Recomiendo:
0

El 25-S coacciona al 15-M

Fuentes: Rebelión

Tras el reto al Congreso que supone la convocatoria del 25-S, multitud de fuerzas se alzan en lucha: desde rentabilizar la convocatoria electoralmente, hasta liderar el nuevo proceso constituyente. Frente a la polarización inicial de intereses particulares, en el 15-M se abren sustanciosos debates. La Plataforma «En Pie» convoca a ocupar el Congreso y abrir […]

Tras el reto al Congreso que supone la convocatoria del 25-S, multitud de fuerzas se alzan en lucha: desde rentabilizar la convocatoria electoralmente, hasta liderar el nuevo proceso constituyente. Frente a la polarización inicial de intereses particulares, en el 15-M se abren sustanciosos debates.

La Plataforma «En Pie» convoca a ocupar el Congreso y abrir un proceso constituyente, pero los términos en que redactan la convocatoria han invitado a sumarse a numerosas organizaciones fascistas y ultraliberales.

Desde diferentes colectivos de izquierdas, tan ilusionados como preocupados con la convocatoria, se pone en marcha una Coordinadora que democratiza el proceso y aclara los objetivos. Pero se mantiene la fecha, por lo que el tiempo para enriquecer el debate acerca de una acción de tal magnitud es insuficiente. En consecuencia, no se ahuyenta el peligro real de una atroz escalada represiva, ni tampoco se elabora una propuesta de hoja de ruta a implementar el día 26.

Muy al contrario, el debate se deteriora con oportunistas, socialdemócratas y populistas que intentan rentabilizar la convocatoria en función de espurios intereses electorales. Proponen dirigir el nuevo proceso, incitan a superar el debate ‘monarquía o república’ y hasta crean páginas para votar o modificar artículos de la actual Constitución. Argumentan, básicamente, que tras las protestas ante el Congreso se podría construir una nueva opción electoral, y recuperar el bienestar perdido.

La improvisación en la convocatoria, la contaminación del debate y la pluralidad y ambigüedad de objetivos recuerdan mucho a las Revoluciones Naranja. Con el apoyo mediático y financiero de grandes corporaciones y conocidos mecenas de EE.UU., estas «revoluciones» fueron instigadas en diferentes países justamente cuando la población empezaba a cuestionar el modelo neoliberal impuesto internacionalmente tras el desmantelamiento del sistema comunista. Los argumentos, allí y aquí, son de corte social y regeneración democrática. Los anónimos promotores difunden ampliamente entre redes sociales y plataformas virtuales, se infiltran en colectivos y movimientos sociales y abusan de iconografías simbólicas. En sus manifiestos abundan apelaciones emocionales a la paz, la alegría o la prosperidad. Finalmente, piden acabar con la clase política en general, dejando claro que su finalidad no es otra que asfixiar a la izquierda revolucionaria.

La convocatoria del 25-S hay que entenderla en el contexto de un mes de septiembre en el que han vuelto a escena las viejas dinámicas de saturación y solapamiento de convocatorias que ya se dieron el pasado año tras la irrupción del 15-M. Numerosas manifestaciones, reforma de la Constitución, campañas contra el Senado o consulta «popular» se realizaron previamente a un proceso electoral.

Este año, el referéndum «contra los recortes», la saturación de manifestaciones y la convocatoria constituyente tienen lugar en fechas previas al proceso electoral en Euskadi. En esta consulta seguramente irrumpa una mayoría absoluta de las fuerzas soberanistas, que abriría un proceso independentista con enorme repercusión en todo el país. Y casualmente, el «asalto» al Congreso es el día anterior a la convocatoria de Huelga General en Euskal Herria. A la vista del enorme apoyo popular a la manifestación independentista en Catalunya, queda claro de nuevo que España se deshilacha… si nadie toma medidas previamente.

En el parlamento de cualquier país occidental, es constante el enfrentamiento verbal entre sus miembras, a pesar de que casi siempre es tan agrio como poco sustancioso. Escenifican fundamentalmente la oposición entre los dos grandes partidos, pero sus intereses son comunes: perpetuar el capitalismo. Para ello no dudan en pactar la eliminación de todo obstáculo que se interponga a sus intereses. Y actualmente empiezan a darse serios indicios de que el bipartidismo se hunde inexorablemente, aquí y en otros muchos países (Grecia, por poner un ejemplo cualquiera).

Así que una reforma constitucional permitiría a la oligarquía dominante cambiar el marco legislativo sobre el que se asienta el reparto autonómico, o blindar los procesos legales, impidiendo la formación de los poderes legislativo y ejecutivo. O tal vez incluso quitarse de en medio los vestigios feudales en el poder de una aristocracia parasitaria que sigue enriqueciéndose sin límite y que, con tanto escándalo de corrupción y cuestionamiento social, seguramente empieza ya a dejar de servir a los intereses de clase de la burguesía nacional que la mantiene. Sustanciosa fortuna sería reñidamente disputada, a no ser que alguien recobre un papel relevante frente al desbordamiento de los procesos independentistas.

