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Lo de que está pasando en Gaza es un capítulo

El «conflicto» palestino-israelí

Fuentes: Rebelión

Cuando se habla de lo que está ocurriendo -viene ocurriendo desde hace sesenta años– en Palestina, produce extrañeza que, hasta personas que se pueden considerar propalestinas, se refieran a ello como si se tratase del enfrentamiento de dos bloques de igual fuerza con derechos controvertidos, sí, pero, al fin y a la postre, con derechos […]

Cuando se habla de lo que está ocurriendo -viene ocurriendo desde hace sesenta años– en Palestina, produce extrañeza que, hasta personas que se pueden considerar propalestinas, se refieran a ello como si se tratase del enfrentamiento de dos bloques de igual fuerza con derechos controvertidos, sí, pero, al fin y a la postre, con derechos parecidos ambos. Tanta fuerza tiene la inercia de los hechos consumados, que hasta da la impresión, y algo más que la impresión, de que los propios palestinos ven ya el problema como las consecuencias de esos hechos lo presentan, por lo que solamente demandan el trozo de su país que una partición ilegal y, sobre ilegal, injusta, les «concedió» través de Naciones Unidas en 1947. Todo el mundo habla, insisto, como si de lo que se tratara fuera de repartir un territorio, como si ese territorio no fuese de solamente una de las partes: los palestinos.

La realidad, la verdad, es muy otra, y es sobre ella sobre la que hay que hacer cualquier consideración: los palestinos tienen todos los derechos y los judíos, ninguno. ¿Es que hay alguien que crea de verdad que un pueblo tiene el menor derecho sobre unas tierras que abandonó hace dos mil años y que, por ende, sólo poseyó durante ochenta -los reinados de David y Salomón-, luego de habérselo quitado de mala manera a los cananeos? Menudas consecuencias tendría semejante manera de ver las cosas. Piénsese sólo en Al-Andalus y en la Bética. Lo que está sucediendo, ante la pasividad culpable de la comunidad internacional, es la consecuencia de una doctrina perversa, concebida por un judío europeo de finales del siglo XIX: el sionismo, que promovía el «derecho» de Israel, un país que no existía, a apoderarse de unas tierras que poseyó únicamente durante menos de un siglo y ello como producto, ya lo hemos dicho, de una -otra– usurpación. Lo que pretendía -y ha conseguido– el sionismo era el retorno de los judíos a las tierras que ocuparon durante un tiempo, hasta la invasión de las legiones de Tito en el año 70 de nuestra Era. Retorno y asentamiento, previa la colonización, primero, y la expulsión o el asesinato de sus habitantes seculares, la mayoría, por cierto, descendientes de los judíos, que no se fueron, casi todos, y posteriormente se convirtieron al Islam. Un auténtico holocausto, perpetrado por los israelíes con los palestinos, semitas como ellos, sólo tres años después de haber sufrido el que con ellos perpetraron los nazis. Esto es lo más inconcebible para las mentes sanas y, de hecho, lo más monstruoso de este llamado «conflicto», cuando no es más que el expolio y la masacre llevada a cabo por la que ha venido a ser la cuarta potencia militar del mundo sobre unas pobres gentes desarmadas. Hasta un historiador judío -repito: judío- e israelí, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Haifa, Ilan Pappé, piensa lo mismo y, después de narrar la enésima destrucción -destrucción, saqueo, expulsión de sus habitantes, masacres, fusilamientos, envenenamiento de fuentes, violaciones, una limpieza étnica con todas las agravantes- llevada a cabo por las fuerzas que obedecían las consignas inhumanas de David Ben Gurión, escribe: <> (Ilan Pappé: La limpieza étnica de Palestina, trad. esp., Ed. Crítica, Barcelona).

Bastantes europeos se han preguntado muchas veces qué hicieron y pensaron los alemanes contemporáneos de los sucesos que protagonizaron los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Por lo que hicieron los estados europeos, la Iglesia católica, los intelectuales… Saben bien que no hicieron nada. Pero ¿por qué nadie se pregunta lo mismo ahora, cuando, con mucha mayor información, ante el holocausto –hasta el anterior ministro del interior israelí lo ha llamado así- al que las antiguas víctimas están llevando a cabo con sus primos hermanos semitas, los palestinos? Lo que es pensar, no es posible saberlo; lo que es hacer, nadie hace nada, ni siquiera los países árabes. Habrá que esperar a que el exterminio se consume para empezar -sólo– a escribir libros.

Otra perplejidad que asalta a los de espíritus libres es la de contemplar cómo las personas que se espantan -o se ríen– de las reivindicaciones de Al-Kaeda de los territorios que un día constituyeron la España musulmana ven normal que un pueblo colonizador (en el sentido más brutal de la expresión), conquistador, exterminador se esté apropiando de unas tierras que son de otro pueblo desde hace veinte siglos.

Muchos se han -nos hemos- preguntado a menudo cómo fue posible que los nazis llevaran a cabo la matanza de varios millones de judíos, sin que nadie en el mundo, ni siquiera el pueblo alemán, se enterase. Pues parece que esas cosas son posibles. O que se sepan y como si no: los judíos -entonces víctimas, ahora verdugos tan sanguinarios como los secuaces de Hitler-, llevan, desde 1948, masacrando cientos de miles de palestinos o despojándolos de sus pertenencias y echándolos de sus tierras, en algo que incluso historiadores judíos como el citado Ilan Pappé, consideran una limpieza étnica, uno de los peores crímenes contra la humanidad, de los que el Derecho Internacional entiende que han de responder sus responsables -considerados criminales contra la humanidad– ante tribunales especiales, como en su día fue el de Nüremberg.

M. García Viñó [email protected]