Traducido del inglés para Rebelión por Sara Plaza.
Se ha convertido en un lugar común presentar a los islamistas árabes de todas las tendencias políticas (liberales, conservadores, radicales, neoliberales, moderados, extremistas, no-violentos, violentos, etc.) como una fuerza política muy peligrosa, si no la más peligrosa, del mundo árabe desde la Guerra de 1967.
En realidad, y como se mostrará en los siguientes párrafos, la fuerza política más peligrosa y destructiva del mundo árabe posterior a 1967 ha sido y sigue siendo una nueva marca de liberales, secularistas e islamistas (aunque los primeros han sido infinitamente más peligrosos).
La guerra occidental, israelí y saudí contra el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser y el nacionalismo árabe antiimperialista requirieron el nacimiento de una nueva intelectualidad liberal. Su aparición en escena a finales de los 50 y en los 60, antes de la guerra, fue parte de la «Guerra Fría cultural» auspiciada por Estados Unidos, que financió a intelectuales de todo el mundo para llevar a cabo la cruzada imperial liberal antisocialista y anticomunista que también tuvo como objetivo los nacionalismos antiimperialistas del Tercer Mundo.
Esto fue parte integral de la Doctrina Eisenhower, inaugurada por Estados Unidos en 1957 para intervenir militarmente y de cualquier otra manera en Oriente Medio con el fin de repeler la influencia soviética. Fue en ese contexto que Estados Unidos intervino en el Líbano en 1958 contra el nacionalismo árabe, con los liberales libaneses financiados por Estados Unidos y Arabia Saudita aplaudiendo en la prensa liberal.
Muchos de estos intelectuales liberales árabes eran lacayos de la inteligencia estadounidense, y tanto ellos como sus periódicos estaban financiados por Estados Unidos y los regímenes del Golfo, sobre todo Arabia Saudita. Serían ellos los encargados de exaltar las virtudes del Occidente liberal frente a las formas soviéticas y no-soviéticas de comunismo y socialismo, y los que atacarían el nacionalismo árabe nasserista.
Aunque algunos podrían argumentar que los liberales árabes no siguen fielmente la tradición liberal, a mí me preocupa mucho menos cuánto se parecen a un imaginario liberalismo occidental, o si se trata de «verdaderos» o «falsos» liberales, que el hecho de que se presenten a sí mismos y sean presentados por otros como seguidores de los principios «liberales». Estos principios incluyen elecciones legislativas y ejecutivas libres, libertad de expresión y de prensa, libertad de asociación, control civil del Gobierno y del Ejército, una economía capitalista y distintos grados de separación entre el Gobierno y las autoridades religiosas.
Fuera de Egipto
En el periodo posterior a la Guerra de 1967, el surgimiento de esta nueva marca de liberales árabes se consideraba limitado a la intelectualidad sadatista egipcia, cuyo principal objetivo era combatir el nasserismo tanto en su vertiente socialista como en la nacionalista, y fomentar el pro americanismo. Con el nacimiento del nuevo siglo, el ejemplo egipcio se generalizó por todo el mundo árabe.
Los liberales egipcios de los años 70 cantaban las alabanzas del dominio estadounidense y del proceso de penetración capitalista imperialista en su país, y presionaban para someterse a los colonizadores judío-israelíes bajo la bandera de la «paz» negociada por el sucesor de Nasser, el presidente Anwar Sadat.
Insistían en que debía perdonarse a Israel todos sus pecados y en que convertir a Egipto en su lacayo y en el lacayo de Estados Unidos traería numerosos beneficios económicos y políticos a los egipcios. Los Hermanos Musulmanes, cuyo giro liberal en los 70 les había permitido sentarse a la mesa sadatista, se sumarían a la contienda política del lado de los secularistas liberales contra el legado nasserista.
