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El embrollo de la ocupación

Fuentes: AlQuds Palestina

Personajes deplorables formaron parte de la memoria de los pueblos sometidos. Entre ellos se destacó el líder de la propaganda nazi, Joseph Goebbels, quien acuñó la frase: «Miente, miente que algo quedará». La misma fue la tinta en la pluma de aquellos que construyeron el altar de la tergiversación y la deformación. Permanentemente algunos de […]

Personajes deplorables formaron parte de la memoria de los pueblos sometidos. Entre ellos se destacó el líder de la propaganda nazi, Joseph Goebbels, quien acuñó la frase: «Miente, miente que algo quedará». La misma fue la tinta en la pluma de aquellos que construyeron el altar de la tergiversación y la deformación. Permanentemente algunos de ellos intentan modificar la historia de un pueblo milenario negando su antigua tradición, humillando y deshumanizando al pueblo palestino.

Con argumentos desacertados, evocan la Biblia sin tomar en cuenta puntos inquietantes en la vida desarrollada en Palestina. Josué, quien después de Moisés encabezó a los hebreos provenientes de Egipto, cita el filo de la espada con la que arrasaron Jericó tras derribar, en 1020 a.C. las murallas de la ciudad cananea-filistea (palestina) más antigua del mundo, con 10.000 años de historia. Con la invasión ocuparon una parte de Canaán, estableciendo el reino de Israel. Enfrentados, el reino se fisuró, dando lugar al de Judá y ocuparon Jerusalén, ciudad administrativa de Canaán.

Fueron los jebuseos, cananeos-semitas de la genealogía palestina los fundadores de Salem (Jerusalén), 3500 años antes de Cristo. Su rey cananeo Maleq Sadec (Melquisedc) recibió en 1850 a.C. a Abraham, quien lo reconoció y le entregó sus diezmos. Siendo después Abraham padre de naciones, fue receptor de la tierra prometida cuando tenía a su único hijo de 13 años, el primogénito Ismael, nacido en Canaán-Falestin (Palestina) fruto del vientre árabe de Hagar. Luego de la promesa, nació de la entraña hebrea de su esposa Sara, su hijo Isaac.

«El Estado israelí se creó sobre la tierra de Palestina, gracias a la ONU y también al terrorismo sionista»

Otras muchas evocaciones pueden echar por tierra los argumentos de las plumas que, obstinadas, continuaron comprometidas en convertir la Biblia en una escritura inmobiliaria para justificar el presente de Israel en la tierra palestina.

Ante las persecuciones en Europa, los judíos de Palestina encontraron un hábitat en el que gozaron de igualdad con los cristianos y los musulmanes. No sufrieron persecuciones religiosas, se respetaron sus lugares sagrados y formaron parte inseparable del pueblo palestino, resistiendo juntos los embates de la historia en las distintas ocupaciones. El judío, al igual que el cristiano y el musulmán nacidos en Palestina, era palestino. La convivencia se resintió cuando los sionistas de Europa, en 1897, decidieron edificar un Estado judío en Palestina.

El Estado israelí se creó sobre la tierra de Palestina gracias a la resolución 181 de la ONU, de 1947, y al terrorismo sionista, que, llegado de Europa, arrasó con 418 aldeas y ciudades palestinas, entre ellas Jerusalén, y expulsó al 60 por ciento del pueblo palestino de su tierra natal. Este terrorismo sionista fue denunciado por la propia ocupación británica en Palestina.

Uno de esos terroristas llegado de Polonia, luego premier de Israel, Yitzhak Shamir, durante el acto del 51er. aniversario de su grupo, Stern, «justificó el terrorismo y el terror para la fundación de Israel», según lo consignó la agencia Reuter el 4 de septiembre de 1991. Curiosamente quienes impusieron esa política de terror hoy acusan a la resistencia palestina de terrorismo. Paradójicamente, intentaron aplastar la insurrección palestina conocida como intifada de la misma manera en que Heinrich Himmler, jefe de las SS, mandó aplastar, en el gueto de Varsovia, el levantamiento judío por considerarlo terrorista.

