Nota de edición: una versión parcial de esta entrevista apareció en la revista El Viejo Topo, julio-agosto de 2018. Doctor en Historia contemporánea, Sergio Gálvez Biesca (Madrid, 1980) es actualmente investigador del Instituto Ibero-Americano de La Haya por la Paz, los Derechos humanos y la Justicia Internacional. Ha sido docente en la UNED, en la […]
Nota de edición: una versión parcial de esta entrevista apareció en la revista El Viejo Topo, julio-agosto de 2018.
Doctor en Historia contemporánea, Sergio Gálvez Biesca (Madrid, 1980) es actualmente investigador del Instituto Ibero-Americano de La Haya por la Paz, los Derechos humanos y la Justicia Internacional. Ha sido docente en la UNED, en la Universidad Complutense y en la Universidad de Buenos Aires. Es autor de más de medio centenar de publicaciones científicas y fue miembro fundacional en 2005 de la Cátedra Complutense Extraordinaria «Memoria Histórica del siglo XX».
Mi más sincera enhorabuena por su libro. Tengo un problema, se lo confieso, al entrevistarle: se me ocurren mil y una preguntas pero no quiero abusar. Que conste, para los lectores, que me voy a dejar muchas en el tintero. Empiezo por un texto amigo. Mire lo que dice del libro (y de usted) un historiador admirado, Mario Amorós ( https://www.rebelion.org/noticia.php?id=236736 ): «[…] Gálvez Biesca estudia las antecedentes inmediatos y los más lejanos… de aquella gran movilización, su desarrollo y sus consecuencias. Y lo hace a partir de una documentación de archivo cuidadosamente elegida y exhaustivamente trabajada… El libro se cierra con un relato casi periodístico de la gran manifestación en Madrid del 16 de diciembre, con citas de los discursos de Nicolás Redondo y Antonio Gutiérrez… Por otro lado, con el paso del tiempo se ha mitificado aquella fecha». ¿Qué se siente cuando uno lee cosas así?
Una mezcla de satisfacción, responsabilidad y cierto tembleque. No me esperaba tal acogida a tantos niveles -acad émicos, políticos, sindicales y, en especial, entre las redes de amistad y también en el ámbito de las redes sociales- en tan poco tiempo. Cuando el editor de Siglo XXI de España/Akal, Tomás Rodríguez, me ofreció la posibilidad de escribir un libro sobre el 14D me pareció una gran oportunidad. Un tren que se coge o no. Yo me subí a él. Eso sí, el encargo fue de tal importancia que he tardado cuatro años en terminarlo pese a que partía, en buena medida, de lo escrito en mi tesis doctoral por más que terminara dándole la vuelta al texto inicial. Por lo demás, Mario Amorós es un buen amigo pero, sin duda, leer su reseña te sube la «moral».
Permítame dar cuenta del índice del libro para el lector de la entrevista: índice de siglas (¡seis páginas y media!); Presentación: «¿Historia de un éxito?», 18 capítulos (algunos muy extensos, casi un libro en sí mismos; el IX, por ejemplo, se acerca a las 100 páginas) y la bibliografía. El primero de esos capítulos se titula: «Felipe se olvida de la letra de La Internacional. El fin de un centenario proyecto común de partido y sindicato». Usted, a lo largo del libro, no parece tener mucho aprecio por la figura política-histórica del ex asesor de Gas Natural. ¿Por qué? Algunos, no son pocos, pensaron y piensan que ha sido el político más brillante de la España del siglo XX (incluso de parte el XXI), a la altura de Azaña, Álvarez del Vayo o Negrín por ejemplo.
El gran milagro de Felipe González antes, durante y después de los gobiernos socialistas, y hasta tiempo muy reciente, ha consistido en una prolongada como acertada estrategia de marketing de su imagen personal y política. Por este orden. ¿En qué ha consistido?
Eso le pregunto, en qué ha consistido, cómo lo ha logrado.
