El objetivo real del ataque aéreo lanzado por Israel el 6 de septiembre contra Siria fue convencer a Irán, con ayuda de Estados Unidos, de que sus instalaciones nucleares podrían correr el mismo destino, según evidencian imágenes satelitales. Hasta fines de octubre, la explicación de la incursión, construida sobre la base de filtraciones a la […]
Pero nuevas evidencias desmienten esa línea argumental y colocan en escena la hipótesis de que el ataque constituyó una advertencia a Irán.
La teoría original, promovida el ala neoconservadora del gobierno de Estados Unidos, comenzó a desmoronarse cuando una compañía privada difundió fotografías tomadas por satélite según las cuales el edificio de la supuesta central nuclear siria atacada estaba allí desde hacía cuatro años.
Las imágenes muestran que los únicos cambios entre septiembre de 2003 y agosto de 2007 fueron la aparición de una estructura secundaria más pequeña y lo que parece ser una estación de bombeo sobre el río Éufrates.
La prensa estadounidense, basada sobre trascendidos oficiales, había sugerido que la presencia de esa bomba de agua indicaba que el edificio podía albergar un reactor atómico.
Pero Jeffrey Lewis, experto en tecnología nuclear de la Fundación Nueva América, dijo a IPS que esa conclusión carece de bases sólidas. Muchas clases de instalaciones industriales necesitan bombear agua para operar, explicó.
La campaña de filtraciones a la prensa, según la cual Siria desarrollaba un programa de armas atómicas con ayuda norcoreana, comenzó casi inmediatamente después del ataque israelí.
El 11 de septiembre, un funcionario del gobierno de George W. Bush le dijo al diario The New York Times que Israel había obtenido información de inteligencia, a través de «vuelos de reconocimiento» sobre Siria que revelaba «posibles instalaciones nucleares que funcionarios israelíes creen que podrían haber sido abastecidas con materiales provenientes de Corea del Norte».
Los funcionarios que filtraron esos datos a la prensa están alineados con el vicepresidente Dick Cheney, quien intenta sabotear impulsado por la secretaria de Estado (canciller) Condoleezza Rice de proveer alimentos y combustible a Corea del Norte a cambio de que ese país abandone su programa de armas nucleares.
Los liderados por Cheney, entre ellos el ala neoconservadora, habían perdido una batalla anterior en torno de esa decisión y buscaban utilizar la incursión israelí como un nuevo argumento contra las gestiones diplomáticas de Rice.
Esos funcionarios no querían que las agencias de inteligencia evaluaran esa supuesta evidencia sobre un programa nuclear sirio, porque seguramente sabían que no resistiría el análisis de los expertos.
El diario The Washington Post informó el 13 de septiembre que el acceso a «las espectaculares imágenes satelitales» provistas por Israel quedó restringido a «un puñado de altos funcionarios», entre los cuales no figuraban los analistas de las agencias de inteligencia por orden del consejero de Seguridad Nacional, Sthepen J. Hadley.
Ya en 2002 y 2003, una campaña neoconservadora sobre la existencia de un programa nuclear sirio en el mismo lugar había sido desestimada por esas agencias.
Un alto funcionario dijo a The New York Times el 30 de octubre que los analistas conocían la existencia de esas instalaciones «desde el principio» –o sea, antes de 2003–, pero que jamás se convencieron de que indicaran la existencia de un programa nuclear activo.
En 2002, John Bolton, entonces subsecretario de Estado para Control de Armamento y Seguridad Internacional, quiso acusar públicamente a Siria de desarrollar un programa de armas nucleares, pero los expertos de inteligencia rechazaron sus apreciaciones.
Un experto consideró que los dichos de Bolton eran «una exageración», y varios de sus colegas también los desestimaron, según un informe del Comité de Relaciones Exteriores del Senado.
El ataque a las instalaciones fue una obvia demostración de la superioridad militar de Israel sobre Siria, considerada por el gobierno de Bush y el de Ehud Olmert aliada clave de Irán. También está en sintonía con la predisposición de Cheney y sus aliados a usar la fuerza contra Damasco.
Durante la guerra de 2006 entre Israel y las milicias proiraníes del Partido de Dios libanés (Hezbolá), el consejero adjunto de Seguridad Nacional Elliot Abrams dijo a un alto funcionario israelí que el gobierno de Bush no se opondría a que se «extendiera el conflicto más allá, hasta su otro vecino septentrional», es decir, hacia Siria.
Meyrev Wurmser, directora del Centro para Políticas de Medio Oriente del neoconservador Instituto Hudson, dijo en diciembre de 2006 que «muchos en el gobierno creen que Israel debería haber combatido contra el verdadero enemigo, que es Siria y no Hezbolá».
Ese ataque, agregó, «hubiera sido un golpe durísimo para Irán. Iba a debilitarlo y cambiar el mapa estratégico de Medio Oriente».
Funcionarios de Estados Unidos e Israel ofrecieron pistas poco después de la incursión en territorio sirio acerca de que se trataba de un mensaje para Irán.
El jefe de la inteligencia militar israelí, Amos Yadlin, declaró ante un comité del Knesset (parlamento): «Nuestra capacidad de disuasión ha sido rehabilitada desde la guerra en Líbano y se extiende a toda la región, incluodos Irán y Siria».
Aunque no se refirió explícitamente al ataque aéreo, éste era el único elemento que podría ser considerado capaz de devolver a Israel su credibilidad estratégica.
La agencia de noticias Reuters citó a un funcionario del Departamento (ministerio) de Defensa estadounidense, según el cual la importancia de la incursión aérea «no está dada por el hecho de si se alcanzó el blanco o no, sino porque demuestra la voluntad de Israel de realizar acciones militares».
El 18 de septiembre, Bolton señaló a la agencia de noticias israelí JTA que «se trata de un claro mensaje para Irán. Israel tiene el derecho a la autodefensa y esto incluye operaciones ofensivas contra instalaciones de armas de destrucción masiva que plantean una amenaza. Estados Unidos justifica estos ataques».
Asimismo, un columnista de The Washington Post, David Ignatius –con acceso a altos funcionarios del gobierno– citó a una fuente anónima que describió el ataque a Siria como «un mensaje claro para Irán: Estados Unidos e Israel pueden identificar blancos nucleares y penetrar las defensas aéreas para destruirlos».
Esa sugerencia del funcionario fue la indicación más clara de que el objetivo primario del ataque fue enviar un mensaje conjunto de Estados Unidos e Israel para intimidar a Irán, en un momento en que tanto el gobierno de Olmert como la facción de Cheney encontraban crecientes dificultades para lograr ese fin con otros métodos.
* Gareth Porter es historiador y experto en políticas de seguridad nacional de Estados Unidos. «Peligro de dominio: Desequilibrio de poder y el camino hacia la guerra en Vietnam», su último libro, fue publicado en junio de 2005