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El control de la oposición, de Goldstein a Soros y más allá

Fuentes: gilad.co

Traducido del inglés para Rebelión por J. M.

En su último libro, The Invention of the Land of Israel (La invención de la tierra de Israel), el académico israelí Shlomo Sand logra presentar pruebas concluyentes de la inverosímil naturaleza de la narrativa histórica sionista: que el exilio judío es un mito como es el pueblo judío e incluso la Tierra de Israel.

Sin embargo, Sand y muchos otros no abordan la cuestión más importante: si el sionismo se basa en el mito, ¿cómo los sionistas gestionan una forma de vida con sus mentiras y por tanto tiempo?

Si el «retorno a casa» de los judíos y la demanda de un hogar nacional judío no puede ser fundamentarse históricamente, ¿por qué ha sido apoyada tanto por los judíos como por Occidente durante tanto tiempo? ¿Cómo se las arregla el Estado judío durante tanto tiempo para celebrar su ideología racista y expansionista a expensas de los pueblos palestino y árabe?

Una respuesta es, obviamente, el poder judío, pero, ¿qué es el poder judío? ¿Podemos hacer esta pregunta sin que nos acusen de antisemitas? ¿Podemos discutir su significado y examinar su política? ¿Es el poder judío una fuerza oscura, gestionada y gobernada por un poder conspirativo? ¿Es algo de lo que los propios judíos huyen? Muy al contrario, el poder judío, en la mayoría de los casos, se desarrolla justo delante de nuestros ojos. Como sabemos, el AIPAC está lejos de ser silencioso con su agenda, sus prácticas o sus logros. AIPAC, CFI en el Reino Unido y el CRIF en Francia, funcionan de la manera más abierta y con frecuencia alardean abiertamente de su éxito.

Más aún, ya estamos acostumbrados a ver a nuestros líderes democráticamente elegidos haciendo cola descaradamente para arrodillarse ante sus amos económicos. Los neoconservadores ciertamente no parecen sentir la necesidad de ocultar sus estrechas afiliaciones sionistas. La Liga Antidifamación (ADL), cuyo presidente es Abe Foxman, trabaja abiertamente para la judaización del discurso occidental, perseguir y acosar a cualquier persona que se atreva a expresar cualquier tipo de crítica a Israel o incluso de la elegibilidad del pueblo judío. Y, por supuesto, lo mismo se aplica a los medios de comunicación, a la banca y a Hollywood. Sabemos de los muchos judíos poderosos que tienen la más mínima vergüenza de su vínculo con Israel y su compromiso con la seguridad de Israel, la ideología sionista, la primacía del sufrimiento judío, el expansionismo israelí e incluso el descarado carácter de excepcionalidad judío.

Pero, siendo omnipresentes como son, el AIPAC, el CFI, la ADL, Bernie Madoff, el «libertador» Bernard Henri-Levy, el defensor de guerras Aaronovitch David, el profeta del libre mercado Milton Friedman, Steven Spielberg, Haim Saban, Lord Levy, otros muchos entusiastas sionistas y los defensores de Hasbará (propaganda sionista, N. de T.), no son necesariamente el núcleo o la fuerza impulsora detrás del poder judío, pero sí son sintomáticos. El poder judío es en realidad mucho más complejo que una simple lista de los grupos de presión judíos o personas que desarrollan habilidades altamente manipuladoras. El poder judío es la capacidad única para que dejemos de discutir o incluso contemplar el poder judío. Es la capacidad para determinar los límites del discurso político y la crítica en particular.

Contrariamente a la creencia popular, no son los «sionista de derechas» quienes facilitan el poder judío. En realidad son el «bueno», el «iluminado» y el «progresista» quienes hacen del poder judío el poder más eficaz y contundente de la tierra. Son los «progresistas» quienes confunden nuestra capacidad para identificar las políticas tribales judeo céntricas enquistadas en el corazón del neoconservadurismo, en el imperialismo estadounidense contemporáneo y en la política exterior. Es el llamado «anti» sionista el que hace todo lo posible para desviar nuestra atención del hecho de que Israel se define como el Estado judío y nos ciega ante el hecho de que sus tanques están decorados con símbolos judíos. Fueron los intelectuales judíos de izquierda quienes se apresuraron a denunciar a los profesores Mersheimer y Walt, a Jeff Blankfort y la obra de James Petras ante el lobby judío. Y no es ningún secreto que Occupy AIPAC, la campaña contra el lobby político más peligroso de Estados Unidos, está dominada por unos pocos miembros correctos de la tribu elegida. Tenemos que afrontar el hecho de que nuestras voces disidentes están lejos de ser libres. Muy al contrario, nos encontramos ante un caso institucional de control de la oposición.

En 1984 de George Orwell, quizás Emmanuel Goldstein es el personaje central. El Goldstein de Orwell es un revolucionario judío, un Leon Trotsky de ficción representado como el jefe de una misteriosa organización antipartidista llamada «La Hermandad» y que también es el autor de la mayor parte del texto subversivo revolucionario (Teoría y práctica del colectivismo oligárquico). Goldstein es la «voz disidente», es el que realmente dice la verdad. Sin embargo, en cuanto nos adentramos en el texto de Orwell, nos damos cuenta de que el partido de O’Brien «Inner Circle» que Goldstein en realidad fue inventado por el Gran Hermano en un claro intento de controlar a la oposición y los límites posibles de la disidencia.

