Querido o querida… No sé de ti, de vosotros, más que dos cosas: que tienes 18 años y que eres sirio o siria. En realidad, la cuestión no es que solo conozca dos cosas de aquellos a quienes dirijo mi carta, sino que esta carta va dirigida a quienes cumplen las dos condiciones anteriores: sirios y sirias nacidos al inicio del milenio. En cuanto a mí, presentarme no es ahora mismo más importante que presentar a aquellos a quienes me dirijo. Tengo unos 36 años y soy sirio o siria, o ambas cosas. A fin de reducir los pronombres, pongamos que soy un sirio que ha superado ligeramente la mitad de la treintena y que escribe una carta a una siria de dieciocho años.
Así pues, querida…
Te escribo hoy después de pensar largo y tendido en ti, cuando ves, lees y escuchas estos días, con permiso del coronavirus, a personas de mi edad, unos años arriba o abajo, hablar del aniversario de la revolución siria. Por favor, no te disgustes demasiado si no sabemos si fue el 15 o el 18 de marzo… No es exactamente que no lo sepamos, es que es una cuestión complicada. Tal vez escuches otras denominaciones, como “los hechos” o incluso “la guerra”. Tal vez oigas la palabra “conspiración” también, pero no voy a entrar en el tema de los nombres posteriores, pues el objetivo de esta carta es hablar del primero: la revolución siria, eso que empezó cuando tenías unos nueve años. Durante estos últimos días, he estado pensando en los que tienen tu edad o son ligeramente más jóvenes o mayores, que viven en las zonas controladas por el régimen y en las distintas regiones que han escapado a su control y están ahora bajo dominio de grupos diferentes; o bien que viven en los países lejanos o cercanos de la diáspora, y no comprenden qué “conmemoración” es esta o de qué revolución hablamos. ¿Qué ha traído de bueno consigo lo sucedido desde 2011 hasta hoy para que algunos de nosotros celebremos esa revolución, aferrándonos a nuestros símbolos, significados, recuerdos y sacrificios? Tal vez escuches estos días entre tus conocidos, cuando recuerden el entusiasmo de las primeras manifestaciones y los primeros momentos en que rozamos y respiramos la libertad, cosas que te parezcan carentes de significado o pertenecientes a una jerga pasada que no significa nada y que utilizan personas que no ven “el presente” como tú lo ves, ni comprenden la realidad como la comprende tu generación.
¿Te estás aburriendo ya de leer? ¿Has considerado que estás ante un nuevo intento por parte de un nostálgico que se adentra en el mar de la mediana edad de narrar batallas cuyas consecuencias hoy son la devastación y la destrucción? En realidad no es eso lo que pretendo con esta carta. No quiero ofrecerte un discurso revolucionario sobre la necesidad de aferrarnos al inicio del levantamiento a pesar de la cantidad de escombros, restos y sangre que se han acumulado sobre él, aunque creo firmemente en ello. Escribo este texto para contar una historia algo más antigua, puesto que yo, y los que son mayores que yo, el país, su devastación e incluso tú, no nacimos en 2011, sino que ese año, en el que llegó la revolución, nació, como nació la revolución, mucho antes.
Tenía más o menos tu edad, quizá uno o dos años más, cuando murió Hafez al-Asad en el año 2000.
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Suele decirse, al hablar o escribir de la muerte de Hafez al-Asad, en los círculos de la oposición siria en concreto, que su muerte provocó un gran trauma porque, hasta entonces, se suponía que Hafez al-Asad no moriría. Olvídate de la retórica hiperbólica, pues no era literal. Todos sabían que Hafez al-Asad iba a morir algún día, pero la parte realista de dicha exageración era que los sirios vivían como si Hafez al-Asad fuera algo dado, algo natural. En Siria había agua, aire, tierra, plantas, animales y Hafez al-Asad. Así era, o al menos lo era para mí.
