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El efecto bumerán

Fuentes: Insurgente

Parece que los estrategas sionistas no han aprendido la lección de la última guerra contra el Líbano, cuando, en presunta respuesta a la captura por la agrupación chiita Hezbolá de dos soldados hebreos en la parte israelí de la frontera, el Gobierno de Tel Aviv emprendió una arremetida que incluyó el bombardeo indiscriminado de la […]

Parece que los estrategas sionistas no han aprendido la lección de la última guerra contra el Líbano, cuando, en presunta respuesta a la captura por la agrupación chiita Hezbolá de dos soldados hebreos en la parte israelí de la frontera, el Gobierno de Tel Aviv emprendió una arremetida que incluyó el bombardeo indiscriminado de la población. Algo que, en vez de la presión popular sobre los rebeldes, concitó el apoyo multitudinario a estos y la condena de Israel, como nos recuerdan diversos observadores.

Pero el gabinete del premier Ehud Olmert anda a trompicones con la misma piedra, porque ahora, con una supuesta réplica al lanzamiento de cohetes Qassam sobre territorio judío por Hamas, que rige en solitario en la Franja de Gaza tras ganar unas elecciones de acendrado democratismo, los halcones no han hecho más que propiciar que la población de esa zona superpoblada -alrededor de millón y medio de personas en unos centenares de kilómetros cuadrados- cierre filas con la irreductible agrupación islámica y se llegue a acusar al presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, de cooperar con el enemigo, por su intransigencia ante quienes desplazaron a la élite de Al Fatah hacia Cisjordania. Todo un efecto bumerán, el despertado por Tel Aviv.

O sea, con el pregonado bloqueo a la Franja -ni comida ni medicinas, ni combustible, ni electricidad, ni incubadoras para los recién nacidos, ni máquinas de diálisis, ni bombas para el agua y el alcantarillado…-, los sionistas lograron, eso sí, que la olla de presión estallara ante sus narices, y no precisamente contra Hamas. El mundo presenció en ascuas la estampida de cientos de miles de palestinos desde la paupérrima zona hacia el Egipto de promisión.

La marea humana, el humano mar de leva, estimado en un principio en más de 350 mil componentes, enseguida generó la máxima preocupación en Israel y, por supuesto, en el socio mayor, los Estados Unidos. Estos, ni cortos ni perezosos, comprendieron el peligro de unidad árabe anunciado por la actitud de los alrededor de dos mil miembros de las fuerzas de seguridad egipcias que, en un primer momento -luego oscilarían como capas tectónicas en los sismos-, renunciaron a contener la avalancha, después de que hombres armados y enmascarados dinamitaran en una madrugada de finales de enero pasado unos 15 puntos del muro de hormigón de ocho metros de altura que atraviesa a la ciudad de Rafah, extendida a ambos lados de la frontera. A su vez, el socio de marras, Washington, coartó en el Consejo de Seguridad la denuncia rotunda y eficaz de los crímenes de Tel Aviv

Crímenes que, bajo el disfraz eufemístico de «castigos colectivos», constituyen no solo una catástrofe humanitaria, con la consiguiente carencia de víveres, velas, cemento para tumbas y hasta tela para amortajar a las víctimas de la matanza cíclica, socorrida, imparable, sino, asimismo, muestra fehaciente de la falsedad de los discursos vertidos por el presidente norteamericano, George W. Bush, en su reciente gira por el Oriente Medio, mediante la cual, con el pretexto de anhelo de paz entre israelíes y palestinos, quería, a todas luces, granjearse el apoyo de la opinión pública árabe y de los gobiernos de esa región a la campaña lanzada contra el dizque peligrosamente nuclear «reino de los ayatolas». De Irán.

Falsedad, sí

Como analistas de fuste han señalado, no resulta fácil imaginar que el designio de aniquilación física de los palestinos, en el que los sionistas se emplean a fondo, con aviones, tanques y proyectiles facilitados por se sabe quién, pueda atraer un diálogo pacificador. De hecho, anotan unos cuantos, hasta los funcionarios de Al Fatah, más anuentes a las pláticas desde la menos zarandeada Cisjordania, han manifestado su repudio a unas acciones genocidas cuyos autores, Olmert a la cabeza, lucen la mar de orgullosos.

