Traducido para Cubadebate, Rebelión y Tlaxcala por Manuel Talens
El derecho a la autodeterminación es un lujo que los ricos, los fuertes y los privilegiados se ofrecen para conservar el poder. Dado que los sionistas utilizan la influencia de los puestos importantes que ocupan para controlar el poder político internacional y poseen capacidad militar para mantener su «derecho a la autodeterminación», cualquier debate político en torno a este concepto choca inevitablemente con la imposibilidad de los palestinos para ejercerlo. Por eso, en lugar de exigir algo que resulta poco práctico en la actualidad, deberíamos luchar por el derecho palestino y árabe a rebelarse contra el Estado judío y contra el imperialismo sionista mundial. En vez de perder el tiempo con fantasías retóricas, es mejor que desenmascaremos la política y la praxis tribales judías. Apoyar a Palestina es decir con coraje lo que pensamos y admitir lo que vemos.
En la imagen, una explicación visual de la autodeterminación sionista y sus consecuencias. En color verde, Palestina; en color blanco, Israel. De izquierda a derecha: 1) Palestina en 1946; 2) Plan de Naciones Unidas para la partición de ese mismo territorio en 1947; 3) Territorio de Israel entre 1949 y 1967 y 4) Israel y los Territorios Ocupados en 2000.
Ciudadano del mundo, cosmopolita y ateo
El año pasado, en una pequeña iglesia comunitaria de Aspen (Colorado), cuando llegó el turno de preguntas después de la charla que yo acababa de dar, un hombre de mediana edad que estaba al fondo de la sala se puso en pie y se presentó a sí mismo de la siguiente manera:
-Soy un ciudadano del mundo, cosmopolita y ateo. Me gustaría preguntarle algo, señor Atzmon…
-Espere -lo interrumpí-. Le ruego que no se ofenda si le hago una pregunta. ¿Es usted por casualidad judío?
El hombre se quedó paralizado durante unos instantes y no pudo impedir que se le ruborizase el rostro; todo el mundo en la sala se volvió a mirarlo. Quizá sentían curiosidad por ver qué pinta tenía un cosmopolita autoindulgente del siglo XXI. Por mi parte, me sentí un poco culpable, pues no había sido mi intención avergonzarlo. Tardó varios segundos en reponerse.
-Sí, Gilad, soy judío. ¿Cómo lo ha adivinado?
-Está claro que no lo sabía -dije-. En realidad era sólo una intuición. Sabe, cada vez que me encuentro con personas que se consideran cosmopolitas, ateos y ciudadanos del mundo, suelen ser judíos «progresistas» asimilados. Puedo suponer que quienes no son judíos tienden a vivir en paz con lo que son. Si nacieron católicos y deciden cambiar en algún momento, se deshacen de la Iglesia y en paz. Si no aman a su país como otros suelen amarlo, escogen otro donde vivir. De algún modo, quienes no son judíos -y esto que le digo carece de cualquier base científica- no necesitan esconderse tras vagos estandartes universales ni tras un sistema de valores artificial. Pero, ¿cuál era su pregunta?
No hubo ninguna. El «cosmopolita, ateo y ciudadano del mundo» no logró recordar cuál era su pregunta. Supongo que, de acuerdo con la tradición de los judíos post-emancipados, estaba allí para pregonar en público su derecho a la «autodeterminación». Aprovechaba su turno de preguntas para que sus vecinos y amigos de Aspen se enterasen de lo estupendo que era. A diferencia de ellos, creyentes patriotas y usamericanos orgullosos, él era un humanista avanzado, un hombre por encima de las patrias, un sujeto descreído. Era el producto final «autodeterminado» de la Ilustración, el hijo de Voltaire y de la Revolución francesa.