Pues en una mezcla capaz de combinar lo que el «pueblo» quería oír, votar -y, por acompa ñamiento, por la ausencia de una oposición política capaz de competir políticamente con él y con el PSOE – y llevar a cabo, al mismo tiempo, un programa pol ítico-económico liberal o neoliberal, a gusto del lector. Lo anterior, por el lado económico y laboral, pero si se mira su legado en materia de política social, política cultural, política antiterrorista o, directamente, en términos de comportamiento «ético» o de actitud frente a la corrupción a nivel partidista y gubernamental, el balance resulta claro. Hoy sobran las palabras, aunque hasta hace unos pocos años todavía persistía la aureola del gran político español del último tercio del siglo XX. Lo que condujo a un «silencio» generalizado sobre su papel real a lo largo de sus 14 años al frente del Ejecutivo. Por supuesto, que el llamado Régimen de 1978 necesita de figuras de este tipo como sucede con las biografías de Suárez o Carrillo. Le fortalece, le asegura estabilidad, aun a costa de un gran envejecimiento de sus mecanismos de consenso y dominación.
Por otro lado, solo con la perspectiva del tiempo, pasadas unas décadas, la ciudadanía y, sobre todo, los sectores populares han empezado a ser conscientes de quién fue realmente Felipe González. Es pegarle un meneo a las redes sociales y observar en quienes le votaron en el 82, y en otras tantas elecciones, un sentimiento de «arrepentimiento» por su apoyo. Con un añadido: la palabra «traidor». Aquí se mezclan dos aspectos paralelos: una crítica difusa por su actuar como presidente del Gobierno pero, sobre todo, en relación con sus declaraciones y posicionamientos políticos adoptados en estos últimos años, junto con su paso al sector privado en uno de los más evidentes ejemplos de «puertas giratorias». ¿Acaso se podía esperar otra cosa?
Mucha gente, como usted mismo dice, se esperaba «otra cosa».
González nunca fue un traidor a sus ideas, a sus convicciones o ideología. En primer lugar, porque siempre se caracterizó por carecer de una ideología precisa. Toda su vida Felipe ha sido un gran pragmático en el terreno político y ético. Y, en segundo lugar, ya que en realidad nunca traicionó a sus votantes si se pega un repaso a los programas electorales y las políticas que llevó a cabo. Otra cosa es la imagen política que quiso transmitir y que tan distante sería de sus políticas reales ejecutadas. Pero ni engañó ni traicionó.
Me centro en la temática del libro. Usted tenía 8 años cuando la huelga del 14D. No sé qué ambiente familiar le rodeaba, no sé si llegó a participar (aunque me imagino que sí: los maestros y maestras de su escuela harían huelga ese día). Pero ¿de dónde su interés por esta huelga obrera?
Efectivamente en 1988 tenía 8 años. A pesar de haber estado encerrado un largo tiempo con el libro, en momento alguno me ha venido ningún tipo de recuerdo. Lo que, por otro lado, ha sido enormemente positivo para tomar distancia con el objeto de estudio. No obstante, recuerdo algo de la huelga general de 1992 -recog í algunas pintadas en un diario infantil, que, claro, uno lo lee ahora y cae en la cuenta de la inocencia de un niño – y bastante de la huelga general de 1994.
Está muy bien esa inocencia de niño a la que alude .
Procedo de una familia obrera de manual. Del sur de Madrid. De Aluche. Padre albañil. Madre ama de casa. Más. De una familia militante: de una familia comunista. Mi padre, Juan, se dejó buena parte de su juventud entre la militancia, la clandestinidad y la cárcel por defender derechos que nos están arrebatando a pasos agigantados. De las Juventudes Comunistas, pasando por las CCOO y el PCE hasta la lucha armada contra el régimen franquista. Todo un orgullo. Toda esa parte que llevo descubriendo estos últimos años poco antes de que mi padre muriera muy joven -en gran medida por las heridas internas e invisibles que le dejaron las huelgas de hambre en la c árcel de Carabanchel – y sobre todo despu és, en realidad, no constituyen el inicial motivo de escribir un libro de este tipo, a pesar de que en mi casa cada huelga general, cada huelga en la construcción, cada acción y/o reivindicación se llevaba a cabo costara lo que costara. Y, te lo digo tal cual, lo pasamos fatal en no pocas ocasiones. Tiramos adelante, en no pocas ocasiones, gracias a esa vieja -y hoy pr ácticamente ya desaparecida – solidaridad de barrio.
