Esther Vivas es una luchadora incansable de la resistencia cívica, miembro del Consejo Científico de ATTAC, activista e investigadora en movimientos sociales y políticas agrícolas y alimentarias. Además, es licenciada en periodismo y forma parte del Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Es autora de diversos libros, el […]
Esther Vivas es una luchadora incansable de la resistencia cívica, miembro del Consejo Científico de ATTAC, activista e investigadora en movimientos sociales y políticas agrícolas y alimentarias. Además, es licenciada en periodismo y forma parte del Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Es autora de diversos libros, el más reciente, Planeta indignado. Ocupando el futuro (Sequitur, 2012). En él, junto a Josep Maria Antentas, explica las características del movimiento del 15M o Indignados, que durante la primavera de 2011, ocupó las plazas de distintas ciudades españolas. Un movimiento ciudadano pacífico que promueve una democracia más real, más participativa.
Pregunta: Como investigadora en movimientos sociales y activista, ¿cómo los definirías?
Respuesta: Un movimiento social es un grupo de personas que comparten una cierta identidad colectiva y se movilizan por canales no institucionales para cambiar una determinada situación. Hay movimientos sociales muy diversos que buscan transformar la sociedad en determinados aspectos, al considerar que las prácticas que lleva a cabo el gobierno en ese ámbito no son correctas. Hoy se pone en cuestión el sistema actual, en el marco de la crisis aguda que estamos viviendo. Y este contexto favorece la emergencia de organizaciones sociales y movimientos que plantean otras políticas. Defienden y exigen, por ejemplo, una vivienda digna, una educación y una sanidad públicas y de calidad, etc.
P.: Estamos ante el segundo aniversario del movimiento del 15M, ¿qué balance haces de su activismo?
Pienso que el impacto más importante del 15M y los Indignados se ha producido en el imaginario colectivo, es decir, en la manera de percibir el mundo y en la capacidad de poner en cuestión a aquellos que nos han conducido a la presente situación de crisis. Además, nos ha devuelto la confianza en ‘el nosotr@s’, para poder cambiar las cosas. Desde que se inició la crisis, los distintos gobiernos que se han sucedido en el Estado español, nos han dicho por activa y por pasiva que «hemos vivido por encima de nuestras posibilidades» y nos han hecho sentir cómplices, cuando no culpables de la situación. Pero, el 15M ha roto con este discurso hegemónico y ha construido un discurso contra hegemónico. No somos culpables de esta situación ni cómplices, en todo caso, somos víctimas. El movimiento ha sido capaz de crear un discurso alternativo, generando un cambio de mentalidad en el imaginario de la gente.
P.:¿Y quiénes son los responsables directos de esta situación?
Los culpables son unas élites económicas y financieras, que con el apoyo de la clase política actual, nos han conducido a esta situación de bancarrota. Son ellos quienes «han vivido por encima de sus posibilidades» y han especulado con el ladrillo, han edificado viviendas que han quedado vacías.
P.:¿Cuáles son las «ideas-fuerza» de este movimiento alternativo y su nueva manera de hacer política de base?
Los medios de comunicación decían que era un movimiento apolítico, pero esto era falso, porque el movimiento lo que reivindicaba era otra política, entendiendo la política como la lucha cotidiana por nuestros derechos, una política desde abajo, desde la base. Después de la emergencia del 15M, el movimiento fue definiendo unos principios que lo situaban en un eje ideológico de izquierdas. Cambiar el mundo y las políticas en favor de la gente. Y lo vimos en las demandas que defendía: nacionalizar la banca, democracia real, política al servicio de las personas, etc. En las acampadas del 15M había política. Y no sólo se respiraba en declaraciones y discursos sino en la práctica. La ocupación de plazas y las múltiples actividades que allí se organizaban significaban empezar a cambiar el mundo aquí y ahora.
P.: En el libro «Planeta indignado. Ocupando el futuro» (Sequitur, 2012) afirmáis que cambiar el mundo no es una tarea fácil ni inmediata. Todo lo contrario, se trata de una carrera de fondo, donde más que nunca se requiere de inteligencia e imaginación estratégica. ¿En qué se concreta esta imaginación indignada?
Nosotros hablamos de esta imaginación porque a menudo el sistema nos ha planteado que no es posible cambiar las cosas. Nos dicen que el sistema no funciona, pero que no hay alternativas. Y ésta es la gran victoria del capitalismo: la apatía, la resignación, el miedo… El triunfo del capitalismo es que nos quedemos en casa. Y, justamente, la emergencia del 15M significó todo lo contrario. La gente salió masivamente a la calle y ocupó el espacio público, las plazas. Y vimos que si nos indignamos, organizamos, luchamos y desobedecemos, podemos cambiar las cosas, que somos muchos. Y que hay alternativas al sistema económico actual, y que si no se aplican es porque quienes mandan no les interesa hacerlo, ya que tienen vínculos estrechos con las elites económicas y financieras, y ambos salen beneficiados de esta situación. De hecho, la crisis es la excusa perfecta para aplicar una serie de medidas de ajuste largamente planificadas.