Tampoco sería descartable la reedición de un modelo político que defina nuevas competencias policiales y judiciales, terriblemente represivas, ya que permitiría acabar de form a «definitiva» co n el auge de las expresiones populares de rabia. Un régimen invariablemente al servicio de las oligarquías transnacionales, pero en el que mafia, corrupción y autoritarismo se justificarían sin necesidad de los actuales subterfugios legales.

Sin embargo, también desde la izquierda revolucionaria emergen distinguidas señorías que se postulan para liderar el nuevo proceso constituyente, aun careciendo del más mínimo apoyo popular. O intelectuales que, tras atribuir al 15-M la convocatoria, le recomiendan olvidar el ideario radicalmente pacifista que tanta adhesión social produjo a este movimiento, y le acusan de no querer asumir el coste represivo. Entre celos, lo que transmiten es que el 15-M o acepta ser suplantado por una nueva izquierda constituyente, o se va a hundir bajo la represión gubernamental.

Después de 35 años de estafa, soborno y estupidización, el capitalismo ha colonizado nuestras mentes y secuestrado nuestras vidas, casi a perpetuidad. En las actuales circunstancias, la izquierda sólo puede ser escrupulosamente honesta y claramente antisistema, si quiere recuperar la legitimidad social. Y el 15-M ha abierto un nuevo período de luchas cuya mayor seña de identidad es el asambleísmo, la más antigua y natural forma de decidir colectivamente. Ahora, en condiciones de absoluta igualdad de las personas participantes (sin representantes, líderes ni referentes). Se excluyen, únicamente, las ideologías excluyentes, así como los desbordes individuales de cualquier persona, independientemente de su ideología. El 15-M, por tanto, materializa la única democracia radical y sin apellidos posible, la Asamblea Popular, sentando así las bases del único y auténtico proceso constituyente posible.

La convocatoria del 25-S sorprende al 15-M en un período de latencia (que no letargo) y muy lejos de haberse desinflado: sin visibilidad mediática, pero con una gran actividad interna. Especialmente en ámbitos locales, en organización estatal o en comunicación internacional. En consecuencia, se discute sobre el interés estratégico del reto al Congreso, las posibles alternativas o la confluencia social que pueda aglutinar. Sin embargo, después de más de un año de trabajo, no se ve bien que la capacidad de proponer, convocar o difundir sea desigual. ¿Aprovechamos las circunstancias dadas o mantenemos la prioridad de los valores en los procesos? ¿Acudir a rodear el Congreso supondrá un grave retroceso político y social o por el contrario ha llegado el momento decisivo? ¿Debemos construir nuevo poder o podemos vivir sin el poder? Hay pronunciamientos en todos los sentidos: desde el hartazgo con tanta manipulación, genialidad y bravuconadas; hasta la solidaridad con las Asambleas ya adheridas. Surgen ad hesiones y rechazos, pero también todo tipo de nuevas propuestas de consenso, marchas, opciones legales in situ, o llamadas a volver a acampar.

El 25-S ha obligado al 15-M a salir de su latencia. Preso de su identidad y principios, el movimiento intenta infructuosamente consensuar una respuesta unitaria. Pero como en todo proceso de aprendizaje, de la latencia puede surgir inteligencia. Y en el 15-M, como en cualquier organización revolucionaria, las teorías rígidas y ortodoxas, los principios y objetivos inamovibles, o incluso hasta las propias siglas, acaban constriñendo los deseos y necesidades de las personas. El proceso constituyente ha de ser el resultado de la convergencia final de todas las asambleas soberanas, y no al revés. La extensión del movimiento asambleario a todos los centros de producción, sectores sociales y luchas políticas devendría, entonces, en auténtica «inteligencia colectiva».

La efectividad de cualquier manifestación puede evaluarse según el grado de conciencia que genere al terminar. Sólo de un gran proceso de debate colectivo puede surgir una gran acción. Sólo de la conciencia colectiva de un pueblo, la decisión de reelaborar el modelo de convivencia. Si el resultado se basa, o no, en la necesidad de disponer de un cuerpo legal, es algo que habrán de decidir las personas afectadas.

Y ya que el Congreso se ha cruzado en la ruta, podemos acudir a ocuparlo, rodearlo o rescartalo. Pero mientras los escaños sean limitados, corremos el riesgo de volver a pervertirnos. Así que también podemos bordearlo y pasar de largo, y seguir construyendo nuestro propio camino.

El fin no justifica los medios, y aunque el poder levante pasiones, también se puede construir antipoder. A fin de cuentas, para normalizar un proceso político colectivo, las personas no necesitamos credenciales de ninguna clase.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.