Le interrumpo un momento, perdone. ¿Algún ejemplo de esa solidaridad?
Ahí estuvieron las vecinas y vecinos de portal y algún tendero -en este último caso aquello fue más un ejercicio de «solidaridad obligada», en tanto, cómo se iba a negar a dejar apuntado un poco de leche, pan o huevos en un barrio en donde todo el mundo se conocía- quienes echaron una mano, principalmente, con comida o algo de dinero para medicinas. Te diré más: en los años ochenta todavía seguían existiendo las «listas negras» en la construcción. Imagínate. Todo ello en un contexto de profunda crisis económica. Tiempo más tarde, recuerdo las conversaciones con mi padre comentándome cómo iba de obra en obra y en todas les decía que no había trabajo. En muchas de ellas terminaron colgando un cartel diciendo: «No se necesita mano de obra».
Prosiga, prosiga. Le he interrumpido.
Prosigo. Desde que entré en la Universidad Complutense de Madrid para cursar la Licenciatura de Historia -y para lo cual me tir é no pocos veranos en el tajo con mi padre poniendo ladrillos y aprendiendo un oficio – me sorprendi ó la escasa atención que se prestaba a la historia del movimiento obrero y del comunismo español -aunque, por fortuna, esta última cada vez se encuentra mejor atendida -. L ógicamente, eran los temas que más me interesaban. Cuestiones, todas ellas, sobre las que he intentado reflexionar y escribir en términos de debate historiográfico. Lo cierto es que todavía no sé cómo terminé haciendo el doctorado, la tesis… Fue una mezcla de falta de salidas y un optimismo un tanto ingenuo por intentar ser profesor universitario de Historia. Hay que recordar que para toda aquella generación de madres y padres que habían sufrido y sobrevivido al franquismo y cuando, más o menos, habían asentado su vida, su gran ilusión consistió en que sus hijos fueran a la universidad. Si, además, se quedaban eran el orgullo del barrio. En fin, que un día me tocó elegir director de tesis. Tampoco todavía sé cómo Julio Aróstegui dio el sí. Al día siguiente, quien luego sería más que un maestro, un amigo, me pidió un tema. Estaba en plena relectura de un texto fundamental de mis tiempos de cuadro de las Juventudes Comunistas: el famoso Informe Petras. Sin anestesia, le dije: «Pues, Julio, le quiero meter mano a las reformas laborales de los Gobiernos socialistas». Y ahí comenzó todo.
Su libro supera las 760 páginas, la bibliografía debe tener más de 400 entradas, las notas a pie de página deben superar el año de nacimiento de Galileo Galilei, ha usado documentación inédita,… Algo ha comentado antes pero insisto: ¿cuántos años de documentación, estudio y escritura le ha llevado la elaboración del libro? ¿Han valido la pena?
Pues entre tesis más incursión en archivos de toda clase y condición para La gran huelga general, unos 10-12 años. Tirando por lo bajo. No obstante, tengo documentación para varios futuros libros que, partiendo de mi tesis doctoral –Modernización socialista y reforma laboral (1982-1992)– pretenden abordar -si el trabajo, los ni ños y la propia vida me lo permiten – la d écada de los años ochenta desde una perspectiva de la historia social desde abajo y con los de abajo, y en donde se pretende recuperar la historia del movimiento obrero y sus luchas.
