Arranca el nuevo año más viejo que nunca. Los mismos dolores, los muertos de siempre. Y esa amarga sensación de encontrarnos, sin quererlo, del lado de los tiranos. Arranca el nuevo calendario caducado. Lo escribimos, aquí mismo, hace poco más de un año. Un buen amigo, cooperante en Palestina, nos envió entonces un desolado mensaje […]
Arranca el nuevo año más viejo que nunca. Los mismos dolores, los muertos de siempre. Y esa amarga sensación de encontrarnos, sin quererlo, del lado de los tiranos. Arranca el nuevo calendario caducado.
Lo escribimos, aquí mismo, hace poco más de un año. Un buen amigo, cooperante en Palestina, nos envió entonces un desolado mensaje al móvil. «Estoy en Gaza, escuchando el mar. Tiene que haber esperanza, aunque sé que no…». Sonaba exagerado, hundido. Tenía razón, el mar no mentía.
Mi amigo anda estos días por Bilbao. Mañana regresa a Palestina. «Háblame de Gaza, de sus gentes», le pido. «Ponles nombre», pienso, como si eso les protegiera. «Manal Awwad, desde Rafah, me acaba de decir por teléfono que están bien aunque muy asustadas. No paran de caer bombas y no salen de casa por miedo a convertirse en dianas. Se ha despedido deseándome buen viaje y que, ‘si seguimos vivas’, nos veamos pronto en Gaza».
«Rami Abu Shaaban, administrador del Centro Palestino para los Derechos Humanos, vive en Gaza City. ¿Qué tal?, le pregunto. Se ríe y me suelta: ‘Estamos bien… porque estamos vivos’. Raji Souriani, su director, me contó una vez una broma sobre las desventuras palestinas para cruzar la frontera israelí en Erez: ‘Si esperas un día, darás gracias al Señor porque al final has pasado. Si te hieren mientras esperas, le darás gracias por no estar muerto. Si te matan, le estarás agradecido por librarte de todo’. Fue Raji también quien me comentó en una ocasión que no tienen de qué lamentarse. ‘Poseemos el cielo azul, es precioso’, me confesó entre sonrisas». El cielo abierto. El aire libre. Manal, Rami, Raji… deberían tener alas. Volar.