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El castigo a la solidaridad con Palestina

Fuentes: Rebelión

Se suele decir que una cosa son los hechos y otra muy distinta las opiniones. Los hechos nos muestran más de 45.000 muertos -más de un tercio son niños- y en torno a los 100.000 heridos, muchos de ellos mutilados. Ante esas cifras, lo humano sería conmoverse y llamar al rechazo frontal de lo que cabría calificar de limpieza étnica o genocidio. Alzar la voz para que cese la injusticia y el ultraje.

Sin embargo, apreciamos que denunciar públicamente los crímenes del Estado Israelí genera una controversia paradójica. Por una parte, los valores dominantes dictan que es preciso defender a ultranza los derechos humanos, las libertades de personas y pueblos, comprendidos desde el prisma de la igualdad. Pero al defender la causa palestina, llueven las críticas, la sospecha e incluso la acusación de antisemitismo.

Se impone la ley del silencio y cuando alguna figura pública manifiesta su horror e indignación hacia tales crímenes morales, se la cancela. 

Ha ocurrido con la actriz Susan Sarandon. Su participación en una manifestación en favor de Palestina le valió el despido de su agencia de representación. Mostrar solidaridad ante la injusticia y la masacre se paga caro, como también le ha sucedido a la actriz Melissa Barrera. 

Roger Waters, exintegrante de Pink Floyd, ha debido defenderse de constantes acusaciones de antisemitismo por denunciar el genocidio en Palestina. El resultado fue su despido de la compañía musical Sony BMG.

Eric Clapton publicó una canción titulada Voice of a Child, con imágenes de niños gazatíes víctimas de la guerra. Ese vídeo ha sido declarado como contenido para adultos por Youtube. En sus conciertos, su guitarra luce los colores de la bandera palestina. El diario The Jerusalem Post le acusa de pasar por alto la masacre del 7 de octubre que “desencadenó la guerra”. 

Es corriente esta simplificación de la realidad. Incluso el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, afirmó rotundamente que la situación en Gaza no ha nacido de la nada, sino que es resultado de 56 años de ocupación, sin justificar en ningún caso cualquier clase de violencia, provenga de donde provenga.

No solamente este silenciamiento moral concierne a figuras de relevancia pública. En la vida cotidiana parece extenderse esa corriente de castigo, sea explícito o implícito, a la solidaridad con Palestina. En una simple conversación o en un aula universitaria, siquiera tratar la situación en Gaza se revela inapropiado. Se agolpan las muestras de solidaridad institucionales y sociales hacia Ucrania, pero no ocurre otro tanto con Palestina. El silencio es resultado del miedo al rechazo, a la reprobación tácita de hablar sobre uno de los tabúes de la actualidad.

¿En cuántos edificios públicos e institucionales ondea la bandera de Palestina?, ¿en cuántos la ucraniana? ¿Podría ser que las encomiables huelgas estudiantiles convocadas el 26 de octubre de 2023 y el 27 de septiembre de 2024, en favor de la causa palestina, fuesen ninguneadas por medios y plataformas?, ¿cuál ha sido su repercusión a la hora de concienciar a la sociedad?

Más bien se extiende el clima general de indiferencia moral hacia el sufrimiento de los otros, cuando esos otros no son como nosotros, o no son definidos como nosotros. Lo que divide prima sobre lo que debería unirnos como seres humanos: el sentimiento moral de la conmiseración y la indignación.

La simple visión de emblemas como la bandera palestina o portar una kufiya palestina genera resquemor. Entonces, la solidaridad no es recibida como un gesto de humanidad, como uno de los sentimientos morales que nos hace compadecernos del sufrimiento ajeno. Se condena ese gesto por ser político, y en política no debiéramos entrometernos. O incluso se hace propio el discurso dominante, que dicta que cualquier crítica a la situación en Gaza supone el enaltecimiento del terrorismo de Hamas.

¿Por qué no reclamar un pacifismo radical que condene cualquier tipo de violencia, sean quienes sean las víctimas y sean quienes sean los verdugos?, ¿dónde ha quedado el pacifismo en un mundo que cuenta 56 conflictos armados, el pico más alto desde la Segunda Guerra Mundial?

Todo depende de hacia quién mostremos solidaridad. Hay pueblos y gentes a quienes se despoja de su humanidad y se les convierte en problemas, en números estadísticos. Es la estrategia de la progresiva supresión de la dignidad humana de quienes se estigmatiza como indeseables.

En La teoría de los sentimientos morales, Adam Smith reclamaba la simpatía hacia los desfavorecidos y hacia quienes padecen sufrimientos como fundamento para sostener el edificio humano. De lo contrario, nuestra sociedad se desintegra en los abismos del odio y la intolerancia. Era una defensa contra la indiferencia, señal de crasa falta de humanidad: “El insulto más cruel con que puede ofenderse a los infortunados es no hacer caso de sus calamidades”.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.