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El apartheid en Israel es mucho más que la segregación en los autobuses

Fuentes: Haaretz

Traducido del inglés para Rebelión por J. M.

Aeyal Gross

Lo que en una situación diferente se consideraría apartheid, aquí es tolerado por muchos porque, aparentemente, es temporal. Pero hace mucho que la ocupación dejó de ser temporal.

Un joven negro en un acto de resistencia a las políticas de apartheid de Sudáfrica, viaja en un autobús restringido sólo a los blancos en Durban, Sudáfrica, 1986. Foto Reuters

Sudáfrica solía distinguir entre dos tipos de apartheid. El primero, llamado apartheid «menor», incluía la separación de los servicios públicos, como bancos, baños y transporte público. El segundo, llamado «gran» apartheid, incluía la división del territorio y los derechos políticos, en virtud del cual se asignaron zonas separadas en las que obligaron a vivir a los negros. Los residentes de esas zonas estaban privados de la ciudadanía sudafricana. El Gobierno alegaba que esos territorios, denominados «bantustanes», eran esencialmente estados independientes. Si bien era fácil retratar el pequeño apartheid, ya que tenía su expresión flagrante en los carteles con el lema «Sólo para blancos», su impacto no era menos duro que el del «gran» apartheid.

El intento de que los palestinos en los territorios viajen en los autobuses segregacionistas suscitó tanto malestar que el plan fue criticado tanto por la derecha como por la izquierda. Los autobuses tienen un gran poder simbólico, ya que recuerdan a todos la lucha de Rosa Parks, la mujer negra estadounidense que se negó a sentarse en la parte trasera del autobús en 1955. Es un aspecto que retrata con claridad el apartheid, a pesar de que solo es un aspecto menor del apartheid, el aspecto más visible de la segregación es la base del régimen israelí en los territorios.

Este régimen también contiene elementos del gran apartheid, es un régimen que determina que los judíos pueden vivir aquí, los árabes deben vivir alli y no en un plano de igualdad. Es un régimen basado en la separación y en el robo de los recursos, las tierras y aguas, así como los recursos del Estado de derecho. La ley no se aplica de manera equitativa en los territorios. No solo hay sistemas jurídicos y judiciales diferentes para las poblaciones judías y árabes, sino que el orden policial se diferencia cuando se trata de ataques de los israelíes contra los palestinos.

De tal manera que al oponerse al apartheid «menor» los políticos de derecha se persuaden a sí mismos, y algunos de nosotros también, de que son «ilustrados», mientras el «gran» apartheid continúa. Israelíes y palestinos están segregados en los territorios no sólo en términos de zonas residenciales y viviendas, sino también en los ámbitos de la educación, la salud y el bienestar. La ley israelí se aplica allí a los ciudadanos israelíes y extranjeros judíos en todos los ámbitos, incluyendo una serie de leyes destinadas a aplicarse únicamente a los residentes del Estado. A los efectos de la Ley del Seguro Nacional de Salud, por ejemplo, a un judío que vive en los territorios se le considera residente del Estado con los derechos que le confiere la ley, pero la misma ley no se aplica a su vecino palestino, que depende de un sistema de salud diferente y más débil.

Además de todo esto, igual que privaron de derechos políticos a los negros en Sudáfrica por medio del «gran» apartheid, un apartado escondido al final de la Ley de Elecciones a la Knesset titulado «Instrucciones especiales» da a los residentes israelíes de los territorios el derecho a votar a la Knesset, una opción que, en principio, no está disponible para los que viven fuera de las fronteras reconocidas del país. Este derecho no se otorga a los palestinos. Así se ve que bajo la cobertura del carácter supuestamente temporal de la ocupación el régimen segregacionista gana legitimidad. Lo que en una situación diferente se consideraría apartheid es tolerado por muchos porque, supuestamente, es temporal. Pero la ocupación hace mucho que ha dejado de ser temporal, es indefinida en el tiempo, como los demuestran los propios asentamientos.

Incluso después de que se abandonase el plan de autobuses segregacionistas este hecho no ha cambiado. Por eso no podemos dejar que el debate sobre los autobuses oculte el hecho de que el «gran» apartheid, que se caracteriza por la desigualdad inherente entre judíos y árabes en todas las áreas de la vida en los territorios, no es menos grave en sus dimensiones Y en muchos sentidos es más grave que los autobuses segregacionistas.

Fuente: http://www.haaretz.com/opinion/.premium-1.658054

 

Dos líneas de autobús para dos pueblos

Zvi Bar’el

La discriminación brutal no es solo la suerte de miles de trabajadores palestinos en su camino al trabajo, sino de cinco millones de palestinos que viven bajo la ocupación desde hace 48 años.