El mundo convulsionado de principios del siglo XX, la caída de los zares, el advenimiento de la Unión Soviética, las guerras mundiales con sus genocidios y holocaustos, el nuevo orden de Yalta, la caída del colonialismo británico, el surgimiento estadounidense, el ocaso de la Sociedad de las Naciones y la construcción de las Naciones Unidas fueron la incubadora en la que germinaron las perspectivas sionistas de quedarse con Palestina. La colonizaron y la dividieron. Le arrancaron de su seno a una de sus comunidades, la judía, y le dieron, desde 1948, otra identidad: la israelí. Establecieron fronteras unilaterales con un poder que mucho preocupó al científico judío Albert Einstein, quien se negó a ser el primer presidente de Israel. Con su poderío construyeron un Israel nuclear «capaz de volar la región en segundos», según el científico israelí Mordachei Vanunu.

En 1967 ocuparon la totalidad de Palestina e intentaron hacer desaparecer a su pueblo. Al no conseguirlo, no sólo lo convirtieron en víctima de la ocupación, sino, además, de la semántica de los ocupantes. Dijo la premier israelí Golda Meir: «No hay cosa alguna llamados «palestinos».»

En el embrollo de la ocupación, los sionistas adulteraron tanto sus fábulas que intentaron hacer creer que sus relatos e historias fueron verdaderos y que el pueblo natural de Palestina era salvaje, ignorante y con derechos relativos. Sin pudor, en su momento el premier israelí Menahem Beguin dijo ante el Parlamento: «Los palestinos son bestias que caminan sobre dos patas». Como parte de la sinfonía de los relatos, en una entrevista publicada por el diario israelí Haaretz, en 2004, con el principal asesor del premier Ariel Sharon, Dov Weissglas, éste declaró: «Nosotros educamos al mundo para que comprenda que no tenemos ningún interlocutor válido. Y recibimos un certificado de «nadie-con-quien-hablar «».

La demonización fue siempre un leitmotiv para Israel. La OLP, Al Fatah, Yasser Arafat, el liderazgo palestino, la Autoridad Nacional Palestina, la intifada, Hamas y desde el más pequeño al más anciano de los palestinos fueron llamados terroristas y, al igual que al presidente Mahmoud Abbas, desprestigiados y obligados al permanente fracaso. Se les echaron las culpas y las responsabilidades.

Europa nunca aceptaría en sus filas un partido de ultraderecha en el poder. Sin embargo, al parecer, en Israel es posible. Con el triunfo del Likud se estableció, en 2001, el gobierno de ultraderecha encabezado por Sharon, juzgado por los tribunales belgas por «crímenes de lesa humanidad» y por los propios tribunales israelíes por la masacre de cinco mil palestinos refugiados en Sabra y Chatila, en 1982.

Sin embargo, el mundo lo aceptó y no les exigió a Israel y a su flamante gobierno que reconociera al Estado de Palestina, ni que abandonara sus armas de destrucción masiva. Tampoco le bloquearon los 30.000 millones de dólares anuales que le proporciona Estados Unidos y que Israel utiliza para potenciar su material bélico. Nadie levantó su voz ni se atrevió a congelar fondos ni relaciones con un país que viola los derechos humanos, las resoluciones de la ONU y se mantiene como potencia ocupante de Palestina.

En tanto, la democracia palestina es un ejemplo. Es el único país del mundo en el que su pueblo vive en democracia bajo una ocupación extranjera. Israel pretendió reducir esta democracia al servicio de sus intereses coloniales. El triunfo absoluto de Hamas, surgido de la voluntad popular palestina, fue deliberadamente demonizado.

