Desde las calles iraníes, el colaborador de GAIN ha tenido ocasión de pulsar el ambiente y la opinión de la población en relación a la reciente agresión israelí en Líbano, un país que conoce muy bien también, pues ha residido en el mismo durante mucho tiempo.
Como es habitual, en el mundo musulmán y particularmente en lo que refiere a Oriente Próximo, la realidad suele ser mucho más compleja de lo que reflejan los medios de comunicación. El manido argumento del apoyo iraní a Hezbollah, reforzado por una imagen tendenciosa de fanatismo, no es ninguna excepción. Si bien es cierto que el gobierno iraní no es precisamente el mejor ejemplo de diplomacia, habida cuenta de sus malas relaciones con Israel que le colocan en un puesto de honor en la lista negra de la agenda imperial, es importante destacar que en la calle se palpa más bien una sensación de desgana y cansancio que un ansia por «empujar a los judíos al mar».
Desde que empezó la agresión israelí contra el Líbano, en las calles de los pueblos y ciudades de Irán los tradicionales y ubicuos carteles y murales en honor a la revolución y a los mártires nacionales comparten espacio con los que ensalzan a Hezbollah y a la resistencia libanesa. Mediante una estética que mezcla lo kitch con lo macabro, los encargados de la propaganda han preparado una campaña que muestra imágenes de los recientes horrores en Líbano junto a otras en las que aparecen heroicos guerreros de Hezbollah o el propio Hassan Nasrallah, en ocasiones abrazando al líder iraní Ali Jamenei bajo la tierna mirada de Jomeini desde los cielos. Todo ello enmarcado entre las flores y pajarillos tan típicos del gusto persa.
La prensa escrita y los noticiarios televisivos anuncian la gran victoria de Hezbollah sobre el «régimen sionista de la Palestina ocupada», como se denomina a Israel de manera oficial. Esta buena sintonía entre el gobierno iraní y el grupo chiíta libanés encuentra amplio eco en los medios de comunicación internacionales, muchos de los cuales dan por sentado que Hezbollah no es sino una mera marioneta de Teherán. Esta absurda afirmación demuestra, además de escaso conocimiento, un completo desprecio por aquellos que han estado más de 20 años resistiendo legítimamente al ejército sionista.
Enemigos comunes
Las buenas relaciones entre Irán y el Partido de Dios libanés no solo se explican en términos religiosos -ambos son musulmanes chiítas, rama minoritaria en el Islam y considerada herética por la visión ortodoxa Saudita -, sino también en términos estratégicos. Desde sus inicios, tanto Hezbollah como el régimen de los ayatolas comparten, además, enemigos: Israel y EEUU.
Hezbollah nació de la guerra del Líbano como el más importante de los movimientos de resistencia de la comunidad chiíta, históricamente la más marginada del país levantino. Irán ha sido un factor clave en el desarrollo del grupo libanés, no solamente a nivel ideológico sino también en términos de entrenamiento y logística. No obstante, el control que Irán ha mantenido sobre Hezbollah ha ido perdiendo fuerza a medida que el este ultimo ha ido integrándose en el sistema político libanés y tomando entidad propia.
Si bien se rumorea que existieron grupos de Pasdaran actuando en el valle del Bekaa durante la guerra civil libanesa, es más que dudoso que hayan participado en el reciente conflicto contra Israel, como algunos medios nos quieren hacer creer. Es obvio que existe un apoyo económico y logístico desde Teherán, pero en ningún modo se ejerce control sobre su órgano directivo. Lo que han dejado claro estas ultimas semanas es que la ayuda de Irán ha permitido a Hezbollah hacer frente, con bastante éxito, al ya gigante con pies de barro del Tzahal, cuyos portavoces han tenido la desfachatez de quejarse de la modernidad de las armas de los milicianos libaneses cuando es bien conocido el abrumador apoyo que recibe Israel de EEUU.
