Intervención de Ricardo Alarcón de Quesada, presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en el Encuentro Internacional «Contra el terrorismo, por la verdad y la justicia». Palacio de las Convenciones, 2 de junio de 2005, «Año de la Alternativa Bolivariana para las Américas». Compañero Fidel Castro; Compañero José Vicente Rangel; Compañeras; Compañeros: El emperador […]
Intervención de Ricardo Alarcón de Quesada, presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en el Encuentro Internacional «Contra el terrorismo, por la verdad y la justicia». Palacio de las Convenciones, 2 de junio de 2005, «Año de la Alternativa Bolivariana para las Américas».
Compañero Fidel Castro;
Compañero José Vicente Rangel;
Compañeras;
Compañeros:
El emperador está desnudo, ya no lo oculta ningún ropaje. Hace ya más de dos meses nos está diciendo con todas sus letras, para que lo entendamos bien: Pusimos la bomba…, ¿y qué?
El señor Bush ha desbaratado, con un método terrorista, esta Resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, la 1373, que fue adoptada, precisamente, a instancia de Estados Unidos, y el señor Bush ha destruido por completo este convenio para sancionar los atentados contra la aviación civil que la comunidad internacional adoptó en 1971.
La estructura internacional, creada tan trabajosamente, para proscribir, reprimir y sancionar el terrorismo, ha sido destruida con la conducta norteamericana ante el caso de Luis Posada Carriles.
Yo quisiera concentrarme en dos puntos que me parece que son fundamentales en este momento: la cuestión de la extradición a Venezuela del señor Posada, y la cuestión de la maniobra que ha ido cobrando forma en El Salvador para una supuesta extradición a ese país.
Salvo una excepción, voy a usar exclusivamente documentos del gobierno de Estados Unidos de América que prueban que Luis Posada Carriles, desde su juventud -cuando fue entrenado por ellos, cuando fue miembro de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos-, hasta el día de hoy ha sido protegido, apoyado y sostenido por el gobierno de Estados Unidos de América.
Los documentos mutilados, con tachaduras, incompletos, pero aun así reveladores de algunos detalles, los documentos oficiales del gobierno de Estados Unidos, del Buró Federal de Investigaciones, de la Agencia Central de Inteligencia, del Departamento de Estado, prueban, más allá de cualquier duda, varias cosas: que ellos sabían que Orlando Bosch y Luis Posada Carriles iban a destruir un avión civil cubano en pleno vuelo, como dice así, con todas sus letras, este documento, hoy desclasificado, lo tenían tres meses antes de que ocurriera la barbarie de Barbados.
El 21 de junio de ese año, 1976, según dice este documento del Buró Federal de Investigaciones, ellos sabían que ese día en el vuelo de Cubana, que llegaría a La Habana procedente de Panamá, iban a hacer exactamente lo que habrían de hacer después, en el mes de octubre de ese año, en Barbados.
Pero este documento no lo compartieron con nadie, no les informaron a las líneas aéreas, no les informaron a las autoridades de Panamá y no les informaron tampoco a las autoridades de Venezuela, cuando más tarde, el señor Posada y el señor Bosch, fueron sometidos a un proceso judicial en ese país, a pesar de que a eso los obligaba el Convenio de Montreal, que ya estaba en vigor, a pesar de que a eso los obligaba todas las normas del derecho internacional y, por supuesto, a pesar de que a eso los obligaba la decencia humana más elemental.
Este otro documento, del 7 de octubre de 1976, que nadie podía conocer hasta que fue desclasificado y divulgado por una universidad norteamericana, hace apenas dos semanas; 7 de octubre de 1976, al día siguiente del sabotaje al avión de Cubana, ya en este informe ellos dicen, y lo voy a citar:
«Alguien -tachado, alguien que ellos saben quién es, nosotros no podemos saberlo todavía- está preparando para que Luis Posada y Orlando Bosch se marchen de Venezuela lo antes posible.»
¿Se lo dijeron acaso a las autoridades venezolanas? ¿Alertaron al mundo de que los dos acusados de autores intelectuales de un terrible hecho de terrorismo se estaban preparando para escapar? No, hubo que esperar 29 años para enterarse de que ellos sabían eso desde las primeras horas de ocurrido el sabotaje.
