Es oficial: el cambio climático ya está aquí. La comunidad científica lo ha confirmado este año a través del 4° informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC). Ya tenemos evidencia científica sólida de que el consumo indiscriminado de combustibles fósiles está detrás del calentamiento global. También sabemos qué actividades industriales han contribuido más: las […]
Es oficial: el cambio climático ya está aquí. La comunidad científica lo ha confirmado este año a través del 4° informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC). Ya tenemos evidencia científica sólida de que el consumo indiscriminado de combustibles fósiles está detrás del calentamiento global. También sabemos qué actividades industriales han contribuido más: las del transporte y la producción de energía. Y, por último, ya nos han dicho cuáles van a ser las consecuencias: más desastres naturales, sequías más frecuentes y problemas a gran escala para la agricultura y el abastecimiento de agua a las ciudades.
La demostración de la realidad, el alcance y las causas del calentamiento global le han valido al IPCC el premio Nobel de la Paz, junto a Al Gore. De paso, está terminando con los intentos interesados de los principales causantes y sus aliados políticos por negar la evidencia, continuar con su impunidad contaminadora y seguir engordando su cuenta de ganancias. En el 17 de Noviembre se ha presentado en Valencia el Informe de Síntesis, destinado a convertirse en referencia obligada para científicos, políticos y activistas sociales.
También nos han dicho que el cambio climático es irreversible: aunque los gases que hemos estado lanzando alegremente a la atmósfera desaparecieran mañana por arte de magia -algo que no va a suceder-, el calentamiento global seguiría haciendo daño durante décadas. Cuanto más tiempo sigamos dependiendo del petróleo que roza los 100 dólares el barril, más tiempo sufriremos. Lo pagaremos con nuestra salud, con nuestro modo de vida y, por supuesto, con nuestra cartera. Otros, en el Sur, lo pagaran más caro; a veces, con su propia sangre. Esto último lo decimos mirando a qué clase de gente estamos alimentando con el petróleo: la monarquía Saudita, famosa por su desprecio a los derechos humanos y su promoción de la intolerancia religiosa, las grandes empresas petroleras y su conocido amor por alimentar regímenes militaristas y corruptos, etc. Cada vez que pagamos la calefacción o llenamos el depósito, estamos alimentando la corrupción, el sufrimiento y la desigualdad en todo el mundo.
Esto tiene que acabar: ahora es el momento de cambiar nuestro estilo de vida y liberarnos de la adicción al petróleo. ¿De veras queremos seguir subvencionando guerras como la de Irak, opresión como la de las monarquías del Golfo o corrupción como la de Guinea Ecuatorial cada vez que llenamos el depósito o ponemos la calefacción? Los Verdes no queremos y por eso impulsamos la idea de que, cuando antes acabemos con la adicción al petróleo, mejor será para todos los seres humanos, ya sean de Sur, del Norte, del Este o del Oeste.
Quisiéramos dedicar un recuerdo emocionado para aquel bonito principio de «quien contamina, paga » que, en teoría, está guiando nuestra política ambiental. Decimos en teoría porque en la práctica estamos pagándoles a los pájaros arriba mencionados para que sigan contaminando a placer. Tanto la industria automovilística como la energética reciben toda clase de subsidios y ayudas: permisividad para seguir sacando al mercado coches nuevos con motores tan sucios y derrochadores como los del siglo pasado, factura nuclear, centrales de carbón que siguen quemando carbón que ahora hay que importar… Es difícil saber cuál de estas industrias se aprovecha mejor de la credulidad ¿o será complicidad? de los partidos desarrollistas, sean liberales, nacionalistas o socialistas. Pero de que se están aprovechando, de eso no hay ninguna duda.
El Gobierno Vasco, por ejemplo, lejos de avanzar las decisiones valientes que necesitamos, sigue con su política cosmética, legando a las generaciones futuras y a los países del Sur el honor de pagar las consecuencias ecológicas y sociales del cambio climático. Aunque se comprometió a superar en 2012 «sólo» en un 14% el nivel de emisiones de gases a efecto invernadero de 1990 (un punto menos que el resto del Estado) el País Vasco ya lo está superando del 21,9%. En este contexto, el Plan de lucha contra el cambio climático, elaborado a través de un simulacro de participación social, es un parche más y un rosario de propuestas con poca coherencia global y escasas medidas de alcance. Pero sobre todo, es poca cosa frente al desarrollismo dominante de todos los partidos tradicionales gobernando en los diferentes niveles de poder. Supersur, TAV, puertos deportivos o exteriores, incineradoras, urbanismo salvaje, etc. son un sinfín de proyectos y políticas que no son parte de la solución sino del mismísimo problema.
Por tanto, quien dice emergencia mundial, dice políticas -y políticos- a la altura del reto planteado a la humanidad. Y digámoslo claro: creer que el crecimiento económico -es decir el aumento continuo del PIB- puede hacer sostenible y justo el sistema es un cuento que va negando cada día la cruda realidad. Al contrario: hace falta apostar por un «decrecimiento justo y selectivo», es decir otro sistema que alienta el decrecimiento allí donde resulte necesario y el crecimiento sólo donde sea posible y deseable. Además de la internalización de los costes ecológicos, esto pasa por la relocalización de la economía, la instauración de un nuevo sistema de distribución de la riqueza a través de una Renta básica de ciudadanía y una disminución radical del consumo. Este último objetivo no se alcanzará sin la entrada en vigor de una verdadera fiscalidad verde capaz de tasar las actividades productivas dañinas para el medioambiente o sin una regulación decidida de la publicidad, pilar del hiperconsumo.
Frente a la crisis energética, hoy ya no vale cerrar los ojos o mirar para otro lado. Es urgente salir del dogma del crecimiento hacia otra concepción de las finalidades y las riquezas humanas: el clima ya ha cambiado, ahora nos toca cambiar a nosotros.
José Luis Peña, Técnico en acción humanitaria y Florent Marcellesi, portavoz de Berdeak/Los Verdes