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Breves observaciones

Dret a decidir y derecho a la autodeterminación

Fuentes: Rebelión

Para Manuel Cañada, Julio Anguita, Jordi Torrent y Joan Tafalla     Preguntado por Luis Roca Jusmet sobre la posibilidad o necesidad de un proceso constituyente, paralelo con la exigencia de una consulta en Cataluña, y sobre si tal proceso era posible dentro del actual marco constitucional, Gerardo Pisarello respondía en los siguientes términos: «Si […]

Para Manuel Cañada, Julio Anguita, Jordi Torrent y Joan Tafalla

 

 

Preguntado por Luis Roca Jusmet sobre la posibilidad o necesidad de un proceso constituyente, paralelo con la exigencia de una consulta en Cataluña, y sobre si tal proceso era posible dentro del actual marco constitucional, Gerardo Pisarello respondía en los siguientes términos: «Si hay voluntad política, la consulta es jurídicamente viable, sin necesidad de reformar previamente la Constitución». El Gobierno, añadía, «ha optado por una oposición cerril, que no hará desaparecer este reclamo». En su opinión, «una salida limpia a la cuestión territorial solo puede pasar por el reconocimiento previo del derecho a decidir, que no es sino una lectura actualizada del derecho a la autodeterminación de los pueblos. En la oposición antifranquista, añade Pisarello, «esto estaba muy claro, y se sabía que se aludía, ante todo, al caso de Cataluña, el País Vasco y Galicia.» [1]

Unas observaciones sobre esta última consideración.

1. El «derecho a decidir» no es exactamente o no es sin más una lectura actualizada del derecho a la autodeterminación de los pueblos.

2. La formulación -«dret a decidir»- ha surgido de los laboratorios de ideas, formulaciones y nociones próximos al movimiento independentista catalán y a sus ciertamente poderosos tentáculos institucionales. Hay documentación -declaraciones, artículos, notas- sobre ello que transita por la red.

2.1. Como es sabido, nunca había estado presente en las diversas tradiciones nacionalistas catalanas, independentistas o no.

3. Se ha evitado la formulación clásica, así lo han indicado, porque parecía o sonaba «demasiado radical» y porque ninguno de los casos contemplados en la jurisprudencia reconocida coincidía o era similar con la actual situación en Catalunya, que no es una colonia «española», no está -sin más matices- bajo la bota de una dictadura que no permite ningún juego propia y su cultura (nada homogénea por cierto como casi todas las culturas, como la española por supuesto) no sufre persecución ni una fuerte opresión nacional. De lo que no se deduce, por supuesto, que la situación actual no pueda modificarse y mejorarse si fuera el caso.

4. Probablemente también, no es una conjetura alegre e indocumentada, así se ha insinuado también, la formulación pretende distanciar al movimiento independentista, nacionalista o soberanista de las aportaciones, no discutidas, no puestas en cuestión hasta el momento, de la tradición marxista-comunista catalana para resolver solidariamente la denominada «cuestión nacional» (y no sólo, por supuesto, en el ámbito de la teoría política).

5. El grueso de la izquierda catalana defendió, tradicionalmente, durante la larga y heroica lucha antifranquista, la vía estatutaria como procedimiento para alcanzar el derecho de autodeterminación (así figuraba por ejemplo en uno de los puntos del programa movilizador de la Assemblea de Catalunya, tan atacada por cierto por el ex presidente de Banca Catalana y de la Generalitat catalana, el «molt honorable» Jordi Pujol, su hijo Oriol no tanto), izquierda catalana no nacionalista que defendió de forma abierta y desde siempre, con riesgos innegables, la lengua catalana. Ejemplo: la publicación desde inicios de los años sesenta del pasado siglo de Nous Horitzons, una revista teórica editada únicamente en catalán que era leída con alguna dificultad por muchos militantes obreros de origen castellano del Partido de los comunistas catalanes, hermanado fraternalmente al PCE. Manuel Sacristán, entre otros, fue director de la publicación. Giulia Adinolfi, Juan Ramón Capella y Francesc Vallverdú fueron algunos de los más importantes colaboradores.

6. El derecho de autodeterminación vindicado por la tradición marxista-comunista se entendía como una forma de resolución de un conflicto político y, a un tiempo, como procedimiento para aproximar y hermanar pueblos en libertad teniendo en cuenta el contexto de la opresión nacional y lingüística que vivía la ciudadanía catalana (y no sólo catalana por supuesto) bajo el fascismo español, con la colaboración, innecesario es recordarlo, de grandes «personalidades» de la burguesía catalana [2], algunas de las 400 familias a las que ha hecho referencia don Félix Millet, el colaborador de CiU.

