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Egipto se volcó a las urnas en forma masiva

Fuentes: Página 12

La Plaza Tahrir estaba ocupada aún por los manifestantes, pero la junta militar ganó una primera apuesta: movilizar a los electores, pese a la segunda revolución. Egipto votó con sincera esperanza y también con prudencia.

A las siete de la mañana la señora se ubicó en la cola que ya se había formado, se instaló en la silla plegable que traía y se puso a esperar como si fuera a recibir un premio. Todavía faltaba una hora para que la oficina de voto del barrio de Zamalek, uno de los más caros de El Cairo, abriera sus puertas. Como ella, la gente que estaba delante se había preparado con la misma aplicación. Hani, un vecino de Zamalek, estudiante de fotografía, resume perfectamente bien la paradoja de esta consulta: «Llevo una semana manifestando en la Plaza Tahrir para arrancarles concesiones a los militares, pero no por ello voy a dejar de votar. Sé que todo es incierto, que está mal organizado, que hay riesgo de fraude y todo lo demás. Pero tengo la sensación de que, por primera vez en nuestra historia moderna, votar tiene un sentido».

La escena se repitió en prácticamente todos los barrios de la capital egipcia. La población se volcó a las urnas de forma masiva. Un aluvión de electores entusiastas le dio cuerpo y sentido a la jornada inicial del complejo proceso electoral que empezó el lunes con la elección de dos tercios de la Cámara baja por parte de 9 de las 27 gobernaciones en que está dividido Egipto y terminará recién hacia finales de enero con la elección de la Cámara alta. La Plaza Tahrir estaba ocupada aún por los manifestantes, pero la junta militar ganó una primera apuesta: movilizar a los electores pese a la segunda revolución, a la violencia que se desencadenó y al férreo rechazo de los jóvenes revolucionarios a que las elecciones se llevaran a cabo en estas condiciones. Los protagonistas de la segunda revolución egipcia que se desencadenó el pasado 18 de noviembre tampoco perdieron: después del faraónico poder de Mubarak en febrero derribaron a un nuevo gobierno y, con la presión callejera, forzaron al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSF) a modificar varios párrafos sospechosos de la agenda de la transición democrática.

Con todo, miles de personas pasaron la noche en la Plaza Tahrir con una consigna clara: un no rotundo a entrar en el juego electoral. «No participaré en un montaje preparado por el dictador que reemplazó a Mubarak. Lo que pedimos es que los militares se vayan y que dejen el poder a los civiles durante este período de transición», decía Fuad, un joven estudiante de comercio internacional. «Si votamos, lo único que vamos a conseguir es consolidar el poder de los militares», decía Tawfik, otro joven de la Tahrir. Lo cierto es que la Alta Comisión Electoral tuvo que prolongar una hora el plazo para votar a raíz de la inesperada afluencia de los electores. «Nos sorprendió la cantidad de votantes que participaron, mucho más importante que la prevista», reconoció el responsable de la Alta Comisión Electoral, Abdel Moes Ibrahim.

La palabra «participar» tiene esta vez una connotación muy profunda en un país que no estaba acostumbrado a votar sino a cobrar por un simulacro de voto. Las numerosas irregularidades constatadas el lunes -propaganda electoral en las oficinas de voto, ausencia de veedores, falta de boletas para votar- son inocentes al lado de lo que ocurría antes. En las décadas de Mubarak en el poder la gente, de hecho, no votaba. Cobraba el soborno antes mismo de penetrar en los locales para votar y los agentes del partido mubarakista, el PND, ponían el voto en sus urnas. Mohammed Abderrahmane, un elector del centro de El Cairo, cuenta que hizo una cola de tres horas porque «no me lo quería perder. No estoy con la gente de Tahrir, pero si ellos sacaron a Mubarak, nosotros, que somos más, podemos cambiar las cosas en un proceso limpio, incluso si en este país hay que admitir que todo es medianamente irregular». Es innegable: las oficinas de voto fueron literalmente asaltadas por un conmovedor abanico generacional. Un anciano casi centenario, escudado por un hijo y un nieto, entró a votar alzado en andas porque ya no podía caminar. Cuando salió dijo: «En este país los militares, todos, han sido una maldición y los religiosos unos pegajosos. He votado para dejarle a mis hijos y nietos una semilla distinta en su futuro».

