Los 11 000 trabajadores de la Compañía de Hierro y Acero de Helwan (ciudad al borde del Nilo, frente a las ruinas de Menfis, en 2006 tenía ya más de 600 000 habitantes; está situada en el extrarradio de El Cairo) iniciaron una huelga con concentraciones el sábado 22 de noviembre de 2014 para exigir, […]
Los 11 000 trabajadores de la Compañía de Hierro y Acero de Helwan (ciudad al borde del Nilo, frente a las ruinas de Menfis, en 2006 tenía ya más de 600 000 habitantes; está situada en el extrarradio de El Cairo) iniciaron una huelga con concentraciones el sábado 22 de noviembre de 2014 para exigir, principalmente, el pago de sus «bonus» (una participación en los beneficios), la dimisión del director y el reingreso de los obreros despedidos durante la huelga de diciembre de 2013 así como para denunciar la calamitosa gestión de esta empresa pública.
Esta huelga es importante tanto por el número de asalariados de la empresa como por el poder simbólico de esta fábrica, gigante de la metalurgia, y por estar enclavada en un suburbio de El Cairo. Ahora bien, su alcance va bastante más allá, social y políticamente.
Un alcance social que supera ampliamente el ámbito de la empresa
En efecto, esta huelga comenzó porque en la «Asamblea General» (asamblea que reúne a la dirección, sindicatos y asalariados para su balance anual) la dirección anunció pérdidas sin declarar beneficios, cuando la ley «obliga» a las direcciones de las empresas nacionales a conceder más «bonus» a los asalariados, equivalentes a uno o dos meses de salario, incluso a veces más.
¿Qué son esos «bonus»? Para los obreros se trata de sumas importantes, lo que explica que estén cabreados, tanto más cuanto que desconfían de los anuncios de la dirección. No solo esas pretendidas pérdidas suprimen una buena parte de sus ingresos sino que, además, sirven como exclusa para exigir más esfuerzo en el trabajo y despedir a un cierto número de asalariados. Además, el Center for Trade Union and Workers´Service (CTUWS) ha declarado que estas pérdidas eran ficticias y no tenían por objetivo más que preparar la privatización a bajo coste. Los trabajadores denuncian que uno de los cuatro altos hornos de la fábrica no funciona a causa de falta de aprovisionamiento suficiente en carbón. Entonces, dicen, si hay verdaderamente pérdidas, es o bien voluntariamente, o bien debido a la incompetencia de la dirección y, en los dos casos, ésta debe ser «echada».
Los trabajadores tienen muchas razones para desconfiar, pues el año pasado, como desde hace diez años, la empresa no anunció más que pérdidas, lo que ya provocó una huelga en diciembre de 2013 por las mismas reivindicaciones que hoy y, en esta ocasión, con abundantes promesas… que no fueron no cumplidas.
Por otra parte, la cólera de los asalariados también está alimentada, en gran medida, por el hecho de que el dirigente de la huelga de 2013, Ayman Sobhy Hanafy, se suicidó tirándose al Nilo, tras haber caído en una depresión tras haber sido despedido haber sido indemnizado ni contar con pensión alguna.
Pero más allá de los problemas de esta empresa, lo que da una dimensión nacional a esta huelga, es que los problemas que plantea son también los de la mayor parte de las demás empresas industriales públicas que, muy a menudo, solo anuncian pérdidas. Esto implica que no dan «bonus» -lo que se traduce en recortes salariales-, funcionan a la mitad de su capacidad, por tanto reestructuran, cierran los talleres menos «rentables», aumentan la productividad, despiden y prepararan así probablemente su privatización. Y toda la política del gobierno actual -como por otra parte de los gobiernos precedentes desde 20104- va en el sentido de preparar de una nueva ola de privatizaciones.
Sin embargo este sector de empresas industriales nacionalizadas, en el centro de las cuales están las grandes empresas de la metalurgia (y del textil) representa por sí solo 250 000 asalariados, así que se producirán muchas Asambleas Generales.
Una huelga que es la prolongación de otras
Por otra parte, esta huelga es la continuidad de dos movilizaciones importantes de obreros y se suma al de los estudiantes.
En febrero y marzo de 2014, tuvo lugar un amplio movimiento de huelga de los asalariados de la industria pública, a cuya cabeza estaban los obreros de la industria pública del textil, para que se aplicara la subida del salario mínimo concedida a los funcionarios del Estado. Movimiento que estuvo en el origen de la caída del gobierno de entonces.