Aparte de los intelectuales orgánicos, también presionaron a favor de esta campaña literatos y artistas destacados. Formaron parte de este grupo escritores como Yusuf Sibai o Naguib Mahfouz, y figuras menores como el dramaturgo Ali Salem, por no hablar del famoso compositor y cantante Mohammed Abdel Wahab, intelectuales y académicos del tipo Anis Mansour y Saad Eddin Ibrahim y muchos otros. A pesar de que Mahfouz y Abdel Wahab pertenecían a una generación anterior de liberales egipcios que tenía muy poco en común con los liberales de después de los 60, incluyendo funcionarios mediocres como Mansour, que fue editor de la revista estatal October, todos ellos se incorporaron de un modo u otro al proyecto ideológico sadatista.
En este contexto habría que decir que mientras la generación anterior de liberales árabes que surgió a comienzos del siglo XX y floreció en las décadas de los 20 y de los 30 fue mayoritariamente pro europea en su visión «de civilización», no siempre estuvo a favor de la administración colonial, aunque un buen número de sus miembros sí lo estuvieron. De hecho hubo algunos, como Lutfi el-Sayed, el «padre del liberalismo egipcio» y del nacionalismo egipcio antiárabe, que llegaron a mostrarse amistosos con el sionismo. Al-Sayed incluso asistió a las celebraciones con motivo de la inauguración de la Universidad Hebrea de Jerusalén en 1925.
Si bien todo el mundo árabe condenó y excomulgó a los liberales sadatistas (Yusuf Sibai, ministro de Cultura con Sadat, fue asesinado por el grupo Abu Nidal a causa de su visita a Israel y su apoyo a la claudicación sadatista), su alianza con Estados Unidos e Israel y su campaña a favor de vender Egipto a una nueva clase empresarial no trajo prosperidad. Por el contrario, sumió a la mayoría de la población egipcia en una inmensa pobreza y destruyó todo lo que el proyecto nasserista pre-liberal había logrado en materia de educación y sanidad.
Lo único que aumentó y avanzó en este Egipto sostenido por los liberales fue el nivel de represión económica y política y la alienación de millones de egipcios, que perdieron incluso la posibilidad de un futuro económico, a excepción de los cientos de miles (que después ascendieron a 4 millones) que fueron subcontratados por países vecinos como Libia, Jordania, Iraq y los estados del Golfo. Entre tanto, decenas de millones de egipcios languidecían en sus casas en la más absoluta pobreza.
El liberalismo se extiende a Palestina
Enseguida, y hacia finales de los 80, la línea política y económica en la que habían insistido los liberales egipcios, por no hablar de las alianzas internacionales que apoyaron, sería adoptada en bloque por una nueva clase social de intelectuales palestinos, iraquíes y en menor medida argelinos, que hasta entonces habían sido sólidos izquierdistas y socialistas antiimperialistas.
En este sentido, los intelectuales palestinos que vivían en Gaza y Cisjordania presionaron a favor de una solución de dos estados que otorgaría a estos territorios un Estado independiente a expensas de la diáspora palestina y los ciudadanos palestinos de Israel.
Estos intelectuales, bajo el auspicio de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), quisieron cambiar los derechos de esos dos grupos de palestinos por un Estado independiente garantizado exclusivamente para el tercio de la población palestina que vive en Cisjordania y la Franja de Gaza. De hecho, muchos llegaron a augurar que el «proceso de paz» patrocinado por Estados Unidos, que ellos mismos apoyaban, convertiría a Gaza y Cisjordania en un nuevo «Singapur», un milagro económico que transformaría las vidas de estos palestinos a costa del resto.
Una vez que la OLP asumió completamente este planteamiento, los intelectuales liberales palestinos se convirtieron en consejeros, asesores, negociadores y ministros de la Autoridad Palestina. Lo que hicieron fue provocar mayor pobreza en Gaza y Cisjordania, contribuir a la erosión del apoyo internacional a los derechos de los palestinos, multiplicar las fuerzas para reprimir a los palestinos al sumar las fuerzas de seguridad de la AP al Ejército de ocupación israelí, y desaprovechar los logros políticos y económicos conseguidos durante la primera intifada.