Por tanto, había muerto el Secretario General de “lo natural” y era natural también que el poder pasara a su hijo Bashar. Créeme que fue así de sencillo y natural sin tener que imaginarse nada trágico ni épico. Sin embargo, el miedo cundió a mi alrededor durante las primeras horas tras la noticia, seguido de una conversación silenciada entre quienes eran mayores que yo y de la que entendí que Hafez al-Asad no era algo natural cuando eran jóvenes. Los presidentes, por tanto, cambian y su cambio es, precisamente, algo natural. Esa fue la primera lección real de política y me la impartieron las fuerzas de la naturaleza: Hafez al-Asad había muerto y Bashar al-Asad moriría algún día.
Madeleine Albright, la Secretaria de Estado estadounidense en aquel entonces, vino a presentar sus condolencias a Bashar al-Asad por la muerte de su padre y entrevistarse con él de forma protocolaria, como si se tratara del verdadero presidente, con todo lo que ello implica claramente. Todos a mi alrededor lo interpretaron como la clave que sellaba la estabilidad del gobierno de Bashar al-Asad. Esa fue una nueva lección: todo lo que EEUU quisiera se cumpliría y el gobierno de Bashar al-Asad en Siria había recibido la bendición internacional. Hoy tengo un profundo conflicto con esas dos ideas porque en ambas subyace una simplificación muy fuerte aunque ambas parezcan pertinentes. Hoy me pregunto si Bashar al Asad necesita realmente una bendición internacional para gobernar Siria. Bien, si EEUU no hubiera estado a favor de él en su momento, ¿qué habría sucedido? Lo más probable es que nada más que algunas sanciones económicas, porque hoy sé que no había ninguna fuerza en Siria capaz de enfrentarse a él. Eso lo sé hoy, pensando en retrospectiva, pero no era consciente de ello en su momento.
Y, así, nuestro presidente pasó a llamarse Bashar al-Asad, pero el joven presidente, como se le solía llamar entonces, no se convirtió en algo natural como su padre, al menos para mí. Nuestro joven presidente fue muy bien recibido internacionalmente y pronto comenzó a hablarse de sus planes de reforma política y lucha contra la corrupción. Y junto a la bienvenida internacional que percibimos a través de los reportajes publicados en algunos periódicos que nos llegaban de Líbano y por medio de los canales por satélite, algo nuevo y maravilloso para nosotros, también se produjo un recibimiento local amplio y una apuesta en las conversaciones cotidianas por su discurso reformista y sus proyectos modernizadores.
Recuerdo una conversación de la que fui testigo muy probablemente en 2001 en la que una ex opositora de mi familia, que había estado en la cárcel por motivos políticos en los ochenta y los noventa, dijo que los opositores debían dar una oportunidad a Bashar al-Asad y dejar de cargarlo con los delitos cometidos por su padre. No recuerdo en qué contexto se produjo esta conversación, puesto que ninguno de nosotros en aquella reunión negaba o daba una oportunidad a Bashar al-Asad. Quizá estaba respondiendo a alguien en su cabeza o a los opositores que escribían en periódicos árabes o salían en los canales por satélite.
Hoy me inclino a pensar que hablaba consigo misma más que con los demás y me compadezco de ella. ¿Qué podíamos hacer nosotros, todos los sirios en aquel momento, si no hubiéramos querido darle la oportunidad a Bashar al-Asad? ¿Qué habría pasado si todos los que no estaban a favor de Hafez al-Asad hubieran insistido en cargar a su hijo con sus delitos? Habrían ardido de rabia ante la humillación del gobierno hereditario o habrían ido a la cárcel como les sucedería a muchos otros unos pocos años después de dicha humillación. Entiendo que decía aquello para no tener que enfrentarse sin armas a la humillación o a la cárcel de nuevo.
En cualquier caso, había otra opción para los sirios si no querían dar una oportunidad a Bashar al-Asad, que es por la que optaron en 2011 cuando iniciaron una revolución. Escucharás muchas cosas en los próximos días sobre la “guerra de narrativas” y que la devastación, destrucción y muerte que presenciaste en tu infancia y cuyos efectos ves hoy es lo que se hicieron los sirios a sí mismos. La realidad es que todo este perjuicio que ves es la respuesta asadiana al hecho de que los sirios se plantearan una vida distinta de “lo natural” asadiano. Revisa el archivo de 2011 y busca un poco sobre los ingentes sacrificios que miles, miles y miles de sirias y sirios ofrecieron. Compáralos con el lema “Asad o quemamos el país” y, entonces, configura tú misma tu propia “narrativa”.