7. La izquierda del resto de Sefarad defendió ese derecho con la finalidad de hermanar, de unir, de sumar pueblos libremente, no con la intención de apuntar líneas de demarcación y separación. Desde luego: no estuvo muda, no ubicó la opresión específica de los pueblos catalán, vasco y gallego en el baúl de lo insustantivo y a otra cosa… que el tiempo y la vida se van acabando. Militantes comunistas madrileños, aragoneses o extremeños repartían en la manifestación no independentista del 11 de setiembre de 1977 octavillas, muchas de ellas de confección personal, vindicando el derecho de autodeterminación de los pueblos gallego, vasco y catalán. Escritas en catalán por cierto.

8. La izquierda marxista catalana de pulsión transformadora, en su conjunto y en general (existieron tendencias que sí lo hicieron), nunca ha abonado ninguna vía independentista y de ruptura con los otros pueblos. Nunca pretendió destruir ningún demos, nunca pretendió construir un Estado separado, alejado del resto de pueblos de Sefarad. Eran, éramos pueblos, comunidades y ciudadanos hermanos. La lucha era común; las finalidades últimas eran más que similares. No nos importaba que la central nuclear estuviera en Ascó, Badajoz o en Soria para oponernos a la industria nuclear y sus peligros.

9. Durante treinta y tantos años, a partir de 1980 por fecharlo de algún modo, el nacionalismo conservador catalán (aunque no sólo) ha sido hegemónico política y culturalmente en Cataluña y ha hecho todo lo posible por ahondar diferencias (mínimas en numerosos casos) y ocultar semejanzas. Madrid conjugaba con Pekín o con Tallín. La izquierda catalana, acaso por respeto, tal vez por alejarse de cualquier innoble acusación de españolismo rancio, apenas ha apuntado batallas político-culturales en su ámbito. El silencio ha sido pan nuestro de muchos días. Ejemplo historiográfico: presentar, señalar, difundir una historia del PSUC muy alejada, por su exquisitez y renovación, de la dogmática y pobre culturalmente historia del PCE.

10. El intento conservador nacionalista de arrasar con todo o casi todo pasa incluso por hacerse suya la figura y el legado de Paco Candel. También por reinterpretar, en clave independentista, las posiciones políticas de Salvador Espriu (la reciente exposición sobre su obra muestra esta cara de forma nítida). Con otros -Manuel Sacristán, Gregorio López Raimundo, Paco Fernández Buey- no han podido. En ocasiones, estos últimos, que estuvieron en prisión por defender también los derechos nacionales de Catalunya, han sido insultados por intelectuales próximos al poder convergente (con las rentabilidades que eso suele comportar). Agustí Colomines es un ejemplo reciente de ello.

11. Catalán era quien vivía y trabajaba en Catalunya se señaló (habría que haber añadido: y deseara serlo), pero, hay que admitirlo, no siempre con convicción y entusiasmo (y con algunas contradicciones y escenarios no deseables que en su día, hacia 1972, también denunció Sacristán). Cuando José Montilla fue presidente de la Generalitat, sectores de CiU (que ahora no quieren recordar nada de lo sucedido) hicieron campaña entre sus bases y gentes próximas afirmando que ese presidente cordobés que no parlava bé el català no era su presidente. Hay testimonios de ello.

12. Las declaraciones xenófobas -hasta el vómito y la indignación- de primeras damas catalanas autoritarias y de dirigentes «históricos» de ERC están en el recuerdo de todos. También el nacionalismo catalán, y no sólo el de CiU, ha mostrado esa patita. Por descontado: el rancio nacionalismo español fascistoide lo suele hacer permanentemente.

13. Durante años, la dirección de CIU no vindicó nunca el derecho de autodeterminación. Ni incluso en las noches de cava y juerga. Se trataba de ir acumulando poder y de negociar con gobiernos sin mayoría para llenar de peces la pecera propia y no compartida. De hecho, mientras voces del movimiento comunista catalán e hispánico vindicaban el derecho de autodeterminación, la mayoría de voces nacionalistas catalana no lo hacían e incluso se llegaban a reír, hasta el menosprecio, de quien lo reivindicaba. No sólo ellos, también la dirección de Iniciativa per Catalunya. Ejemplo de estos ataques, los sufridos por Julio Anguita (no toca, está ido). Ejemplo de lo anterior. Paco Fernández Buey, un internacionalista palentino-catalán que defendió siempre el derecho de autodeterminación para unir pueblos, no para separarlos (Parte de este espíritu se recoge en la intervención de Joan Coscubiela el pasado martes en el Congreso de Diputados).