Incluso aquellos que consideran inadmisibles los recientes ataques de ciertos elementos radicales contra objetivos civiles israelíes estiman sin justificación, por desproporcionados, los bombardeos y el cerco de Gaza. Y mayúscula exageración la «respuesta» de un Estado que, en última instancia, ha provocado esos ataques y que recurre a prácticas calificadas por las normativas internacionales de crímenes de guerra contra el conjunto de una población devastada, saqueada, sitiada y despojada de su legítimo derecho a elegir a sus representantes en comicios democráticos.

Aquí subyace la moraleja de un viejo cuento: en Palestina, como en Iraq -ha dicho un editorial del diario La Jornada, de México-, el supuesto combate contra el terrorismo desemboca en actos genocidas, para colmo presentados al mundo como medidas de pacificación, que solo medran gracias a la impavidez, por no afirmar que complacencia, de los gobiernos supuestamente civilizados y democráticos de Occidente, y gracias a la incapacidad manifiesta de los máximos organismos internacionales, con uno en el protagonismo del dejar hacer: el Consejo de Seguridad de las Naciones (des)Unidas.

Ahora, hay que cribar las heces para encontrar aunque fuere un tintineo del oro, para hallar una verdad. Implícitamente, Israel está mostrando lo que siempre se ha negado a reconocer: su guerra está dirigida contra la población palestina, y, más que objetivos, una y otra organización representan el gran pretexto para la masacre.

Fíjense que, como apunta el colega Yossi Wolfson, en el Challenge Magazine, si la Oficina del Fiscal del Estado no había tenido el coraje de admitir que el muro de separación entre Israel y Palestina, los cierres, los bloqueos, la demolición de viviendas y otros «castigos colectivos» estaban dirigidos contra los civiles, ateniéndose a la cacareada seguridad y a la guerra contra el terror con ineludibles daños como efectos colaterales, ahora acaba de anunciar con toda desinhibición que el objetivo del cerco de Gaza era ejercer presiones sobre la economía, como medio de influir sobre Hamas.

Mas si, por una parte, esta arremetida refleja el desprecio total de los dirigentes sionistas hacia la vida humana, por otra considera con sumo cuidado la predisposición negativa de la sociedad israelí para con las propias bajas de guerra. Por ello, la indiscriminada cruzada desde el aire contra los civiles y el titubeo a la hora de utilizar las fuerzas sobre el terreno. Un terreno donde luchadores como Hamas, con el mismo espíritu de Hezbolá, podrían campear por sus respetos.

Luz en la noche

Decididamente, todo tiene su reverso. Y perdonarán la perogrullada campante, pero queremos poner énfasis en que, por primera vez desde la toma del poder por Hamas en la Franja, hace alrededor de ocho meses, las fuerzas de seguridad de la Autoridad Nacional Palestina, mayormente de Al Fatah, han permitido a miles de personas llenar las calles de Cisjordania para protestar contra el bloqueo y el genocidio de sus hermanos. No obstante el que los manifestantes gritaran consignas a favor de los combatientes islámico-nacionalistas y denunciaran a voz en cuello que «hoy es Gaza; mañana será Ramala. Y quizás Amman, El Cairo, Beirut y Damasco sean los próximos». Algo que habrá concitado la adustez de israelíes y gringos: Hamas ha renovado sus llamamientos a «un inmediato diálogo nacional responsable, con la participación de todas las facciones políticas, para acabar con el injusto asedio a nuestro pueblo».

En todo este convulso panorama, una verdad emerge a la luz pública. Como señala el periodista Ignacio Álvarez Osorio, el Gobierno israelí está dispuesto a utilizar la situación de Gaza a su favor, extremando o aliviando el estrangulamiento según sus intereses. En un año en que Olmert y Abbas se han comprometido a un acuerdo de paz, con la mediación de Washington, la parte hebrea intentará, cuando estime oportuno, desplazar la atención de la opinión pública internacional hacia el sitio cercado, con el fin de evitar cualquier presión para crear un Estado palestino viable. Solo que, como afirmábamos al principio, al parecer los estrategas sionistas no han aprendido aún el movimiento de ese instrumento llamado bumerán. La presión que ejerces sobre otros podría revertirse contra ti. Los palestinos cierran filas. Y los árabes… bueno, los árabes quizás estén comenzando a despertar.