Hablando de la mujer de mi familia que había sido opositora, he olvidado mencionar otra cosa que fue natural a la muerte de Hafez al-Asad: que tenía opositores y que iban a la cárcel. Volveré a este punto un poco más abajo.
Junto a las esperanzas de reforma, se habló también mucho de la vieja guardia y la nueva guardia durante los años posteriores a la muerte de Hafez al-Asad y la cuestión se resumía en que la vieja guardia, el equipo de Hafez al-Asad, era el que obstaculizada la trayectoria reformista. Me imagino que era algo así: Bashar al-Asad y su nuevo equipo querían mejorar la vida en el país y dar libertades generales, pero algunos ancianos amigos de su padre lo rechazaban y él nada podía hacer porque tenían “el aroma del difunto”. No se trata de una visión caricaturesca sino que realmente se decían cosas así entonces y eso seguramente es lo que me ha llevado posteriormente a pensar en la política de forma diferente, no limitada al debate sobre citas y equilibrios de “la lucha por Oriente Medio”, sino que incluye también el nivel de deterioro del sistema de gobierno en mi país y las causas y consecuencias de dicho deterioro.
La jerga específica sobre el maravilloso futuro que traería “el doctor Bashar” llegó poco después de la muerte de su hermano mayor y primer candidato a heredar el poder, Basel, a comienzos de 1994. En ese instante, conocimos a Bashar, que se nos presentó como un joven con cultura y educación, “que había estudiado en Occidente”, que creía en la ciencia, la apertura y el desarrollo. Bashar presidía la Sociedad Científica de Informática de Siria y se le atribuye el mérito de haber levantado la restricción inicial sobre las antenas para los canales por satélite y haber introducido internet en el país. Y, por encima de ello, era reacio, como se repetía constantemente entonces, a los elogios, la glorificación, las fotos y las pancartas.
No voy a ocultarte que hacer un repaso a la propaganda pro Bashar al-Asad en la segunda mitad de los noventa resulta hoy bastante divertido. Es gracioso ver cómo el elogio a Bashar era en realidad una forma de censura –no intencionada ni consciente- a Hafez y su era y cómo todas las características positivas que se asociaban a Bashar eran en realidad contrarias a todos los lemas que el gobierno asadiano había enarbolado, empezando por la máxima repetida hasta la saciedad, incluso hoy, de que había estudiado en Occidente y que eso, en sí mismo, ya era positivo. Independientemente de la lógica detrás de darle a la educación en Occidente un carácter positivo, ¿cómo explicamos que el propio régimen, muy baazista en aquel entonces y que se presentaba como un férreo luchador contra Occidente, fuera el mismo que impregnaba a la educación recibida por su futuro presidente en Occidente de un absoluto valor positivo y dijera que Espinoza en su tiempo había regresado tras pasar unos meses especializándose en Gran Bretaña (¿acaso Espinoza está aceptado entre las “autoridades competentes”[1]?)?
En realidad, lo que acabo de mencionar no son contradicciones con el discurso del régimen porque las contradicciones exigen pensar, analizar, descomponer y recomponer para que el ser humano las detecte y aprenda a abordarlas e incluso beneficiarse de ellas. En realidad, los asadianos no piensan mucho, por no decir que apenas lo hacen. Sé que, si tienes la paciencia y el deseo de examinar la historia y has superado el discurso del régimen sobre sí mismo y consultado el archivo de los debates y escritos de la oposición siria en aquel momento, verás se le reconocía cierto ingenio a Hafez al-Asad y su régimen, un reconocimiento que es en realidad hijo de la impotencia, pues a nadie le gusta ser aplastado por nadie y menos aún que quien aplasta sea inusualmente ingenioso. El asadismo no piensa más que en las verdaderas líneas rojas de quienes son más fuertes que ellos y cómo ser extremadamente violento con quienes son menos poderosos que ellos. Al margen de ello, te dejo aquí la explicación de un amigo al que le gusta un chiste sobre un fumador asiduo de hachís que le preguntó al sheij de la mezquita lo siguiente: “Sheij, ¿se puede rezar sin hacer la ablución?” A lo que el sheij contestó: “No se puede, es imposible”. Entonces dijo el fumador: “¿Y qué le parece si intento rezar sin hacer la ablución y resulta que sale bien?” Según mi amigo, y yo así lo creo, este chiste es útil para explicar el asadismo pues este, además de no pensar prácticamente en nada que no sea prevenir sobre el enfado real (y no mediático) de quien es más fuerte que él, no es más que un “rezo sin ablución”: sale bien, sale bien y sigue saliendo bien desde 1970 hasta ahora.