14. Ni que decir tiene que la política uniformista y centralista de los gobiernos de la Monarquía borbónica, y la propia institución no democrática, ha sido criticada una y mil veces por la izquierda catalana marxista transformadora. Y también por la no catalana (lo hemos visto recientemente). Las denominaciones lingüísticas recientes del gobierno aragonés del PP -con la oposición radical, entre otras fuerzas, de IU que consideró al catalán como lengua propia de Aragón, cosa que no ocurre en Catalunya con el castellano con porcentajes de habla muy distintos- son otro ejemplo destacado de ridículo y agresión.

15. La izquierda catalana que no ha claudicado en puntos esenciales no puede o no debería abonar vías que conducen a la separación de los pueblos, a la división de las clases trabajadoras y a la hegemonía del neoliberalismo conservador. Es su abc, sus nociones comunes, su primer axioma, el más penetrante de la geometría de Euclides.

16. Catalalunya-Barcelona World, la cosmovisión nacional acentuada en los últimos años de CiU y del bloque en el poder que representa, no es un escenario que deba atraer a la fuerzas de izquierda. No es sólo eso. Tampoco la destrucción del Estado de medioestar, digan lo que digan en sus medios, anunciada urbi et orbi por Andreu Mas-Colell en su lección inaugural del curso 2011-2012. Tampoco la consideración del castellano como lengua no propia del país de Juan Goytisolo, Joan Marsé, Manuel Vázquez Montalbán, Gil de Biedma o Montserrat Roig.

17. ¿Qué hacer entonces? Abonar el sendero solidario y fraternal de siempre. La izquierda catalana no debe poner el acento en el ejercicio del dret a decidir, clara y elemental excusa, como resulta evidente para quien quiera enfrentarse de frente a una realidad que se está construyendo paso a paso, para la vindicación y construcción de la independencia (de esto estamos hablando y no de otra cosa), una «independencia» no independiente que cuelga del BCE., de la UE y de los grandes poderes, porque actualmente ya no es una forma de resolver conflictos políticos entre pueblos que quieren aproximarse sino una vía para la separación y (más que supuesta) independencia. La izquierda debería hacer lo que ha hecho siempre: agitar, abonar y vindicar la unión entre los pueblos, luchar contra las opresiones y abonar el derecho de autodeterminación, en condiciones de libertad real de expresión y sin manipulaciones ideológica e históricas, como vía para la unión hermanada, no con la intencionalidad de construir un muro de separación que, después, con el tiempo, se añade para convencer a algunos sectores, ya se derrumbará. Uniendo, buscando puentes de aproximación, remarcando proximidades; no agitando desuniones: este es el lema de la izquierda catalana no nacionalista. Por supuesto, sin abonar ninguna opresión, ningún uniformismo.

18. La argumentación que usan (a veces con nocturnidad y sin luz ni taquígrafos) las fuerzas independentistas para convencer a sectores sociales no catalanistas ronda, y a veces supera, el argumentario conocido de la Liga del Norte (fuerza de derecha extrema con la que, más o menos clandestinamente, el gobierno CiU mantiene relaciones políticas). De hecho, la representante de ERC en el Congreso de diputados, la señora Marta Rovira, bordeó (incluso superó) esa línea nordista en varias ocasiones.

19. La consulta o referéndum anunciado con doble pregunta, más allá de la trampa o falacia que puede representar su misma estructura, plantea problemas de difícil solución. No hablo ya de cómo se van a computar y leer las votaciones, de los porcentajes exigibles (según la líder de ANC, Carme Forcadell, con un voto SÍ-Sí que sea el mayoritario ya es suficiente), hablo ya de la imposibilidad de votar en la segunda pregunta a los partidarios del NO a la primera. ¿Y por qué esa votación única para los ciudadanos que tomen esa opción frente a la doble votación de los restantes?

20. Ni que decir tiene que más allá de la división -ya no solo posible o potencial- entre clases trabajadoras catalanas y entre otros sectores, el auge del independentismo en Cataluña, monotema y motivo de agitación cultural permanente sin apenas diversidad en los medios de (des)información e inculcación ideológica públicos y privados catalanes día sí, noche también, donde se suele hablar en nombre del pueblo de Cataluña para hacer referencia a los ciudadanos/as independentistas, abonará el alejamiento y el enfado de las clases trabajadoras del resto de Sefarad, incluso de la vasca, gallega y andaluza (salvados algunos sectores minoritarios de vanguardia), y posibilitará o incrementará un desplazamiento hacia los cantos de sirena no afables de la derecha extrema españolista de muchos de aquellos sectores. La rentabilidad política para fuerzas políticas conocidas de todo, indignas representantes del más alto grado de corrupción, explotación, antiobrerismo y servilismo, es más que evidente.