Esto provocó la candidatura precipitada del exmariscal Abdel-Fattah al-Sissi a la presidencia a finales de mayo. En efecto, este último y su entorno próximo habían estimado, ante la urgencia social, que la elección presidencial y su cortejo de promesas eran el mejor medio para desviar las aspiraciones obreras hacia callejones sin salida electorales. Esto le resultó exitoso puesto que, ayudado de diferentes formas por todos los aparatos sindicales nacionales, antiguos o nuevos, y la mayor parte de la izquierda nasseriana, estalinista o socialdemócrata, había logrado así poner fin a la huelga. Desde entonces se ha apresurado por intentar romper todas las libertades de expresión, de manifestación y de huelga, mediante una represión de una violencia extrema.
Sin embargo, ya en agosto y desde el comienzo de septiembre de 2014, tras el ramadán, se desarrolló una segunda ola de huelgas en el país, exigiendo a Sissi que cumpliera sus promesas, en particular con la victoriosa huelga de los obreros de las fábricas de ladrillos.
Sin embargo, con mucha frecuencia, estas huelgas no afectaban más que a los sectores más pobres y menos organizados de la clase obrera egipcia. Como si las fracciones más organizadas y por tanto a sus militantes necesitaran más tiempo para digerir la traición o el incumplimiento de promesas de todos sus representantes sindicales y políticos nacionales que apoyan o han apoyado a Sissi. O para despertar de sus ilusiones, para los que, en la base, pudieron ser seducidos por las promesas del candidato Sissi. En efecto, recordemos que a él le gustaba presentarse con los colores de la demagogia nasseriana.
Con la huelga de la acerería de Helwan, asistimos a una nueva etapa de las luchas del período postelectoral; de nuevo es el corazón de esta clase obrera organizada el que vuelve a la escena social.
Con esta huelga, son las exigencias y los recuerdos del fin de la huelga de febrero-marzo los que podrían volver a la superficie. En efecto, estos días, una docena de grandes empresas industriales públicas recientemente privatizadas se han coordinado en la lucha para exigir su renacionalización, en particular con la cuestión de los «bonus» que están en el centro de las preocupaciones de los asalariados. Y al mismo tiempo y en asociación con lo anterior, una coordinadora nacional de diferentes sectores de lo público en huelga había aparecido con un amplio programa social que retomaba las principales reivindicaciones populares del momento (ver nuestro artículo en A l´encontre el 24/09/2014).
Es evidente que el corazón de la clase obrera egipcia mira con atención lo que ocurre allí, y muchos militantes explican que no hay que dejar solos a los de Helwan.
Por otra parte, el comienzo de los cursos en la Universidad, el 11 de octubre de 2014, ha estado marcado por un fuerte movimiento de protesta de los estudiantes contra la política de seguridad del gobierno y que se ha mantenido hasta comienzos de noviembre.
Comenzadas con la puesta en cuestión de las medidas de seguridad en los campus tomadas por el gobierno y confiadas a una sociedad privada, Falcon Security, las manifestaciones estudiantiles se han extendido rápidamente a todas las medidas que prohíben toda organización y toda actividad política en las universidades. Luego, con la represión del movimiento que ha ocasionado centenares de arrestos y condenas, provocado centenares de heridos y numerosos muertos, las manifestaciones en la mayor parte de las universidades se han ampliado a la denuncia de la política absolutamente represiva de las autoridades militares egipcias.
Pero el movimiento se ha apagado poco a poco. Esto ha sido provocado por la violenta represión, pero sobre todo por la acción de los Hermanos Musulmanes que, particularmente implantados en el medio estudiantil, han intentado parasitar este movimiento y desviarlo hacia sus propias reivindicaciones en las que mezclaban la denuncia de la violencia del régimen con la de su legitimidad en beneficio de la del régimen de Morsi, único en haber sido elegido democráticamente, en su opinión. El poder se ha apoyado en esto para acusar al movimiento de los estudiantes de estar al servicio de los Hermanos Musulmanes o manipulado por ellos.
En un clima en que el poder lleva a cabo una verdadera guerra contra el terrorismo islamista en el Sinaí y se apoya en esta guerra para legitimar todas las medidas de represión, los estudiantes no han sabido, debido fundamentalmente a que sus reivindicaciones eran únicamente democráticas, diferenciarse suficientemente de los Hermanos Musulmanes. A partir de ahí, muchos de ellos han preferido renunciar más que ser confundidos con aquellos en cuya caída en junio de 2013 participaron.
