«¿Y entonces: sí o no? ¿Te acuerdas de cuando desaparecieron los puestos de fritas?» Esas fueron las preguntas de recibimiento de mi amigo Goyo cuando me interceptó después de las noticias sobre la «suspensión temporal» del otorgamiento de licencias a un grupo de actividades del llamado trabajo por cuenta propia y de las nuevas regulaciones […]
«¿Y entonces: sí o no? ¿Te acuerdas de cuando desaparecieron los puestos de fritas?» Esas fueron las preguntas de recibimiento de mi amigo Goyo cuando me interceptó después de las noticias sobre la «suspensión temporal» del otorgamiento de licencias a un grupo de actividades del llamado trabajo por cuenta propia y de las nuevas regulaciones sobre este que serán emitidas en algún momento…
Para quienes -como yo- están del lado optimista de la ecuación, existen numerosas razones por las cuales el sector no estatal en Cuba debe ser mejor regulado y mejor incentivado. Menciono algunas a continuación:
Toda nuestra práctica de construcción socialista nos ha demostrado -y a la vez permitido entender- que son sectores necesarios, de la misma forma en que esa práctica nos ha demostrado que el Estado no puede ocuparse de todo y que, cuando lo hace, genera fallas que tienen más costos que los que se generan en el sector «no estatal». Hay personas que sostienen que si la práctica demuestra que la teoría es incorrecta, pues entonces lo que hay que hacer es rectificar la práctica. Al final la práctica es el criterio de la verdad.
Su capacidad para generar empleos allí donde muchas veces para el Estado resultaría insostenible económicamente es otra de esas razones que hoy está perfectamente probada.
Más discutida y dependiente de regulaciones adecuadas, el efecto positivo sobre la distribución del ingreso puede sumar a esas razones.
Ese llamado sector cuentapropista también incentiva la competencia y fomenta la innovación. Incluso en nuestro caso, con empleos restringidos a labores de baja calificación en su mayoría, resulta incuestionable su aporte positivo, lo cual es posible apreciar en esa diversidad de buenos restaurantes o de «hostales» 4 y 5 estrellas y en el esfuerzo sostenido de sus propietarios por mantenerse en la «competencia».
Pero este sector debe ser visto también como un complemento indispensable para el gran sistema industrial estatal si se aprovecha adecuadamente (en el caso del turismo, los productores de aplicaciones de software, ¡la construcción! Creo que está perfectamente demostrado). Un tejido industrial y de servicios con suficiente densidad se hace más complementario y contribuye a la eficiencia del sistema económico en su conjunto.
Una de las razones más importantes a mi juicio es el hecho de resultar una alternativa real a la emigración de nuestra fuerza de trabajo. Desde hace mucho la dirección política cubana ha afirmado que hoy día una de las principales causas de la emigración es económica. Pues bien, quienes pueden mejorar su situación económica en Cuba, quienes pueden ofrecer empleo con mejores salarios en Cuba, sin duda contribuyen a que el país conserve su más preciada riqueza: su gente, el «sapiens cubanensis».
No creo que puede dudarse hoy de que el sector no estatal ha contribuido a la prosperidad deseada, directamente generando empleo, pagando salarios y creando nuevos negocios lícitos allí donde para el Estado era imposible o inviable económicamente. Unos ejemplo son esas 22,000 habitaciones en renta privada, que hoy pagan impuestos y se han convertido en una fortaleza para el sistema turístico cubano, en especial en las ciudades. ¿Cuánto le hubieran costado al Estado? ¿Cuánto se hubiera demorado el Estado? Saquemos la cuenta: según la cartera de negocios publicada el año pasado, poner a funcionar una habitación 5 estrellas en un polo turístico cuesta más de 180,000 dólares. Calculemos que las habitaciones privadas no cuesten eso, sino el 10 por ciento, entonces sería 18,000 por habitación, multiplicado por 22,000, los números dan 396 millones de dólares que el Estado no se ha gastado, a lo que habría que sumar todos los otros gastos asociados a ese enorme aparato «auxiliar» casi siempre sobredimensionado, y el ahorro en mantenimiento y en CVPs, en reuniones de chequeo, etcétera, etcétera, etcétera. Podemos hacer lo mismo con los restaurantes. ¿Cómo imaginar al Poder Popular de un municipio importante de la capital enfrentado a la tarea de construir 100 restaurantes en un año?
De esta suerte, el llamado «trabajo por cuenta propia» libera al Estado de un grupo de actividades para las cuales la gestión estatal no resulta conveniente y alivia la carga fiscal de ese mismo Estado, porque crea empleo y genera salarios que no tienen que ser provistos por el Estado. ¿Cuántos salarios emplea el Estado en una actividad para nada fundamental como «nuestras» cafeterías estatales? ¿Cuánto dinero se invierte desde el Estado y los gobiernos provinciales en pagar salarios y renovar, modernizar, pintar y reparar esas cafeterías y restaurantes? ¿Es ese el uso más eficaz para esos recursos? ¿No sería preferible utilizar ese monto de salarios en pagarle mejor a nuestros maestros de primaria y en reparar, pintar modernizar nuestras escuelas y hospitales? ¿Que es económica, social y políticamente más afín al socialismo próspero y sostenible por construir?