Voy a seguir leyendo:
«La fuente reconoció que Posada y Bosch habían orquestado, habían dirigido el bombazo al avión y prometió darnos más detalles el 8 de octubre de 1976.» O sea, al día siguiente.
El día 8 de octubre de 1976 ellos recibieron detalles de lo que desde el primer día tenían indicaciones, que estaban hasta el cuello ambos individuos comprometidos con ese hecho.
¿Dónde está ese informe? Es una de las cosas que hay que exigirles.
En este documento que hoy es público, anunciaban que al día siguiente vendría uno más detallado. ¿Dónde está, qué dice ese informe del 8 de octubre? Han pasado tres décadas. Por supuesto que ese documento tiene que existir, esa información; pero todavía lo ocultan, todavía no lo comparten con nadie, sus razones tendrán para ello.
Este otro documento del 17 de octubre de 1976 es también muy revelador. Este es un documento interno, lo hace el señor Harold Saunders, director de Análisis e Investigaciones del Departamento de Estado, y se lo dirige personalmente -con una marquita aquí encima que dice que es algo muy sensible y muy secreto- al señor Henry Kissinger, a la sazón, secretario de Estado de Estados Unidos. Analiza a los cuatro individuos:
«Posada, Bosch, Hernán Ricardo y Freddy Lugo» -un esquema muy bien concebido, cada uno tiene dos incisos- «a) relación entre el individuo y el sabotaje al avión de Cubana, y el b) relaciones entre el individuo y nosotros, los Estados Unidos.»
Vamos a ver lo que encontramos. Esta es la relación de Estados Unidos con Luis Posada Carriles. (Muestra página casi completamente cubierta de tachaduras) Está claro, ¿verdad? Se dan cuenta de que, finalmente, 29 años después, nos enteramos de cuáles eran esos vínculos reconocidos por ellos.
En este informe cuando se refieren al señor Bosch, relaciones con Estados Unidos, tiene cuatro líneas, las dos primeras totalmente cubiertas con tinta negra y las otras dos que dicen, informándole un director del Departamento al Secretario de Estado. «Seguimos tratando de conseguir que a Bosch lo deporten de Venezuela para Estados Unidos.»
Aquí se explicó esta mañana que él tenía pendiente, una violación de la libertad bajo palabra, una violación menor, por la cual, de hecho, estuvo unos meses en prisión después. Violó esas condiciones, salió de Estados Unidos, viajó, estuvo en República Dominicana, estuvo en Costa Rica, se instaló en Chile durante años, y Estados Unidos nunca pidió su extradición a nadie, jamás le interesó. En cuanto aparece en Venezuela como autor intelectual del atentado contra el avión cubano, inmediatamente se dedican a tratar de sacarlo de Venezuela y llevarlo para Estados Unidos, no para que pagase su cuentecita menor, sino para que no se descubriese la verdad en el caso del avión cubano.
El 17 de octubre, les dije, recuerden que Posada y Bosch fueron detenidos por la DISIP el día 14, llevaban tres días nada más presos y ya estaban tratando de sacar a Bosch. Recordaron aquella violación de muchos años atrás para protegerlo y para evitar que se hiciese justicia.
Pero en este informe hablando del señor Bosch dicen algo más que el mundo no conocía hasta mediados del mes de mayo de este año, que ellos sabían en 1976 que el señor Orlando Bosch estaba comprometido con el asesinato de Orlando Letelier; que ese crimen había sido acordado en Santiago de Chile desde comienzos de 1975 y no solamente eso sino que en Caracas, en un acto público, poco después del asesinato en septiembre de 1976 para que lo viera quien quisiera verlo, para que lo escuchase quien quisiera escucharlo, se vanaglorió del asesinato de Orlando Letelier, y lo dijo, que habían cumplido muy bien su trabajo Letelier. Son las palabras que toma alguien del FBI durante un banquete público, en el que posiblemente el agente del FBI compartió el trago con el señor Bosch, con sus amigotes, y celebraron y brindaron por el asesinato de Orlando Letelier, y Bosch nunca ha comparecido ante ningún tribunal de justicia para responder por ese hecho. No solo -según ellos- tuvo responsabilidad en el asesinato de Letelier, sino que lo celebró públicamente, y anunció que después de ese tan gran éxito, emprenderían otras tareas, cumplirían otras misiones.