P.: Hoy en día, ¿qué significa ser anticapitalista?
Cada vez hay más gente que puede sentirse anticapitalista, se defina como tal o no. Porque, actualmente, lo que está claro, a los ojos de un número cada vez mayor de personas, es que este sistema no funciona. La crisis ha desenmascarado al capitalismo y ha puesto en evidencia la usura, la avaricia y la competencia que fomenta y cómo es un sistema que antepone intereses particulares de unas minorías a las necesidades básicas de la gente. El capitalismo convierte derechos fundamentales en mercancías.
P.: ¿Por ejemplo?
R.: Lo vemos con el acceso a la vivienda, el derecho a una educación y a una sanidad pública y de calidad, el derecho a alimentarnos de forma sana y saludable. Un ejemplo: cada día en el Estado español se ejecutan 532 desahucios, mientras hay 3 millones de viviendas vacías. La ley hipotecaria está al servicio de los bancos y las políticas responden a los intereses de una minoría financiera. Ser anticapitalista es estar en contra de este sistema y defender otro al servicio de la gente y del planeta. Cada vez parece más lógico ser anticapitalista y antisistema que ser procapitalista o prosistema.
P.: ¿Qué opinión te merece la lucha de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH)?
Es importante conseguir victorias concretas, luchar y no desfallecer, y aquí el trabajo de la PAH es ejemplar. La PAH ha conseguido victorias que han dado aire al movimiento: se han parado desahucios, el PP tuvo que aceptar a trámite la ILP -aunque después la haya enterrado, y la «batalla» de la PAH aún no ha terminado. La PAH significa esperanza para quienes viven el drama de los desahucios y es una fuente de inspiración para todos aquellos que luchan.
P.: ¿Cómo contemplas el posible «salto en política» de algunos movimientos sociales o plataformas cívicas?
R.: Creo que los movimientos siempre deben ser independientes en relación a las organizaciones políticas. Pero, también, hay que señalar los límites de la movilización per se. Desde mi punto de vista, más allá de luchar en la calle y desobedecer, que es imprescindible para cambiar las cosas, también es fundamental plantear alternativas políticas, antagónicas a las actuales, que defiendan otra práctica política, leales a la gente que lucha y con un programa de ruptura con el sistema.Sino desde los movimientos sociales nos podemos limitar a ser un lobby de aquellos que mandan.
P.:¿Algunos ejemplos?
R.: Ya pasó en Argentina, en el año 2002, la gente salió, entonces, a la calle gritando «que se vayan todos». Y así fue. Se fueron todos, pero volvieron los mismos de siempre con la familia Kirchner al completo. Ahora lo hemos visto, otra vez, en Islandia: una gran movilización social, llegan las elecciones y gana la Alianza Socialdemócrata y el Movimiento de Izquierda-Verde, se elabora una nueva constitución desde abajo, y dichos partidos acaban liquidando la iniciativa. Siguientes elecciones, la derecha que llevó el país a la bancarrota gana la contienda electoral. Creo que todos estos casos nos tienen que hacer reflexionar sobre la necesidad de construir una alternativa política des de la base.
P.:¿De qué modo los nuevos movimientos sociales usan Internet para difundir su ideario y movilizar a la ciudadanía?
R.: Hoy no se puede entender la protesta sin el papel de las redes sociales. Son canales de información alternativos a los medios de comunicación convencionales. Instrumentos que han permitido a los activistas explicar lo que sucedía en primera persona, convirtiéndose en lo que se denomina citizen journalists. Significan un paso adelante para democratizar la comunicación, hacerla accesible a todos. Pero, lo que es imprescindible es vincular el uso de estos instrumentos y redes a los movimientos que luchan en la calle. Y, deben servir, en consecuencia, para amplificar estas luchas.
P.:¿Las demandas y estrategias del movimiento contra el endeudamiento del Sur pueden aplicarse en Europa?
R.: Si hace más de diez años nos solidarizábamos con la lucha contra la deuda externa de los países del Sur (en el año 2000, se organizó aquí una consulta popular que recogió más de 1 millón de votos y que reivindicaba que los países del sur no tenían por qué pagar una deuda que era ilegal, ilegítima y usurera), ahora, una década más tarde, vemos cómo la problemática de la deuda ha llegado a Europa. Y nos movilizamos para no pagar la deuda injusta e ilegal que nos reclama e impone la banca y los mercados. En consecuencia, tenemos que aprender mucho de las luchas en Latinoamérica (también en Asia y África) contra el endeudamiento. En Ecuador, el gobierno de Correa, con el apoyo de movimientos sociales, realizó una auditoria para saber qué parte de la deuda que le reclamaban las instituciones internacionales era legítima o no. Y se comprobó que una parte de esta deuda no era legítima, sino que sólo había beneficiado a unes élites políticas y económicas, y el gobierno decidió no pagarla. Hay que desmontar el mito de que la deuda se paga o se paga. Esto no es así. ¿Por qué tenemos que pagar una deuda que no es nuestra?