Traducido para Rebelión por Carlos Sanchis
Esta semana, el país se conmocionó por un accidente de tren espantoso. Un camión pesado estaba cruzando la vía cuando un tren se acercó a alta velocidad. El maquinista vio el camión pero no pudo parar a tiempo. El camionero vio el tren pero no pudo bajar de la vía a tiempo. Resultado: muchos muertos, muchos heridos, una escena de destrucción.
Algo similar a este accidente se está tejiendo ahora, con la retirada de Gush Katif que se dibuja cercana. El tren de los colonos está acercándose rápidamente al fatal cruce. Sólo por un milagro podrán los colonos frenarlo a tiempo. Sólo por un milagro podrá ser evitado el fatal choque.
Como parecen estar las cosa ahora, es probable que el choque provoque el cambio más grande en la historia de Israel desde 1967.
Los colonos no pueden y no quieren detenerse. Están anhelando la batalla. Están seguros de su fuerza. Muchos años de secreta cooperación los han convencido de que el grupo gobernante del estado, oficiales del ejército y funcionarios civiles, está con ellos. Tratan al campo opuesto con desprecio. Desprecian a la mayoría democrática tanto como los dictadores fascistas de los años treinta despreciaban a las «degeneradas y podridas» democracias.
Aún si los colonos quisieran detener su tren, como ese desafortunado maquinista, no serían capaces de hacerlo. Está en la naturaleza de los movimientos fanáticos engendrar grupos que son más fanáticos, qué a su vez dan a luz grupos que son aun más extremos. No pueden guiar a su descendencia, y los elementos marginales marcan el paso. Alguien empezará la violencia, alguien abrirá fuego. Los miles de admiradores de Yigal Amir, el asesino de Rabín, están sedientos de su porción de gloria.
La mayoría democrática es de hecho débil y patética. Mira los hechos como la muchedumbre a un partido de fútbol. La lucha por el futuro del estado y sus habitantes se ha vuelto un deporte de espectador. Pero eso también puede cambiar bastante de repente, si las cosas que suceden conmueven al israelí corriente y lo sacan de su perezosa ecuanimidad. Cuando el primer soldado resulte muerto por un colono, por ejemplo.
¿Qué entonces? De repente el israelí que ha estado dormitando delante del aparato de televisión con un vaso de cerveza en una mano y en la otra una bolsa de nueces, despertará ampliamente. Se dará cuenta de que esto no es un partido de fútbol, que le incumbe a él y a su familia. Que una banda de rabinos mesiánicos y los camorristas nacionalistas están tomando el control de su vida y están convirtiendo su país en un estado de judío Talibán .
Ciertamente, puede que no suceda. Después del asesinato de Rabín por un derechista mesiánico que era discípulo de los colonos y un estudiante en la Universidad religiosa de Bar-Llan, hubo una oportunidad de romper la fatal permanencia de la extrema derecha en el estado. No sucedió. Simón Peres, en su tontería, impidió una confrontación en las elecciones que le siguieron. La mayoría se permitió ser seducida por los cantos de sirena de la «conciliación», una trampa puesta por la derecha para escapar a su destrucción.
Pero, por lo que ahora parece, hay una alta probabilidad de que la confrontación tendrá, de hecho, lugar. ¿Quién ganará?
Las fuerzas no son iguales.
En el un lado, hay una minoría delirante en una catalepsia, con una ideología inspiradora nacionalista-mesiánica y una dirección fuerte, unida.
Este campo tiene un ejército en pie y amplias fuerzas de reserva que pueden llamarse en un momento mediante el simple aviso. En los asentamientos hay unos doscientos mil hombres y mujeres, personas ancianas, un gran mayoría de los cuales ( incluyendo a los niños y hasta los bebés) está en todo momento disponible para la acción. Muchos de ellos son ex-soldados, y la mayoría de ellos están armados hasta los dientes. En el «acuerdo yeshivot», las instituciones de Habad y otros seminarios religiosos, esto es, mano de obra adicional, están listas para ser movilizadas Un número significante de individuos están listos para apresurarse a en su ayuda.
En el otro bando, no hay ninguna organización ni ninguna dirección. Las personas se congregan y se quejan en sus salas de estar, los viernes por la noche. Se revuelcan en un cálido y cómodo jacuzzi de desesperación. Personas como yo mismo, que han gastado años en un esfuerzo vano por persuadirlos en las calles, en organizar manifestaciones, por erguir sus espinas y despertar su espíritu, ciertamente no abrigan exageradas esperanzas.