La autodeterminación es una moderna epidemia política y social que afecta a los judíos. La desaparición del gueto y sus cualidades maternas dio lugar a una crisis de identidad dentro de la ampliamente integrada sociedad judía. Al parecer, todas las escuelas políticas, espirituales y sociales judías post-emancipadas del pensamiento de izquierda, de derecha y de centro vivían intrínsecamente preocupadas por el «derecho a la autodeterminación». Los sionistas exigieron el derecho a la autodeterminación nacional en la tierra de Sión. El Bund les exigió la autodeterminación nacional y cultural en el discurso proletario de la Europa del Este; la organización anticapitalista Matzpen y los israelíes ultraizquierdistas exigieron el derecho a la autodeterminación de la «nación judía israelí» en el «Este árabe liberado»; los judíos antisionistas insistieron en el derecho a participar en un discurso esotérico judío dentro del movimiento de solidaridad con Palestina. Pero, ¿qué significa ese derecho a la autodeterminación? ¿Por qué será que cada idea política judía moderna se basa en ese derecho? ¿Por qué algunos judíos «progresistas» integrados sienten la necesidad de ser ciudadanos del mundo en vez de solamente ciudadanos ordinarios de Gran Bretaña o Francia o Rusia?
La pretensión de autenticidad
Es preciso decir que, aunque esa búsqueda de la identidad y esa autodeterminación están ahí para expresar que se pretende alcanzar una auténtica redención, el resultado directo de la política de la identidad y la autodeterminación es justamente lo contrario. Para empezar, quienes deben autodeterminarse suelen ser aquellos que están muy lejos de poder realizarlo; quienes han decidido que los consideren «cosmopolitas» y «humanistas laicos» son incapaces de ver que la fraternidad humana no necesita ni presentación ni declaración. Lo único que necesita es un amor genuino por los demás. Quienes emiten y firman manifiestos humanistas son aquellos que insisten en que los consideren humanistas, mientras que al mismo tiempo difunden la maldad tribal sionista. Es evidente que los cosmopolitas genuinos no necesitan declarar su compromiso abstracto con el humanismo. De manera similar, los auténticos ciudadanos del mundo viven en un mundo abierto, sin límites ni fronteras.
Yo, por ejemplo, vivo rodeado de músicos de jazz de todos los colores y orígenes étnicos. Son gente que vive en la carretera, que duerme cada día en un continente distinto, que se gana la vida con su amor por la belleza. Sin embargo, nunca he visto a un artista del jazz que se defina a sí mismo como ciudadano del mundo o cosmopolita o incluso como comerciante de belleza. Nunca he conocido a un artista de jazz que se dé un aire de importancia igualitaria ni que celebre su derecho a la autodeterminación. La razón es muy sencilla, los seres auténticos no necesitan autodeterminarse, son como son y dejan que los demás también lo sean.
El derecho a la autodeterminación
Suele decirse que el derecho a la autodeterminación es el reconocimiento de que todos los pueblos tienen derecho a determinar libremente su estado político y a desarrollarse económica, social y culturalmente. Suele considerarse que este principio es un derecho moral y legal. También está muy arraigado en la filosofía de Naciones Unidas. La palabra autodeterminación se utilizó en la Carta de Naciones Unidas y ha sido definida en diversas declaraciones y acuerdos.
Aunque solemos considerar normal que todo ser humano comparta sus afanes existenciales, el derecho a la autodeterminación sólo tiene sentido en el discurso liberal occidental, que acepta tal derecho y lo asume en la noción del individualismo ilustrado. Es más, ese derecho sólo pueden disfrutarlo los privilegiados con el suficiente poder político o militar como para convertirlo en una realidad práctica.
Sin embargo, preciso es mencionar que, incluso dentro del discurso liberal occidental, únicamente los judíos asumen su poder político en el «derecho de ser como los demás». La razón es sencilla, a pesar de que los judíos liberados insisten en ser «como los demás», está claro que los demás prefieren ser «como son». Obviamente, esto quiere decir que la pretensión judía de ser como los demás es algo fútil, condenado al fracaso.
