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El viejo cañón

El declive de la democracia israelí

Fuentes: Republica.com

La gran influencia que Israel ejerce sobre la política de EE.UU., que le suministra ayuda económica, militar y diplomática sin tasa ni posible comparación con otros países aliados y también dependientes de Washington, es producto de varios factores. Entre éstos hay dos que tienen un peso superior a los demás: la notable aportación electoral del […]

La gran influencia que Israel ejerce sobre la política de EE.UU., que le suministra ayuda económica, militar y diplomática sin tasa ni posible comparación con otros países aliados y también dependientes de Washington, es producto de varios factores. Entre éstos hay dos que tienen un peso superior a los demás: la notable aportación electoral del voto projudío, que puede inclinar decisivamente la balanza entre los dos partidos mayoritarios, y la arraigada idea de que Israel es el único baluarte democrático en una crítica zona del mundo, asediado por las tiranías de raíz teocrática islámica y sus correspondientes terrorismos.

El primer factor permanece estable y no presenta motivos de duda, como se ha demostrado en la reciente visita de Netanyahu a EE.UU., donde ha logrado arrancar de Obama un compromiso ilimitado de apoyo, aun en el caso de que Israel decida pegar fuego a la mecha detonante que conduce a Irán. El segundo factor, por el contrario, está sometido a una creciente crítica.

La critica razonada de la deriva antidemocrática de Israel, a la que voy a referirme a continuación, se considera a menudo como el producto de un antisemitismo visceral y, por eso, se descarta sin más contemplaciones. Pero se olvida que son numerosas las voces y las organizaciones judías, tanto en Israel como fuera de él, que también critican al actual Gobierno y no por ello se encuadran en las filas del antisionismo. En el mismo corazón de EE.UU. existen organizaciones judías (como Jewish Voice for Peace) que, sin abdicar de sus valores religiosos, históricos y políticos, alzan su voz contra las injusticias, la humillación y la opresión que la ocupación de las tierras palestinas causa a sus habitantes.

En el último ejemplar de The New York Review of Books, bajo el título «Israel: El Parlamento contra la democracia» (Israel: The Knesset vs. Democracy), un periodista, fotógrafo y escritor israelí, Dimi Reider, apunta los peligros que acechan hoy a la democracia en Israel. Para él, el núcleo de la cuestión reside en la doble identidad de Israel: por un lado, una democracia para todos sus ciudadanos; por otro, un Estado judío. Este dilema, difícil de resolver por sí mismo, en tanto que la ciudadanía israelí también incluye a los árabes allí residentes, parece inclinarse ahora, bajo la política del actual Gobierno, hacia un claro sacrificio de la democracia en favor de la naturaleza judía del Estado.

Advierte Reider un deterioro general en la libertad de expresión, materializado en la pérdida de medios de comunicación independientes. El multimillonario estadounidense, promotor de casinos y que pretende ahora colonizar parte del territorio español para su empresa Las Vegas Sands, es también el propietario del diario más leído en Israel, naturalmente favorable al Gobierno. Lo mismo sucede con otros medios, como la Autoridad Israelí de Radiodifusión.

De ese modo es difícil criticar una legislación peligrosamente antidemocrática. Como la que endurece las ya onerosas trabas que encuentran las ONG financiadas desde el exterior, o la que eleva las multas a los medios de comunicación por presunta «difamación», incluidos los blogs privados, como un modo eficaz de acallar voces discrepantes.

La deriva antidemocrática del Parlamento se refuerza avivando la sensación de peligro procedente del exterior, y mezclándola con los problemas de la inmigración, la creciente politización de los árabes israelíes y otros factores, a los que se acusa de deteriorar la identidad judía del Estado.

Alerta Reider sobre el aumento de incidentes relacionados con la segregación de las mujeres, una imposición del sector más ortodoxo del judaísmo, que parece ganar posiciones sin que el Gobierno se preocupe por evitarlo. Los derechos humanos se ven a menudo afectados, como en una reciente enmienda a la Ley de Ciudadanía, que prohíbe vivir en Israel a los palestinos de la zona ocupada casados con israelíes. A este respecto, el presidente del Tribunal Supremo declaró que los derechos humanos no pueden ser «una receta que conduzca al suicidio nacional».

Para apoyar tan antidemocrática legislación, la extrema derecha que participa en el poder insiste en que, en realidad, está reforzando la democracia contra las amenazas exteriores. Denuncia que la sociedad civil y las ONG están influidas por agentes extranjeros, izquierdistas y antipatrióticos. Estas ideas calan en un electorado cada vez más nacionalista, donde las organizaciones políticas relacionadas con las protestas populares del pasado verano no encuentran espacio de acción: «Estamos en un maratón del que no conocemos la meta, pero ésta no está en las próximas elecciones. Son sólo una etapa». Como en otros países donde la indignación popular ha obligado a los políticos a modificar sus prácticas, también Israel se halla en una encrucijada, aunque ésta sea muy peligrosa porque un Gobierno acorralado en el interior podría servirse del enemigo exterior -Irán- contando con un amplio apoyo internacional, basado en EE.UU. Cuando se proclama que «la Patria está en peligro», se abre la mano para todo tipo de desafueros que acaban hiriendo de muerte a la democracia. Esta es la amenaza que acecha a Israel, más letal que las inexistentes armas nucleares de Irán.