Invasiones imperiales
Coincidiendo con el auge de la clase intelectual liberal entre los palestinos, la invasión de Kuwait por parte de Iraq en 1990 propició la aparición de una nueva clase de liberales iraquíes, que se aliaron con los intereses geoestratégicos imperiales estadounidenses y que inmediatamente exigieron la invasión imperial de Iraq en nombre de la democracia y el fin de la dictadura.
La invasión de Iraq dirigida por Estados Unidos en 1991 expulsó a las fuerzas iraquíes de Kuwait pero no depuso al Gobierno de Sadam Hussein, si bien este fue sometido a un régimen de sanciones que se cobró la vida de cientos de miles de iraquíes. Un precio que la secretaria de Estado de Estados Unidos, Madeleine Albright, tristemente consideró que «valía la pena» pagar para conseguir los objetivos estadounidenses.
La invasión de Iraq en 2003, encabezada por Estados Unidos con el falso pretexto de localizar «armas de destrucción masiva», satisfizo finalmente el deseo de los liberales y, como consecuencia, acabó con la vida y con el medio de vida de muchos millones de iraquíes y destruyó el país entero, mientras enriquecía a esta clase de intelectuales «comprados» y a las viejas y nuevas clases empresariales para las que trabajan.
Muchos de ellos se pusieron al servicio de la ocupación estadounidense del país y del nuevo régimen instalado tras ésta. A pesar de que los liberales iraquíes fueron los primeros liberales árabes que hicieron un llamamiento público a la invasión de su país, podría señalarse el precedente de Gibran Khalil Gibran y los expatriados liberales libaneses pro franceses de Nueva York, que en 1918 pidieron la invasión o «protección» francesa de Siria para liberarla de los turcos.
Conjuntamente con estos acontecimientos tuvo lugar el golpe militar en Argelia a principios de 1992 contra el Gobierno islamista elegido en las urnas, el cual desencadenó una guerra civil y una enorme violencia militar que dejó más de 200.000 argelinos muertos. Algunos de los secularistas liberales extremistas, como el partido Unión por la Cultura y Democracia, apoyaron la «erradicación» de los islamistas por parte del Ejército.
Provocación sectaria
Las ironías abundan. Aterrorizados por esa complacencia popular ante el mal ajeno que se tradujo en manifestaciones masivas por todo el mundo árabe en solidaridad con Iraq, manifestaciones que no simpatizaban con Kuwait ni con los otros países petroleros del Golfo, los iliberales saudíes lanzaron periódicos panárabes y canales por satélite que bombardearon al mundo árabe con propaganda liberal pro saudí y pro estadounidense para revertir esta corriente nacionalista antiimperialista árabe, que también se oponía a los regímenes aliados con el imperialismo estadounidense.
Los intelectuales del mundo árabe se sumaron a este esfuerzo: abandonaron las viejas posiciones izquierdistas, comunistas, nasseristas e islamistas y adoptaron la línea política liberal pro estadounidense y pro israelí, mucho más rentable, y el cada vez más globalizado modelo económico neoliberal. Con la llegada del nuevo siglo, los saudíes y los estadounidenses dieron nuevas órdenes a sus medios y agentes para que difundieran una campaña sectaria sin precedentes contra los chiíes dentro y fuera del mundo árabe.
La campaña arrancaría en 2004 con el nuevo y neoliberal rey Abdullah de Jordania, un monarca autoproclamado «liberal» con poder absoluto y sin restricciones. El rey manifestó su propio temor y el de otros a una «media luna chiíta» en la región.
Es en este contexto regional que los liberales sirios se unieron a la contienda. Luego de la muerte largamente esperada del presidente Hafez al-Assad en 2000, lanzaron la «Primavera de Damasco», como ellos mismos la denominaron, desde los salones intelectuales y los pasillos de la embajada estadounidense en Damasco, cuyo agregado cultural fue el principal promotor de tal «primavera».
