Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Hay diferentes maneras de juzgar al Partido de Justicia y Democracia, o AKP, que gobierna Turquía. Laicistas militantes y kemalistas afirman que es un caballo de Troya de salafistas que se presentan como demócratas. Otros dicen que el AKP es tan extremadamente moderado que podría ser excluido como infiel si fuera trasplantado a Irán o Afganistán.
Pero parece que podría haber una tercera vía – ver al AKP como una consecuencia de la revolución treintañera de Irán. Por lo menos, es lo que piensa Ali Akbar Nateq-Nouri. Es uno de los clérigos más importantes de Irán, fue presidente del Majlis (parlamento) y ahora tiene la encumbrada posición de asesor del Supremo Líder Gran Ayatolá Ali Jamenei.
Nouri explicó el domingo pasado: «Cuando los iraníes hablaban de ‘exportar’ su revolución, no querían decir que fabricarían algo y luego lo exportarían a otros países en camiones o barcos, querían decir que transmitirían el mensaje de su revolución y comunicarían su doctrina.» Nouri dijo que se sentía inspirado para afirmar que el AKP es un excelente legado de la revolución porque en Turquía tuvieron lugar «las más hermosas manifestaciones por el tema de Gaza» en las últimas semanas.
Un fuerte desaire
Podrá haber exagerado un poco al afirmar que incluso el ejército turco «que tenía ciertos antecedentes, ha cambiado ahora.» De todas maneras, su afirmación de que «las cosas han cambiado» en Turquía – como dijo Nouri – tiene sentido, porque es lo que mostró la avalancha de apoyo popular para Hamás en su batalla contra Israel.
En particular, el desaire público del primer ministro Recep Tayyip Erdogan al presidente israelí Shimon Peres del jueves pasado en un debate en el Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, captó el interés del mundo islámico y supera la división chií-suní. De repente, Erdogan toma la forma de un sultán otomano moderno con un imperio que se extiende por las llanuras mesopotámicas, los desiertos árabes, el Valle del Nilo, el Levante y el Magreb, hasta el corazón de África.
Erdogan, un muchacho del distrito de clase trabajadora de Kasimpasa en Estambul, ha llegado lejos en su tumultuosa carrera política. Es indudablemente uno de los políticos más carismáticos y talentosos de Turquía. Su sitio en el panteón de líderes de Turquía está asegurado. De todas manera, no podría haber imaginado que un día se le propondría para el Premio Nobel de la Paz – o que su patrocinador sería una reverenciada figura religiosa en el mundo del chiismo.
Dirigiéndose el domingo a una reunión de estudiantes de teología en la ciudad santa iraní de Qom, el ayatolá Naser Makarem-Shirazi hizo precisamente eso: la protesta de Erdogan, dijo el ayatolá, ha tenido un profundo efecto en la seguridad regional, ha fortalecido la resistencia palestina y humillado y aislado aún más al «régimen sionista.»
La «postulación» de Erdogan a un Premio Nobel se basaría de modo endeble en las 56 palabras que pronunció en el debate de Davos, cuando amonestó a Peres: «Usted es más viejo que yo y su voz es muy fuerte. El motivo para que alce su voz es la psicología de la culpa. Yo no elevaré tanto la voz. En cuanto al tema de matar, sabéis bien cómo matar. Cómo bombardeasteis a los niños en las playas [de Gaza], como los matasteis, eso yo lo sé bien.»
Alienación musulmana
Ciertamente nos dice algo sobre la profunda alienación que se apodera actualmente de Oriente Próximo, el que la resonancia de un simple grupo de 56 palabras pronunciadas con angustia por sobre justicia, honor y equidad se niegue tan obstinadamente a dejar de resonar. De un día al otro Erdogan se suma a Hasan Nasrallah de Hezbolá en el Líbano y al presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, quienes entrecruzan con envidiable abandono las divisiones sectarias históricas en el mundo musulmán. Seguramente, algo para que vaya pensando el presidente de EE.UU., Barack Obama.
Erdogan volvió de Davos a Estambul y fue recibido como un héroe. Los sondeos de opinión muestran que más de un 80% de los turcos apoyan su tajante réplica y su «retirada en señal de protesta» del debate. La popularidad del AKP asciende a más de un 50%, tanto que los partidos de oposición, que esperaban aprovechar los problemas económicos de Turquía en las elecciones locales a fines de marzo, se sienten alicaídos.
