El liberalismo es la ideología dominante del imperialismo europeo. En correspondencia con la forma clásica del sistema político capitalista, la monarquía liberal en la que desembocaron las revoluciones burguesas inglesa y holandesa en el siglo XVII, y posteriormente varios procesos políticos del siglo XIX europeo.
Se podría definir esa monarquía constitucional como un orden político que prioriza los factores militares estratégicos en las decisiones del Estado, en consonancia con el carácter imperialista –invasivo en la búsqueda de materias primas y el control de la geografía global- del capitalismo liberal en crecimiento constante y desequilibrado. En ese sistema político, el Parlamento se encarga de la gestión de los asuntos internos de la nación a través de la actividad legislativa, atendiendo al estado de la opinión pública manifestado en los procesos electorales. Pero en lo que toca a las relaciones internacionales la monarquía juega un papel determinante, por figurar como representante de la soberanía del Estado y autoridad suprema de las fuerzas armadas del Estado. Es el poder federativo, el tercer poder del que hablaba Locke en su división de poderes, considerando que el sistema judicial forma parte del ejecutivo. Esta división de poderes me parece más auténtica que la ficción conservadora de Montesquieu acerca de la independencia del poder judicial.
El modelo liberal fue imitado en los principales países europeos, pero a finales del siglo XVIII la revolución norteamericana dio origen a una república fuertemente impregnada de liberalismo, convirtiéndose en un orden alternativo más democrático, sin dejar de ser imperialista de un modo nuevo, que ya no se basaba en la ocupación del territorio, sino en la dominación política y económica de los estados vasallos. En el siglo XIX ese modelo de república liberal configuró los Estados americanos que se independizaron de la corona española, así como las sucesivas Repúblicas francesas. En este siglo XIX y en el XX, la presión del movimiento obrero y popular sobre los sistemas políticos burgueses obligó a generalizar ese modelo republicano-liberal en numerosos estados europeos. Pero a comienzos del siglo XX, con la Revolución Rusa comenzó a desarrollarse un nuevo modelo fundado en la república democrático-popular orientada hacia el socialismo, que ha estado desarrollándose en los últimos cien años.
Ese proceso de democratización social –de la monarquía absoluta a la constitucional, y de ésta a la república, primero liberal y luego socialista- se ha desarrollado acompañando la creación de un sistema de relaciones internacionales basado en los derechos humanos, que habría de garantizar la cooperación pacífica de toda la humanidad en la solución de sus problemas históricos. Es la perspectiva de ese orden internacional pacífico el que hace obsoleta la monarquía liberal imperialista, y aún la república liberal. De tal modo que el poder federativo ha de pasar definitivamente de la institución monárquica a otras instituciones controladas democráticamente, para que podamos pensar en una humanidad por fin pacificada. Es por esta razón que Kant en su opúsculo sobre La paz perpetua señalaba que el estado republicano es la única forma política que puede traer un orden internacional en paz –y citaba negativamente las experiencias del imperialismo europeo para corroborarlo-.
También quedan obsoletas las repúblicas liberales cuyo carácter agresivo se hizo evidente en el siglo pasado en las guerras mundiales. Como es claro por la experiencia histórica, esa evolución en la que estamos inmersos no se produce sin importantes conflictos y retrocesos hacia sistemas autoritarios, en forma de agresiones bélicas o de fascismos como instrumentos de la clase dominante capitalista para mantenerse en el poder, conservando las estructuras clasistas del liberalismo. La obsolescencia de las formas imperialistas de poder político exige un nuevo modelo de estado: aparecen nuevos modelos políticos en forma de experiencias más o menos exitosas de avanzar hacia el socialismo a través de la república popular. El modelo de estado que encaje en el orden mundial pacífico habrá de ser una república democrática o popular orientada hacia el socialismo como ha surgido en el siglo XX, mejorando las deficiencias de los primeros ensayos para construirlo.