Pese a que fueron reprimidos enseguida por el régimen autoritario de Bashar al-Assad, los liberales sirios resurgirían en 2011 asegurando hablar en nombre de las fuerzas «revolucionarias» que, con la plena participación del régimen represivo de Assad, han provocado la muerte de cientos de miles de personas y destruido el país.
El embajador estadounidense también les secundaría realizando nombramientos y asignando funciones dentro de la oposición siria en el exilio. Como sus homólogos iraquíes, los liberales sirios -secularistas e islamistas por igual- exigieron la intervención imperial en nombre de la democracia y para poner fin a la dictadura siria. Consiguieron lo que querían bajo la forma del draconiano Estado Islámico de Iraq y El Levante (ISIS, también conocido como EIIL, o simplemente «Estado Islámico»).
Para no ser menos, los liberales y los antiguos izquierdistas, comunistas y nacionalistas árabes libaneses también tendrían su propia «primavera» después del asesinato en 2005 del corrupto, corruptor, multimillonario y neoliberal primer ministro libanés Rafiq al-Hariri. Unos y otros ayudarían a lanzar en el país una campaña sectaria antichií e insistirían en la intervención imperial para salvarse de los poderosos sirios, pero no de sus más peligrosos vecinos israelíes. También se encargarían de relanzar campañas antipalestinas con la celebración de la destrucción del campo de refugiados palestinos de Nahr al-Bared en 2007 por parte del Ejército libanés. Mientras su país era bombardeado por Israel en 2006, muchos de estos liberales aplaudían a los israelíes privada y públicamente, y rezaban para que el fin de Hezbolá restaurara el orden «liberal» libanés que ellos anhelaban.
Extremismo liberal
La proliferación de liberales árabes gracias a los buenos oficios de sus patrocinadores estadounidenses y saudíes conduciría a un mayor extremismo liberal. Los periódicos financiados por Arabia Saudita (tanto en papel como electrónicos, como Asharq Al-Awsat y Elaph) comenzaron a mostrar, abiertamente y sin ningún reparo, posiciones sionistas y pro israelíes.
Los liberales árabes instigarían un golpe de Estado de la Autoridad Palestina en 2007 contra el Gobierno democráticamente elegido de Hamas, un golpe de Estado que triunfó en Cisjordania pero fracasó en Gaza. Estos intelectuales liberales palestinos «comprados» también pretendían someterse por completo al dictado político, militar y económico de Estados Unidos e Israel (con el entonces neoliberal primer ministro Salam Fayyad ejemplificando mejor que nadie dicha sumisión) y mantenían la esperanza de que las invasiones israelíes de Gaza en 2008-2009, 2012 y 2014 acabarían con Hamas, una esperanza que se vería defraudada por su perseverancia y la de otros grupos comprometidos con la resistencia militar.
Es con estos antecedentes que durante la llamada «primavera» árabe de 2011, los liberales árabes -entre los que había secularistas e islamistas- aparecerían como los líderes de las revueltas que tuvieron lugar en Egipto y Túnez (y también en Siria, Libia, Bahrein y Yemen). En el caso elocuente de Túnez, la lucha interna de los liberales islamistas (sobre todo el partido al-Nahda) y secularistas estableció un modus operandi que condujo a la restauración parcial del ancien régime.
En Egipto los liberales secularistas se transformaron directamente en fascistas de la noche a la mañana y se aliaron abiertamente con las fuerzas «mubarakistas» (en el Gobierno, el Ejército y el sector empresarial) contra los liberales y neoliberales Hermanos Musulmanes. Durante su breve paso por el poder, estos últimos solamente fueron capaces de aliarse con el Ejército de Mubarak, lo que terminó derribando su propio Gobierno.
Los comunistas y los nasseristas se unieron a las filas liberales convirtiéndose, como los liberales, en fascistas que creen que su fascismo es una forma de «liberalismo». Sostuvieron incansablemente, y todavía sostienen, que apoyar un golpe militar contra los liberales Hermanos Musulmanes elegidos democráticamente y las masacres cometidas por el gobierno golpista, sintetizaba el liberalismo y la restauración del orden liberal.