La calle esta cansada
Sin embargo, para cualquiera que conozca mínimamente Irán, es evidente el malestar de gran parte de la población con el gobierno. Los iraníes no se muerden la lengua a la hora de hablar con los extranjeros, tal y como puede suceder en otros países de la región. Las más de dos décadas de vilayat e faqih, gobierno de los juristas, que se entromete en todas las parcelas de la vida cotidiana de los ciudadanos, han cansado a una población compuesta mayoritariamente por jóvenes, con un notable nivel cultural y conocedora del mundo exterior.
La identificación del gobierno Iraní con Hezbollah tiene un efecto halo que perjudica a estos últimos, y es aquí donde el mito se tambalea. «A mi no me gusta Hezbollah», comenta Khosrow, un joven universitario que trabaja en uno de los cibercafés mas punteros de Teherán. «no es que me guste América o Israel, pero estoy cansado del gobierno y de sus aliados. Creo que la mayoría de jóvenes opinamos así. Solo queremos libertad y trabajo».
Un vendedor de Mashhad, a la sazón ciudad santa, comenta sin tapujos: «todos los mullahs son iguales, y Nasrallah es simplemente uno más de ellos». En la acera de enfrente, junto al mausoleo del Imam Reza, se celebra una manifestación en apoyo a Hezbollah. Pero tanto en ésta como en la reciente llevada a cabo en la céntrica plaza Palestina de Teherán, tan solo un escaso millar de personas han acudido, a pesar de la amplia cobertura mediática que quiere presentar un país volcado con sus correligionarios libaneses.
El museo de los mártires, frente a la ex embajada estadounidense en Teherán, sirve como muestra del posicionamiento del régimen respecto a los conflictos con el imperio. La defensa de la causa Palestina y, en general, de los pueblos oprimidos, ha sido uno de los pilares del régimen de los ayatolas desde la revolución del 1979 y forma parte del alma mater chiíta.
Las criticas no carecen de un pesimismo realista, tal y como expresa Amir, un taxista de Tabriz: «tengo ganas de que mi país deje de tener una reputación tan nefasta. Siempre estamos defendiendo y apoyando a los palestinos y a los libaneses, pero me pregunto qué gobierno árabe nos ayudaría si tuviéramos un problema». La respuesta es evidente.
No obstante, a pesar de que exista una solidaridad natural con los palestinos o con los chiítas libaneses, en palabras de Hussein, tendero de Kerman, «estamos hartos de tener que aguantar la actitud provocadora de nuestro gobierno». Y sentencia: «nosotros somos gente de paz». La amenaza del conflicto armado pende sobre sus cabezas a diario.
Una presión peligrosa
A pesar de las críticas, Irán no es el Líbano y ni es posible, ni entra en los planes de Nasrallah, convertir el país de los cedros en un estado islámico chiíta. Hace más de una década que Hezbollah ha optado por la vía democrática y el diálogo con las otras comunidades religiosas, mientras que su rama militar se ha limitado a combatir dentro de sus fronteras contra un ejército de ocupación. Los próximos meses dirán quien ha salido provechoso del mes de destrucción que ha supuesto este último conflicto. Lo que ha quedado claro es que Nasrallah ha ganado la batalla de la opinión pública musulmana, e Israel (y sobretodo el gobierno de Olmert), han perdido activos importantes de credibilidad en Occidente.
Por su parte, el acoso al que se ve sometido Irán por parte de Washington corre peligro de volverse en su contra si se sigue la línea actual. Es probable que los servicios de inteligencia norteamericanos sepan que en Irán es viable un cambio de régimen a medio plazo sin tener que recurrir a la fuerza. La propia dinámica de su sociedad conducirá a ello. Pero atendiendo a la desastrosa política de EEUU en Oriente Próximo, es también posible que este malestar se vuelva en su contra. Los iraníes son gente pacifica y ansían cambios, pero no hay que subestimar el espíritu de justicia y de sacrificio chiíta. Una mala gestión de las relaciones geopolíticas con Irán puede acabar en un baño de sangre de proporciones apocalípticas.
Ricard Boscar es colaborador del Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)