Y si seguimos leyendo ese párrafo, vamos a ver que el mismo Buró Federal de Investigaciones dice que allí mismo el señor Luis Posada Carriles hizo saber a quien quisiera oírlo, de qué se trataba. Leámoslo, está entrecomillado por ellos.
«Ahora vamos a atacar un avión cubano, Orlando Bosch tiene los detalles.»
Esto ocurrió en septiembre de 1976 -según dicen ellos-, después del asesinato de Orlando en Washington y antes del sabotaje al avión cubano.
Pero se trata de una protección continua, que no se ha detenido. Recordemos que después, al señor Bosch dicen que lo absolvieron. Por supuesto, Alicia explicó muy bien por la mañana todas las trampas, y está en su excelente libro las pruebas que sustrajeron del expediente para poder realizar esa maniobra de declarar inocente a un señor que no puede ser más culpable, y lo sabía el gobierno de Estados Unidos. El señor Posada se había marchado de la prisión unos años antes. No se fugó. Yo no sé por qué la prensa internacional sigue hablando de que él se fugó. Nadie se fuga por la puerta de entrada de un edificio, caminando tranquilamente, acompañado por los oficiales de esa prisión. A nadie lo esperan con un automóvil a la entrada principal de ese edificio; nadie se monta en ese automóvil y se dirige a un aeropuerto donde viaja a Aruba, y de Aruba va al famoso Ilopango, la base de la Fuerza Aérea salvadoreña, no a esconderse en un hangar, sino a desempeñar una función muy delicada en una actividad clandestina e ilegal que se dirigía desde la Casa Blanca, desde el edificio del Presidente, desde las oficinas del Presidente, a cargo de uno de sus asesores de Seguridad Nacional.
Hay otros documentos, no de estos desclasificados ahora, sino anteriormente, por el propio Buró Federal de Investigaciones. Este caballero llegó a San Salvador, se encontró allí con sus amigos de la CIA y establecieron, como hace todo empleado, unas normas de trabajo, un arreglo de lo que iban a hacer: todos los gastos pagos, estancia, alimentación, protección, más 3 000 dólares mensuales para lo que él quisiera. En adición a no tener que gastar nada por vivir en El Salvador cumpliendo aquella misión -esto es muy importante, especialmente para los hermanos salvadoreños- le entregarían documentación oficial legal del gobierno salvadoreño para que pasara a convertirse a partir de ese momento en el señor Ramón Medina.
Yo no sé qué insecto picó a una señora, dicen que es una jueza, que acusa al señor Posada del único delito del cual es inocente.
A Posada se le pueden presentar una infinidad de cargos, se puede decir que es un asesino, que es un terrorista, que es un narcotraficante; pero no se le puede acusar de falsificación de documentos en El Salvador. ¡Si se los dio el gobierno de El Salvador cumpliendo instrucciones del gobierno de Estados Unidos! Fue parte del arreglo, parte del contrato de trabajo que tuvo, que recibió el señor Posada, y si la honorable jueza salvadoreña tiene dudas, bueno, que busque en el informe del Buró Federal de Investigaciones del 7 de febrero del año 1992 donde se explica todo esto.
El no se robó un pasaporte, él no se robó una cédula de identidad, él no fraguó o fabricó ningún documento, a él se los entregó el gobierno de El Salvador. Pero, ¿cómo no se lo iba a entregar, si, además de eso, el señor Posada se desempeñó como asesor de Seguridad Nacional del Presidente de El Salvador? ¿Esa es una labor clandestina? ¿Esa es una labor que uno realiza en contra de la voluntad de un gobierno? Por favor, a Posada se le puede acusar de una infinidad de crímenes; pero de esa supuesta violación de haber falsificado documentos en El Salvador es completamente inocente. Eso fue parte del arreglo, y si inventan ahora esa patraña es para protegerlo, para evitar que se haga justicia, ignorando así lo que específicamente ordena esa Resolución del Consejo de Seguridad y ese Convenio de Montreal, con lo cual los que se presten a esa maniobra se están convirtiendo en cómplices del terrorismo, y en cómplices de un hecho terrorista.
Creo que está claro, por los documentos desclasificados, que desde muy temprano estableció sólidos vínculos con la Agencia Central de Inteligencia, y no dejó de tenerlos nunca. Hubo solamente variaciones asociadas con el hecho de que Posada fue promovido.