Hay que añadir también que, en las sociedades oprimidas, el derecho a la autodeterminación suele estar reemplazado por el derecho a rebelarse. Para un palestino que viva en los Territorios Ocupados, el derecho a la autodeterminación significa muy poco. Ningún palestino necesita autodeterminarse como tal, y ello por la sencilla razón de que ya lo es. E incluso si llegase a olvidarlo, cualquier soldado israelí se lo recordaría en el siguiente puesto de control. Para el palestino, la autodeterminación es un producto de la negación: es la confrontación diaria con la negación sionista del derecho palestino a la autodeterminación. Para el palestino, es el derecho a luchar contra la opresión, contra quienes lo matan de hambre y lo expulsan de su tierra en nombre de esa exigencia demasiado concreta de los judíos de ser «un pueblo como los demás».
Asimismo, a pesar de que el derecho a la autodeterminación se presenta como un valor político liberador universal, en muchos casos se utiliza como un mecanismo divisivo que da lugar al abuso directo de los demás. Como sabemos, la moderna exigencia judía del derecho a la autodeterminación suele ponerse en práctica a expensas de los demás, ya sean palestinos, líderes árabes, proletarios rusos o soldados británicos y estadounidenses que arriesgan sus vidas contra el último bastión de enemigos israelíes en Oriente Próximo. Por mucho que el derecho a la autodeterminación se presente ocasionalmente como un «valor universal», el análisis del uso siniestro y pragmático de ese derecho en el discurso político sionista revela que, en la práctica, está ahí al servicio de unos intereses tribales que, simultáneamente, niegan o desestiman los derechos elementales de otros pueblos.
El Bund y Lenin
Sería correcto afirmar que el Bund y los sionistas fueron los primeros en exigir con elocuencia el derecho de los judíos a la autodeterminación. El Bund era el sindicato de los trabajadores judíos de la Europa del Este. Al igual que el movimiento sionista, fue fundado oficialmente en 1897. Reivindicaba que los judíos en Rusia se merecían el derecho a la autodeterminación cultural y nacional dentro de la futura revolución soviética.
Es probable que el primero en analizar el disparate del ansia de los judíos por la autodeterminación fuese Lenin en su famoso ataque contra el Bund en el Segundo Congreso del POSDR (1903). «Marchad junto a nosotros», replicó Lenin al Bund al rechazar su exigencia de un estatus étnico autónomo especial entre los trabajadores rusos. Claramente, a Lenin no se le escapó el segregador programa tribal de la filosofía del Bund. «Rechazamos cualquier parcelación obligatoria que sirva para dividirnos», dijo Lenin. Por mucho que el líder soviético apoyase «el derecho de las naciones a la autodeterminación», no aceptó el derecho judío a lo que correctamente identificó como segregador y reaccionario. Lenin respaldó el derecho de las naciones oprimidas a desarrollar sus entidades nacionales, pero se resistió a cualquier espíritu nacionalista intolerante y estrecho.
El líder revolucionario señaló tres razones principales contra el Bund y su exigencia de autodeterminación cultural:
1) La autodeterminación cultural nacional conduce al desmembramiento de las naciones y, por lo tanto, da al traste con la unión del proletariado.
2) La amalgama de las naciones era para Lenin un paso adelante, no un paso atrás. Criticó a los que «clamaban al cielo contra la asimilación».
3) Lenin no consideraba que la «independencia cultural, no territorial» que propugnaba el Bund y otros partidos judíos fuese ventajosa, práctica o factible.
La actitud de Lenin ante el Bund debería ser motivo de reflexión. Su fino sentido común político le hizo dudar de la existencia de una base ética o política en el derecho de los judíos a la autodeterminación, así como de la reivindicación del Bund de que los judíos fuesen considerados como una identidad nacional, al mismo título que las demás naciones. Su respuesta fue sencilla: «Lo siento, muchachos, pero no sois una nación ni una minoría nacional, por la sencilla razón de que no estáis vinculados a un pedazo de tierra».
