Traducido del árabe para Rebelión por Alma Allende.
Tras una desaparición que ha durado más de seis meses, el presidente sirio Bachar Al-Assad se dirigió a sus ciudadanos y al mundo entero desde la tribuna del Parlamento, en la sesión de apertura de la nueva legislatura tras las últimas «elecciones», cuya transparencia ha sido puesta en duda por toda la oposición, tanto en el interior como en el exterior.
Llama la atención que todos los canales árabes contrarios al régimen sirio y especialmente los que llaman a acabar con él, hayan emitido en directo el discurso completo sólo un día después de que los ministros de exteriores de la Liga Árabe, reunidos en Douha, decidieran prohibir la emisión de los canales sirios, oficiales y no oficiales, a través de los satélites Arabsat y Nilesat.
Esta contradicción mediática coincide en el tiempo con la impotencia política, pues los ministros árabes reunidos en Douha adoptaron algunas resoluciones a sabiendas de que son muy difíciles de aplicar, sobre todo la que pide inscribir el plan Annan bajo el artículo 7 de la Carta de las Naciones Unidas que permite el uso de la fuerza, en la línea de lo sucedido en Iraq, Libia y Afganistán.
Los ministros de asuntos exteriores de la Liga Árabe conocen muy bien todas las dificultades para aplicar su resolución, tanto la relativa a la prohibición de los canales satelitares sirios como a la aplicación del artículo 7 al plan Annan. Fueron incapaces de prohibir los canales de Irán, más fuertes y peligrosos que los tres canales sirios, de audiencia muy limitada, y perciben muy bien que el doble veto ruso y chino acechará cualquier resolución en torno al uso de la fuerza o que permita la intervención militar en Siria.
El presidente Bachar al-Assad lanzó su discurso el domingo consciente de todos estos hechos, desde la tranquilidad que le da el apoyo de sus aliados rusos, chinos e iraníes, y por eso ratificó su empeño en las soluciones policiales sangrientas que han llevado a Siria a esta trágica situación.
El discurso resulta desconcertante y no se corresponde con el nivel de los acontecimientos que vive Siria y la región árabe en su conjunto. Los sirios, y junto a ellos millones de árabes, esperaban un discurso más sincero y claro que abordase con valentía las cuestiones del momento y que respondiese a todos los interrogantes de los ciudadanos sirios, proporcionando soluciones y salidas a la crisis.
El presidente Bachar perdió una ocasión de oro para dirigirse a la opinión pública siria de manera más operativa, objetiva y humana, tanto en lo que se refiere al reconocimiento de errores como a la expresión de empatía y solidaridad con las víctimas y sus familias. Hizo más bien todo lo contrario cuando dijo que un cirujano está obligado a verter mucha sangre para curar al enfermo, porque en este caso el cirujano sirio al que se refiere está vertiendo mucha sangre sin ninguna garantía de que salvará al paciente.
El presidente sirio redujo toda la complejidad de los acontecimientos en Siria a los «grupos armados» y a sus «acciones terroristas», según las describió. Pero esta descripción es poco rigurosa y no se ajusta a la realidad de los hechos sobre el terreno, pues los que se manifiestan en señal de protesta -cientos de miles todas las semanas- no son terroristas sino gente normal que hasta hace poco apoyaba al régimen cuando éste, en años recientes, hablaba de reformas radicales completas y anunciaba una guerra implacable contra el terrorismo, reformas y guerra que se fueron retrasando y nunca se aplicaron, hasta que estalló la encarnizada intifada que se prolonga ya desde hace 15 meses.
Es verdad. Existen los grupos armados, el Ejército Sirio Libre es una de sus facciones y hay también atentados de grupos islamistas radicales, pero todo esto son sólo efectos laterales de la intifada popular que exige un cambio democrático que conduzca a una nueva Siria respetuosa de los derechos humanos, fundada sobre la justicia, unos tribunales independientes y la alternancia pacífica del poder. A esta intifada se la trató con crueldad militar y violencia desproporcionada, y no con soluciones políticas, cuando estaba en sus inicios.
