El gobierno de George W. Bush, quien admira al ex general y le ofreció un fuerte respaldo a su campaña contra la segunda intifada (insurrección popular palestina contra la ocupación) y a su plan de repliegue de Gaza, no había ocultado esperanzas de que el nuevo partido de Sharon, el centrista Kadima, formado tras su […]
El gobierno de George W. Bush, quien admira al ex general y le ofreció un fuerte respaldo a su campaña contra la segunda intifada (insurrección popular palestina contra la ocupación) y a su plan de repliegue de Gaza, no había ocultado esperanzas de que el nuevo partido de Sharon, el centrista Kadima, formado tras su abandono del derechista Likud, ganara las elecciones del 28 de marzo.
Una victoria del partido de Sharon le hubiera dado suficiente poder para desmantelar asentamientos judíos en Cisjordania, fortaleciendo el llamado «plan de desvinculación» de los territorios ocupados, que por lo menos logró aplacar la impaciencia de los países árabes y de la Unión Europea sobre el siempre estancado proceso de paz palestino-israelí.
Aunque Kadima todavía puede ganar, es poco probable que tenga la misma fuerza que hubiera adquirido con Sharon encabezando las listas.
Los temores de que el partido, con menos de dos meses de creado, pueda desintegrarse sin la presencia unificadora de Sharon se disiparon en la última semana ante el surgimiento de su sucesor, el viceprimer ministro Ehud Olmert.
Sin embargo, aún no está claro si el nuevo líder tendrá la estatura para tomar las polémicas decisiones por las que Sharon se caracterizó durante su carrera militar y política.
El primer ministro, que no podrá volver a la actividad política tras el daño causado por una hemorragia cerebral que lo mantiene hospitalizado e inconsciente, ganó notoriedad como ministro de Defensa, cuando ordenó en 1982 una invasión a Líbano aprovechada por milicianos cristianos libaneses para matar a cientos de palestinos en los campamentos de refugiados de Sabra y Chatila, en las afueras de Beirut.
En los años 80 y 90, Sharon fue uno de los principales impulsores de la construcción de asentamientos judíos en Gaza y Cisjordania, lo que agravó los enfrentamientos con los palestinos.
En 2000, su visita al sitio sagrado musulmán Haram al-Sharif (o Monte del Templo, para los israelíes), en Jerusalén, desató la ira de los árabes y desencadenó la segunda intifada palestina. Al año siguiente, Sharon triunfó en las elecciones de Israel.
Ahora, su sorpresivo retiro revive las posibilidades del líder del Likud, Benjamin Netanyahu, de recuperar el cargo de primer ministro, sobre todo si antes de los comicios se produce algún ataque palestino o si el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas) derrota al partido Al Fatah en las elecciones de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) previstas para fines de este mes.
«Creo que Olmert ganará. Pero si se produce una mayor crisis, sobre todo de seguridad, eso podría cambiar. El único beneficiado sería Netanyahu y el Likud», sostuvo el jefe de la corresponsalía en Washington del diario israelí Ha’aretz, Shmuel Rosner, durante una conferencia en el conservador Instituto Hudson de la capital estadounidense.
Netanyahu (1996-1999), quien se opuso al retiro de Gaza y seguramente se resistirá al desmantelamiento de los asentamientos judíos en Cisjordania, afirmó que Israel no debe hacer más «concesiones» unilaterales hasta que el presidente de la ANP, Mahmoud Abbas, desarme a organizaciones radicales como Hamas.
La mayoría de los analistas en Washington coinciden en que Abbas, quien cree en la necesidad de llevar a Hamas al terreno político antes de desarmarlo, no tiene la capacidad ni la voluntad de lograr un sometimiento militar de esa organización sin provocar una guerra civil.
Los candidatos de Hamas arrasaron en las elecciones municipales del mes pasado en varias ciudades de Cisjordania, y las encuestas indican que podrían ganar 40 por ciento o más de los votos en los comicios parlamentarios del 25 de este mes.
A diferencia de Al Fatah, principal facción de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Hamas nunca reconoció el derecho de Israel a existir. Por eso, un triunfo del movimiento socavaría la poca confianza que los israelíes comienzan a tener en el «socio palestino» en el proceso de paz.