Matzpen y Wolfowitz
«Los problemas nacionales y sociales de esta región sólo pueden solucionarse con una revolución socialista que derrocará todos los regímenes existentes y los reemplazará por una unión política dirigida por los trabajadores. En este territorio árabe común y liberado se reconocerá el derecho a la autodeterminación (incluido el derecho a un Estado distinto) de cada una de las nacionalidades no árabes que viven en la región, entre ellas la nación judía israelí» (Principios Fundamentales de la Organización Socialista en Israel [Matzpen], http://www.matzpen.org/index.asp?p=principles).
Todo indica que los denominados ideólogos judíos «progresistas» nunca han interiorizado la crítica de Lenin, pues abusar de los demás y rechazar sus derechos elementales se ha vuelto inherente a su pensamiento político. La lectura del documento que establece los Principios Fundamentales de la Organización Socialista en Israel, el legendario grupo ultraizquierdista Matzpen, lo deja a uno perplejo.
Ya en 1962, los matzpenistas tenían un plan para «liberar» el mundo árabe. De acuerdo con los principios de la Matzpen, lo que hay que hacer es «derrocar todos regímenes (árabes) existentes» para reconocer «el derecho a la autodeterminación de cada una de las nacionalidades no árabes que viven en él, entre ellas (por supuesto) la nación judía israelí».
No hace falta ser un genio para darse cuenta de que, al menos categóricamente, los principios de la Matzpen no son distintos de la cantinela neocon de Paul Wolfowitz. La Matzpen tenía un plan para «derrocar» todos los regímenes árabes en nombre del «socialismo» con el fin de que los judíos pudiesen «autodeterminar» quiénes son. Wolfowitz haría exactamente lo mismo en nombre de la «democracia». Si sustituimos la palabra socialista del «progresista» texto judeocéntrico de la Matzpen y la reemplazamos por la palabra democrática, nos encontramos un devastador texto neocon que dice lo siguiente:
«Los problemas nacionales y sociales de esta región sólo pueden solucionarse con una revolución democrática que derrocará todos los regímenes existentes y los reemplazará por una unión política […] Se reconocerá el derecho a la autodeterminación (incluido el derecho a un Estado distinto) de cada una de las nacionalidades no árabes que viven en la región, entre ellas la nación judía israelí.»
Al parecer, tanto la progresista Matzpen como los reaccionarios neocons utilizan un concepto abstracto similar, con pretensiones de universalidad, para justificar el derecho judío a la autodeterminación y la destrucción del poder árabe regional. Ambos saben lo que la liberación puede significar para los árabes: para el matzpenista, liberarlos es convertirlos en bolcheviques. El neocon es un poco más modesto, lo único que quiere es que beban Coca-Cola en una sociedad democrática occidentalizada. Las dos pretensiones están condenadas al fracaso, porque la noción de autodeterminación es abrumadoramente eurocéntrica; las dos se basan en una noción ilustrada de la racionalidad; las dos tienen muy poco que ofrecer al oprimido, pues están ahí para racionalizar y ofrecerle al colonialista un poco de falsa legitimidad «universal».
Es evidente que la Matzpen nunca tuvo ni poder ni significación política, porque nunca estuvo cerca del pueblo árabe y, mucho menos, de sus masas. Por eso, la Matzpen nunca logró afectar las vidas de los árabes ni destruir sus regímenes. Sin embargo, los izquierdistas judíos de todo el mundo consideran que la Matzpen fue un capítulo importante de la izquierda israelí. Para ellos fue un momento singular del despertar ético israelí. Resulta vergonzoso (o demoledor) comprobar que el momento más ilustrado y exquisito del despertar moral de la izquierda israelí produjo un discurso político que no es categóricamente distinto del infame intento de George W. Bush de «liberar» al pueblo iraquí. Está por encima de cualquier duda que los izquierdistas judíos (al estilo de la Matzpen) y los intervencionistas anglo-usamericanos sionizados (al estilo neocon) son, de hecho, las dos caras de una misma moneda (o, permítaseme decir, las dos caras del mismo shekel, la divisa israelí). Desde los puntos de vista teórico, ideológico y pragmático están muy cerca los unos de los otros. Ambos pensamientos políticos son judeocéntricos hasta la médula, pretenden ser universalistas y buscan la «liberación» y la «libertad». Pero, a fin de cuentas, a lo único que aspiran es a la autodeterminación judía a expensas de los demás.