Los liberales árabes han llegado incluso a lanzar una guerra contra los árabes y los musulmanes europeos, exigiéndoles que se integren en sus sociedades «anfitrionas» cristianas y laicas. El jeque liberal de al-Azhar, la máxima autoridad religiosa de una de las principales instituciones teológicas del Islam, exigió que la mujeres musulmanas francesas cumplieran con la legislación francesa y no usaran el hiyab. Curiosamente se trata de los mismos liberales árabes y musulmanes que reclaman que no se obligue a los cristianos árabes a adoptar la cultura musulmana, mayoritaria en sus sociedades, y que los musulmanes y los estados musulmanes respeten las diferentes religiones cristianas.
Uno se queda atónito de lo que pueden conseguir en un tiempo tan breve el dinero y el poder político de Arabia Saudita y Estados Unidos (y el papel fundamental de Israel). La proliferación de organizaciones no gubernamentales financiadas por Estados Unidos y Europa en el mundo árabe desde principios de los 90 (como en casi todos los demás lugares del mundo) ha logrado reclutar ejércitos enteros de técnicos e intelectuales árabes para la causa liberal estadounidense, israelí y saudí.
Estos liberales árabes -sobre todo y principalmente los secularistas- son quienes favorecieron y justificaron el inmenso grado de destrucción que presenta el mundo árabe. Los liberales islamistas, a su vez, pidieron y celebraron la intervención de la OTAN en Libia, donde se efectuó directamente, y en Siria, donde se llevó a cabo de manera indirecta mediante el suministro de dinero y armas. Estos niveles de destrucción no tienen precedentes en cuanto a alcance, ni siquiera durante la época colonial.
Si contabilizamos los logros de los liberales árabes, encontramos que el horror que infligieron o ayudaron a infligir en el mundo árabe es enorme. Millones de muertos y heridos desde Iraq hasta Siria, desde Argelia, Palestina, el Líbano y Egipto hasta Yemen y Libia; la destrucción completa de Iraq, Siria, Gaza, Libia y ahora Yemen; la pobreza enorme en Egipto, Palestina, Iraq y Sira, por no decir en el Líbano, Jordania, Marruecos, Túnez, Yemen y Sudán, entre otros: todo ello secundado por una mayoría de liberales árabes.
En realidad, muchos de estos acontecimientos fueron resultado directo de las políticas que reclamaron y contribuyeron a implementar los liberales que estaban al servicio del Gobierno o en la oposición, y formaban parte de la intelectualidad. Estos liberales continúan trabajando diligentemente para justificar la destrucción y descargar la responsabilidad de estos crímenes sobre los demás, y para justificar toda clase de delitos cometidos por sus patrocinadores.
Ni el radical y extremista ISIS ni su precursora, al-Qaida, pueden reclamar para sí semejante historial de destrucción y miseria. La destrucción llevada a cabo y respaldada por los liberales ha sido tan inmensa que incluso el horror que el partido Baaz, en sus versiones iraquí y siria, ha infligido en Siria e Iraq y entre sus vecinos, es comparativamente menor. Y sin embargo, son estos mismos liberales los que siguen hablando de libertad, paz y prosperidad mientras han traído consigo mayor represión, guerra y pobreza.
Los liberales y el liberalismo árabes han sido el principal enemigo de la justicia social, política y económica en el mundo árabe durante el último medio siglo. Afirmar lo contrario sería ignorar su historial criminal y permanecer ajenos a la espantosa realidad que han contribuido a crear.
Joseph Massad es profesor de política e historia intelectual árabe moderna en la Universidad de Columbia en Nueva York. Su último libro es Islam in Liberalism (University of Chicago Press, 2015).
Fuente: http://electronicintifada.net/content/destructive-legacy-arab-liberals/14385