A pesar de esas enormes tensiones que sacuden el panorama internacional, desde comienzos del siglo XXI la República Popular China, está alcanzando la hegemonía económica y se prevé su consolidación en las próximas décadas, abriendo nuevas perspectivas para el desarrollo de la humanidad. Esa emergencia ha trastocado completamente el orden mundial que venía desarrollándose desde los comienzos de la Edad Moderna. Y es posible observar críticamente el desarrollo de la humanidad presente y el ascenso de China hacia la hegemonía, pero no es posible negarse a reconocer la evidencia de sus potencialidades, a menos que uno esté cegado por los prejuicios eurocéntricos.
Este sucinto esquema histórico, que puede recibir muchas matizaciones, tiene como objetivo mostrar un hecho: el sistema político del Estado español, como otros sistemas europeos, está obsoleto y corresponde a una época histórica ya periclitada. La prueba más evidente es la profunda crisis económica en la que se han hundido los países del sur europeo, la enorme corrupción del sistema político español, y la involución cultural que se ha producido en las últimas décadas de monarquía liberal borbónica, que ahora eclosiona en los movimientos fascistas españoles con amplia audiencia entre una ciudadanía desmemoriada y sin conciencia.
Por otro lado, la conciencia de la necesidad de un nuevo ordenamiento político republicano ha sido manifestada por los políticos más radicales del Estado español, pertenecientes a Unidos Podemos, que participan del actual gobierno progresista. Pero sus socios de gobierno del PSOE permanecen fieles a la monarquía liberal, bloqueando junto con la derecha liberal cualquier proceso evolutivo del sistema político español. La monarquía liberal está sólidamente establecida y será difícil removerla desde dentro.
El arraigo del republicanismo entre los pueblos peninsulares es en estos momentos muy limitado. Solo en Cataluña y en Euskadi ha habido manifestaciones importantes y una opinión pública decantada a favor de una República, que en este caso daría lugar a un estado reducido al territorio de la nacionalidad periférica. Esas repúblicas contarían seguramente con una importante debilidad en sus relaciones internacionales, dado el contexto actual de retroceso autoritario en los países europeos, excepto por la posibilidad de adherirse a una alianza con los países asiáticos en auge, que están alejados del entorno geográfico inmediato.
Los pronósticos para el próximo proceso electoral en Cataluña el 14 de febrero, auguran menos del 20% de los votos para los tres partidos de la derecha liberal conservadora, repitiendo un resultado que ya se dio en las elecciones generales de 2019. El PSOE recoge otro 20% para apuntalar la monarquía liberal en ese territorio. El resto de los votos va a formaciones políticas que han declarado su opción republicana, pero ¿bajo qué fórmula? ¿Una república liberal o democrática? En el Estado español la elección se complica por la existencia de fuertes tendencias secesionistas entre las distintas nacionalidades que componen la geografía peninsular. Pero creo que las opciones pueden delimitarse a tres: 1. una República Catalana liberal, representada por Junts per Cat; 2. una República Catalana democrática, representada por las CUP (Candidaturas de Unidad Popular); 3. una opción por la República Española democrática, representada por En Comú Podem. Esquerra Republicana podría situarse en el espacio 2, pero con grandes dosis de realismo político que moderan su acción política.
En Euskadi la situación es parecida una vez terminada la ‘guerra por la independencia’ del sector radical abertzale, si bien los resultados de la derecha liberal monárquica son todavía más magros –menos del 7%-, y pobres para la izquierda liberal monárquica –PSOE, 13,64% en 2020-. La opción por una República Vasca liberal, muy diluida en el Partido Nacionalista Vasco como un horizonte sentimental casi utópico, es mayoritaria. La opción por la República Vasca democrática está representada por Bildu, ahora controlada por los sectores pragmáticos. Y la opción por la República Española democrática de Elkarrin Podemos tiene el 8% del electorado.
En estas nacionalidades será difícil avanzar hacia la república, primero por la presión de la monarquía liberal todavía dominante en las estructuras políticas del Estado español; y segundo por los profundos desacuerdos entre las fuerzas políticas republicanas. Solo el desarrollo de los acontecimientos internacionales, todavía muy incierto en medio de grandes tensiones, acabará por decidir el tablero político en la península ibérica, decantándolo en favor de las fuerzas progresistas. Pero ese proceso puede durar todo el siglo XXI generando fuertes conflictos.