Eso beneficiaría a Netanyahu y al Likud, aunque también agravaría las tensiones entre Israel e Irán, cuyo presidente, Mahmoud Ahmedinejad, hizo provocativas declaraciones contra los israelíes en los últimos meses.
Ahmedinejad afirmó en un encuentro antisionista que Israel debía ser «borrado del mapa», luego sostuvo que el holocausto judío a manos de los nazis fue un mito, y días atrás dijo desear que Sharon «se una a sus ancestros».
Las agencias de inteligencia israelíes alertan que a fines de marzo, Irán pasará una frontera sin retorno en su camino para desarrollar tecnología nuclear para construir armas, a pesar de que Teherán asegura que sus planes son pacíficos.
Se espera que el programa nuclear iraní esté al tope de la agenda en el «diálogo estratégico» que mantendrán funcionarios de Estados Unidos e Israel en Tel Aviv a fines de esta semana.
Netanyahu llamó días atrás al gobierno de Israel a realizar ataques preventivos contra supuestos sitios nucleares enemigos, como en 1982, cuando bombardeó el reactor atómico iraquí de Osirak, construido por el régimen de Saddam Hussein (1979-2003).
«La decisión de atacar a Irán sería mucho más importante que lo que suceda con los palestinos», sostuvo Rosner.
Ante todo esto, crece el pesimismo en Estados Unidos.
«Cuando un líder moderado de Israel desaparece de la vida política, y un líder moderado es ineficaz en el lado palestino, creo que los extremistas en la región respiran con alivio y dicen: ‘Ésta es nuestra oportunidad'», sostuvo el director del Centro Saban para Políticas de Medio Oriente, Martin Indyk, del Instituto Brooking.
«No son buenas noticias, no sólo para Israel, sino para todos los que quieren ver una solución a este conflicto», añadió el experto, ex embajador de Estados Unidos en Israel durante el gobierno de Bill Clinton (1993-2001).
Con él coincidió Richard Haass, presidente del independiente Council on Foreign Relations (Consejo sobre Relaciones Exteriores), con sede en Nueva York.
Haass, consejero en asuntos de Medio Oriente durante la administración de George Bush padre(1989-1993), sostuvo que ni los palestinos ni los israelíes cuentan hoy con líderes «que tengan la voluntad y la capacidad de hacer compromisos a favor de la paz».
«¿Qué puede hacer Estados Unidos si ya no se da el lujo de ver un proceso de desvinculación de Gaza liderado por Israel? Hoy no hay posibilidades de volver a un proceso de paz tradicional, negociado con las dos partes», afirmó.
Estados Unidos descansaba en Sharon, y ahora deberá volver a involucrarse. «Esto tendrá implicaciones en los esfuerzos de Washington para promover reformas en el mundo árabe, así como en su capacidad de combatir el terrorismo y relacionarse con Europa», añadió.
Pero no todos son pesimistas en Estados Unidos. El director ejecutivo del Israel Policy Forum (Foro de Políticas de Israel), Jonathan Jacoby, cree que Olmert «es la persona ideal para este momento de la historia israelí, pues tiene experiencia y es extremadamente pragmático».
Aunque comenzó su carrera política como un acérrimo miembro de la línea dura del Likud, el apoyo de Olmert al retiro israelí de los territorios palestinos y al Plan de Paz de Ginebra es anterior que el de Sharon, destacó Jacoby
El Plan de Ginebra, de diciembre de 2003, fue un esfuerzo extraoficial de políticos, académicos y miembros de la sociedad civil de ambos lados del conflicto. Prevé dos estados en coexistencia. Israel mantendría sus fronteras anteriores a junio de 1967, cuando invadió Jerusalén oriental, Gaza y Cisjordania, y aceptaría la creación del estado palestino.
Con el respaldo de ex altos mandos de seguridad, en especial de Shaul Mofaz, ex ministro de Defensa, y de Avi Dichter, ex director del servicio de seguridad interior Shin Beth, Olmert podría ganar tantos votantes como el propio Sharon, sostuvo el analista.