El presidente Bachar ha condenado la matanza de Houla, diciendo que hasta las bestias sentirían asco ante un acto semejante. Estamos de acuerdo con él en esto. Lo que no reconoció es que estas bestias depredadoras eran sirios alineados con el régimen y protegidos por sus fuerzas de seguridad y su ejército, hechos verificados por fuentes periodísticas independientes. Y si hubiera dudas al respecto, el régimen debería permitir una investigación independiente para poner todo negro sobre blanco, con el compromiso de castigar a todos los ejecutores y cómplices con independencia de su filiación política. Disentimos también del presidente Al-Assad cuando dice que la crisis no es interna sino provocada desde el exterior mediante instrumentos locales. Es la ausencia de reformas y la ferocidad del aparato de seguridad en la humillación del pueblo, con la confiscación de sus libertades durante cuarenta años, la que ha multiplicado los pretextos para la intromisión política exterior a la que ahora asistimos y que puede evolucionar hacia una intervención militar.
Siria está en verdad en el punto de mira, como lo estuvo Iraq y como lo está la revolución egipcia; y como lo está cualquier país árabe o no árabe que se oponga al control estadounidense de la región y sus recursos. Pero la resistencia frente a esta agresión, cualquiera que sea su fuente, sólo puede lograrse fortaleciendo el frente interno con libertades, igualdad, justicia social y lucha contra la corrupción y el caciquismo, cosas de las que no hay ni rastro en Siria, o sólo muy limitados, a pesar de los muchos consejos que, desde numerosos sectores, se le han dirigido al régimen.
Toda vez que el presidente sirio está convencido de la existencia de una conspiración, ¿por qué no habló de ella con claridad y sin añagazas, desenmascaró a los implicados, árabes o extranjeros, y reveló el nombre de los que la apoyan y los de los que se oponen a ella, y esto en un lenguaje sencillo y fácil, en lugar de multiplicar las generalizaciones, las nebulosas y las insinuaciones incomprensibles? Hay que llamar a las cosas por su nombre sin ningún temor. La diplomacia ya no puede ser ni útil ni convincente.
Siria se desliza rápidamente hacia la guerra civil sectaria y negarlo no cambiará los hechos; una guerra civil de la que todos los sirios sin excepción serán las víctimas. Lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo en Trípoli (Líbano) con sangrientos enfrentamientos entre sunníes y alawuíes es ya la primera yesca. Seamos sinceros y digamos que algunos barrios y ciudades de Siria, como Homs, asisten ya a operaciones de limpieza étnica sectaria, con muchas posibilidades de extenderse a otras zonas no sólo de Siria sino también a Iraq, Líbano, Arabia Saudí y otros países del Golfo.
El presidente Bachar ha reconocido que no posee ninguna varita mágica para solucionar los crecientes problemas y restablecer la estabilidad en su país y, por consiguiente, detener el baño de sangre. Pero posee la baza más eficaz a este propósito; es decir, debe ceder ante su pueblo y aceptar todas las reclamaciones de cambio democrático, o la mayor parte de ellas. Siria debe ponerse por encima de todo, pues ella permanecerá para siempre mientras que los seres humanos, gobernantes y gobernados, son perecederos. La pregunta es: ¿qué quedará de Siria, de su identidad árabe, de su unidad nacional y de su convivencia pacífica si unos siguen apostando por soluciones policiales sangrientas y los otros por una intervención exterior?
El plan de Kofi Annan y sus seis puntos constituye la única y última tabla de salvación para el régimen y para la oposición y, por supuesto, para el pueblo sirio. Cuenta con el apoyo unánime árabe e internacional y ha sido aceptado por todas las partes; es decir, por el régimen y la oposición al mismo tiempo. Pero esta aceptación carece de seriedad por ambas partes cuando se trata de aplicarla sobre el terreno.
Lo que no parecen percibir ni el régimen ni la oposición es que la situación se les está escapando muy deprisa de las manos, al precipitarse el país en un caos desgarrador y en una completa falta de seguridad, a cuya solución no van a ayudar ni las medidas represivas ni la intervención extranjera, si es que llega a producirse.