Los más antiguos documentos hablaban de que él devengaba un salario en la CIA de 300 dólares mensuales. Bueno, de 300 a 3 000, más todos los gastos pagos, evidentemente fue mejorando su estatuto laboral, su jerarquía dentro de la Agencia Central de Inteligencia, y es lógico, llevaba muchos años trabajando para ellos.
Mencioné un documento del FBI, que es la agencia que se supone que debe vigilar por la aplicación de la ley y el orden, el cuerpo represivo, la policía federal norteamericana, del 7 de febrero de 1992.
Bueno, ese día el señor Posada visitó la embajada de Estados Unidos en Tegucigalpa, Honduras. Nadie lo detuvo. Nadie dijo: «Señor, usted es un prófugo de la justicia venezolana», «Señor, usted anda con documentos falsos.» No, lo llevaron al salón marcado con el número 401 de la embajada norteamericana en Tegucigalpa, y estuvieron conversando con él durante seis horas y media, al término de las cuales el señor abandonó el edificio de la embajada norteamericana, se despidió y volvió a casa.
¿Qué hacía Posada Carriles entre el momento en que se destapó todo el Escándalo Irán-Contra y, su apasible visita a la Embajada yanki en 1992? Estaba paseando por América Central, pero no contra la voluntad de nadie, no ignorando a las autoridades locales, sino con la complicidad de esas autoridades.
Si la judicatura salvadoreña está interesada en esclarecimientos y en averiguaciones, tiene un campo virgen, enorme, al cual se pudiera dedicar. Ha habido personas responsables con esa complicidad, son ellas las que tienen que responder ante la justicia; ha habido muchos asesinados, muchos torturados en ese país.
Esta mañana se mencionó el caso de monseñor Romero. Yo quisiera agregar a esa lista el caso de una personalidad tan respetable, tan estimada en toda América Latina como el padre Ignacio Ellacuría y sus compañeros de la Orden jesuita, que fueron asesinados el 16 de noviembre de 1989. Que la señora jueza, en lugar de estar prestándose para esta maniobra sucia, averigüe quién mató a Ignacio Ellacuría, averigüe por qué todavía ese y otros hechos terribles que sucedieron en El Salvador nunca han sido esclarecidos; y, si acaso, que averigüe qué hacía Posada ese día, porque estaba en Centroamérica. Pudiera ser que estuviera en El Salvador, o que estuviera en Honduras, que estuviera en Guatemala, pero por ahí andaba. ¿Les falta información? Que le pregunten al Buró Federal de Investigaciones. En seis horas y media se puede hablar bastante, se puede averiguar bastante.
El gobierno de Estados Unidos, algunos de sus voceros, han tenido el incomparable cinismo de denegar la solicitud de arresto provisional con vistas a la extradición que Venezuela solicitó, conforme al Tratado de Extradición, porque -no se rían, no se vayan a reír, que da risa pero es muy grave-, a ellos les falta información sobre Posada Carriles. Venezuela no les ha dado una información detallada, dicen ellos. Pero si el que la tiene es Washington, el que la ha tenido celosamente guardada durante decenios es el gobierno de Estados Unidos, y algunas cosas han salido, pero, como ustedes ven, bastante difíciles de descifrar.
¿Quién es el que tiene que decir lo que hay detrás de estas tachaduras, el gobierno de Venezuela, o el gobierno de Estados Unidos?
Yo hice mi esfuerzo para descifrar este párrafo (Muestra), todas son tachaduras negras, y yo no sé si fue la broma de alguien, pero se colaron siete letras que no las pudieron borrar, son las letras siguientes: «CIA says», en inglés: que en español sería: «Dice la CIA», y otra vez volvió el pintor de brocha gorda a tapar lo que decía la CIA.
Bueno, que nos digan qué decía la CIA; que le digan ellos a Venezuela lo que han sabido durante tantos años y lo han ocultado. ¿O es que no leyeron la Resolución del Consejo de Seguridad? ¿O es que no leyeron el Convenio de Montreal? No, por supuesto que saben muy bien lo que dice y saben que lo están desbaratando, que lo están aniquilando, que están socavando la legalidad internacional y la lucha contra el terrorismo.