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Es cierto que yo era pequeño cuando murió Hafez al-Asad y que él era de las cosas naturales, pero tengo un fuerte recuerdo de la matanza y la detención política. En mi pequeño entorno, conocí a personas que habían pasado varios años de su vida en las cárceles a consecuencia de su oposición a Hafez al-Asad, pero apenas se hablaba de ellos y, si se hacía, se solía hacer de tres formas distintas. La más común era acusarlos de estúpidos y temerarios; en segundo lugar, se les acusaba de codiciar el poder; y en tercer lugar, se les glorificaba como héroes legendarios. A pesar de que en general solían mezclarse las tres cosas, la tercera era la menos presente en cualquier caso y este tema se trataba poco delante de nosotros los niños. Cuando esa familiar de la que te he hablado estaba en la cárcel, pregunté por la razón y me dijeron que alguien había robado dinero al Estado y la había acusado. Con trece años, supe que era una opositora e, independientemente de lo que se dijera de ella, toda la familia extendida fue a recibirla entusiasmada cuando salió, como si acabara de salir del vientre de la ballena.
Un compañero mío de la escuela primaria se pasó los años de colegio hablándonos de su padre “que se había marchado a EEUU”. En realidad, era un preso político al que mi amigo visitaba de forma muy esporádica según estimo y a discreción del régimen de visitas, y él sabía que lo sabíamos. Posteriormente, recuerdo a este amigo, que de hecho vive hoy en EEUU –casualidades del destino- y pienso que la connivencia entre nosotros, los niños, para mentirnos era la primera capa del asadismo con la que se pintaban nuestros cerebros y corazones. No era el pañuelo que llevábamos al cuello en el colegio, ni el fular, ni el traje de las juventudes, ni siquiera lo era la repetición del lema mañanero: esa primera capa era que aprendieras, desde niño, que debías mentir y tragarte las mentiras que te decía para “salvarte” y no sembrar el pánico en tu familia, que constituía el primer nivel de los servicios de seguridad al que te enfrentabas, y no los culparan. Esa era la primera puñalada asadiana, o el primer virus, por utilizar el lenguaje actual.
Al padre de otro compañero de la escuela lo detuvieron una madrugada en una campaña de las fuerzas de seguridad contra alguien sospechoso de simpatizar con el Baaz iraquí poco después de la invasión de Kuwait y la guerra del Golfo [2]. Él y sus hermanos llegaron llorando al colegio puesto que alguien de su familia pensó que lo mejor para esos niños era que salieran de casa poco después de la detención de su padre. Sin embargo, apenas asistieron a dos clases antes de que viniera su madre para llevárselos a ellos y sus mochilas y cambiarlos de colegio a los pocos días muy lejos de donde vivían. Quería evitarles el sufrimiento de explicar a sus compañeros o explicarse ante nadie. Nos quedamos paralizados y sentimos mucha tristeza por separarnos de nuestros compañeros de escuela y amigos de juegos. No comprendimos bien lo que sucedía. Escuchamos susurros que decían que se habían llevado al padre por “hablar de política”. Inocentemente, pensamos que lo habían detenido porque había utilizado la palabra “política” delante de “la seguridad” y, al parecer, eso no debía hacerse. Pero ninguno de nosotros pensó en ello como “correcto” o “incorrecto” ni lo evaluó con parámetros éticos, porque carecíamos de esos parámetros en nuestras familias, nuestro faro en el camino, e incluso si lo hacían entre ellos o para sus adentros, no lo iban a hacer delante de nosotros porque temían que nos pasara algo y que repitiéramos lo que escuchábamos en casa ante la persona errónea. En resumen, lo vimos como algo… Ya te he hablado de lo “natural”, ¿verdad? Algunas personas son ricas y otras son pobres, algunas viven mucho tiempo y otras mueren antes de lo que deberían por enfermedades o accidentes… Y algunas personas son detenidas.