En el resto de las naciones peninsulares el sentimiento republicano se encuentra en situación minoritaria, y amenazado por la violencia de un fascismo rampante. Y este es el primer obstáculo importante para un proceso republicano, que afecta a todas las corrientes señaladas. Además también aquí un porcentaje importante la opción por la República se encuentra soldado al sentimiento nacional periférico, en Galicia, Andalucía, Castilla, Valencia,… Y aquí nos encontramos con el segundo obstáculo que afecta principalmente a los partidarios del modelo político y económico emergente de la república popular: la divergencia entre los partidarios del centralismo estatal y los partidarios de la disgregación de ese estado. Las fuerzas republicanas se presentan desunidas y en discordia, no solo porque una parte mira el modelo ya obsoleto de república liberal, sino porque además no hay acuerdo acerca de la forma del estado.
Siendo así la correlación de fuerzas, las declaraciones a favor de la III República de los políticos que ejercen sus funciones dentro del marco de las estructuras liberales, y que son partidarios del centralismo del Estado español, parecen significantes vacíos a la espera de rellenarse con las simpatías populares. Declaraciones que sirven de combustible emocional para las ilusiones de aquellas capas sociales que aspiran a emanciparse de las estructuras obsoletas del Estado español. Y si bien en los programas se muestra la aspiración a una república popular orientada al socialismo, en la práctica, encontrándose sin fuerzas suficientes para avanzar en esa dirección, se contentan con participar en un gobierno progresista de la monarquía liberal, intentando frenar el avance del fascismo y la agresividad de la derecha. La defensa de la unidad de España es el débil lazo de unión que hace posible ese gobierno progresista.
Por tanto la gran dificultad para ese programa republicano democrático proviene de la discrepancia acerca del grado de centralización o descentralización que debe adoptar la futura República: ese ha sido un debate principal en los dos ensayos republicanos de la historia española reciente, en el XIX la I República Federalista cuyo aniversario celebramos el 10 de febrero, y la II República en el XX. En las actuales circunstancias históricas y con la actual composición del movimiento republicano, es posible que solo el reconocimiento del derecho de autodeterminación de las nacionalidades en la Península Ibérica pueda dar paso a la constitución de nuevas formas políticas que superen la monarquía liberal. Y por aquí se nos va una buena parte del republicanismo hacia el posibilismo político reformista en favor de la monarquía, que al menos mantiene unido al Estado.
El modelo republicano debe aspirar a instaurar las formas políticas más avanzadas del momento histórico, en sintonía con el desarrollo económico asiático, basado en la combinación de la planificación pública con la iniciativa empresarial limitada; y con la legislación internacional emanada de la ONU, que las monarquías y las repúblicas liberales no dudan en violar en todas las ocasiones que se les ha presentado un negocio: guerras en Oriente Medio, venta de armas, presiones y golpes sobre estados republicanos, etc. Quizás el estado de conciencia de la ciudadanía en los pueblos peninsulares no esté lo suficientemente maduro para tal desafío. Pero la conciencia puede despertarse ante la gravedad de los problemas que enfrenta la sociedad española y la humanidad en su conjunto en la coyuntura histórica actual.
El movimiento republicano en el Estado español tiene planteada la tarea de poner en cuestión las actuales estructuras políticas en el Reino de España. Para ello se propone a la ciudadanía española la realización de una consulta pública sobre la forma del estado, que tendrá de momento carácter informal. Para hacer posible esa campaña será necesaria una amplia organización popular que se comprometa a hacer viable un proceso de votación. Tal organización podría establecerse a partir de la creación de Asambleas Republicanas de carácter municipal en todas las localidades del Estado español con ayuntamiento propio, con el objetivo de preparar un Referéndum por la República.
Al mismo tiempo esas Asambleas Republicanas tendrán la importante misión de aclarar la opinión pública acerca de las estructuras políticas y económicas que deberá adoptar la futura República. La forma definitiva de ésta no puede prejuzgarse porque debe surgir de un debate y un compromiso colectivos acerca de las formas políticas adecuadas para la convivencia de los pueblos y naciones que habitan la península ibérica, cuya necesidad es cada vez más evidente para toda persona sensata y consciente del mundo en el que estamos viviendo el siglo XXI.