El mal llamado proceso de paz en Oriente Próximo vuelve a estar en punto muerto. En realidad, en muy pocas ocasiones ha estado vivo. Esta vez, la paralización se debe al anuncio hecho público en Washington por el Departamento de Estado, el martes pasado, de que el Gobierno de Obama «había abandonado los esfuerzos para […]
El mal llamado proceso de paz en Oriente Próximo vuelve a estar en punto muerto. En realidad, en muy pocas ocasiones ha estado vivo. Esta vez, la paralización se debe al anuncio hecho público en Washington por el Departamento de Estado, el martes pasado, de que el Gobierno de Obama «había abandonado los esfuerzos para persuadir a Israel de que renovara la congelación de su programa de asentamientos». En el mismo comunicado se hacía ver que «esto no significa el final de los esfuerzos de EEUU«, aunque salta a la vista que esta vergonzante coletilla no es capaz de aportar ya un mínimo de esperanza.
Lo primero que se advierte es cierta hipocresía en la declaración estadounidense. ¿Quién puede creer que EEUU sea verdaderamente incapaz de ejercer sobre Israel la presión suficiente para que atienda a sus requerimientos? Bastaría con que insinuara al Gobierno de Netanyahu que, ya que él no congelaba la construcción de nuevos asentamientos durante los pocos meses que a juicio de Obama eran necesarios para entablar nuevas conversaciones, EEUU congelaría las ingentes aportaciones de ayuda económica, militar, industrial, comercial, diplomática, etc. gracias a las que Israel se permite hacer de su capa un sayo, ignorar sistemáticamente las resoluciones de la ONU y consumar, poco a poco, la destrucción del pueblo palestino mediante una política basada en la ocupación y fragmentación de sus tierras, la humillación de sus gentes y su paulatina asfixia económica, política y social.
La heterogénea coalición que gobierna Israel, a la que los halcones de la extrema derecha amenazan con abandonar en cuanto algo no les satisface, ni siquiera ha aceptado la «zanahoria» que Obama ofreció en forma de veinte cazabombarderos F-35, de los llamados «invisibles», y ha decidido hacer oídos sordos a sus requerimientos. De paso, no está de más considerar si los cazabombarderos resuelven los problemas que afronta Israel, o si ayudan mejor a aliviar los que pueda sufrir la industria aerospacial de EEUU en estos tiempos de crisis económica.
Desde 1967 hasta hoy, Israel ha venido incrustando nuevos asentamientos ilegales en el seno de la Cisjordania palestina, instalando cerca de medio millón de habitantes judíos en más de 120 colonias. De ese modo, el territorio sobre el que habría de asentarse el futuro Estado palestino ha quedado reducido a un mosaico disperso de fragmentos territoriales aislados entre sí, con los que la sola idea de poder constituir una entidad estatal viable resulta inconcebible. Además de esto, existe una amplia franja, paralela al río Jordán y al mar Muerto, prohibida al pueblo palestino, que unida a la proliferación de asentamientos en torno a Jerusalén rompe la contigüidad terrestre entre los dos fragmentos en que queda dividida Cisjordania, al norte y al sur de la capital.
Esta evolución de los acontecimientos parece confirmar las sospechas de que las promesas de Obama para avanzar en las conversaciones de paz obedecían más a sus necesidades electorales en los comicios de noviembre pasado que a una verdadera voluntad de reforzar las vías que conduzcan hacia la paz.
¿Qué puede ocurrir ahora? Los más pesimistas opinan que todo volverá al punto anterior: cohetes lanzados contra Israel y aumento en la represión violenta del pueblo palestino. La esperanza de una solución basada en dos Estados independientes se esfuma. Y el ánimo de los más optimistas nos recuerda la situación en que se hallaban los gobernantes de la República Española a principios de 1939, cuando ya solo esperaban su salvación en la posibilidad de que estallase la guerra en Europa entre los fascismos y las democracias. Son cada vez más los que piensan que solo una guerra abierta, que implique a Irán, a algunas potencias occidentales y a ciertos países de esta zona, podría cambiar radicalmente el curso de los acontecimientos. Ningún gobernante sensato, oriental u occidental, puede desear tal tipo de solución. Lo que viene a corroborar la gravedad de la parálisis a la que se ha llegado.
Desde el interior de Israel y en vastos círculos palestinos se sospecha también que el enorme peso que tienen en EEUU los grupos de presión judíos, unido a los beneficios que obtienen los fabricantes de armamento en los países aliados de Oriente Medio, impedirá alcanzar una solución a este problema. Desde Arabia Saudí hasta los emiratos del Golfo, un sostenido desequilibrio militar es la mejor propaganda para quienes construyen y venden cazabombarderos, carros de combate o cualquier otro instrumento de la panoplia bélica. ¿Qué harían después, si en esta región estallara una paz tan poco favorecedora para sus intereses?
En todo caso, lo que estamos presenciando es, una vez más, una sucesión de acontecimientos y decisiones políticas que, en último término, acabarán arrastrando inexorablemente al pueblo palestino al basurero de la Historia, donde hará causa común con otros pueblos que ya le han precedido en este ignominioso camino.
http://www.republica.es/2010/12/09/el-basurero-de-la-historia/