Necesité mucho tiempo, superar la treintena y vivir la revolución para aprender la necesidad de dejar a un lado la cuestión ética o reconciliarme con el hecho de que ni siquiera existe en cualquier ámbito operacional de mi vida, comenzando por preguntarme por lo correcto o incorrecto de detener a alguien por cuestiones políticas y terminando por la ética de copiar en un examen de Bachillerato empujado o animado por mi familia y entorno social, los mismos que me habían enseñado también que no se roba. Necesité todo ese tiempo para comprender que esta era la segunda capa del asadismo que se había vertido sobre mi generación, la precedente y la posterior: no comportarme con generosidad, no sentir dignidad y no ver que mi valor como ser humano se basaba en respetarme a mí mismo y reconciliarme, en la medida de lo posible, con mi comportamiento general. En definitiva, no estar en la sociedad, sino con un “grupo de gente unido”. ¿Conoces a Ziad Rahbani [3]? ¿No? No te molestes… Otra desgracia subasadiana para nuestra generación.
Antes mencioné la memoria de la matanza, la que hace que la gente se comporte como un equipo de interrogación de los servicios seguridad, como te dije. Hablo de la matanza de Hama [4], como la “llamábamos” cuando tenía tu edad o quizá era algo más joven. En realidad, el recuerdo de la matanza era mucho más oscuro y borroso. Los Hermanos Musulmanes habían tomado las armas contra el poder y Hafez al-Asad y su hermano Rifaat habían respondido con una gran matanza en Hama en 1982. No solo eso, sino que los que habían tomado las armas eran sunníes y los de Hafez al-Asad eran alauíes. No recuerdo bien cómo sabía esos datos ni quién los mencionó delante de mí ni cómo, pero los conocía bien cuando murió Hafez al-Asad. También sabía de forma instintiva que de eso no debía hablarse, sino que debía obviarse como si no hubiera sucedido, porque abría las puertas del infierno.
Te cuento esto en mi carta para explicarte que la matanza fue una condición fundacional en la vida de quienes conforman mi generación, a pesar de que no la presenciamos ni vivimos y apenas la mencionamos. La matanza estaba escrita en nuestra sangre y con nuestra sangre, era aquello de lo que no se hablaba, presente en todo momento; era ese tema que suponía una conversación silenciada en torno a la cual se giraba tras la muerte de Hafez al-Asad: ¿intentarán algunos sunníes vengarse? ¿Cuál será la respuesta si eso sucede? Eso fue lo máximo que pude oír de las conversaciones de los mayores en aquel entonces.
En cierto modo, lo que hicimos en 2011 fue intentar superar la matanza y la detención política como condiciones fundacionales de nuestra vida. Fracasamos, como sabes, pero lo que quiero decirte es que la matanza no es fruto del 2011, sino que quedó escrita en nuestro destino con la carne fresca y la sangre caliente mientras estábamos en los úteros de nuestras madres a comienzos de los ochenta del siglo pasado.
Nuevamente, no era consciente de ello cuando murió Hafez al-Asad. No era consciente de que la matanza estaba escrita en nuestro destino. Hoy puedo entender que la apuesta por el reformismo de Bashar al-Asad, fuera por entusiasmo y credulidad o bien una forma de seguir la corriente o simplemente buscar seguridad, venía motivada por un deseo firme de superar la matanza. Se heredó el poder sin preguntas, sin que tuviéramos la capacidad de imponer al poder que nos preguntara siquiera. Sucedió como algo “natural” y con la connivencia del mundo entero. No podemos permitirnos ni el lujo de decir que sucedió al margen de nuestra voluntad.
