Siempre se ha dicho que el ser humano es capaz de lo mejor y lo peor. Y es cierto. En todos los rincones del planeta han surgido pueblos con culturas variopintas. Muchas de ellas en constante interacción con otras a su vez. Desde entonces, se ha ido dibujando el escenario que reconocemos en la actualidad […]
Siempre se ha dicho que el ser humano es capaz de lo mejor y lo peor. Y es cierto. En todos los rincones del planeta han surgido pueblos con culturas variopintas. Muchas de ellas en constante interacción con otras a su vez. Desde entonces, se ha ido dibujando el escenario que reconocemos en la actualidad con toda su belleza y miserias, generando constantes conflictos y dando lugar a las más bellas manifestaciones en pro de la humanidad.
Decía que es capaz de lo mejor, porque hemos creado en un continuo crecimiento de nuestro acervo cultural una riqueza cultural tal, que basta con nombrar solamente el desarrollo que ha alcanzado la tecnología en nuestro tiempo para darnos cuenta de dicha afirmación.
El control de los recursos ha sido una constante desde los orígenes de las primera civilizaciones y mucho antes. De ellos dependemos para cubrir nuestras necesidades más básicas. En un principio, el hombre primitivo vivía en completa armonía y simbiosis con la naturaleza. Era uno más, y por lo tanto, sometido inclusive al miedo y al terror. Desde entonces las cosas han cambiado mucho, el hombre ya no siente miedo, sólo él está por encima de todas las demás especies. En nuestro vano intento de controlar la naturaleza nos hemos topado con procesos climáticos en la actualidad que hacen pensar que no sólo no controlamos la naturaleza, sino que esta misma se nos revela cambiante y hasta amenazadora, poniendo en peligro los mismos recursos con los cuales nos proveemos para cubrir nuestras carestías más básicas.
En este punto, es cuando hay que hacerse una pregunta: ¿Ha caminado a la par desarrollo tecnológico como exponente más valioso de nuestra cultura ahora global y conciencia?, y también, ¿Deben ir de la mano?
En mi opinión, el hombre actual disfruta de un alto nivel de vida, pero de un bajo nivel de conciencia y ética. Esto se manifiesta de manera clara en que sólo un porcentaje mínimo de esa población disfruta de tales prebendas. Pero peor aún es saber que es insostenible si el resto, la mayoría, aglutinara recursos como nosotros. Harían falta varios mundos para satisfacer nuestras necesidades de la manera que estamos acostumbrados a consumir los recursos que nos brinda nuestro ecosistema.
En nuestro intento de controlar los recursos y detrás de esta máxima vital, el humano ha construido todo un código de conductas, hábitos y códigos morales. Hemos sido capaces casi sin pensarlo, por propia inercia, esconder este hecho con la grotesca creación de diversas instituciones: cuerpos teóricos, ideologías, religiones, Estados, etc. Al fin y al cabo, y a modo de ejemplo, el fervor religioso y las guerras creadas por él no han venido sino a representar de la manera más vulgar el control de más espacio y más recursos. Y como no, las mentes como mismo recurso y fuerza legitimadora para justificar los fines de sus élites de poder. Los Estados, más de los mismo, cambia la formalización burocrática, más refinada, que ejerce un mayor control sobre el ciudadano. Así mismo, hoy día es natural ver la existencia y relación de diversas instituciones legitimadas por el paso del tiempo, como son Estado e iglesia. Repito, ¡Tenemos un déficit de conciencia y ética! ¿Qué da legitimación a una institución como la iglesia? La respuesta podríamos encontrarla en el estudio y comprensión del origen de las desigualdades. En algún momento del desarrollo histórico de la humanidad e influenciado directamente por el temor y desconocimiento del medio natural por parte del hombre primitivo, éste, se ve obligado a enajenarse voluntariamente viendo el poder de la naturaleza, ésta, en un chasquido de dedos podía arrebatarte la vida. Se da cuenta que el sol y distintos fenómenos meteorológicos los cuales no alcanza a comprender todavía derivan en el decurso de sus vidas. Por ello no es casual que las primeras culturas, inconexas muchas de ellas, idolatraran al mismo tiempo al sol, a animales, etc. Esto, el paso del tiempo y el hecho del surgimiento de las primeras civilizaciones, donde se pasa de bandas, tribus y pequeños pueblos a vidas más sedentarias, más organizadas y de mayor número. En este tipo de sociedades surgen nuevos retos y compromisos. En silencio, todos los ciudadanos firman