En la propia Gaza, se ha convertido de un día al otro en un personaje icónico, tanto que los gobernantes árabes pro-occidentales parecen embarazados – como ciertamente lo está «Abu Mazen» (el presidente palestino Mahmud Abbas), quien dirige despreocupadamente la Autoridad Palestina. Por cierto, no hay forma de que Arabia Saudí o Egipto vayan a renunciar al liderazgo a favor de Turquía. Pero, desde ahora, tendrán que tener en cuenta seriamente que las sombras de Turquía se profundizan en el paisaje musulmán suní en Oriente Próximo.
Irán está claramente encantado. El poderoso jefe del Concejo Guardián de Irán, Ayatolá Ahmad Jannati, envió un mensaje a Erdogan, diciendo: «Su posición épica ha complacido a Hamás y a sus partidarios y humillado a los dirigentes lacayos de varios Estados árabes.»
El «neo-otomanismo» gana velocidad
En la propia Turquía, la repercusión ha sacado a la luz la identidad escindida del país. La oligarquía de las elites turcas occidentalizadas basadas en Estambul se siente escandalizada de que Erdogan pueda haber estropeado la imagen cultivada del turco civilizado en Europa. Con su sentido de la historia y de la cultura, el turco de Anatolia, por otra parte, se siente alborozado de que Erdogan esté reivindicando el asentamiento perdido hace tiempo de Turquía en su hogar ancestral de Oriente Próximo musulmán.
Sin duda, la agenda de «neo-otomanismo» del AKP dio un salto cuántico la semana pasada. Una fase fascinante está a punto de comenzar en la cual la primacía residirá cada vez más en el redescubrimiento del legado imperial de Turquía, mientras el país continúa su busca de un nuevo consenso nacional que pueda reconciliar las numerosas identidades de los turcos.
Bajo los siete años de gobierno del AKP; Turquía inició el doloroso proceso de aceptar su patrimonio musulmán y otomano. Contrariamente a las impresiones generales, el neo-otomanismo no es ni islamista ni imperialista. Es posible que utilice el común denominador del Islam para derivar una idea menos étnica de «turquicidad» que esté en mucho más armonía que el secularismo militante con el carácter multi-étnico del Estado turco.
Pero en la política exterior, el «neo-otomanismo» tiene una agenda mucho más grandiosa. Como escribió el destacado columnista Omer Taspinar del periódico turco Zanian: «El neo-otomanismo ve a Turquía como una superpotencia regional. Su visión estratégica y cultura reflejan el alcance geográfico de los imperios otomano y bizantino. Turquía, como Estado central, debiera por lo tanto tener un papel diplomático, político y diplomático muy activo en una amplia región de la cual es el ‘centro’.»
No es sorprendente que los críticos de Erdogan en las elites occidentalizadas en Estambul y Ankara vean semejantes aperturas pan-turcas o islámicas en la política exterior como aventureras y dañinas en última instancia para los intereses de Turquía.
Para citar a uno de los principales comentaristas turcos, Mehmet Ali Birand, de CNN Turk, Erdogan ha «perturbado» un equilibrio delicado en la política exterior de Ankara y «se ha colocado, con su país, en una posición arriesgada… Será interpretado como un lento alejamiento del campo de Israel-EE.UU.-Unión Europea-Egipto-Arabia Saudí… Incluso si no cesan las relaciones con Israel, el color comenzará a cambiar de ahora en adelante y cambiará hacia la aversión. Si no son equilibradas de inmediato, las relaciones entre Israel y Turquía no se recuperarán fácilmente. Los reflejos serán vistos en Washington y en los mercados monetarios.»
Sin embargo, el pronóstico lleno de pánico de Birand parece pretencioso. No existe una base para el argumento de que el «neo-otomanismo» signifique que Turquía vuelva la espalda a Occidente. Como señaló Taspinar, después de todo, el Imperio Otomano fue conocido como «el hombre enfermo de Europa» y no de Asia o de Arabia. El legado europeo de abrirse a la influencia de Occidente y occidental fue una característica constante de la era otomana. La ambiciosa política regional de Erdogan en Oriente Próximo, por ello, no debe ser considerada como si esquivara una búsqueda activa de la incorporación a la Unión Europa o de buenas relaciones con Washington.
Nubes en los lazos turco-israelíes
Sin duda, la ofensiva de Israel en Gaza y el episodio de Erdogan en Davos han creado fracturas en los lazos estratégicos entre Turquía e Israel. Pero la cuestión es si el daño es suficientemente serio como para iniciar un realineamiento importante en la región. La mayor probabilidad es que la relación turco-israelí como tal se recupere cuando se calmen las pasiones.