Activistas de izquierda sostienen títeres y carteles que dicen «El apartheid está aquí, ¿te enteras? Discriminación en Jerusalén Oriental. Jerusalén, 26 de febrero de 2010. Foto Reuters.

Un pequeño terremoto sacudió Israel la semana pasada. Nadie murió, no hay casas destruidas. Se hirieron sentimientos, pero no de muerte.

¿Qué sucedió exactamente? Se había tomado una decisión clínica para evitar el contacto físico entre los palestinos y los colonos en las líneas de autobuses que operan en Cisjordania. Que los cuerpos no se toquen, que los olores no se mezclen. ¿Cómo lo denominó el ministro de Defensa? Un plan «piloto».

Y de repente este experimento, que esencialmente solo refleja la realidad, arma un gran alboroto. Antes de que te des cuenta se cita al famoso viaje en autobús de Rosa Parks durante la lucha de los negros por los derechos civiles en Estados Unidos, así como el transporte segregacionista instituido por los nazis en Alemania.

Se lamentó la desaparición de los «valores judíos», inevitablemente surgieron las comparaciones con el régimen del apartheid de Sudáfrica. Y sobre todo el primer ministro está sorprendido de haber causado un malestar al presidente de Estados Unidos.

Pero fue un terremoto artificial que terminó incluso antes de que los sismógrafos pudieran registrar su intensidad. El plan piloto se descartó y la verdad desnuda que ofende la sensibilidad de los transeúntes se retiró del escaparate de visualización de los israelíes. La única democracia judía del mundo continuó filtrándose por las orillas. Y a diferencia de sus hermanas negras las masas palestinas no salieron a manifestarse y a exigir la igualdad de derechos. Los judíos de Estados Unidos suspiraron aliviados y su presidente elogió los valores judíos que le enseñaron.

Entonces, ¿qué era todo ese alboroto? Después de todo la discriminación brutal es el pan de cada día, no sólo de los miles de trabajadores palestinos, sino de los casi cinco millones de palestinos que viven bajo la ocupación desde hace ya 48 años. Carreteras bloqueadas regularmente separan a los colonos de los palestinos, las leyes de ocupación se hacen cumplir de manera diferente a los dos grupos de población, desde hace décadas las políticas relacionadas con los permisos de construcción, la apropiación de tierras y las demoliciones de casas muestran la crudeza de la segregación.

¿Desde cuándo la respuesta de la comunidad judía estadounidense, liberal o de otras corrientes, se han tomado en cuenta en lo que concierne a la discriminación? ¿Dónde ha estado el presidente todo el tiempo mientras los palestinos aspiran a establecer un Estado independiente que garantice sus derechos? ¿Por qué la propuesta de segregación en los autobuses -entre tantas otras cosas que ocurren- levantó una tormenta?

No es una cuestión de hipocresía. Es peor que eso. La respuesta local e internacional muestra que Israel ya se percibe como un Estado binacional obligado a conducirse de acuerdo con criterios universales. Un estado binacional no puede tolerar autobuses segregacionistas. La ley debe ser igual para todos. Las oportunidades de empleo deben estar igualmente disponibles para todos los ciudadanos y no se debe discriminar a nadie por razones de raza, género u olor.

Así que los autobuses públicos no son solo un medio de transporte. Simbolizan un sentido de igualdad. El sentido, aunque no necesariamente la realidad. Como, por ejemplo, los varones ultraortodoxos pueden pisotear los derechos de sus esposas, pero no las pueden obligar a viajar en la parte trasera del autobús u obligarlas a bajar.

La solicitud de un árabe israelí de vivir donde le plazca puede ser rechazada. O pueden rechazarlo para un puesto de trabajo a causa de su origen étnico, pero no a obligarle a que se baje del autobús. Se puede dar trabajo a los árabes y explotar su condición de pueblo ocupado para abusar de sus derechos e incluso encontrar apoyo para hacerlo en el derecho internacional, pero no se puede hacer nada que empañe el aura democrática del Estado ocupante y evitar que se monte en el autobús de la igualdad.

Pero la ocupación no es apartheid. Ha reconocido reglas propias y la igualdad de derechos no es una de ellas. Y de hecho los que denuncian clamorosamente la difícil situación de los pasajeros palestinos de los autobuses están contribuyendo a la confusión de esta importante distinción. Cualquiera que levante la bandera del apartheid está diciendo básicamente que si la ocupación fuera más bonita y más justa -si los palestinos pudieran viajar en los autobuses con los colonos- desaparecería. O al menos no se sentiría.

Nadie debe sentirse virtuoso debido a que el plan piloto se tiró a la basura. El aparheid es la vida real y hay que actuar de forma permanente.