El derecho a ser como los demás: la lógica sionista
Lo siguiente es una serie de extractos procedentes de un documento presentado en 2005 ante la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Fue redactado por el Comité Coordinador de Organizaciones judías (CBJO) y la organización B’nai B’rith. Su lectura sirve para saber de qué manera tales organizaciones ponen en práctica el poder político en lo referente al derecho a la autodeterminación.
El CBJO toma como punto de partida histórico de su declaración el «final del Holocausto» y la creación de la Organización de Naciones Unidas. El vínculo entre ambos y su intencionalidad están claros. A esta organización se le atribuye el papel de organismo que salvará a los judíos de cualquier nuevo intento genocida.
«Cuando este año el mundo conmemora el 60 aniversario del final del Holocausto y de la creación de Naciones Unidas, nosotros, en la comunidad de los Derechos Humanos, tenemos la oportunidad de reafirmar nuestro compromiso con los principios de la Carta de Naciones Unidas, de la Declaración Universal de Derechos Humanos y de otros documentos fundacionales del régimen internacional de Derechos Humanos. De tales derechos, uno de los fundamentales es el de la autodeterminación. Este derecho garantiza otros derechos humanos, como el derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de la persona, a la preservación del honor y a la igualdad ante la ley.»
Se observará que, hasta aquí, el derecho a la autodeterminación se expresa en términos universales. Pero que nadie se confunda: pronto dará un giro siocéntrico.
«Los acontecimientos revelados hace 60 años, cuando las fuerzas aliadas entraron y liberaron los campos de concentración nazis, podrían haberse prevenido si el derecho del pueblo judío a la autodeterminación hubiese estado protegido y fomentado… Tal como demuestra la historia del pueblo judío en el siglo XX, sin un Estado propio -la puesta en práctica del derecho a la autodeterminación- el pueblo judío corría el riesgo de la discriminación, el aislamiento y, en última instancia, el exterminio.»
Sin prisa, pero sin pausa, se manifiesta ahora la desviación, desde el enfoque ético universal hasta la argumentación judeocéntrica. Sin embargo, es importante mencionar que antes de la Gran Guerra los judíos occidentales y estadounidenses estaban ya emancipados y disfrutaban del derecho a la autodeterminación, si bien no muchos de ellos pensaban que éste debía plasmarse en Palestina a expensas de los palestinos. Además, si se piensa en retrospectiva, está claro que el derecho de los judíos a la autodeterminación ha provocado a su vez el Holocausto palestino. En otras palabras, el derecho judío a la autodeterminación tiene un impacto positivo muy limitado sobre la humanidad y la realidad humana, lo cual es algo que la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas debería tener en cuenta.
