Cuando visité Caracas por primera vez, acababa de producirse la rebelión de un grupo de jóvenes militares contra el segundo mandato de Carlos Andrés Pérez. Era la primavera de 1992. Ya los militares, que habían sido comandados por un desconocido oficial llamado Hugo Chávez, guardaban prisión. Tres años antes los pobres de Caracas se habían […]
Cuando visité Caracas por primera vez, acababa de producirse la rebelión de un grupo de jóvenes militares contra el segundo mandato de Carlos Andrés Pérez.
Era la primavera de 1992. Ya los militares, que habían sido comandados por un desconocido oficial llamado Hugo Chávez, guardaban prisión. Tres años antes los pobres de Caracas se habían rebelado y arrasado la ciudad de los ricos, en una enorme revuelta que se llamó «el caracazo», y en la que las fuerzas del gobierno asesinaron a miles de venezolanos. Ahora, el informadísimo Carlos Alberto Montaner nos dice que, en la rebelión de 1992, el joven Chávez era el encargado de ir a la casa de gobierno a matar a Carlos Andrés Pérez.
Cuando yo llegué a Caracas, ya el asunto de la rebelión no se comentaba mucho, pero sí existía, se sentía en la nación un profundo desprecio por los hombres que se repartían el poder a través del pacto de Punto Fijo. Los venezolanos estaban ahítos de esos presidentes que, en el poder, se habían convertido en millonarios: Betancourt, Leoni, Caldera, Carlos Andrés Pérez, Herrera Campins, Lusinchi, eran denostados como malversadores.
– No es que roben – me decía un profesor que no era un hombre de izquierda -, es que roban demasiado.
La extrema miseria de los sectores humildes del país, el galopante índice de mortalidad infantil, la falta de viviendas en una nación que tenía el ingreso per cápita de Alemania, le daba la razón a los críticos de adecos y copeianos.
Ahora, al día siguiente de la muerte de Hugo Chávez, el escritor y periodista cubano Carlos Alberto Montaner publica en el ABC ( ven en mi ayuda, Edith Massola: ¿dónde si no?) una crónica sobre el desaparecido mandatario venezolano que titula «Un iluminado golpista«.
Ese artículo, que no debe pasar de las cinco cuartillas, es uno de los despliegues connotativos más intensos que he leido en los últimos tiempos. CAM no es capaz de contenerse cuando le cae en la mirilla de su máquina el nombre de Hugo Chávez. Me lo explico: el periodista ha tenido siempre a Fidel Castro como su «bestia negra», y Chávez ha reconocido públicamente su filiación fidelista.
Ya desde esa apertura que es el mismo título, Hugo Chávez es un «golpista». Los verdaderos golpes de estado son una concertación de poderes militares que deponen el gobierno constituido para colocarse en su lugar. Es lo que hizo Pinochet en Chile sin encontrar otra oposición que la conducta principista de Salvador Allende. Es lo que hizo en 1952 Batista en Cuba, sin que el presidente Carlos Prío fuera capaz de enfrentarlo.
Y ahí empieza el desajuste connotativo. Nos enteramos de que Chávez quiso en verdad ser pitcher pero, como no tenía talento, tuvo que «conformarse con resucitar el espíritu del Libertador Simón Bolívar«. Vaya conformidad para un tipo mediocre: «como no puedo ser Don Drysdale, me resignaré con ser Abraham Lincoln«.
Su hermano Adán no es economista, como asegura CAM, sino físico y Hugo Rafael no «anduvo dando tumbos por diversas vocaciones» hasta que «recaló en el ejército», sino que ingresó en la Academia Militar siendo adolescente y a los 21 años se graduó como teniente. En 1991, un año antes de la insurrección del 4 de febrero, había sido promovido a teniente coronel.
A pesar de ser ese soldado que por casualidad «recaló» en el ejército, afirma Montaner que a Chávez le entusiasmaban los que el autor llama «espadones» latinoamericanos. Esto es, militares latinoamericanos que se erigían en dictadores. Pero CAM solo menciona a dos militares nacionalistas – los encasilla como prosoviéticos -, como fueron Velasco Alvarado y Omar Torrijos, que recuperó el canal para Panamá.
