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Eduardo Bernabé Ordaz Ducungé: un héroe en la memoria

Fuentes: Bohemia

Bernabé Ordaz -como habitualmente sigue siendo nombrado- se ganó un sitio afectivo y firme en la historia y en la vida del país: fue uno de los más altos exponentes de la obra de la Revolución Cubana en materia de salud. El año 2011 marca 90 de su nacimiento (Bauta, 13 de octubre de 1921) […]

Bernabé Ordaz -como habitualmente sigue siendo nombrado- se ganó un sitio afectivo y firme en la historia y en la vida del país: fue uno de los más altos exponentes de la obra de la Revolución Cubana en materia de salud. El año 2011 marca 90 de su nacimiento (Bauta, 13 de octubre de 1921) y cinco de su muerte (La Habana, 21 de mayo de 2006).

De familia humilde, vendió periódicos, lustró zapatos y fue empleado de bodega para costearse los estudios, y participó en la lucha revolucionaria. Así se graduó de médico en la Universidad de La Habana, en 1951. Conservó la sed de justicia, y en enero de 1958 se incorporó al Ejército Rebelde en la Sierra Maestra. No tardó en alcanzar el grado de capitán, en la Columna 1, encabezada por el Comandante en Jefe Fidel Castro.

Regresó a la ciudad para organizar un hospital clandestino en función de la huelga general planeada para el 9 de abril de aquel año. Perseguido por la tiranía, cuyos cuerpos represivos lo apresaron en varias ocasiones, tuvo que volver a la montaña.

En la historia, en la vida

Su entrada definitiva en la historia y en la leyenda se consumó a raíz del triunfo alcanzado por el pueblo cubano el 1 de enero de 1959. El 8 de ese mes llegó a la capital la caravana victoriosa del Ejército Rebelde, y muy pronto el líder de la Revolución nombró a Ordaz -ya entonces comandante- director del Hospital Siquiátrico de La Habana, o de Mazorra, como suele llamársele por estar enclavado en esa localidad.

Transformar aquel antro dantesco en un modelo de atención humana y profesional fue una de las más ostensibles muestras del significado de la Revolución Cubana. En diferentes entregas la revista Bohemia ha plasmado cómo era aquella institución cuando se le confió a Ordaz dirigirla.

Hasta seis mil enfermos se hacinaban, mezclados a veces con delincuentes peligrosos, y apenas había dos mil camas, en pésimo estado. Faltaban la luz, el alcantarillado y el agua, y muchos pacientes, desnudos y abandonados, morían por enfermedades comunes como la diarrea, y de hambre. Alcanzaba a comer el más fuerte, el que podía luchar por un mendrugo. Es fácil imaginar la violencia generada en tales condiciones, las que halló Ordaz al hacerse cargo del centro.

En otras publicaciones, y en testimonios fílmicos, también abundan imágenes de la degradación que sufrían los enfermos, quienes en general se agravaban, lejos de mejorar. Del cambio que experimentó el hospital a partir de 1959, fueron testigos los mismos pacientes, y el pueblo en su conjunto, al igual que numerosos visitantes de distintas latitudes.

El cambio fue posible gracias a una Revolución hecha por los humildes y para los humildes, y al esfuerzo de médicos, técnicos y trabajadores administrativos y de servicio, encabezados por un revolucionario decidido a que allí triunfaran la ciencia y la condición humana que debe distinguirla. Pronto la participación de los pacientes en manifestaciones artísticas y en los deportes, así como en tareas productivas, empezó a desempeñar su función terapéutica y formadora.

Mazorra devino logro sobresaliente en el sistema de salud que le ganó a Cuba la admiración del mundo, y la rabia de sus enemigos. El país lo consiguió cuando muchos médicos lo abandonaron para seguir cultivando la profesión como negocio lucrativo. En respuesta, dentro de la cuidadosa atención brindada al desarrollo educacional y al avance masivo del pueblo, la nación puso especial esmero en los estudios de Medicina, los que tanto sacrificio habían costado a cubanos y cubanas pobres, como Ordaz.

Tal fue la obra revolucionaria en la que ese médico, además de merecer la condición de fundador del Partido Comunista de Cuba y ser diputado a la Asamblea Nacional durante más de 15 años, presidió el Grupo Parlamentario por la Paz. Se le otorgó el título de Héroe del Trabajo de la República de Cuba, y fue propuesto para el Premio Nobel de la Paz: en sus manos, ese galardón habría tenido la dignidad que pierde cuando se le concede a personificaciones del Imperio belicista.

Incansable trabajador, Ordaz sabía que no bastaban la voluntad y el esfuerzo ante la misión que se le había confiado. Para cumplirla, el médico graduado de anestesiólogo se convirtió, a base de estudio y desvelo profesional, en el siquiatra que fue. En esa especialidad ganó la admiración y el cariño del pueblo, y reconocimientos internacionales de índole científica y social.