«Si reflexionamos sobre esta historia, debemos señalar el resurgimiento del antisemitismo y su nueva manifestación, el antisionismo. En diversos círculos intelectuales, en campus universitarios y en los medios, el derecho humano básico a la autodeterminación del pueblo judío está siendo erosionado a diario por medio de tergiversaciones y ecuaciones falsas. Estos antisionistas describen la autodeterminación del pueblo judío como excluyente de la autodeterminación de los palestinos. Algunos desean dar marcha atrás al reloj de la historia promoviendo la solución de «un Estado único» para resolver el conflicto israelo-palestino, propuesta que fue rechazada por la Asamblea General en 1947, precisamente porque le habría negado el derecho a la autodeterminación al pueblo judío… El antisionismo es un sendero peligroso, porque gira en torno a la destrucción del Estado judío. Como tal, es contrario a la Carta de Naciones Unidas, al acuerdo internacional sobre los derechos económicos y sociales y culturales…»
Curiosamente, los talentosos miembros del CBJO se dan cuenta de que, tarde o temprano, alguien pondrá en entredicho la validez ética del «derecho judío a la autodeterminación». De hecho, eso es exactamente lo que voy a hacer unos cuantos párrafos más abajo. Los sionistas son lo bastante listos como para prever la posibilidad de que esa «carta blanca» que les permite arruinar millones de vidas en Oriente Próximo en nombre del falso concepto universal pueda expirar algún día.
Sin embargo, los del CBJO apuntan a una solución optimista del conflicto israelo-palestino. Esto es, al menos, lo que quieren que creamos:
«A día de hoy observamos un progreso extraordinario en Oriente Próximo entre Israel y los palestinos. El pueblo palestino ha elegido un gobierno que se compromete a rechazar el terrorismo como arma política en provecho de la democracia y la paz. Este camino que conduce a la coexistencia pacífica con el pueblo judío señala un cambio importante, lejos de la política palestina de la violencia… Todas las resoluciones aprobadas por esta Comisión bajo este artículo del programa deben tratar de ratificar el derecho a la autodeterminación del pueblo judío junto al de los demás pueblos… Sólo entonces la Comisión de Derechos Humanos será fiel a sus principios fundacionales. Sólo entonces la Comisión de Derechos Humanos formará parte de la solución, en vez de exacerbar el problema. Sólo entonces demostrará que ha aprendido las lecciones que deberían haberse aprendido hace 60 años, y defenderá el derecho básico del pueblo judío a la autodeterminación junto a un Estado palestino democrático.»
Como puede verse, el CBJO está ahí para decir a los palestinos quiénes son y qué deben ser, a saber, democráticos y laicos. Aunque parezca mentira, el derechista CBJO no es diferente de la «progresista» organización socialista Matzpen y lo que esto implica debe quedar claro a partir de ahora: no existe izquierda ni derecha en la política laica judía moderna, sino orientación tribal autocéntrica, que por razones obvias proyecta falsas imágenes de diversidad política.
Un Estado, dos Estados o un único Estado de todos sus ciudadanos
No son muchos los palestinos e intelectuales árabes que toman parte en el debate sobre la solución de uno o dos Estados. La razón es muy evidente: los palestinos y los árabes se dan cuenta de que no es en las instituciones académicas ni en las conferencias de solidaridad con Palestina donde habrá que decidir las cuestiones relacionadas con el futuro de la región, sino sobre el terreno. El impacto de un solo misil Qassam en el Negev occidental es mucho mayor que cualquier forma de discusión intelectual concluyente relacionada con la «resolución del conflicto». Tal como parece, la exigencia de «un único Estado» para todos, ya sea laico, democrático o islámico, es teórica y retórica y no involucra en absoluto a los israelíes, que todavía poseen el poder político y el poder militar para mantener el Estado único judío.
Mientras la noción de autodeterminación carezca de significado para el pueblo palestino, lo mismo sucederá con la exigencia verbal de un Estado. Mientras la hambruna y los planes genocidas anunciados por el gobierno israelí se ciernen sobre Gaza, los debates sobre el futuro de la región no son más que un lujoso entretenimiento de privilegiados.
Para lo único que sirve el debate sobre la solución de un único Estado es para mantener la hegemonía israelí y judía dentro del discurso de la solidaridad con Palestina. La razón es muy sencilla, cualquier discusión que apunte hacia la solución política tiene naturalmente en cuenta el «derecho judío a la autodeterminación» y esto se eternizará a menos que consintamos en introducir un radical cambio político e intelectual en el discurso. Al igual que Lenin en 1903, debemos poner en entredicho la validez de la noción del derecho a la autodeterminación. Siguiendo a Lenin, debemos admitir la posibilidad de que el derecho judío a la autodeterminación es, en realidad, una engañosa pretensión segregadora: está ahí para disfrute de ricos, colonialistas y privilegiados a expensas del débil y del oprimido.
