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¿Un golpe de Estado posmoderno?

Egipto: la revolución que no fue

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

La revuelta por la democracia de los jóvenes egipcios logró su objetivo aparentemente imposible en poco tiempo. «La Revolución en 18 días», proclamaron muchos cuando Hosni Mubarak abandonó el poder el 11 de febrero. Sin embargo hubo escépticos que lo interpretaron como un secuestro del movimiento por la democracia por parte los militares y sus patrocinadores del interior y del exterior. Los recientes eventos en Egipto apoyan la visión de los escépticos. La revuelta juvenil terminó sin una revolución. El dictador cayó mientras se abortaba la naciente democracia egipcia.

Los manifestantes de la Plaza Tahrir eran jóvenes, valientes y sin mucha experiencia en política y en protestas callejeras. Su movimiento fue espontáneo e impulsivo y sus demandas limitadas. Veían en la remoción de Mubarak la oportunidad de un Egipto que respetara los derechos políticos y culturales de sus ciudadanos. Los manifestantes no pedían un cambio en la desigual de la riqueza y de los ingresos en Egipto. No demandaban la erradicación de la pobreza y la reestructuración de un aparato económico y social creado por Mubarak, sus aliados y los militares.

La salida del poder de Mubarak ni siquiera satisfizo las limitadas demandas políticas a las que aspiraban los jóvenes manifestantes. Con Mubarak fuera del gobierno, los militares ordenaron que los manifestantes volvieran a sus hogares y sitios de trabajo, «reanudaran la vida normal», y terminaran las manifestaciones contra el gobierno. Los soldados evacuaron la Plaza Tahrir. Mientras tanto, numerosos manifestantes que fueron arrestados en los días de la ira siguieron presos y algunos golpeados y torturados, según informes de organizaciones por los derechos humanos. La violencia contra el pueblo continuó.

Una sentada pacífica de 1.000 jóvenes en la Plaza Tahrir se reprimió violentamente el 9 de marzo. Protegidos por soldados, los matones atacaron a los manifestantes. Ramy Esam, de 23 años, estuvo entre los arrestados el 9 de marzo. Fue interrogado durante cuatro horas y golpeado con garrotes, barras de metal, alambres, cuerdas, mangueras y látigos mientras un oficial saltaba repetidamente sobre su cara, dijo Ramy a Ivan Watson de CNN. Mujeres arrestadas protestaron que las obligaron a desnudarse frente a policías hombres y sometidas a un test de virginidad. Las que no no fuesen vírgenes serían acusadas de prostitución, amenazaron las autoridades a las mujeres detenidas.

El 24 de marzo, el gabinete egipcio anunció una nueva ley que prohíbe huelgas y manifestaciones que impidan el trabajo de instituciones públicas, informó Human Rights Watch. La ley prácticamente prohíbe los tipos de actividades pacíficas que condujeron a la caída del presidente Mubarak. Un símbolo de la revuelta por la democracia, las reuniones en la Plaza Tahrir, son ilegales en el Egipto posterior a Mubarak.

Estos y otros acontecimientos y prácticas indican un esfuerzo concertado por los militares para minimizar los potenciales logros democráticos de la caída de Hosni Mubarak. La prisa por realizar un referendo sobre la constitución y las elecciones parlamentarias planificadas para septiembre sólo garantizará el aferramiento al poder de los asociados de Mubarak y otras fuerzas políticas organizadas, como la Hermandad Musulmana.

El movimiento de la Plaza Tahrir fue una revuelta de los jóvenes egipcios inquietos y privados de derechos contra las generaciones anteriores, su poder y control arraigado sobre la sociedad. Las elecciones propuestas tienen pocas posibilidades de cambiar esa estructura del poder. Las apresuradas elecciones impedirán que los jóvenes y las mujeres que lucharon contra Mubarak y su régimen se organicen efectivamente y participen en el proceso con plataformas y demandas bien definidas. Por ahora parece poco probable que la juventud egipcia se beneficie considerablemente de su heroísmo y sacrificios. Sigue existiendo la pregunta: ¿era inevitable este resultado?

La importancia estratégica de Egipto para EE.UU. y el respaldo financiero de EE.UU. al ejército fueron algunos de los factores que ayudaron a descarrilar el resultado del movimiento por la democracia. La manifestación de la Plaza Tahrir creó la posibilidad de un gobierno civil de transición que incluyera a dirigentes juveniles, representantes de grupos de mujeres y sindicatos. Poco después el inicio de las protestas, Mohammad El-Baradei apareció como representante de una amplia coalición de fuerzas civiles. Incluso la Hermandad Musulmana aceptó la representación de El-Baradei. Pero una coalición de esa naturaleza era demasiado abierta e impredecible para Washington y las fuerzas armadas de Egipto. No habrían aceptado un gobierno de transición dirigido por El-Baradei. Éste, ganador del Premio Nobel, fue silenciosamente marginado y Omar Suleimán, un personaje destacado en el aparato de inteligencia de Egipto y estrecho aliado de Mubarak, se convirtió en jefe del gobierno de transición.

La protesta popular estremeció los fundamentos del gobierno de Hosni Mubarak. Los acuerdos entre bastidores de EE.UU. con los militares, sin embargo, garantizaron la supervivencia del antiguo régimen y sus políticas amistosas con EE.UU., sin el dictador desacreditado. Un golpe de Estado posmoderno reemplazó una revolución en potencia.

Behzad Yaghmaian es profesor de economía en Ramapo College de Nueva Jersey, y autor de Embracing the Infidel: Stories of Muslim Migrants on the Journey West y del próximo The Greatest Migration: a People’s Story of China’s March to Power. Para contactos escriba a [email protected].

Fuente: http://www.counterpunch.org/behzad04012011.html

rCR