La personal narración de Orwell sobre la guerra civil española Homenaje a Cataluña, claramente presagiaba la creación de Emmanuel Goldstein. Fue lo que testimonió Orwell sobre España lo que, una década más tarde, se convirtió en una comprensión profunda de la disidencia como una forma de oposición controlada. Mi conjetura es que, a finales de 1940, Orwell había comprendido la profundidad de la intolerancia y las tendencias tiránicas y cómplices que yacen en el corazón de la «gran hermandad» de la política y la praxis en las izquierdas.

Sorprendentemente, un intento de examinar nuestra oposición contemporánea controlada dentro de la izquierda y del progresismo revela que dista mucho de ser un conspirador. Al igual que en el caso del lobby judío, la llamada «oposición» apenas intenta disfrazar sus intereses tribales tnocéntricos, su orientación espiritual e ideológica y su afiliación.

Un breve examen de la lista de organizaciones fundadas por el Open Society Institute (OSI) de George Soros, presenta un panorama sombrío. Casi toda la red progresista estadounidense se financia, en parte o en gran parte,por un sionista liberal, el multimillonario filantrópico que apoya muy bien y muchas causas importantes que son también muy buenas para los judíos. Y, tal como lo practica el acérrimo sionista Haim Saban, Soros no opera clandestinamente. Su Open Society Institute ofrece orgullosamente toda la información necesaria con respecto a la gran cantidad de shekels (moneda israelí, N. de T.) que derrama sobre sus causas buenas e importantes.

Así que uno no puede acusar a Soros o al Open Society Institute de ninguna siniestra investigación del discurso político que sofoca la libertad de expresión, ni siquiera de «controlar a la oposición». Todo lo que Soros hace es apoyar una amplia variedad de «causas humanitarias»: derechos humanos, derechos de la mujer, derechos de los homosexuales, la igualdad, la democracia, la «Primavera árabe», el invierno árabe, al oprimido, al opresor, la tolerancia, la intolerancia, Palestina, Israel, contra la guerra, favorable a la guerra (sólo cuando sea realmente necesario) y así sucesivamente.

Al igual que el Gran Hermano de Orwell, que enmarca los límites de la disidencia por medio del control de la oposición, la Sociedad Abierta de Soros también determina, ya sea consciente o inconscientemente, los límites del pensamiento crítico. Sin embargo, a diferencia de 1984, en el que es el Partido el que inventa su propia oposición y escribe sus textos, dentro de nuestro «progresista» discurso, son nuestras propias voces de disenso, voluntaria y conscientemente, las que comprometen sus principios.

Soros pudo haber leído a Orwell -y claramente cree su mensaje- porque de vez en cuando, incluso apoya a fuerzas opositoras. Por ejemplo, financia el movimiento filosionista J Street, así como las ONG palestinas. Y, ¿adivinen qué? Nunca les lleva demasiado tiempo a los beneficiarios palestinos comprometer sus propios y más preciosos principios para que encajen perfectamente en la visión del mundo de su benefactor.

La mano visible

«La mano invisible» del mercado es una metáfora acuñada por Adam Smith para describir el comportamiento de autorregulación del mercado. En la política contemporánea, la «mano visible» es una metáfora similar que describe la tendencia de autorregulación del beneficiario político de fondos, para integrar plenamente en su agenda política la visión del mundo de su benefactor.

Democracy Now, el disidente más importante estadounidense nunca ha discutido el lobby judío con Mersheimer, Walt, Petras o Blankfort, los cuatro principales expertos que podrían haber informado al pueblo estadounidense de la dominación en la política exterior de los EE.UU. que ejerce ese lobby. Por las mismas razones, Democracy Now no exploraría la agenda judeo céntrica del neocon ni hablaría sinceramente de política identitaria judía con su servidor. Democracy Now puede hospedar a Noam Chomsky o Norman Finkelstein, incluso puede dejar a Finkelstein que haga un comentario sarcástico sobre una caricatura sionista de Alan Dershowitz, todo muy bueno, pero no es suficiente.

¿El hecho de que Democracy Now esté fuertemente financiado por Soros es relevante? Voy a dejar que usted juzgue.

Si estoy en lo cierto (y creo que lo estoy), tenemos aquí un problema serio. Como están las cosas, es en realidad el discurso progresista, o al menos gran parte de él lo que sustenta el poder judío. Si este es el caso, y estoy convencido de que es así, el ocupado discurso progresista, en lugar del sionismo, es el principal obstáculo que debemos enfrentar.