¿Ha merecido la pena? Pues sí y no. Sí, en el sentido de que ves el libro en las librerías, te llaman para presentaciones, hacen reseñas, sales incluso en programas de televisión o radio, te escriben para agradecerte que, por fin, alguien hable de los militantes obreros, los sindicatos, sus dirigentes. Les ponga voz, nombre y apellidos. No, en el sentido, de que pienso y valoro el tiempo que le he quitado, al menos, a mis dos hijos pequeños y a mi propia pareja. A mi vida personal. Precisamente, a Mario y Nora está dedicado el libro por las horas robadas. Resulta harto difícil encontrar un equilibrio entre la vida académica y la vida personal. Quizá, esto último, es algo que pocos lectores entiendan pero que tan necesario resulta explicar y defender.
No tan pocos, no crea. Muchos lectores y, sobre todo, lectoras creo que entenderán las dificultades que señala. «Historia social desde abajo y con los de abajo», dice usted. Me ha recordado las expresiones que usaba a veces un amigo y maestro mío, Francisco Fernández Buey. ¿Y qué es eso? ¿En qué consiste esa perspectiva? ¿No es o no debe ser, por otro lado, la usual para un historiador de izquierdas?
No te puedes hacer una idea lo que le echo de menos a Paco. Uno de los grandes. De los imprescindibles. Bien lo sabes tú. Cada conversación con él era una lección de vida.
Por otro lado, no considero que se pueda hacer una traslación directa entre una historia desde abajo y con los de abajo y una historiografía de izquierdas. Esta última está en retirada y personalmente me conformo con que en el «gremio» haya historiadores coherentes y profesionales. Por otro lado, yo vengo de una tradición marxista pura y dura. Ahora bien, en estos últimos años he aprendido mucho de la escuela británica y de otras tantas, marxistas o no, de cara a repensar y adecuar teoría, metodología y enfoques. Eso sí, siempre, con Gramsci debajo del brazo. Y aprovecho la ocasión, si me lo permites, para la correspondiente cuña publicitaria: la defensa del materialismo histórico, con sus aciertos y sus insuficiencias, hoy es más que obligada.
Dicho queda: más que obligada. Por cierto, hablando de notas de pie de página. Por la extensión e información de algunas (que no son pocas), he pensado al leerlas en notas del primer libro de El Capital. ¿Por qué no ha incorporado al texto central muchas de los análisis e informaciones desarrollados en esas notas? Un gran maestro, W.O.V. Quine, solía protestar educadamente ante los libros que le obligaban a lecturas bidimensionales.
De nuevo, tengo que agradecer a Siglo XXI de España toda su flexibilidad en este aspecto. Tuve total libertad. No es fácil encontrar una editorial que, además de atreverse a publicar un libro de estas características -pero que, a fin de cuentas, ha resultado ser la primera monograf ía sobre el 14D, lo que indica, al mismo tiempo, la dificultad del asunto – haya permitido tal despliegue cr ítico.
Sin embargo, creo -y as í me lo han trasmitido conocidos y no conocidos – que el libro es perfectamente abordable sin leer las notas. No voy a defender que se trate de un libro de difusi ón, pero sí que he tratado -y no es ning ún tipo de egohistoria – de que est é escrito para todos los públicos. Sin pedanterías académicas. Sin abrumadoras citas en el cuerpo central. De hecho, se puede leer sin tocar una nota a pie de página, pese a que resultan más que aconsejables. Todo esto fue una obsesión: escribir en un lenguaje accesible pero sin perder el hilo académico.
Como antes decía, tenía usted 8 años entonces y yo, en cambio, que participé activamente en la medida de mis fuerzas, muchos más. Después de leerle me he sentido bastante frustrado. Sabe usted, mucho, muchísimo más que yo de esa «jornada de lucha». ¿Cómo se consigue penetrar tanto, sentir tan tuyo, un tema de estudio?
Leí poco después de entregar el libro una cita de autoridad de esas que no se te olvidan: «Un libro nunca se termina, se abandona». En este caso había unos plazos que fui agotando hasta el límite. La paciencia del editor de Siglo XXI de España fue eterna. Lo tengo, nuevamente, que reconocer. El resultado final del libro me terminó obsesionando. Fue terrible y maravilloso a la vez. Cuantos más documentos de archivo encontraba, más prensa localizaba y más intercambiaba opiniones con protagonistas de aquel tiempo, fui dándome cuenta de lo que se jugó en aquellos meses, semanas, días… que antecedieron al 14D. Sobre todo en una situación en que, se mirara donde se mirara, nadie se había internado más allá de referencias vagas y erróneas por extensión.
