Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Como comunidad internacional, todos somos responsables ante el brutal asedio en curso contra Gaza, y hasta que no utilicemos todos los medios posibles de resistencia pacífica, no podremos confiar en un pronto final del mismo.
No hay mucho más que decir sobre el Holocausto del pueblo de Gaza, asumiendo que el lector haya ido al menos siguiendo la cobertura que los medios de comunicación realizan de lo que está sucediendo en la traumatizada Franja. No debe sorprendernos que sus habitantes hayan recurrido a la eutanasia para poner fin a las vidas de miles de pollitos recién empollados, porque incluso las aves de Gaza prefieren morir con honor antes que por inanición. No hay nada extraordinario en esos seres que tratan de mantener vivos a sus niños a base de alimentos para animales, porque incluso aquellos que saben un mínimo sobre Gaza son conscientes de que ese es sólo uno de los medios utilizados por su pueblo para salvar a toda la región de una explosión definitiva. El único aspecto sorprendente de toda la situación actual es que cuanto más intentan los gazanos convencer a sus niños de que en esta vida hay al menos algo de bondad que hace que pueda merecer la pena aferrarse a ella, tanto más el mundo se esfuerza en desmentir esas teorías y en inculcar en la mente de esos niños que así es la vida y que el mundo no se merecería más que la maldición que sufre Gaza.
Entonces, y para no dejar que el lector empiece a imaginar que el mundo anterior pertenece a otro planeta, debo aclarar que el mundo al que me estoy refiriendo está actualmente conformado por «Nosotros». Vds. y yo. Nos resulta fácil, ¿verdad?, llorar por la gente de Gaza, y es fácil también pedirles paciencia y persistencia, y es fácil asimismo condenar al matarife israelí de millón y medio de seres humanos. Sin embargo, lo que parece imposible es que lleguemos a confesarnos que somos nosotros los que estamos asediando Gaza y que todas nuestras condenas, protestas, oraciones y escritos -a menos que vayan acompañados de actos genuinos sobre el terreno- son un penoso reflejo de nuestra despreocupación frente a la masacre actual contra los palestinos de Gaza, y de la ausencia de algún propósito firme, por nuestra parte, de llevar a cabo acciones serias y prácticas para desbaratar el estado de sitio contra la Franja.
El lector puede sorprenderse: «¡Acciones prácticas sobre el terreno! ¡¿Yo?!» Su asombro desaparecerá tan pronto como comprenda que la resistencia pacífica y no violenta ante las injusticias ha sido tan eficaz a través de la historia como la resistencia armada, cuando no superior en muchos de los casos. Recordémonos a nosotros mismos y recordémosle a Egipto -el socio de Israel en el derramamiento de la sangre palestina en Gaza- que él mismo no habría obtenido su independencia del colonialismo en 1923 sin la revolución de 1919 -que fue pacífica en muchos sentidos- y la desobediencia civil que siguió al arresto del líder del Partido Wafd, Saad Zaghloul. Fue esa revolución la que finalmente forzó a los colonizadores a rendirse ante la voluntad de los egipcios y declarar la independencia de Egipto. Recordemos también que el movimiento pacífico de no cooperación de Mahatma Gandhi, en la India de entre 1920 y 1922, y su posterior y famosa Marcha de la Sal en 1930, fue lo que acabó cortándole las alas al colonialismo británico, obligándole a reconocer la independencia de la India en 1947. La determinación de un hombre, que había entrado en su séptima década de vida, para caminar una distancia de 390 kilómetros hasta llegar al Mar Arábigo y romper las leyes de la sal del Imperio Británico, impidiendo la extracción de sal, puede que sea considerado por muchos como un acto demencial, pero cuando ese anciano cautivó y atrajo a más de sesenta mil indios en su camino hacia la ciudad costera de Dundee e inspiró a millones a unirse a la desobediencia, plantear el provecho del peregrinaje hacia la sal deviene tan solo una especie de sofismo.
