Un día en Alepo a comienzos de 2012, antes de que un creciente número de trincheras acabaran enfrentadas unas a otras, las pancartas de Kafranbel y sus autores se convirtieron en el eje de una conversación. La mayoría de los presentes comentaron el «ingenio» y la ironía mordaz de los que hacían gala, y el […]
Un día en Alepo a comienzos de 2012, antes de que un creciente número de trincheras acabaran enfrentadas unas a otras, las pancartas de Kafranbel y sus autores se convirtieron en el eje de una conversación. La mayoría de los presentes comentaron el «ingenio» y la ironía mordaz de los que hacían gala, y el hecho de que se salían de lo común. Uno de los participantes en la conversación dijo en tono satírico que las escribían los agentes de tráfico, en referencia a la profesión que ejercían la mayoría de habitantes de Kafranbel. Otro mencionó «el número de estudiantes de Medicina» fracasados y su papel en el diseño de las pancartas. El resto se mantuvieron en silencio y regresaron a Alepo oriental, reflexionando sobre dichos carteles, haciéndoles un guiño y adoptándolos.
En aquel momento era complicado determinar quiénes eran los «diseñadores» de dichas pancartas, pero poco tiempo después, el nombre de Raed Fares se hizo presente como uno de los más importantes activistas de la revolución siria, y como diseñador de las pancartas de Kafranbel junto a un grupo de amigos. Juntos, trasladaron el alegre espíritu de la ciudad y su gente en forma de pancartas, imágenes y canciones, que transmitían mensajes que traspasaban las fronteras de Siria para llegar al mundo entero, con la esperanza de que su voz llegara antes de morir.
Raed Fares nació en 1972. No completó sus estudios de medicina, sino que viajó a Líbano para trabajar allí. Quienes lo conocieron dicen que presenció el asesinato de Rafik Hariri y que siempre culpó por ello al régimen de Asad. Poco después, regresó a Kafranbel para trabajar en el sector inmobiliario. Al inicio de la revolución, fue de los primeros en sumarse a sus filas, lo que lo situó rápidamente en la lista de buscados por los servicios de seguridad. Por ello, junto a Hamoud Jnaid y otros activistas, abandonó Kafranbel para refugiarse en un campamento a las afueras y formar la Coordinadora de Kafranbel.
Por medio de dicha coordinadora, convocaban a la población de Kafranbel a manifestarse y se encargaban de redactar las pancartas y lemas, además de participar en las manifestaciones que en aquel momento quitaban el sueño al régimen. Rápidamente, esas pancartas y lemas se convirtieron en tema recurrente en la calle y colmaron las redes sociales, como señal de la «continuidad de la revolución, sus principios y su carácter pacífico». La exposición de imitaciones y copias de sus pancartas durante las manifestaciones se convirtió en un «deber revolucionario».
Hamoud Jnaid era «de naturaleza afable y de espíritu alegre y afectuoso», lo que le permitió ser el punto de unión entre la gente de la ciudad y la coordinadora. Con la cámara de su móvil, comenzó a registrar las violaciones que las fuerzas del régimen perpetraban en Kafranbel, a la que se acercaba en secreto para realizar alguna misión, entregar un mensaje o preparar una manifestación.
Tras la liberación de la ciudad de las fuerzas del régimen a mediados de 2012, Raed Fares, Hamoud Jnaid y otros activistas de la ciudad fundaron lo que hoy se conoce como «Unión de Oficinas Revolucionarias». Raed asumió la dirección de la oficina de prensa y comenzó a contar al mundo lo que sucedía en la revolución por medio de vídeos que grababa él mismo, intervenciones en canales de televisión, su presencia en conferencias internacionales y las pancartas que redactaba en inglés y que portaban mensajes políticos dirigidos al mundo entero.
Impulsado por su conocida «valentía», según sus amigos, Hamoud Jnaid colaboró con la brigada «Caballeros de la Verdad» (Fursán al-Haqq) desde su fundación, «cubriendo las batallas y los bombardeos de los aviones», pues creía firmemente en la importancia del papel de los medios y la necesidad de dejar constancia con su cámara de las manifestaciones de la ciudad y sus actividades revolucionarias. También grabó cientos de ataques contra la zona.
Pocas veces se perdía algún suceso. Su cámara siempre era la primera: un hombre cubierto de polvo salía de entre los escombros, portando la herida de su gente, los auxiliaba si seguían vivos y los revivía en el recuerdo con su lente si habían muerto. Fue el más importante testigo de los crímenes y los asesinatos perpetrados en la ciudad cuya gente lo amaba, y a quienes él amaba también. Sus amigos, que muchas veces le reprendían por su impusividad, cuentan que siempre respondía riendo: «No puedo evitarlo. Siento que ese es mi rol, que esos son mis hijos y tengo que ayudarlos». Solía acompañar a los heridos a la sala de urgencias, preocupándose por ellos. «Tal vez esa fuera su misión más sublime: salvar a quien se pudiera», olvidándose de grabar muchas cosas, poseído por su papel «humano», sin quedarse en lo meramente mediático.
Pocas veces podía salir uno de Kafranbel sin sonreír. La gente allí se ríe de todo, hasta de la muerte. Si los rasgos de Raed por sí solos no bastaban para conocer «su geografía» sin revelarla, no tenías más que esperar unas palabras de Hamoud para «saber que estabas al ante un revolucionario de Kafranbel». Ese «tono afectuoso», sencillo, plagado de expresiones de sorna y groserías, expresiones soeces acompañadas de una sonrisa (como referirse a uno como «maricón») eran la forma habitual de iniciar un comentario fugaz, una conversación o una mención a una muerte inminente y cercana.