Sin embargo, los obreros de Helwan han sabido encontrar una solución a este problema de la oposición al poder de los Hermanos Musulmanes y de sus tentativas de parasitar el movimiento social desde septiembre. Debido a lo que representan los obreros, a la débil influencia de los Hermanos Musulmanes en su seno, y sobre todo a sus reivindicaciones que no quiere en absoluto satisfacer la Hermandad -y por tanto no puede defenderlas- los huelguistas de Helwan han rechazado de forma clara todo apoyo de los islamistas. Lo que da a este conflicto una envergadura claramente política.
Un doble alcance político
En esta empresa nacionalizada, el gobierno y su política son directamente el objetivo de la huelga. Exigiendo la dimisión del director de la empresa, recordando las reivindicaciones y el movimiento de febrero-marzo, esta huelga hace resurgir los orígenes de la revolución nacida en los años 2004-2005, ante el «gobierno de los multimillonarios» y cuando éstos privatizaban aceleradamente. En definitiva, continúa haciendo vivir la revolución recordando sus exigencias: la justicia social pero también el hecho de echar no solo la cúspide del estado, Mubarak, sino también a todos los «pequeños Mubarak», a todos los niveles del aparato del estado o de la economía.
Por todo ello, esta huelga es ante todo política.
Tambien recuerda -como vamos ahora, en este período en que el «yihadismo» bárbaro parece seducir incluso a jóvenes en Occidente- que los Hermanos Musulmanes no representan esta revolución y que se ha hecho también contra ellos y su oscurantismo. Por ello, también es política porque afirma que frente a las barbaries militares y religiosas, hay una tercera vía, la del proletariado en su sentido real, es decir de civilización.
Hasta ahora, como de costumbre, el gobierno ha manejado las amenazas y las promesas, la zanahoria y el palo contra esta huelga.
Por una parte, el primer ministro Ibrahim Mehleb, ha prometido que respondería positivamente a las reivindicaciones de los trabajadores el lunes 1 de diciembre resolviendo la falta de aprovisionamiento energético de la fábrica e invirtiendo en la empresa. Pero los asalariados no se lo creen; las mismas promesas fueron hechas el año pasado y no se hizo nada. Los trabajadores tambine declararon que si no se hacía nada para el lunes, endurecerían su movimiento [que es lo que ha ocurrido a partir del día 2].
Por otra parte, 15 dirigentes de la huelga han sido amenazados con ser detenido y llevados ante el tribunal militar por «obstrucción a la producción, sabotaje y ataque a la economía nacional». Uno de los dirigentes de la huelga, Mohamed Abdel Maqsud, dijo que habían recibido la visita de oficiales de alto rango que les habían amenazado con acusarles de ser provocadores de disturbios, al servicio de gánsteres y miembros de los Hermanos Musulmanes.
Ahora bien, el gobierno egipcio no bromea. Más de un militante ha sido ya detenido, torturado y condenado estos últimos tiempos. Y el ministro de la inversión ha declarado la semana pasada en uno de los canales de la TV satélite: «Estamos en un estado de guerra, y vamos a actuar con los trabajadores y las empresas como lo hace el ejército con el terrorismo«. El portavoz de la dirección de la empresa ha declarado que la huelga no era económica o social sino que tenía objetivos políticos explicando que habría recibido el apoyo de los Hermanos Musulmanes y proclamando falsamente que los trabajadores habían incitado a la opinión pública a participar en sus manifestaciones así como en las del Frente Salafista este viernes 28 de noviembre en que estos últimos han llamado a una revolución islámica.
Sin embargo esta manifestación de alto riesgo del 28 de noviembre muestra una doble evolución de los Hermanos Musulmanes. En efecto, en septiembre éstos manifestaron la voluntad de ampliar sus reivindicaciones identitarias religiosas a reivindicaciones sociales con llamamientos a la revolución del hambre.
Pero luego, los éxitos militares de Daech [Estado Islámico] en Siria y en Irak han influido mucho en una parte de sus fieles, en particular desde que el grupo islamista más importante en lucha en el Sinaí -Ansar Beit Al-Maqdis- se haya afiliado públicamente al Estado Islámico. Y desde octubre se ven banderas de Daech en las manifestaciones de los Hermanos Musulmanes igual que se gritan sus consignas.