La esperanza humana está más allá de cualquier análisis. Y Egipto votó con sincera esperanza y también con prudencia. Alegría sin euforia. El paso dado por la sociedad es determinante en el camino de la transición política que se puso en marcha luego de la caída de Hosny Mubarak. El voto del lunes no desarma por ello la tensión ni aclara las ambigüedades voluntarias introducidas por los militares en el naciente proceso democrático. Sin embargo, pese a las brumas y a los 42 muertos de la última semana, Egipto parece creer que hay una resurrección posible. Las zonas oscuras de la transición son manchas tan grandes como la presencia aplastante de los militares desplegados en El Cairo el lunes 28. El futuro Parlamento que salga de las urnas tiene poderes limitados por el antojo de los militares.

El Poder Legislativo no es soberano. Su acción depende del Consejo Superior de las Fuerzas Armadas. El ente presidido por el mariscal Mohamed Tantaui, ex ministro de Defensa de Mubarak, conservó facultades presidenciales ante el Poder Legislativo. En este sentido, puede vetar cualquier proyecto de ley que no le guste y ni siquiera autoriza que la nueva Asamblea designe al próximo gobierno según la lógica de la mayoría. El ejército ha conservado amplios poderes que se superponen a la voluntad popular. Por ejemplo, una vez que el Parlamento designe a la comisión que redactará la futura Constitución, el CSFA se atribuyó el derecho de vetar artículos e incluso de nombrar otra comisión si en un plazo de seis meses no se redactó la Carta Magna. Un aparato legislativo lleno de límites y enmarcado por los militares, una Constitución sometida a las botas y un sistema de partidos en construcción con un movimiento ya sólidamente organizado, los Hermanos Musulmanes, la democracia egipcia emerge con fronteras estrechas.

En un encuentro con periodistas en El Cairo, el politólogo Ashraf al Sherif habló no ya de democratización sino de un proceso de «des-democratización» en el cual, bajo la apariencia de una elección pluralista, se ordenó un montaje político para «que nada evolucione» y persista el «orden impuesto por Mubarak sin Mubarak».

Egipto apostó, no obstante, por la capacidad del mandato popular para modificar la relación de fuerzas. Los sondeos anticipan una amplia victoria del signo del Sol, es decir, el símbolo que representa al brazo político de los Hermanos Musulmanes, el partido Libertad y Justicia. Los analfabetos podían elegir así sus listas: un color o la figura de un pájaro o un girasol.

El abanico de partidos y candidatos es vasto. Más de 55 formaciones y 15.000 postulantes conforman la oferta electoral articulada en torno de cuatro bloques: la Alianza Democrática, donde está el PLJ de los Hermanos Musulmanes y al Ghad. La Alianza Islamista, que agrupa a partidos abiertamente salafistas como Al Asala, Al Nur, Al Fadila y Partido para la Construcción y el Desarrollo. El Al Kutla al Masriya, la alianza laica del Bloque Egipcio donde se aunaron los movimientos de izquierda y los partidos liberales como Tagamu, el Partido Socialdemócrata egipcio y Al Masrin al Ahrar. Un bloque inédito en la historia moderna de Egipto figura en las papeletas, la Alianza Al Zaura Mustamira, la Revolución Continúa. Esta alianza, heredera de la Revolución de Enero y recién creada agrupa a los partidos marxistas y a un sector de la disidencia de izquierda de los Hermanos Musulmanes.

A estas amplias alianzas se le suman otros partidos que pueden ser importantes como la Asociación Nacional por el Cambio, fundada por el ex director de la Agencia Internacional de Energía Atómica y Premio Nobel de la Paz, Mohamed el Baradei. Están también los invisibles del disuelto Partido Nacional Democrático de Hosny Mubarak. Sus miembros se han «tapado» presentándose en las listas independientes o bajo la bandera de otros movimientos.

Estas son las fuerzas que se han puesto en gravitación. Los cairotas, apasionados pero también llenos de filosofía, participan plenamente sin dejarse engañar por la promesa de un efecto inmediato. Los irreductible de la Plaza Tahrir no bajan la guardia. El lunes seguían reunidos, pacíficamente, celebrando con música el instante y la revolución. En verdad, no perdieron. Aunque el gran poder manipule y teja y desteja pactos secretos, ellos han cambiado la historia. Nuir, que sí fue a votar, sintetiza el sentimiento compartido por una sociedad consciente de la lucha que le espera mañana: «No dejarán las llaves del banco así nomás. Esto es solo un comienzo. Tardaremos décadas en tener democracia, en que la policía no nos mate ni nos golpee y, peor aún, en erradicar la corrupción. Pero algún día había que empezar. Y empezamos aquí, en Tahrir».

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-182265-2011-11-29.html