Pueden enumerarse aún más razones por las cuales ese eufemísticamente llamado sector cuentapropista debe ser ampliado, fomentado e incentivado. Pero, sin duda, para otros, existen también muchas razones por las cuales este sector no debería existir o debería ser constreñido y reducido a la mínima expresión. Menciono algunas de las que más se han repetido:
Contribuye a concentrar la riqueza y produce por tanto desigualdades no vistas anteriormente en Cuba, acentuando las diferencias sociales.
Genera un sistema de intereses y valores ajenos a los intereses y valores del socialismo que conocimos e intentamos construir durante los años 80.
Existe un tratamiento especialmente dirigido por parte de la administración norteamericana y pretensiones explícitas y no explícitas de utilizarlo con fines políticos.
Genera fuertes presiones de demanda sobre una economía con déficit sistemático de oferta.
Contribuye a fomentar el robo (ese llamado «desvío de recursos» que nos ha acompañado desde los años 70) en proporciones nunca antes vistas.
Contribuye a fomentar la corrupción (ese otro mal que también nos acompaña desde antes de estas reformas, pero que ahora se hace más visible).
Todavía podrían agregarse muchas más, es cierto. Ese es la otra parte de ese fenómeno. Es cierto que pudiéramos estar años argumentando a favor y en contra de cada una de esas razones, tanto de las positivas como de las negativas. Es cierto también que muchas de las causas que las generan están asociadas a un diseño institucional (reglas del juego) que ya hoy resultan extemporáneas o, más exactamente, arcaicas.
De hecho, una parte importante del debate político que hoy se libra día a día en los medios (oficiales y no oficiales) tiene sus causas -al menos algunas de ellas- en este nuevo sector y en su impacto en toda la vida social, política e ideológica de Cuba.
¡Y sin embargo se mueve! A pesar de todas estas razones e inconvenientes, pareciera que en el proyecto de país a futuro, ese que fue aprobado hace poco por el Partido Comunista de Cuba y después por la Asamblea Nacional, no se podrá prescindir de un sector no estatal (privado y cooperativo), de la misma forma que no podrá renunciarse a conservar un sector estatal poderoso en aquellas ramas estratégicas para el país.
Cuba transitó ya la experiencia de intentar una economía totalmente estatizada. De 1968 hasta finales de los años 80 fue esa la decisión, en parte sustentada en aquella especial relación con la URSS que nos permitió vivir aquella otra rara sensación de «abundancia» (¡oh el mercado paralelo!) en una economía con serios problemas de productividad y de déficit fiscal y comercio exterior. Incluso entonces, la oferta siempre fue poco «elástica» y la ausencia de un sector de pequeñas empresas era notable. Fue algo realmente paradójico, pues cuando aparentemente mejor estábamos según aquel mercado estatal, la estructura de nuestra economía padecía ya de males prácticamente insalvables, que no se hacían visibles gracias al «suero» de recursos que provenía de la URSS. Son males cuya cura aún no he hemos resuelto.
Es cierto que lo peor no es chocar dos veces con la misma piedra, sino enamorarse ella. A los efectos de la eficiencia global de la economía, un segmento de pequeñas empresas que contribuyan a hacer más denso el tejido empresarial cubano es una necesidad que requiere de poca demostración. La labor es muy difícil, pues requiere, primero que todo, de la aceptación ideo-política, y no solo en las palabras. En algún momento que ojalá sea más temprano que tarde, debe concretarse el propósito de reconocer la existencia de pequeños y medianos empresarios privados en Cuba, porque de hecho ya existen y porque cuando se haga se podrán integrar mejor y ser más funcionales a esa visión de país que también aprobamos.
Lograr regulaciones adecuadas para todos los sectores de la economía, estatal y no estatal, parece no tener alternativas. Regular es un ejercicio de equilibrio entre incentivos positivos y negativos, requiere de consistencia y de coherencia, pero sobre todo de realismo. Emitir una lista con los negocios que no se ejercerán forma privada, permitir a los profesionales cubanos poder abrir sus propios negocios, hacer grandes agrupaciones de negocios y oficios, hacer las adecuaciones fiscales para permitir la acumulación con fines productivos, darles personalidad jurídica, permitirles comprar a precios mayoristas en los mismos almacenes del Estado, crear regulaciones para la importación fines comerciales, hacer obligatorio el uso de cuentas de banco para estas operaciones, crear un registro comercial donde aparezcan obligatoriamente todas esas empresas, permitirles ser miembro de las diferentes secciones de la Cámara de Comercio de Cuba, podrían ser algunas de las regulaciones que fomentaran ese necesario equilibrio.
Hoy tenemos que vivir con lo que seamos capaces de producir, de exportar y de innovar en un país que sigue siendo subdesarrollado, cuya dotación de recursos no es abundante, que debe enfrentar, como pocos, un proceso de cambio climático agudo por su condición insular, que sigue estando bloqueado y cuya población se avejenta y se reduce, además, por el fenómeno migratorio. El Estado que nos hemos dado, tiene el tremendo reto de conservar aquellos pilares de la Revolución (la independencia, la educación, la salud, la equidad) que le ganaron la identificación de la mayoría del pueblo de Cuba. Para ello hacen falta recursos, hacen falta las riquezas que solo pueden producir los cubanos. Temámosle a la riqueza material tanto como a la miseria material y espiritual y recordemos que en lo común del comportamiento humano se necesita ser próspero para ser bueno.
Fuente: http://oncubamagazine.com/