Jugando con esta tendencia doblando muy rápidamente en influencia a Al-Nour, el principal grupo salafista hasta ahora, pero que apoya a Sissi y amenazando el crédito y el prestigio de los Hermanos Musulmanes, se ha creado un Frente Salafista.
La manifestación del 28 de noviembre que tiene por objetivo una «nueva revolución» pero de la «juventud islamista» fue convocada por este nuevo Frente salafista y apoyada poco después por los Hermanos Musulmanes, que temen ser superados en este terreno de la radicalidad identitaria. Así los Hermanos Musulmanes van una vez «a la izquierda» , otra «a la derecha», mezclando a las reivindicaciones sociales las ideas más reaccionarias y retrógradas.
También, frente a la radicalización islamista, el poder ha declarado que sería la última manifestación «autorizada» de los Hermanos Musulmanes y ha anunciado una represión feroz contra todos los terrorismos, ampliando Sissi esos días la noción a crímenes contra la economía /1.
En estas condiciones -que recuerdan, cambiando lo que haya que cambiar, el dilema de las fuerzas revolucionarias en Alemania en 1931-1932 cuando los nazis llamaban a salir a la calle por reivindicaciones sociales- los trabajadores de la acerería han decidido suspender su huelga de dos días, el jueves 27 y el viernes 28 de noviembre, para mostrar que no tienen nada que ver con los Hermanos Musulmanes. Sin embargo han anunciado también que retomarían su huelga el sábado 29 por la mañana y que la endurecerían el lunes 1 de diciembre si el gobierno no concedía nada.
De ese modo, los trabajadores hacen un doble gesto político que refleja ciertamente la opinión de la mayoría de las clases populares.
De una parte denuncian al gobierno y su política ante el conjunto de la clase obrera y de la población como responsable de la degradación de la situación de los trabajadores. Al mismo tiempo, demuestran ante los ojos de todo el mundo la voluntad del gobierno de ponerse al servicio del sector privado contrariamente a toda la propaganda que puede hacer Sissi sobre el supuesto espíritu nacional que le animaría.
De otra parte se niegan a asociarse a las manifestaciones de los Hermanos Musulmanes contra ese gobierno, mostrando que siguen sin querer la solución «islam» y que no participan en las tentativas de ciertos sectores de la Hermandad de colorear socialmente estos últimos tiempos sus reivindicaciones identitarias y religiosas, en particular durante el movimiento estudiantil de comienzos de curso.
Y con ello, ofrecen la posibilidad de una política independiente a los más honestos de los militantes del movimiento estudiantil de estas últimas semanas, que no lograban diferenciarse de los Hermanos Musulmanes. Indican a esos estudiantes que la solución para ellos está en el éxito de los trabajadores y por tanto en la búsqueda de su alianza, en la ampliación de sus reivindicaciones democráticas a una verdadera democracia social. Les invitan de alguna forma a hacer el mismo trayecto político que había hecho K. Marx en su juventud, hace mucho tiempo.
Muestran, en fin, a toda la población, y más allá, que no hay bipolarización de la situación política entre el ejército y los Hermanos Musulmanes en Egipto sino que hay al menos una tripolarización cuando no una sola polarización verdadera entre posesores y explotados, oposición válida y comprensible para todo el planeta.
Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR
Notas
1/ La manifestación del 28 de noviembre, para la que el Frente Salafista y los Hermanos Musulmanes predecían millones de personas en las calles, no ha sido finalmente seguida más que por algunos centenares en algunas ciudades. Las calles estaban vacías. Los tanques muy presentes han ciertamente disuadido a más de uno de ir a manifestarse. En cualquier caso, Daech no ha ganado influencia en Egipto, pero por el contrario, el poder se ha servido del peligro que ha ciertamente amplificado para justificar sus ataques contra las libertades. Pero esta sobre-reactividad represiva del poder está demostrando a cada vez más egipcios, al contrario de lo que dicho poder pretendía, que no es capaz de garantizar la estabilidad, la seguridad y la paz. Muy al contrario. A esto hay que añadir la política de destrucción de las casas, en una franja de más de 10 km, a fin de aislar Gaza; lo que aclara el papel de Sissi. Por no hablar sobre la suerte de Mubarak absuelto de todas las acusaciones.
Fuente original: http://alencontre.org/moyenorient/egypte/egypte-la-portee-de-la-greve-a-lacierie-geante-dhelwan.html