La pregunta de fondo: ¿la izquierda catalana que no ha claudicado, que abona creativamente sus valores y posiciones de siempre, la marxista, la libertaria, la socialdemócrata sin renuncias esenciales, los restantes colectivos y tendencias, no tienen que querer vivir en la misma comunidad a la que pertenecen Diego Cañamero, Manuel Cañada, las mareas verdes madrileñas, los vecinos sevillanos de la Corrala Utopía, los ciudadanos de Gamonal o los del barrio de Orriols (Valencia) que plantan cara a la ultraderecha)? ¿No se trataba de eso? ¿Ya no se trata de eso? ¿No se trata de reivindicar una República democrática y social de Sefarad que nos hermane a todos y a todas, sin opresiones ni uniformismos, en un ámbito común de libertad, equidad, justicia y respeto mutuo?

No era això, companys, no era això pel que varen morir tantes flors, pel que vàrem plorar tants anhels?

 

Notas:

[1] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=182999

[2] De este modo, sobre la cuestión nacional, y más concretamente, sobre la política del PSUC-PCE en referencia a las nacionalidades ibéricas, se manifestaba Sacristán breve pero contundentemente en su intervención ante el pleno del comité central del PCE-¡una fuerza española, una fuerza estatal!- en el verano de 1970, hace más de 40 años. Resumo:

Señaló inicialmente el autor de «Panfletos y materiales» que la doctrina del PSUC-PCE respecto a este tema le parecía clara y sin problemas de conceptos. «Ser radical, decía Marx, es coger las cosas por la raíz, y la raíz de las cosas es el hombre. La raíz de nuestra concepción del problema de las nacionalidades no son conceptos más o menos mitológicos, de patriotismo antiguo, de fidelidades feudales, ni de mitos burgueses, sino la presencia real de los individuos con sus características nacionales en las diversas localizaciones geográficas».

Después de argumentar contra el lysenkismo por descalificar una cuestión o problema por su posible origen social -en este caso, por el origen burgués de la cuestión tratada-, Sacristán matizó que sin negar, desde un punto de vista histórico, la fecundidad de la burguesía, ya reconocida en el propio Manifiesto, «lo que no es ni mucho menos verdad, es que el fenómeno de la constitución de las nacionalidades haya sido un fruto tan recto de la evolución burguesa como parece en las historias». Por ejemplo, proseguía, «no se ve por qué, no hay ninguna ley interna a los rasgos nacionales, para que lo que se llama la nación francesa tuviera que ser más nación que lo que habría podido ser una nación occitana con trozos de lo que hoy es Francia y trozos de lo que hoy es España; o en el caso de Euzkadi exactamente igual».

Lo que es fruto de la burguesía es el Estado nacional. «Un estado que no coincide necesariamente -como manifiestamente lo prueba el caso español, pero también cualquier otro como el francés- con una nacionalidad». Era nacional en el sentido que representaba «el dominio y también la hegemonía de la función dirigente de una determinada burguesía nacional. En el caso de Francia la del centro, la del núcleo parisiense, y en el caso español no me atrevo a decirlo porque es demasiado complicado históricamente; en el caso italiano, la Toscana, etc.»

La predominancia del aspecto cultural en algunos acontecimientos nacionalitarios era explicada por él en los siguientes términos. «Precisamente esto, la no coincidencia estricta entre cosas a las que se pueden llamar nación, por ejemplo Euzkadi, por ejemplo Occitania y aquello a lo que se llama «nación» en las historias burguesas y que es el estado nacional, a saber, que en el fenómeno nacional tal como lo conocemos ahora, sin resolver por la burguesía, hay un visible predominio del elemento sobreestructural.¿Por qué? Porque los elementos básicos, es decir, los económicos, fueron más o menos cristalizados con la constitución del mercado que en cada caso dio pie al Estado nacional». Pero como este Estado nacional no era exactamente «una nación, han quedado elementos no fundamentados ni en la delimitación del mercado, ni por tanto recogidos por el poder, que quedan no sólo como sobreestructuras, sino como sobreestructuras sin política, casi sólo como cultura». De aquí el aspecto muy cultural que tenían algunos fenómenos nacionales.

Sacristán proseguía señalando que no había que olvidar que algunos de estos rasgos nacionales tienen un carácter radical, «son rasgos que están en el hombre: su lengua, su constitución psicológica, muchísimos otros elementos que no se trata de enumerar y que precisamente porque no se quedaron calcados en la realidad económica la burguesía no resolvió, pues ella ha sido un agente muy fecundo, pero dentro del reino de la necesidad», finalizando su intervención indicando que este asunto de las nacionalidades, en lo que tiene de problema irresuelto apunta, como otros tantos problemas de génesis burguesa, como los de las libertades o los de la democracia, por ejemplo, «precisamente más allá del reino de la burguesía, hacia más allá del reino de la necesidad…»

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