La historia está llena de ejemplos de métodos de resistencia pacífica y no violenta que la lucha palestina, en sus noventa años de existencia -desde la Declaración Balfour-, podía haber aprehendido. Entonces, ¿por qué razón o razones los palestinos no han logrado lo que otros consiguieron en el mismo lapso de tiempo o incluso en un plazo más corto? No estaría lejos de la verdad atribuir el éxito de las luchas de otras naciones a su unidad alrededor de una idea central y a su determinación para conseguirla. Si los palestinos diagnosticaran cuidadosamente los motivos de su fracaso por no haber conseguido aún su liberación, entonces muy probablemente descubrirían la ausencia de los atributos mencionados. Casi estoy seguro que los palestinos nunca se pondrán de acuerdo en un objetivo central; si se preguntara a los palestinos por lo que piensan sobre los métodos más adecuados para conseguir su liberación, me temo que se podría recoger material suficiente para llenar varios volúmenes con apenas consistencia alguna entre esos métodos. Para no salirme del objeto de este artículo señalaré: El consenso nacional y la participación de todos los sectores de la población son condiciones necesarias para el éxito de cualquier iniciativa de resistencia no violenta que pueda ser considerara como sinónimo -o incluso como sustituto- de la resistencia armada.
Empezamos con el asedio contra Gaza y ahora estamos hablando aquí de resistencia no violenta, por eso, ¿cuál es la cuestión? Lo que estoy intentando decir es que la resistencia no violenta y pacífica se beneficia de un valor añadido al compararla con la resistencia armada; que no se limita a un cierto segmento de la nación y que permite la contribución e implicación de todos los pueblos del mundo, así como de la misma nación victimizada. El pueblo de Gaza nos estaba impulsando a lanzar una resistencia no violenta contra el bloqueo cuando se rebeló contra el asedio y desmanteló el muro de separación en la frontera egipcia para poder al menos respirar el aroma de la libertad durante unos cuantos días antes de que Egipto le obligara a retornar a su inmensa cárcel y a asfixiarse en sus celdas. Sólo unos cuantos comprendieron el valor del intento palestino de aquel momento y empezaron a desarrollar la IDEA, y es por eso que apareció el movimiento «Gaza Libre» (www.freegaza.org) y su brillante propuesta de poner veleros a navegar para romper por mar el asedio contra la Franja de Gaza. A pesar de sus limitadas posibilidades financieras y físicas, el pequeño grupo consiguió probar la viabilidad de su idea repitiéndola tres veces, llevando a bordo en la última de ellas a varios parlamentarios que recurrieron a la genial idea después de que el régimen egipcio les impidieran entrar en Gaza por tierra.
Esa innovación de la idea de los «Barcos de la Libertad», y que la llevaran a la práctica sobre el terreno, es todo un orgullo para el movimiento «Gaza Libre». Lo que falta es la parte más importante: la acción colectiva, por mi parte y por la suya, por nuestras familias, vecinos, amigos, colegas y todos los que crean en la justicia de la lucha palestina, que también ellos tienen que compartir la responsabilidad de liberar Palestina. Los «Barcos de la Libertad» podrán evolucionar de ser una idea amable a una eficaz arma de resistencia no violenta sólo cuando los viajes mensuales se conviertan en una línea regular de barcos continuamente activa, y cuando una flota de buques reemplace a las pequeñas embarcaciones, y cuando los organizadores del programa se vean forzados a retrasar el viaje de algunos pasajeros debido a la inmensa afluencia de voluntarios de todas las partes del globo, y cuando cada uno de nosotros se convierta en socio y parte de la idea contribuyendo a la financiación de los barcos o cubriendo los gastos de los voluntarios; sólo entonces podremos confiar en un próximo colapso del asedio israelí contra Gaza, una colapso que vamos a conseguir más con nuestra propia sangre, sudor y lágrimas que mendigando desesperadamente la simpatía de políticos e instituciones internacionales.
La decisión de continuar, o de poner fin, al asedio contra Gaza no es una decisión ni israelí, ni egipcia ni internacional; es nuestra -y sólo nuestra- decisión. Si estamos dispuestos a aceptar los hechos sobre el terreno no podremos esperar ni un poco de simpatía del ocupante israelí, ni conmover el corazón del régimen egipcio. Por otra parte, al promover nuevos hechos sobre el terreno a través de una resistencia no violenta, los israelíes no tendrán más opción que aceptar el final de su salvajismo y que la libertad de Palestina está cada día más cerca, y que los egipcios puedan ser recordados una vez más por la frase de su líder Saad Zaghloul: » El deber está por encima del poder y la nación por encima del gobierno».
Enlace con texto original:
http://palestinethinktank.com/2008/11/24/akram-awad-the-siege-on-gaza-we-share-the-blame/