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Antes de concluir mi carta, tengo que explicar brevemente el título: ¿por qué he elegido parafrasear al famoso texto de Karl Marx? Porque, de alguna manera, soy marxista, pero del tipo “marxista, aunque…” o “marxista, a pesar de que…” Esas variedades son atributos de mi generación y la inmediatamente anterior de “marxistas”. Deseo con todo mi corazón que tu generación se haya librado de las consecuencias de nuestros interrogantes, miedos y conflictos que no eran más que, literalmente, una tempestad en un vaso de agua. Sin embargo, debo aclarar que no pretendo compararme, ni me atrevo a ello, con Marx, del mismo modo que no pretendo comparar a Bashar al-Asad con Luis Bonaparte o a Hafez al-Asad con Napoleón Bonaparte. El “no pretendo” se extiende al hecho de que ni siquiera pretendo utilizar la introducción del famoso libro, de espíritu hegeliano, que posteriormente se convirtió en una especie de lema sobre la repetición de un suceso o personalidad histórica, una vez como tragedia y una segunda vez como farsa. Puede resultar tentador hablar de Bashar al-Asad como una farsa que llegó para repetir la tragedia de Hafez al-Asad, pero no pretendo hacerlo, ni siquiera en su exégesis cómica, por razones evidentes: ¿quién en la familia Asad es solo tragedia y quién es pura farsa?
¿Por qué te escribo sobre el momento del traspaso de poder hereditario?
En realidad podía haber escrito sobre la primera década de gobierno de Bashar al-Asad y quizá eso habría sido más agradable para ti, ya que mezcla tus primeros recuerdos de niña pequeña con lo vivido por un adolescente/joven entonces. No iba a escribir sobre el momento de la revolución porque ya escribí lo que pude en un texto compartido con mis compañeros y compañeras de la Coordinadora [5]. Además, no he escrito sobre los años posteriores a 2011 porque de veras tengo la necesidad de saber qué tienes que decir tú de esos años, más que escribir yo sobre ello. Viví privado de muchas cosas durante mi adolescencia, pero pude, a pesar de todo, y gracias a los múltiples márgenes abiertos por las luchas, políticas o no, que libraron millones de “soldados desconocidos” en Siria, entre ellos, mi familia, vivir mi pubertad, adolescencia y temprana juventud de manera aceptable y con cierta “felicidad” también. De esto último te has visto tú privada durante los años de la revolución y la guerra. Siento, en lo que a ti respecta, así como en lo que respecta a muchas personas y cosas, en realidad todas las personas y cosas salvo los Asad y sus apologistas, una ingente culpa.
Te escribo esta carta sobre el momento del traspaso de poder hereditario porque no habías nacido aún en ese momento, o quizá eras tan solo un bebé lactante de pocos meses, mientras que yo, en ese momento, tenía tu misma edad de ahora. Fui testigo de un momento del que tú no lo fuiste y eso, en sí mismo, es lo que me empuja a escribirte sobre ello, pero no es esa la única razón. También te escribo porque ese momento fue fundacional también para mí y porque no sabía entonces que ese momento sería la matrona encargada del nacimiento de unas circunstancias insoportables, cuyas consecuencias vivimos todos hoy y, en concreto, tu generación, que vive algunas de las peores: que el ser humano abra los ojos a un mundo que se derrumba y una vida que se destroza sin piedad.
Por primera vez, tengo la oportunidad de contar los hechos que presencié a través del oído de una persona más pequeña que yo que no los presenció y eso significa, sin duda, que me he hecho mayor.
Sin embargo, esto no es un testamento ni un anuncio de retirada…
[1] Con tono irónico, se hace referencia a la censura tan habitual en Siria.
[2] Las ramas siria e iraquí del Baaz no mantenían buenas relaciones en época de Hafez al-Asad y Saddam Hussein y, de hecho, Siria estuvo en el bando opuesto a Iraq durante las guerras del Golfo.
[3] Conocido artista libanés, hijo de Fairouz, que ha apoyado a Bashar al-Asad y el papel de Hezbollah en Siria.
[4] Acaecida en 1982, desde mediados de los setenta del siglo pasado se había desarrollado un enfrentamiento entre el régimen y distintos sectores de la oposición, con imponente presencia de islamistas. Los Hermanos Musulmanes tuvieron un papel complejo, máxime cuando parte de sus miembros tomaron las armas y formaron la denominada Vanguardia Combatiente.
[5] El texto está disponible aquí.