los que Hobbes denominó contrato social, fue el comienzo de la renuncia de la libertad por la seguridad; comienza a gran escala la coerción estatal. En este momento las desigualdades sociales también han evolucionado. La acumulación de riqueza y la pertenencia a diferentes clase sociales se ha agudizado. La religión y sus élites también se desarrollan y para legitimarse adoptan todo tipo de manifestaciones y ritos litúrgicos muy solemnes y aparatosos. Escriben y adoctrinan moral e ideológicamente al vulgo, ignorante y despojado de otros discursos, de un débil desarrollo de la expansión del conocimiento. Nadie se aventura a discutir a esos grandes señores, porque sólo ellos, aunque siendo igual que nosotros, tienen la cualidad de comunicarse con los mismos dioses. Y a estas alturas, dioses creados por nosotros mismos, no revelados. De esto último, nada sabemos, estamos a oscuras y es muy posible que nunca lo sepamos. Nos queda muy grande, debemos ser más humildes. Sólo la física actual nos puede dar algunas respuestas pero ni de cerca se acercan a lo que pretendemos al dar explicaciones simplistas por parte de las religiones. Demócrito, hace ya más de 2.500 años, había visto y contemplado esto mismo en el origen y causas de las religiones: la superstición ante los prodigios impresionantes de la naturaleza. Sería más fácil aceptar la fábula popular sobre los dioses que ser esclavo de la fatalidad de los fisiólogos. Porque aquélla suscribe una esperanza de absolución mediante el culto a los dioses, pero ésta nos presenta un destino inflexible.
La avaricia está presente y bien arraigada en todos nosotros. Lleva aquí desde tiempos inmemorables y en su desarrollo con el paso del tiempo a alcanzado cotas que debería escandalizarnos.
Esta apareció en los inicios del ser humano, en los clanes, tribus y culturas chamánicas. El hombre primitivo se daba cuenta de que tener una simple piel con la que cubrirse mejor que la de sus congéneres, un mejor conocimiento del medio o una mejor arma podían conferirle poder sobre los otros. Así comienza el origen de las desigualdades sociales. Aceptadas cognitivamente por todos nosotros.
Esto último resulta interesante resaltarlo para saber y reconocer que el ser humano es un ser social pero también egoísta. Esto es algo que sabemos todos. Pero también es cierto que hemos alcanzado un nivel de conciencia mayor que antes potenciado por la cultura y la necesidad indisoluble de acercamiento entre seres humanos, el acercamiento al otro, al desconocido. Y que una vez conocido no nos infunde tanto temor y recelo como creíamos o más bien nos han inducido a pensar. Fomentando así conflictos de toda índole.
La avaricia está inmersa en cada institución, lo está en la constitución y formación de Los Estados, lo está en el origen y establecimiento de las religiones, está en la conceptuación del sistema financiero y por último está en nosotros mismos de manera individual. Manifestándose en las formas de relacionarnos entre nosotros mismos y con nuestro nicho ecológico.
Humildemente, creo que lo que pedimos hoy muchos es una revolución ética. El ánimo humano no resiste fácilmente la idea de la completa libertad, de la independencia total y del intranscendente destino del hombre. Gusta de sentirse encadenado a algo perdurable que supere el propio yo limitado y se agarre con fe a las estrellas fatídicas como El Estado y su alegato corrupto.
La política actual, todo ese desorden y rivalidad, es algo lamentable. Ahora y siempre ha estado en manos de violentos caudillos retóricos, o ni siquiera retóricos, esto es algo que no debe perturbarnos. En el curso de la vida no hay que embarcarse en esa nave metafórica del Estado, barco de locos timoneles y viajeros necios, sino que más vale echarse a nadar sólo. Hasta que no comprendamos e interioricemos esto, nada habrá que hacer. Es por ello que se trata de una verdadera revolución ética de lo que se está hablando y se plantea. El hombre está sólo, frente a los demás hombres, quedándole sólo las alegrías del placer, de la amistad y del conocimiento.
Esa revolución ética debe alcanzar todas las esferas de la sociedad, comenzando por nuestro sistema educativo. Éste, debe educar a nuestros hijos tanto en las distintas materias que hoy día se imparten como en los sentimientos. Éstos ayudarán a nuestros hijos a superar los retos a los que se verán abocados en su existencia en la edad adulta, a ser más críticos, a dar importancia a lo que se merece, etc.
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