Cumplido el primer trimestre de la defenestración del presidente Mohamed Morsi, el pasado 3 de julio, el panorama político egipcio se caracteriza por la dinámica de las autoridades interinas y la resistencia por la Hermandad Musulmana (HM). Golpe de Estado, cumplimiento de un mandato popular y cuantas descripciones admita el hecho, lo cierto es que […]
Cumplido el primer trimestre de la defenestración del presidente Mohamed Morsi, el pasado 3 de julio, el panorama político egipcio se caracteriza por la dinámica de las autoridades interinas y la resistencia por la Hermandad Musulmana (HM).
Golpe de Estado, cumplimiento de un mandato popular y cuantas descripciones admita el hecho, lo cierto es que las autoridades provisionales han acopiado legalidad, como demuestra el retorno a esta capital de varios embajadores que fueron llamados a consulta tras la destitución del mandatario islamista.
El caso más significativo es el del representante de Túnez, Mahmoud Khmer, quien retomó su cargo a principios de semana, a pesar de que El Cairo llamó a consultas a su embajador después que el presidente del país del Magreb demandó en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) la reposición de Morsi en la primera magistratura. Túnez fue, junto a Catar y Turquía, uno de los primeros países en condenar la destitución de Morsi por los militares a principios de julio pasado, a todas luces debido a los lazos que unen a los partidos en el gobierno en ambos países con la HM egipcia, de cuya dirección el derrocado mandatario era un miembro prominente.
Morsi renunció a su cargo en la cofradía poco antes de asumir la Presidencia el 30 de junio de 2012, como prueba de que se proponía ser «el presidente de todos los egipcios»; sus opositores lo acusaron de haber faltado a ese compromiso y de seguir las órdenes del guía supremo Mohamed Badie.
Durante los nueve meses de protestas callejeras que antecedieron a la caída de Morsi, la consigna principal de sus opositores era «Yaskot, yaskot jokm morshet» (Abajo con el Gobierno del Guía, en árabe), una acusación a la que el mandatario dio pie con decisiones urticantes para los sectores laicos de la sociedad.
Desde los acontecimientos de fines de junio, mucho se ha hablado de las circunstancias que pusieron en crisis al mandatario, un profesor universitario de vida inmaculada, notorio por su austeridad y religiosidad, ajeno a la corrupción de políticos comprometidos con el gobierno del derrocado presidente Hosni Mubarak.
Esos factores favorables fueron eclipsados a medida que el presidente emprendió un giro hacia lo que sus detractores llamaron marcada intención islamizante del país, una sombra que planeó sobre la candidatura de la HM en las elecciones presidenciales del año pasado.
Morsi y la HM fueron capaces de acallar esas versiones, hasta el punto que varias entidades laicas se le sumaron de manera pública en un acto realizado en el hotel Fairmont, próximo a las riberas del Nilo en esta capital.
Con el paso de los días, las críticas de las agrupaciones y los sectores izquierdistas y laicos egipcios a las decisiones del mandatario se hicieron más patentes, hasta desembocar en las multitudinarias protestas que propiciaron su destitución por las fuerzas armadas.
La crisis actual tomó cuerpo con la dispersión de dos campos de protesta por Morsi, uno en un distrito de esta capital y el otro en las proximidades de la Universidad de El Cairo, en la adyacente provincia sureña de Giza, durante las cuales se estima que murieron más de 600 personas y un número muy superior resultaron heridas.
Establecido el gabinete interino, sus miembros, y los mandos del Ejército y el Ministerio del Interior, han encontrado una férrea resistencia por la HM, estimados en unos 3 millones de los casi 90 millones de habitantes que componen la población de este milenario país.
Apenas pasa un día sin que se reporten choques entre manifestantes islamistas y sus enemigos jurados, algunos causantes de víctimas mortales, como las dos registradas por batallas callejeras en universidades del norte del país desde fines de septiembre y el mes en curso.
A pesar de la palpable tensión, el gobierno provisional gestiona su aceptación tanto en el contexto regional como en el mundial, un frente en el cual ha registrado éxitos, como el retorno a esta capital de varios embajadores llamados a consultas y la equidistancia del conflicto adoptada por otros Estados que condenaron la sustitución de Morsi.
En ese frente el gabinete transicional cuenta con el apoyo del reino de Arabia Saudita, cuya influencia regional es innegable, de Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos, tres países que han prometido fondos de hasta 12 mil millones de dólares para equilibrar la economía egipcia, parte de los cuales, 7 mil 500 millones, ya están en las arcas del Banco Central. Asimismo hay una reacción favorable en la Bolsa de Valores en El Cairo, que, salvo breves paréntesis, registra índices al alza, mientras el comité ad hoc acelera la redacción de las reformas de la Constitución, cuya promulgación tras referendo popular debe dar paso a comicios legislativos primero y presidenciales después.
Esas buenas noticias ocurren en un mundo, pero en el de las calles de los distritos pobres de esta capital y las zonas del sur profundo, donde la HM prestó durante años una vasta asistencia social, persiste la fidelidad a los postulados islamistas, considerados los únicos capaces de sacar a Egipto del estancamiento y el subdesarrollo.
El enfrentamiento de ambos universos es raigal, ninguna de las partes cede en sus posturas, como evidencian los magros resultados del intento de mediación de la jefa de Exteriores de la Unión Europea, Catherine Ashton, que ha realizado tres visitas a esta capital desde julio pasado sin obtener resultados tangibles.
Ataques contra el Ejército en la península de Sinaí, atentados, incluido uno fallido en esta capital contra el ministro del Interior Mohamed Ibrahim y la explosión de artefactos explosivos artesanales, indican que los seguidores de la HM utilizarán todos los métodos a su alcance para desestabilizar ese mundo en el que viven las autoridades interinas y del cual ellos no forman parte.
Fuente original: Prensa Latina