Pero un público democrático puede sorprender, como les pasó a los dictadores de la extrema derecha en la Guerra Mundial. Ariel Sharon descubrió esto después de las matanzas de Sabra y Shatila, cuando cientos de miles de personas «apáticas» confluyeron en el cuadrilátero de una tormenta de emociones.
Si esto pasa de nuevo, la mayoría democrática ganará. La pesadilla más oscura de los colonos se volverá realidad: la llamada para el desmantelamiento de los asentamientos de Gush Katif desarrollará una campaña para la evacuación de los asentamientos de Cisjordania. La presión eficaz norteamericana, también, podría materializarse de repente. En semejante torbellino, las intenciones, los planes y trucos de Sharon – y quizás él mismo, también – se volverán no pertinentes. El dinamismo del proceso lo arrastrará lejos como un tablón a la deriva en el agua antes del tsunami.
Eso puede pasar. Pero está lejos de asegurarse. El maquinista todavía puede parar en el último momento. La democracia todavía puede arreglárselas para salir de las vías. Puede acabar de la manera que la República de Weimar acabó. La «desconexión» todavía puede posponerse. Quizá.
Sólo una cosa es cierta: que nada es cierto. Nadie puede predecir la situación del Día Después.
Pero no estamos sentados en un teatro, esperando el quinto acto para averiguar cómo acabará la obra. Cada persona en Israel es un actor en esta pieza, tanto por sus acciones como por sus omisiones, lo quiera o no.
Personas con una conciencia democrática desarrollada – los activistas de la paz, de los derechos humanos, activistas sociales, de asociaciones democráticas – tiene una tarea importante en este drama. Su tarea es despertar a la mayoría de su sueño, abordarla y sacarla a las calles, fortalecer su resolución para defender la democracia y permanecer firmes contra el ataque de la derecha nacionalista-mesiánica. Tienen que aguantar, alta y brillante, la alternativa, la otra opción, para que esté en todo momento ante los ojos de la mayoría.
Por ejemplo: En las calles, una Guerra de Colores está emprendiéndose ahora. Los colonos han adoptado el color naranja. No han tenido éxito en «pintar el país de naranja», como ellos han alardeado, pero las cintas anaranjadas ondean de muchas antenas de automóvil. En el otro bando, ha habido varias iniciativas para ondear otra cinta, pero, como tan a menudo pasa con los demócratas, todo se hizo sin la organización y sin la cooperación mínima, aquí las cintas azules, allí las cintas azul-blancas, allí las verdes. Un desorden.
Pero esto es, quizás, la primera señal. El público democrático se levanta despacio. Siempre es así. Uno tiene que empujar.
Mi olfato detecta un cambio. Es un olor embriagador, como el olor de adelfa y caléndula que inunda ahora nuestras calles.
Yo tengo un agudo sentido del olfato para los grandes cambios. A la edad de 10 años, experimenté un cambio total en mi vida: país, clima, idioma, cultura, nombre y carácter; todo cambió. Desde entonces, he estado abierto a los cambios drásticos y listo para ellos en cada momento. Experimenté tales cambios al menos dos veces más: la guerra de 1948 con la fundación de Israel y la guerra de 1967 con la creación del Imperio israelí. Bien puede que mi olfato perciba un cambio acercándose antes que muchos otros, así como ciertos animales se dieron cuenta de que se acercaba el tsunami antes que los seres humanos.
Existe la oportunidad de una nueva salida en Israel, más allá de los trucos de la «desconexión» y de las estratagemas de Sharon. Hay una probabilidad de que el Día Después pueda abrir grandes nuevas posibilidades, aquéllas que tanto ya han desesperado: una prontitud para acabar con la ocupación, para lograr la paz con la medida de la reconciliación y el respeto mutuo, y, l a más importante de todas: para renovar la cara del propio Israel como un estado democrático, liberal, seglar e igualitario.
Por supuesto, esto no caerá del cielo. Depende, más que ninguna otra cosa, de nuestra creencia en que ese día puede, de hecho, llegar.
Como acostumbrábamos a cantar: «No digas : el día vendrá /¡ Trae el día!»