Los militares turcos han hecho saber que no hay marcha atrás en la cooperación con Israel. Dijeron que la cooperación militar de Turquía con todos los países, incluido Israel, se basa en intereses nacionales y que no se prevén dificultades en la entrega programada por Israel de Vehículos Aéreos sin Tripulación Heron de alta tecnología.
La Ministra de Exteriores israelí, Tzipi Livni dijo: «Hay una grieta en nuestras relaciones. Eso no se puede ocultar. Pero esas relaciones son muy importantes para ambos países.» Tomó nota de que Ankara «hace una distinción entre los lazos bilaterales y la censura que nos hacen por la operación [de Gaza]». Grupos judíos basados en EE.UU. también están tratando de calmar la agitación en las relaciones turco-israelíes.
Es concebible que Erdogan abrigue un sentimiento de traición. Dijo al Washington Post que la mediación turca había «aproximado mucho» a Israel y Siria a conversaciones directas de paz sobre el futuro de las Alturas del Golán. Durante la visita del primer ministro israelí Ehud Olmert a Ankara el 23 de diciembre, no sólo ocultó a Erdogan que Israel planificaba el ataque a Gaza cuatro días después, sino aseguró el líder turco que en cuanto volviera, consultaría a sus colegas y volvería sobre las conversaciones con Siria.
Mientras Olmert estaba en Ankara, Erdogan llamó por teléfono al líder de Hamás, Ismail Haniye, en Gaza, y lo consultó sobre los temas a ser discutidos con el primer ministro israelí en visita. Es muy comprensible que Erdogan se haya sentido engañado. «Esta operación [en Gaza] también muestra falta de respeto hacia Turquía,» dijo. Israel está acostumbrado a actuar sólo en función de sus propios intereses. Pero Erdogan es un turco orgulloso para quien la pérdida de prestigio es simplemente inaceptable.
La necesidad de Turquía de Israel
Mientras tanto, Turquía estalló en masivas manifestaciones públicas contra Israel por los informes sobre atrocidades israelíes en Gaza. El máximo cuerpo de decisión política de Turquía, el Consejo Nacional de Seguridad, que es presidido por el presidente e incluye al primer ministro y a los jefes de las fuerzas armadas, dijo en una declaración del 30 de diciembre que Israel debía cesar de inmediato las operaciones militares, dar una oportunidad a la diplomacia, y permitir que la ayuda humanitaria llegue a la gente de Gaza.
Pero Israel tomó con calma la crítica turca. Israel dijo que Erdogan estaba siendo «impulsivo». Erdogan replicó: «Yo no soy impulsivo. Hablo como nieto del Imperio Otomano, que aceptó a vuestros antepasados cuando fueron exiliados… La historia los acusará [a Olmert y Livni] de mancillar a la humanidad… Es imperdonable que un pueblo que en su historia sufrió tan profundamente pueda hacer algo semejante.»
En resumidas cuentas, perjudica más a Israel que a Turquía que se haya desarrollado un déficit de confianza. Turquía tiene muchos amigos en la región, mientras que Israel apenas tiene alguno. Turquía es un aliado irremplazable para Israel no sólo en Oriente Próximo, sino en todo el mundo musulmán. Con la posible confrontación estadounidense-iraní y la resultante realineación en la región, Israel (y los Estados árabes pro-occidentales) necesitan a Turquía como «contrapeso» más que en ningún momento antes. Iraq ya no puede jugar ese papel. Como muestra el efusivo saludo iraní a Erdogan, Teherán también está fuertemente consciente de los nuevos imperativos.
Más allá de todo eso, una preocupación sempiterna ante la cual Israel debería despertar y tomar nota es que por primera vez en el corazón del territorio anatolio, se ve una marea de antisemitismo. Si el fabuloso historial de la era otomana de proveer asilo para todo judío errante va a convertirse verdaderamente en una reliquia histórica, no hay que preguntar quién es el responsable. Los dirigentes de Israel tendrán que aceptar su culpabilidad.
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El embajador M K Bhadrakumar fue diplomático de carrera en el Foreign Service indio. Sus misiones incluyeron a la Unión Soviética, Corea del Sur, Sri Lanka, Alemania, Afganistán, Pakistán, Uzbekistán, Kuwait y Turquía.
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