Monrtaner sabe muy bien que los auténticos «espadones» eran hombres de derecha, y aliados de los Estados Unidos: se llamaron Trujillo, Somoza, Juan Vicente Gómez, Batista, Odría, Pérez Jiménez, Castillo Armas, Pinochet, Videla.
Cuando el maestro connotante que es Montaner decide hacerlo, sabe minimizar muy bien. En 1998, Chávez hizo algo más que «ganar unas elecciones»: obtuvo la victoria frente a los dos grandes partidos del capitalismo venezolano, que se unieron para evitar que fuera presidente, porque sabían que con Chávez, entraba en la pelea una fuerza distinta.
Montaner le llama «ultrapopulista» porque diseñó un sistema de salud y otro de educación para toda Venezuela, y disminuyó sensiblemente el mundo de la pobreza en su país. Pero aclara que nada de eso era nuevo. Nos cuenta CAM que «todos los disparates que Hugo Chávez cometió durante sus 14 años de gobierno fueron ensayados en las cuatro décadas que duró la democracia». Gran hallazgo ese, del populismo de adecos y copeianos: una pena que los venezolanos nunca lo advirtieran.
Dice CAM que Chávez hacía regalos y regalos que la economía venezolana no toleraba. «Santa Claus vive en Miraflores», sentencia Montaner a propósito de Chávez. Pero parece que los venezolanos que lo reelegían permanentemente, preferían cederle a ese huésped las habitaciones que ocuparon por cuarenta años Al Capone y Johnny Dillinger.
¿No sería ese permanente asalto a los recursos del pueblo lo que motivó el desdén de los venezolanos por lo que Carlos Alberto llama «el modelo democrático»?
Montaner escribe de la «asonada militar» que sacó a Chávez del poder «apenas por 48 horas». CAM nos dice que Chávez regresa «temeroso» a Miraflores. Estoy seguro de que el periodista, en alguno de sus lugares de estancia habitual (Madrid o Miami), no vio aquel día – solo lo trasmitió Venezolana de Televisión – el mar de pueblo que bajó de los cerritos de Caracas para sitiar a Pedro Carmona y los golpistas en el palacio de gobierno. Carmona Estanga si huyó veloz a refugiarse en la embajada de su socio Álvaro Uribe.
El eminente oncólogo que es Carlos Alberto Montaner – con la historia clínica del caso en la mano, qué duda cabe – señala que Hugo Chávez ha muerto a consecuencias de un cáncer «mal curado» en La Habana. Hay quienes dicen que se trató de un mal inducido por esas poderosas fuerzas que Montaner conoce – tanto, que hace medio siglo que trabaja para ellas – y que han tratado de asesinar a los líderes populares en cualquier lugar del mundo.
Le anuncia inestabilidad y violencia a Venezuela, porque lo único sensato para los venezolanos pobres es renunciar a la Revolución Bolivariana y conformarse con lo que esté dispuesta a concederle la oligarquía derechista de Venezuela, a la que conocen a la perfección, y saben que nunca ha dado nada.
Para Montaner, Chávez deja, como legado, «un chavismo escindido en varias vertientes» y «un tercio del país acongojado».
Tan buenas escuelas que han tenido siempre los muchachos de la derecha, y a Carlos Alberto no lograron enseñarle que 60% es mucho más de un tercio: resulta más de la mitad y casi llega a los dos tercios.
Capriles, el equipo que le rodea y las fuerzas que lo financian, saben que la escisión del chavismo no aparece más que en sus desaforados deseos. Se saben derrotados y están provocando a un pueblo sentimentalmente herido por la muerte de su líder. Maduro, Cabello, Jaua y los demás compañeros de Chávez saben que no hay que secundar la provocación: la unidad se mantiene, la victoria electoral está segura.
Las manipulaciones siempre son detestables, pero cuando se escriben para desacreditar a un hombre grande que acaba de morir, resultan especialmente repulsivas. Anótenselas a Carlos Alberto Montaner y a su ya larga frustración. Es el patético pataleo de los vencidos.
Fuente: http://lapupilainsomne.wordpress.com/2013/03/12/el-chavez-de-montaner-y-el-que-yo-conozco/