Traducido para Rebelión por Ricardo García Pérez
Ayer, cuando estaba entre los tomates y las berenjenas del supermercado, justo cuando acababa de sonarme ruidosamente la nariz y maldecir mis últimos ataques de alergia, se me acercó una anciana y me dio un golpecito en el hombro. «Bien hecho -me dijo-, les has dado una lección a esos árabes.»
Asentí con un gesto, me aparté el pañuelo de la cara enseguida y me enderecé. Al fin y al cabo, mi nuevo cargo de agente de alta graduación del Mossad exige mostrar un semblante respetable.
A las 8 de la mañana recibí la primera llamada telefónica, cuando mi madre me preguntó discretamente si había viajado al extranjero en los últimos tiempos. Luego me llamó más gente, para felicitarme por la excepcional noticia de portada que había escogido como corresponsal de educación de Haaretz, y para preguntarme por qué no les había traído tabaco de la tienda libre de impuestos de Dubai.
Mientras caminaba por la calle reparé en que la gente me miraba de otra forma; o, al menos, eso es lo que me pareció.
Como es natural, a mi esposa no le impresionaba tanto mi aparición en los periódicos de todo el mundo con el nombre de «Kevin Daveron», un supuesto irlandés identificado por la policía de Dubai como jefe de los escuadrones de la muerte enviados para eliminar a Mahmoud al-Mabhoug, hombre fuerte de Hamas, en el hotel de los emiratos en que se hospedaba.
Tampoco le conmovieron las llamadas telefónicas de felicitación, ni la adulación pública. Ni le tranquilizó el carnet de prensa oficial que saqué de la cartera, que confirma y despeja toda clase de dudas sobre el asombroso parecido entre mi aspecto físico y el de Daveron.
Incluso le hablé a mi hija pequeña de mi nuevo empleo; seguramente le servirá para ganar puntos en la escuela infantil. Será interesante ver lo que dice la gente el día de puertas abiertas.
Nunca quise ser agente del Mossad, pero si ya me he incorporado a tan elogiosa organización, me alegra haber saltado directamente a un puesto de mando. Tiene muchas ventajas y, por el momento, pocas obligaciones. Sí, estoy empezando a disfrutar a fondo mi profesión imaginaria.