Terminas soñando con ese u otro aspecto que se relatan en el libro. Te levantas y te das cuenta de que falta tal o cual detalle. O peor, que no has tocado este u otro punto. Vas internándote en aquellos años como un outsider que lo ve desde fuera pero desde nuestra perspectiva del presente histórico. Intentas que todos los trozos de esa historia -que no son pocos – cuadren para explicar la relevancia hist órica de la huelga general del 14 de diciembre de 1988. Un momento único y excepcional. De una potencialidad histórica de primer nivel.
La presentación, «Historia de un éxito», lleva interrogantes. ¿No fue entonces un día de júbilo el 14D? ¿No es una historia de éxito la historia que usted nos explica?
Estamos ante el gran drama del 14D desde la perspectiva sindical. Se puede ganar una huelga y no rematarla en los despachos. Eso es lo que sucedió, en buena medida, después del 14 de diciembre de 1988. Sin querer adelantar lo que plantea el libro, sin duda, ha sido una de las grandes ideas-fuerzas del mismo. Desde las primeras páginas a la última. En suma, explicar cómo se puede paralizar un país -recordemos, paró más de un 90% de la población activa, con más de 8 millones de trabajadores y que a punto estuvo de provocar la dimisión del propio Felipe González – y, sin embargo, obtener unos resultados bastante modestos en el terreno de los hechos. En el terreno de los avances sociales y sindicales. Bien es cierto que se retir ó el Plan de Empleo Juvenil (PEJ) -inicial y verdadero detonante de la convocatoria de la huelga general- así como se consiguieron algunos avances -que no victorias- parciales y temporales pero siempre tan lejos de los objetivos sindicales. Lo que eufemísticamente se llamó «giro social».
El objetivo sindical de fondo por parte de las CCOO y la UGT fue el de modificar -aunque fuera levemente- la dirección, los objetivos y la estrategia de la política económica del Gobierno socialista. No lo consiguieron.
¿No lo consiguieron?
Al contrario, el Gobierno, el PSOE, tras quedar en shock, durante días, lograron darle, en gran medida, la vuelta a la situación. Supieron recuperar la agenda y la iniciativa política, atenuar los costes de la huelga, pero, sobre todo, consiguieron un gran pacto de Estado no escrito a modo de gran frente antisindical con el apoyo de todas las fuerzas políticas de derecha, medios de comunicación, patronal… Con un doble objetivo: evitar un posible debilitamiento de las bases consensuales del Sistema y por otro proseguir el camino emprendido de la reestructuración del modelo capitalista español. Vamos, que le dieron la vuelta. Sumado a otro añadido: cuando llegó la crisis de los primeros años noventa se acusó, al unísono, a aquel tímido y pequeño «giro social» como su principal causante por el muy supuesto alto gasto presupuestario en términos sociales. Aquella crisis -corta pero muy dura – en realidad fue producto del modelo crecimiento especulativo e irracional que diseñaron los tecnócratas de Economía siempre con la bendición de González.
Por tanto, cuando se habla de una «historia de éxito» entre interrogantes también se pretende avanzar en un debate poco transitado en la historiografía: la modernización y democratización de la convocatoria de las huelgas generales. Superado el franquismo ninguna huelga general convocada ha tenido por objeto tumbar al gobierno de turno. El 14D no fue una huelga revolucionaria. Al contrario, fue una huelga profundamente democrática e interclasista en todos sus sentidos, que reivindicó, al mismo tiempo, una de las herramientas fundamentales de la lucha obrera y contribuyó, por otro, a consolidar el Estado social y democrático de Derecho. A buen seguro, aquí se encuentre uno de los grandes legados del 14D.
Descansemos un momento, tomémonos un respiro.
De acuerdo.
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