Debemos ponernos en pie y cuestionar abiertamente por qué los judíos o cualquier otro grupo merecen un derecho a la autodeterminación. ¿Acaso no es verdad que tal derecho siempre se ejerce a expensas de alguien? Debemos ponernos en pie y preguntar qué derecho moral le permite a un judío de Brooklyn que se autodetermine como sionista y futuro ocupante de Palestina. Debemos preguntar sin tapujos qué es exactamente lo que le da derecho a un judío nacido en Israel a vivir en tierra palestina a expensas del palestino nativo. ¿Acaso tengo yo derecho a exigir mi autodeterminación como astronauta de la NASA o cirujano? ¿Me permitiría alguien que le operase el corazón si mi única referencia fuese mi falsa representación como cirujano cardiovascular?
Estas preguntas no son nada fáciles de contestar. Pero eso no significa que no debamos hacerlas. Yo, como Lenin, tiendo a descartar la legitimidad judía del derecho a la autodeterminación como una reclamación falsa y segregadora. En vez de ese derecho, sugeriría un enfoque ético alternativo, que he tomado prestado de Azmi Bishara (http://en.wikipedia.org/wiki/Azmi Bishara), el intelectual palestino y ex parlamentario de la Knesset que se vio obligado a exiliarse, y ello a pesar de que era diputado. Bishara trascendió el debate sobre uno o dos Estados o sobre el derecho judeocéntrico a la autodeterminación. Acuñó una brillante noción política, el «Estado de todos sus ciudadanos». En vez de un Estado de los judíos, Bishara sugirió un Estado de las personas que viven en él.
Intelectual vigoroso y conocido crítico del Estado israelí, Bishara ha mantenido en numerosos escritos y declaraciones públicas que la autodenominación de Israel como «Estado judío y democrático» es discriminatoria. Al exigirle a Israel que sea un «Estado de todos sus ciudadanos», Bishara ha puesto abiertamente el dedo en la llaga del conflicto entre la mayoría judía y la minoría palestina sobre la definición de la nacionalidad en Israel. Encarna una tendencia entre la minoría arabopalestina, que exige igualdad socioeconómica y política, así como en los aspectos cívicos y de nacionalidad, pero no sólo en los textos legales. Podría decirse que el enfoque de Bishara es un ejercicio político del derecho palestino a la autodeterminación. Por eso, no pasó mucho tiempo antes de que tuviera que huir de Israel para salvar el pellejo.
Como hemos visto, el derecho a la autodeterminación es un lujo de ricos para proteger su poder. Los únicos que se lo pueden permitir son quienes ya viven en la opulencia, son fuertes y privilegiados. Los sionistas pueden alardear de estas cualidades, además de poseer el poderío militar necesario para mantener su «derecho a la autodeterminación». Sin embargo, teniendo en cuenta la realidad sobre el terreno, en vez de exigir pomposos derechos, debemos luchar a favor del derecho palestino y árabe a rebelarse contra el Estado judío y contra el imperialismo sionista mundial. En vez de perder el tiempo con fantasías retóricas e intercambios académicos, más nos valdrá desenmascarar la política y la praxis tribales judías. Apoyar a Palestina, lo repito, es decir con coraje lo que pensamos y admitir lo que ven nuestros ojos.
Fuente: http://peacepalestine.blogspot.com/2008/03/gilad-atzmon-right-to-self.html
El escritor y traductor español Manuel Talens es miembro de Cubadebate, Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Su novela más reciente es La cinta de Moebius (Alcalá Grupo Editorial). Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.