Fuente: http://www.haaretz.com/opinion/.premium-1.658172

 

El gobierno derechista de Israel está arrojando al país a un abismo

Avirama Golán

El Gobierno derechista de Israel está cerca de aflojar los últimos lazos de cualquier orden razonable. Los eventos que ahora están saliendo a la luz no reflejan el caos, sino más bien una desarticulación sistemática.

A veces incluso la fantasía más podrida puede hacerse realidad. El dicho «en tiempos de guerra» -que más tarde se convirtió en ‘cuando los cañones rugen’- las musas callan» se atribuye a Cicerón, pero parece que en realidad dijo: «En tiempos de guerra la ley se queda en silencio». Él mismo aprendió de la manera más sucia que el orden humano se estrella en tiempos de guerra. Sin embargo los movimientos históricos se llevaron a cabo no solamente en el campo de batalla sino en el ámbito salvaje de un imperio que hizo implosión debido a la corrupción y un Gobierno borracho de poder.

Aun sin entrar en los detalles de la maraña que está llevando a Israel al abismo, está claro que el Gobierno de derecha está cerca de aflojar los últimos lazos de cualquier orden razonable. Los acontecimientos que salen a la luz no reflejan un caos, como afirman muchos, sino más bien una desarticulación sistemática.

La corrupción en el sistema de aplicación de las leyes, donde un exfiscal de distrito y los funcionarios superiores de la policía son solo la punta del iceberg, no solo socava peligrosamente la confianza pública en los tribunales y la policía, sino que también es un factor en las manos de los que buscan el colapso del sistema. Por supuesto algunos expertos están seguros de que la ministra de Justicia Ayelet Shaked no tendrá éxito en la implementación de sus políticas porque todos sus predecesores lo intentaron y fracasaron, amparados en el pensamiento consolador de que la Corte Suprema es fuerte. Pero ignoran la diferencia entre un profesor brillante pero despistado y un político diligente, exigente y decidido.

Otros creen que la toma de posesión del primer ministro, Benjamín Netanyahu, de los medios de comunicación se debe a la venganza, la paranoia y un sentido de injusticia. En su preocupación por la psicología chismosa se han olvidado de la profunda red de intereses que son el corazón del Gobierno de Netanyahu. A diferencia de otros gobernantes vecinos, como el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, la eliminación de la libertad de prensa por parte de Netanyahu está destinada a servir al dios de dos caras, Sheldon Adelson. Netanyahu y sus intereses económicos y políticos. Siempre quiso hacerlo y ahora puede.

Las reacciones al «experimento» de la segregación en los autobuses también ignoraron el contexto. Todo el mundo se centró en la falta de conexión entre Netanyahu y el ministro de Defensa Moshe Yaalon, consolándose con la idea de que se trataba de un «típico bodrio israelí» y olvidaron la sustancia, que la segregación no es nada nuevo aquí. A los palestinos no se les considera seres humanos y la lógica étnica-racista de los asentamientos se ha interiorizado de manera definitiva.

Quien no entienda esto está invitado a leer la transcripción de la discusión sobre la segregación en los autobuses en un subcomité de Asuntos Exteriores y la Comisión de Defensa de la Knesset (Haaretz, 29 de octubre de 2014). «El palestino, dijo un orador, se siente como un vencedor en el autobús porque puede subir con chicas judías. Está claro que está en juego un derecho de garantía supremo».

El hilo de atar todo esto junto, así como otras cuestiones como el enorme robo de los fondos estatales para los asentamientos y las instituciones religiosas, la detención de un niño palestino de 6 años (!), la sentencia del Tribunal Supremo sobre la ciudad beduina de Umm al-Hiran y la declaración histórica de Netanyahu de que «Jerusalén siempre ha sido y será siempre la capital del pueblo judío solamente», es la sensación de que, al igual que en tiempos de guerra, todas las reglas vitales para el mantenimiento de una sociedad democrática se han roto. Y como es habitual aquí en tiempos de guerra, el Gobierno puede funcionar salvajemente, porque no hay nadie en el otro lado.

En el lugar donde se suponía que estaría la alternativa de izquierda hay un vacío completo. Los que se hicieron pasar por la izquierda no ofrecieron una agenda diferente y tampoco un liderazgo, los medios de comunicación sufren miedo y debilidad y los bien aceitados sistemas de relaciones públicas conectan el primero con la segunda por encima de las cabezas de los ciudadanos.

Este régimen perverso no será detenido por esta simulada alternativa, sino solo por una postura de izquierda original y audaz, tanto en asuntos sociales como en el conflicto palestino. Mientras no exista esa, la libertad del Gobierno para hacer cualquier cosa sólo crecerá.

Fuente: http://www.haaretz.com/opinion/.premium-1.658194