consideraron poseedores de un mandato divino, para llevar la civilización, la democracia y la libertad a cualquier parte del mundo. Ella serviría de base primero para argumentar la expansión de los Estados Unidos hacia el oeste, y justificar el genocidio cometido con la población original de estos territorios, así como la ocupación de la mayor parte de México, incluidos los actuales estados de California, Texas, Nuevo México, Arizona, Nevada, Utah, Wyoming, Kansas y Oklahoma. Después, a partir de las primeras décadas del siglo XIX, basada en estos mismos principios, proclamarían la «Doctrina Monroe», que podría resumirse en el criterio de que «América es para los americanos», o más claramente, toda la América, incluida Suramérica, Centroamérica y El Caribe, es territorio subordinado a Washington, y ningún poder europeo tiene el derecho de intervenir allí.
Uno de los argumentos utilizados por George W. Bush para atacar a Iraq en el 2003, fue la necesidad de llevar la democracia y la civilización al pueblo iraquí. Igualmente lo hizo con su interminable guerra en Afganistán y ahora Obama lo hace en Siria. Estos países han sido destruidos, han sufrido cientos de miles de muertos, heridos, desplazados y refugiados.
Estas doctrinas, que tratan de forma falsa de apoyarse en conceptos y creencias religiosas y al igual que el sionismo ocupa territorios basándose en ellos, niega los legítimos derechos del pueblo palestino a tener su propio estado; asesina a poblaciones civiles; y mantiene miles de prisioneros políticos sin juicio alguno. Es la misma política imperialista y sionista, en la cual coinciden con el fascismo, pues argumentan que son los elegidos de Dios y constituyen un pueblo especial. Principios similares sirvieron de base a Adolf Hitler, expresados en su libro Mein Kampf y a los fundadores del sionismo, como Theodore Herzl, cuando escribió a finales del siglo XIX, el libro «El Estado Judío».
El gran patriota latinoamericano, Simón Bolívar, conocido también como el Libertador de América, expuso claramente a principios del siglo XIX, su interpretación del papel que pretendían jugar los políticos de Washington cuando dijo: «Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia a plagar el mundo de miserias y muerte en nombre de la libertad».
José Martí, ideólogo de la Revolución Cubana y uno de los principales luchadores independentistas, admirador de Bolívar e incansable promotor de la unidad latinoamericana, escribió ampliamente sobre el papel nefasto y el peligro que representaban los Estados Unidos para los pueblos de Nuestra América, la que él describía como la que existe al sur del Rio Bravo, hasta la Patagonia. El fue el primero de los grandes antimperialistas del continente.
No es posible aceptar que existen pueblos elegidos, ni superiores a otros. Eso es puro racismo y fascismo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.