Fue miembro de la Sociedad Cubana de Siquiatría y Sicología, y de organizaciones internacionales también prestigiosas. Representó varias veces al país en foros celebrados en el exterior. En 1997 recibió de la Organización Panamericana de la Salud el Premio de Administración, y donó al sistema nacional de salud los cinco mil dólares correspondientes.

Permanencia

Como ocurre en general con el conocimiento científico, y a tono con circunstancias particulares, los conceptos y las técnicas en la atención a las enfermedades -las mentales entre ellas- pueden evolucionar y modificarse al paso de los años. Pero nada menguará el significado humano y los buenos frutos concretos que desde 1959 caracterizan lo que antes fue el infierno de Mazorra. Muerto Ordaz, se le dio merecidamente su nombre a ese hospital, al que consagró la mayor parte de su vida.

Los mecanismos económicos en general, y los salariales en particular, requieren la debida atención. Pero no fue con ellos como Cuba consiguió tan altos niveles en el afán de tener un pueblo sano. Para hablar solamente de ese sector, el triunfo lo hizo posible el esfuerzo afincado en la comprensión de un hecho: el valor profesional y humano de un desempeño que podría compararse con un sacerdocio ejercido honradamente y con denuedo al servicio de la humanidad, desde el puesto de trabajo más humilde hasta el más relevante.

Al administrar los bienes que son propiedad del pueblo, nuestro Estado prioriza los servicios de salud. Pese al bloqueo imperialista -que afecta de modo particular los servicios médicos-, esa prioridad ha permitido formar una gran cantidad de profesionales abnegados y de alta preparación, que a menudo desafían y vencen retos materiales diversos dentro y fuera de la patria. Así se ha fundado un sistema asistencial admirado en el mundo, y en lo tocante a salud mental Ordaz continúa siendo un paradigma.

Mantener en cada puesto una actitud que rinda homenaje a su ejemplo, a su obra, es responsabilidad -en primer término, pero no solamente- de los trabajadores y las trabajadoras de ese sector. Es, ante todo, opción digna para un pueblo cuyos grandes logros en esa materia no son cuestión de negocio, ni fruto de la propiedad privada. Se deben a la socialización de los recursos, de las capacidades y de los esfuerzos necesarios para hacer realidad el lema Salud para todos.

Junto a los mecanismos de control y fiscalización por parte del Estado y sus instituciones, tienen un papel que cumplir las organizaciones políticas y de masas, y, en general, la ciudadanía con su participación, base insoslayable de nuestra democracia. Sería irrespetuoso no contar de antemano con la disposición de los profesionales de la prensa, empezando por sus directivos en todas las esferas, para cumplir oportunamente, a tiempo, la doble obligación de denunciar cualquiera de los males que puedan afectar la inmensa obra, y de estimular los cuidados que esta merece y necesita.

Principios son norma

Recientemente visitamos el Hospital Siquiátrico, donde nos recibieron su director, el doctor Dalsys Torres Dávila, y otros miembros del consejo de dirección. La conversación giró acerca de la historia, el desarrollo y, principalmente, el estado actual del centro. Luego, acompañados por los anfitriones, recorrimos buena parte de la institución, haciendo énfasis en los pabellones de geriatría, que, por sus características, son de los más complejos.

No estábamos en busca del nuevo reportaje que el Hospital merece, y para el cual toda fecha será propicia. Apenas redondeábamos elementos para un artículo de homenaje a Ordaz. Pero por eso mismo queríamos ver y trasmitir el estado actual del centro. En lo relativo al período posterior a 1959 no queríamos dar la imagen concentrada en el rico archivo fotográfico de la revista, sino imágenes de lo que es hoy el hospital.

En las salas que visitamos, los pacientes mostraban con su ánimo y en su apariencia personal los frutos de una esmerada atención. A ratos, desde el local donde ella acostumbra ensayar, nos llegaban ecos de la Banda de Música, creada por el propio Ordaz en los comienzos de su trabajo allí.

Cuando le preguntamos al doctor Torres Dávila qué significa para él dirigir el emblemático hospital, respondió inmediatamente, mientras sus compañeros lo apoyaban con miradas y gestos: «Es el honor más grande que habría podido imaginar, y trabajaré para merecerlo. Se trata de mantener viva la obra del comandante y doctor Ordaz. Él hizo suyas las palabras del siquiatra alemán Emil Kraepelin inscritas en la primera página del sitio digital [ www.psiquiatricohph.sld.cu ] de nuestro centro: ‘ El mejor indicador para valorar la calidad humana de un pueblo es conocer la forma en que trata a sus enfermos mentales'».

Para las aspiraciones de justicia y decoro de nuestro pueblo, el elevado reclamo que Ordaz cumplió como norma de vida es cuestión de ser o no ser. Contra todos los obstáculos, su ejemplo sigue en pie, como acicate y estímulo, no solo en el hospital que él transformó.

 

Con fotos, en http://www.bohemia.cu/2011/09/22/historia/mazorra-ordaz.html

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.