Hamoud era un sencillo obrero de la construcción, nacido en 1980. Fue uno de los pioneros de los grafittis en las paredes al inicio de la revolución, y de los primeros activistas, manifestantes y periodistas también; sin embargo, su rasgo más destacado era que fue «el primero en entrar en los corazones de la gente y el que logró dominarlos». Se reía como un niño, se mofaba de la muerte que se había llevado a muchos de sus amigos, hasta el punto de que algunos decían que «daba mala suerte». La mayoría de aquellos con los que trabajó en su labor de certificación de hechos y cobertura mediática habían sido asesinados, pero ese hombre delgado seguía resurgiendo entre el polvo, farfullando insultos y riendo.
Con la ayuda de Hamoud, Raed fundó Radio Fresh [1] a mediados de 2013, como primera emisora que utilizaba en sus programas la lengua oral. Ahí comenzó a conformarse un aura de cohesión en la ciudad: al cmainar por sus calles o sus mercados, la voz del locutor cantaba los precios de los productos a través del altavoz. No hacías caso a los precios, sino que el dialecto te arrancaba una sonrisa con cada palabra, pues se alejaba de las voces roncas «con traje y corbata» que uno estaba acostumbrado a escuchar. Sin darte cuenta, te veías «liberado» con una «chilaba» o un «pantalón vaquero». La emisión se interrumpía unos segundos, el emisor te informaba de que «un avión o un helicóptero viene hacia ti», la gente se dispersaba, pasaban unos minutos, y se escuchaba una explosión, seguida de un breve silencio, interrumpido por «la vuelta de la emisión».
Hamoud no era un «empleado» de la radio, sino que él era «Radio Fresh al completo», como dice su amigo Mahmud al-Sweid (redactor y presentador de programas en la radio). No percibía ningún salario, ni buscaba fama, sino que dedicaba su tiempo a la revolución y la gente de su ciudad. «Cuando los corresponsales de la radio llegaban al lugar donde se había producido el bombardeo o al punto donde se precisaba ayuda humanitaria u otro tipo de servicio, la sonrisa de Hamoud, que había completado la misión, los sorprendía».
Los aviones no lograron «callar la voz de Radio Fresh», así que se ayudaron metafóricamente de sus compañeros en la opresión y la injusticia. Daesh emitió una fatua (edicto religioso) en la que declaraba la radio ilícita y sus integrantes confiscaron el equipo a finales de 2013, además de detener a Raed y Jnaid durante dos días. En la trayectoria de ambos, no había nada por lo que acusarlos o castigarlos.
No es que Daesh necesitara alegar una acusación firme, evidentemente, pero lo que está claro es que la organización en aquel momento no podía permitirse enfrentarse a una ciudad, por lo que intentó matar a Raed lejos de sus cárceles. La intentona fracasó. Tras la marcha de Daesh en 2014, aumentó la hegemonía del Frente de Al-Nusra en la ciudad y sus alrededores, para ñadir su «huella», que en nada se diferencia ni en pensamiento ni en actuación, de su gemela daesh. Nuevamente, confiscaron el equipo de la radio e intentaron impedir que siguieran con sus trabajo. Volvieron a detener a Raed en la cárcel de castigo y, tras su liberación, se expuso a varios intentos de asesinarlo.
Con su habitual ironía, Raed y sus compañeros añadieron a la emisión sonidos de pájaros, animales, aficiones de fútbol y explosiones en susteitución de la «música pecaminosa», y modificaron las voces de las mujeres para que parecieran más masculinas. Siempre vencían, gracias a su «ironía y sarcasmo», a sus ejecutores, con la compañía inestimable de la «lengua hablada y el espíritu del chiste y el ingenio». La radio y la oficina de medios se convirtieron en una colmena, un lugar de trabajo y un espacio donde pasar veladas al calor del laúd, contar chistes e intercambiar esas sonrisas en las que la revolución se mantenía más fuertemente presente. Esos lugares eran el refugio de todo aquel que pasaba por Kafranbel, de paso, para quedarse o para buscar trabajo y una vida.
Esta vez, la bala fue más rápida que Hamoud, y por primera vez, no pudo grabar lo que sucedió la mañana de ese viernes 23 de noviembre de 2018. En compañía de Raed y Ali Dandoush, había salido de la sede de la radio para prepararse para las manifestaciones que habían vuelto a celebrarse en la ciudad desde hacía unos meses. El sonido de una metralleta alertó a quienes rezaban en la mezquita cercana, mientras realizaban su segunda prosternación. Sin embargo, terminaron su rezo, pues ninguno pensó que «la ciudad había caído de nuevo». El ruido del asesinato fue más alto que el sonido de la llamada a la oración, ya que, esta vez, los asesinos siguieron a Raed y sus compañeros hasta una calle secundaria al este de la ciudad. Salieron del coche para asesinar a los dos hombres, sin contar con que Ali Dandoush estaba en el asiento trasero y que se salvaría de la muerte. Decenas de balas atravesaron el coche de Raed y los cuerpos de ambos. La ciudad los despidió en silencio.
Dos hombres perseguidos que se negaron a dejar la ciudad, fueron asesinados por una mano traidora, porque alguien debía «silenciarlos». Sus voces y sus sonrisas provocaron a los asesinos, las pancartas de la libertad, su crítica valiente contra todo aquel que perjudicara a la revolución siria y su lucha por medio de la palabra y la letra engendraron ese rencor contra ellos: eran los artífices de las pancartas y carteles encargados de corregir el devenir de la revolución que había sido robada. Quizá el esfuerzo por redireccionar el camino sea la acusación de la que no se librarán nunca los habitantes de Kafranbel.
Nota:
[1] Accesible desde aquí