Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.
Israel necesita una refundación revolucionaria de sus instituciones de modo que se puedan transformar los temores regionales en una paz genuina que priorice la vida y la impermeabilice al fascismo y al fuego.
El rugiente fuego desvela la verdad: Israel carece de infraestructura. A pesar de que es un país rico, está desprovisto de los servicios necesarios para hacer frente a un incendio porque sus dirigentes pulverizan el dinero del Estado en la corrupción, los asentamientos coloniales y financiando a los religiosos extremistas. Y, a pesar de su historia, Israel carece de fundamento democrático porque su espinosa dirigencia está demasiado ocupada haciendo llamaradas.
En Israel, el 53% de la mayoría judía ahora quiere que el gobierno aliente la emigración de los palestinos israelíes. Vuelva a leer: una mayoría absoluta de los que se definen como judíos en Israel quiere que el gobierno actúe para que se concrete «la limpieza étnica» en el Estado. Una tercera lectura de esta conclusión acentúa el escalofrío que debería correr por la espalda de la democracia israelí. Veinte años después de que el kahanismo (la ideología fascista del rabino Kahana, N. de T.) fuera declarado ilegal, 65 años después de la tragedia racista en el corazón de Europa, la mayoría de los corazones judíos de Israel laten al unísono con la ideología del rabino fascista.
En consecuencia, lo que los ojos captan no es un accidente: no es casualidad que el rabino de Sabed permanezca en su puesto; que 55 parlamentarios sustenten la ideología racista cerrada y otros 15 los apoyen cuando es necesaria la mayoría absoluta; no es casualidad que un kahanista declarado imponga el ritmo del Parlamento y lidere la legislación de las leyes racistas. Entender el contexto histórico eriza aún más la piel. Una semana antes del lanzamiento de la información en Wikileaks, Benjamin Netanyahu miró en su bola de cristal, apuntó su visión actualizada hacia la zona occidental del Negev y, con total facilidad, la ubicó en los campos de trabajo para los refugiados que no pertenecen a la «etnia elegida». Quien observaba al observador podía ver una brillante sonrisa como la de un gato contemplando un plato lleno de leche. La sonrisa del triunfo de Netanyahu no solamente revelaba la posible fuente de su triunfo, sino que también revelaba al desprevenido su percepción de de su triple victoria: el debilitamiento del «peligro» que se desprendía del involucramiento estadounidense para alcanzar la paz; el debilitamiento de los regímenes pragmáticos de la zona, cuya exposición como colaboradores minimiza su capacidad para la construcción de acuerdos de paz y la menor necesidad de solicitar la «luz verde» en el camino a Irán. Los líderes de la región parecían allanarle el camino diciéndole a Netanyahu «bombardea, Bibi, bombardea».
Pero no estamos tratando aquí con un personaje mítico que ve aunque no se deja ver: Israel es visible, está situado en la parte central del mapa y es vulnerable al fuego. Cambios dramáticos en las relaciones entre los superpoderes tienden a crear oportunidades revolucionarias, aunque también van en paralelo con el aumento del racismo fascista. Es el momento en que las ansiedades existenciales se entreveran con las sensaciones de poder para utilizar los cambios globales cortando las ataduras con el pasado y los conceptos de lo viejo, de lo «represivo», y posibilitar una revancha liberadora. La situación es similar a los acontecimientos ocurridos en Europa desde la segunda década hasta el fin del siglo anterior.
Wikileaks sacó a la luz, y por consiguiente de forma acelerada, oportunidades de cambios estructurales en las superpotencias. La declinación de la hegemonía estadounidense que viene entrelazada con el crecimiento de China, ayuda al crecimiento de potencias secundarios conectadas con otros focos de poder que también crecen, como por ejemplo, Irán y Turquía, que también tienen, a su vez, nuevas aspiraciones de hegemonía que crecieron al abrigo de las humillaciones recibidas. Este movimiento estratégico produce un cruce de caminos diferente y dramático.
Israel necesita una refundación revolucionaria de sus instituciones democráticas de modo que se puedan transformar los temores regionales en una paz genuina que priorice la vida y la impermeabilice al fascismo y al fuego de cualquier tipo. Sin embargo, esta encrucijada exige pavimentar un nuevo camino lejos de cualquier foco de fuego. En esta encrucijada también están quienes alientan el giro hacia un Estado aún más racista. Y de esta manera llegar también a una confrontación apocalíptica en Oriente Próximo con las otras fuerzas también racistas que tiene enfrente. Otro escalofrío que puede recorrernos la espalda es al escuchar decir a las multitudes «¡Kahana tenía razón»! El mismo temblor que nos recorre cuando vemos aproximarse las columnas de humo.