Parece que las fuerzas occidentales se enfrentan a un complicado dilema sobre cómo tratar con la situación en Siria después de la masacre química en Al-Ghoutta oriental el pasado 21 de agosto. Si se ciñen a golpes de castigo limitados a las posiciones militares del régimen es poco probable que ello provoque cambios relevantes en […]
Parece que las fuerzas occidentales se enfrentan a un complicado dilema sobre cómo tratar con la situación en Siria después de la masacre química en Al-Ghoutta oriental el pasado 21 de agosto. Si se ciñen a golpes de castigo limitados a las posiciones militares del régimen es poco probable que ello provoque cambios relevantes en el devenir de la lucha en Siria. En ese caso, se juzgaría dicho ataque como ínfimo y este se volvería contra las propias fuerzas occidentales provocando un retroceso de su credibilidad que se supone que el golpe pretende salvar, pues habrían llamado la atención del mundo y hecho gala de su fuerza sin poder después provocar un efecto determinante sobre la situación en Siria. Por tanto, la credibilidad obtenida con su capacidad de disuadir al régimen la perdería en lo limitado de su impacto.
Si el golpe occidental pretende derrocar al régimen, en los cálculos occidentales, se desharán con él de un obstáculo frente a los grupos yihadistas que Occidente cree que conforman el cuerpo central de la resistencia armada en el país, lo cual no es cierto. Más aún, al margen de ser una idea que el régimen ha de dar de la revolución, la expansión de estos grupos yihadistas está ligada directamente a la inactividad internacional mientras el régimen sigue y sigue empleando la violencia y cometiendo crímenes contra sus ciudadanos rebeldes.
Parece también que las fuerzas occidentales según sus cálculos propios no puede ponerse al régimen como objetivo sin ponerse también a los grupos yihadistas, lo que implica una intervención más amplia, más larga y más costosa, y exige de dichas fuerzas un compromiso político, securitario y económico de cara a un país destrozado. Y a eso no parecen estar dispuestos tras sus experiencias en Iraq y Aganistán: lo más difícil sin duda es lograr un consenso mínimo interno sobre tal compromiso.
En resumen, no parece que haya ninguna opción fácil ante las fuerzas occidentales y su centro estadounidense. Si Occidente interviene de manera limitada, su intervención no tendrá ningún resultado, ni siquiera como medio para recuperar su supremacía. Si interviene de forma más intensa y se pone al régimen por objetivo, es preciso intervenir más y más contra los yihadistas también.
Puede decirse que las fuerzas occidentales están recogiendo hoy lo que han cosechado durante dos años y medio de abstención, y que tal abstención es lo que ha alimentado las luchas radicales y nihilistas en la sociedad siria. Durante este tiempo, su abstención ha sido realmente negativa y ha generado ambientes propicios para la llegada de yihadistas extranjeros y para la creación de yihadistas locales.
Lejos de hacer algo para reducir la presencia de corrientes yihadistas, la cosecha de la política occidental está más bien en armonía con el aumento de yihadistas y su expansión. Recordemos las peticiones de ayuda desde otoño de 2011: exclusión aérea, corredores humanitarios seguros… Después armas defensivas más efectivas. No hubo respuesta digna de mención salvo excepciones insignificantes. Una respuesta fructuosa habría reforzado las posiciones y la influencia de las formaciones opositoras menos extremistas, y habría cortado el paso a la aparición y arraigo del escenario nihilista. Hoy, con el aumento de yihadistas, parece que existe una buena justificación para que las potencias occidentales detengan una situación que habían obviado, incapaces de tomar decisiones.
La realidad es que estas opciones se reducen a una sola dividida en dos. Si el enemigo son los yihadistas, el camino correcto es rehabilitar al régimen y apoyarlo contra ellos, tal vez después de darle una lección: su permanencia a cambio de su castigo ejemplar. Ello exige poner fin a las políticas que comenzaron a materializarse al inicio de la «primavera árabe» que daban la bienvenida al cambio político en los países que han presenciado revoluciones. El cariz que están tomando las cosas en Egipto, Libia y Yemen, antes que en la propia Siria, parece que va en el sentido de revisar dichas políticas y en beneficio del apoyo a la estabilidad y las partes que la garantizan. Pero parece difícil para las potencias occidentales apostar por eso actualmente porque, por un lado, han dirigido sus políticas durante más de dos años contra el régimen y se han puesto del lado de sus opositores, y porque, por otro, ello permitiría a Irán y su agente libanés una victoria que esas potencias no están preparadas para aceptar. Si ello supone una traición al pueblo sirio y un engaño a la oposición, ¿a quién le importa?
Pero existe una opción contraria, que parte de la suposición de que el fin del régimen es el principio del fin de los yihadistas, y que Siria necesita el inicio de un Estado y de un centro nacional legítimo, hacia el que se dirijan las miradas y los esfuerzos, y que trabaje para retirar la legitimidad de las formaciones yihadistas y extremistas, y para desarrollar políticas sociales, económicas y securitarias para enfrentarse a ellos. Siria hoy no posee nada para enfrentarse a tales formaciones: solo tiene al régimen asadiano, y eso es el fin de un Estado, no el inicio. Y no es en absoluto un centro nacional general. Su permanencia, que es una continua agresión, conforma un ambiente propicio para la aparición y expansión de los yihadistas.
La suposición occidental de que el régimen es una armadura en su guerra contra los yihadistas es imaginaria y errónea: incluso si hacemos la vista gorda con las formas de connivencia y los juegos ocultos entre ambas partes, el mantenimiento del régimen es la fuente de una causa justa para los yihadistas y su razón de existir.
La política correcta, por tanto, es ayudar a que Siria se deshaga de un régimen contra el que los sirios llevan dos años y medio haciendo su revolución. Los yihadistas entraron en escena hace más o menos un año, y su papel comenzó a aumentar a los dos años de revolución y cuanto más se alargue la vida del régimen más posible es que se siga ampliando su presencia. Si se pasa la página asadiana, el ambiente político y psicológico dentro de Siria y en sus alrededores cambiará y dará paso a interacciones más templadas y menos vengativas.
Tal vez sea ya tarde para esperar resultados positivos a corto plazo, pero no habrá resultados positivos si no se marcha en esa dirección. Es preciso cambiar el modelo de política calmada y las suposiciones básicas en que se apoya: especialmente pasar de suponer que la relación entre el régimen y los yihadistas es de tipo zero-sum en el sentido de que más del régimen equivale a menos de los yihadistas, y viceversa, a suponer lo contrario: mucho régimen equivale a muchos yihadistas y deshacerse del régimen es frenara su aumento y reducirá su peso. Esa puede ser la base racional de una política diferente de la que los sirios puedan sacar provecho y con la que no se vean perjudicados los ilustres intereses occidentales.
Publicado por Traducción por Siria