No es ninguna coincidencia que el «progresismo» tome al «antisemitismo» sospechosamente similar a la concepción sionista. Al igual que los sionistas, muchas instituciones y activistas progresistas se adhieren a la extraña sugerencia de que la oposición al poder judío es de motivación «racista» y encastrada dentro de una tendencia goy (no judía, N. de T). En consecuencia, los sionistas a menudo están apoyados por algunos «progresista» en su cruzada contra los críticos de Israel y el poder judío. ¿Es esta peculiar alianza entre estas líneas ideológicas supuestamente opuestas de pensamiento, que da como resultado un continuo ideológico? Quizá, después de todo, el progresismo como el sionismo es impulsado por una peculiar inclinación a considerarse «elegido». Después de todo, ser progresista de alguna manera implica que alguien debe ser «reaccionario». Se trata de aquellos elementos autorreferenciales de excepcionalidad y de elegibilidad los que han hecho al progresismo tan atractivo para los judíos seculares y emancipados. Pero la razón principal por la cual el «progresismo» sionista adoptó asumir el antisemitismo, bien puede ser debido a la labor de esa «mano vbisible» que, milagrosamente, da forma a la visión del progresismo de la raza, el racismo y la primacía del sufrimiento judío.

Es posible que tengamos que hacer frente al hecho de que el discurso progresista efectivamente opera como el largo brazo de Israel y que sin duda actúa como un guardián de protección del sionismo judío y los intereses tribales. Si Israel y sus partidarios se enfrentaran alguna vez a una oposición real, podría tener lugar alguna largamente esperada autorreflexión. Pero por el momento Israel y los grupos de presión sólo encuentran una resistencia progresista insípida, diluida, que investiga superficialmente y que, en la práctica, mantiene la ocupación israelí, la opresión y una lista interminable de abusos contra los derechos humanos. En lugar de una oposición masiva al Estado judío y su agresivo lobby, nuestra «resistencia» se reduce a una cadena de desgastadas insignias, vestidos de keffiyeh con carteles concurriendo a mini reuniones con la rabieta ocasional de alguna judía neurótica que es grabada en vídeo por otro buen judío. Si alguien cree que unas pocas insignias, un montón de videos aficionados montados en Youtube celebrando justicia judía van a desembocar masivamente en un movimiento global anti israelí, es ingenuo o estúpido.

De hecho, una reciente encuesta de Gallup reveló que en la actualidad la simpatía de los estadounidenses hacia Israel ha llegado a un máximo histórico. El 64% de los estadounidenses simpatizan con el Estado judío, mientras sólo el 12% considera a los palestinos. Esto no es una sorpresa y nuestra conclusión debe ser clara. Por lo que se refiere a Palestina, la ideología y la praxis «progresista» nos han llevado precisamente a ninguna parte. En lugar de promover la causa palestina, sólo busca ubicar al «buen» judío en el centro del discurso de la solidaridad.

¿Cuándo fue la última vez que un luchador por la libertad palestina apareció en la pantalla de su televisor? Veinte años atrás, el palestino estaba destinado a convertirse en el nuevo Che Guevara. De acuerdo, el luchador por la libertad palestina no necesariamente hablaba inglés perfecto y tampoco era graduado de una escuela pública inglesa, pero era libre, auténtico y decidido. Él o ella hablaban sobre sus tierras que estaban siendo confiscadas y de su voluntad de dar lo que se necesita para recuperarlas. Pero ahora, los palestinos están «salvados», él o ella no tienen que luchar por su tierra, el «progresista» se hace cargo de todo.

Esta voz «progresista» habla en nombre de los palestinos y, al mismo tiempo, aprovecha la oportunidad también para empujar la política marginal, luchar contra el «islamismo» y «el extremismo religioso» y en ocasiones incluso apoya la peculiar e impar guerra intervencionista, y por supuesto siempre lucha contra el antisemitismo. La oposición controlada ha convertido la difícil situación palestina en uno más de los asuntos del «progresismo», situado en la parte posterior de la tienda repleta de cada vez más crecientes asuntos de campaña.

Para el discurso progresista judío, el propósito detrás del apoyo pro palestino está claro. Se trata de ofrecer una impresión de pluralismo dentro de la comunidad judía. Está ahí para sugerir que no todos los judíos son sionistas malos. Philip Weiss, fundador del más popular blog progresista pro palestino, aún lo suficientemente valiente como para admitir ante mí que son los intereses propios judíos los que se sitúan en el centro de su actividad pro palestina.

El amor propio judío es un tema fascinante. Pero lo más fascinante es el amor propio de los judíos progresistas a expensas de los palestinos. Con multimillonarios como Soros sosteniendo el discurso, la solidaridad es ahora una industria, preocupada por las ganancias y el poder, más que la ética o los valores y un espectáculo tragicómico mientras los palestinos se convierten en un tema secundario dentro de su propio discurso de solidaridad.

Por lo tanto, tal vez antes de discutir la «liberación de Palestina», primero debemos liberarnos de nosotros mismos.

El libro más reciente de Gilad Atzmon es: The Wandering Who? A Study of Jewish Identity Politics. En español: La identidad errante , Editorial Oriente y Mediterráneo 2012 y editorial Canaán, Buenos Aires 2013, traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos.

Fuente: http://www.counterpunch.org/2013/04/12/controlled-opposition/ 

rCR