Inoportunos, Europa y Estados Unidos se sumaron, causando un terremoto político poco lógico. Lejos de comprender la angustia palestina bajo la ocupación, le exigieron a Hamas que reconociera al Estado de Israel y abandonara las armas y se bloqueo la ayuda económica humanitaria. ¿Se pueden imponer presiones a un pueblo que como consecuencia de la ocupación extranjera necesita apaciguar su hambruna y sólo porque eligió democráticamente a quienes no agradan a los ocupantes?

En 2005, el 45% del pueblo palestino tuvo dificultades para conseguir alimentos, el 64% de los habitantes de la Franja de Gaza vieron reducidos sus alimentos, la mortalidad infantil superó el 18% y el desempleo llegó al 39%. A esto se suman los casi cinco mil palestinos asesinados en estos últimos cinco años y los más de ocho mil hogares demolidos.

La extorsión económica de Israel por el triunfo de Hamas no es ética. Como no lo es prohibir la moneda palestina, obligando al pueblo a utilizar el dinero israelí, con las figuras que evocan a quienes se quedaron con su tierra y mataron a su gente. Al desborde de la insensibilidad israelí se suman sus chistes. Dov Weissglas disparó éste: «Será como una cita con el dietista. Los palestinos adelgazarán un montón, pero no morirán».

Algo más preocupante fue la declaración del premier israelí Ehud Olmert, quien afirmó: «Israel fijará sus fronteras de aquí a 2010», diseñando una nueva frontera marcada con el muro del apartheid, que se está quedando con el 58% del territorio palestino de 1967.

A Yasser Arafat le llevó largo tiempo hacer comprender su estrategia de reconocer al Estado de Israel. Fueron muchos sus esfuerzos. En 1988, lo logró, dando lugar a un reconocimiento mutuo y al acuerdo de 1993. Nuestro socio en la paz Yitzhak Rabin fue asesinado por un terrorista israelí en 1995, y luego Sharon acabó con la vida de Arafat, convirtiendo la esperanza de ambos pueblos en un fugaz sueño. Al despertar se encontraron separados por un muro que asfixia a Palestina con sus 720 kilómetros de longitud, cuando las fronteras de 1967 sólo alcanzan a 356 kilómetros. Zigzagueante, separa ciudades y aldeas, perfora Jerusalén y activa 397 puestos de control militar israelí.

Sobre la base de sus mitos, Israel hace todo lo necesario para negar el Estado palestino y no acepta ser la potencia ocupante. Estos dos puntos vitales se alejan de la visión palestina de Fatah y Hamas, que no hablan de la destrucción del Estado israelí.

«A pesar de todo, el pueblo israelí sigue siendo el principal socio para la paz que tiene el pueblo palestino»

El presidente Abbas mantuvo firme su principio de continuar con el diálogo y el designado primer ministro palestino, Ismael Haniyeh, dijo: «Si Israel declara que dará un Estado al pueblo palestino en los territorios de 1967 y que le otorgará todos sus derechos, estamos dispuestos a reconocerlo». Sin embargo, el ministro de Defensa israelí, Shaul Mofaz, advirtió al premier Haniyeh que puede ser blanco de un ataque selectivo.

Frente a la iniquidad israelí, florecen las palabras pronunciadas en 1956 por uno de los fundadores de Israel, David Ben Gurion: «Si fuera un líder árabe, nunca firmaría un acuerdo con Israel. Es normal: hemos tomado su país. Es verdad que Dios nos lo prometió a nosotros. ¿Cómo puede interesarles eso? Nuestro Dios no les pertenece. Existieron el antisemitismo, el nazismo, Hitler, Auschwitz. ¿Eso fue por su culpa? Sólo ven que fuimos y les robamos su país. ¿Por qué aceptarían eso?»

A pesar de todo, el pueblo israelí sigue siendo el principal socio en la paz y junto al pueblo palestino devolverá la dignidad a sus hijos y a los hijos de sus hijos.

* El autor es el embajador de Palestina en la Argentina.