Por eso yo digo que es «Pusimos la bomba, ¿y qué?» Eso es lo que nos dice Bush al mundo hoy; sí, sí, le puso una bomba al tratado, le puso una bomba a la Resolución del Consejo y una bomba al Convenio de Montreal.
Tenemos que exigirle, el mundo entero tiene que exigirle al gobierno de Estados Unidos que extradite al señor Posada Carriles -que hace rato que debió haberlo hecho-, sin más dilación. Pero no solo al señor Posada Carriles, al señor Posada Carriles y a todas las pruebas que sobre el señor Posada Carriles y sobre el atentado al avión cubano el gobierno de Estados Unidos ha tenido desde antes del sabotaje, desde el mismo día de los hechos y a lo largo de casi 30 años de ocultamiento; esa es la obligación de Estados Unidos, y no debemos darles el menor respiro ante esa demanda:
extraditar a Posada que, en realidad, es devolverle al prisionero que ellos sacaron de la prisión para pagarle 3 000 dólares, más casa, comida y documentación salvadoreña.
Regresando al tema de la maniobra que se está urdiendo en El Salvador; si vamos a ser serios, si vamos a aplicar las normas internacionales, hay una buena lista de candidatos a ser llevados ante los tribunales de justicia en El Salvador por contubernio con el terrorismo, por complicidad con el terrorismo. Y con todo el respeto para su excelencia el presidente Saca, yo diría que esa lista merecería encabezarla él, si el gobierno de El Salvador continúa actuando como instrumento para impedir que se haga justicia y que el terrorista regrese, que le sea devuelto a Venezuela para que continúe el juicio interrumpido por la acción norteamericana.
Me voy a acercar a la conclusión, porque son muchos los que deben hablar y a quienes queremos escuchar.
Pero yo sí quisiera decir que cuando hablamos de estos temas que deben concitar la denuncia, la movilización de todos los latinoamericanos y las latinoamericanas, porque nos están recordando los miles de asesinados, de desaparecidos, de torturados en aquellos años donde el crimen se convirtió en política de Estado, debemos pensar también que no estamos solos ni en el agravio ni en la lucha por la justicia, que tenemos también que buscar cómo llegarle a la otra gran víctima del terrorismo y de toda esa política criminal, que son nuestros hermanos y hermanas de Estados Unidos de América.
El 29 de diciembre de 1975 se produjo una explosión en el aeropuerto de La Guardia, que es el que da servicio a la ciudad de Nueva York fundamentalmente para vuelos nacionales, en el momento en que estaba más concurrido -piensen en la fecha, 29 de diciembre, cuántos norteamericanos llegaban o iban a los encuentros familiares que esa época del año concita en todas partes-; 13 personas perdieron la vida y más de 75 resultaron heridas.
La prensa norteamericana de aquella época calificó ese hecho como la peor acción, la más atroz que recordaban los neoyorquinos hasta entonces. Hubo un comunicado, alguien se atribuyó el crimen, distribuyó entre los medios de prensa una breve declaración, con una firma muy escueta: ocho letras, que decían lo siguiente: «El Cóndor».
El FBI investigó aquel hecho, porque poco antes, en octubre, había ocurrido un acontecimiento semejante en el aeropuerto internacional de la ciudad de Miami, y por las pistas, en su averiguación, lograron descubrir que el autor de aquel acto bárbaro del aeropuerto La Guardia, era un individuo de origen cubano, que responde por el nombre de Rolando Otero Hernández.
¿Dónde estaba el señor Otero cuando lo identifican? Por supuesto que en Chile, estaba allí junto con Orlando Bosch, gozando ambos de la protección del régimen del señor Pinochet.
Lógicamente, como no es tan sencillo eso de hacer el acto más atroz, en medio de la ciudad de Nueva York, las autoridades norteamericanas exigieron y consiguieron la extradición del señor Otero; porque los yankis saben de extradición, ellos la practican, tienen experiencia en ese ramo.
El señor Otero compareció ante un tribunal de justicia y fue sancionado a ocho años de prisión -no sé si los cumplió o no-, ocho años de prisión por asesinar a 13 personas y herir -a algunos de gravedad- a más de 75. Promedio: siete meses por persona muerta, y si sacamos el cálculo con todas las bajas, los que perdieron la vida o la salud para siempre, dos meses de promedio.
Aquí están las compañeras de nuestros cinco héroes, héroes verdaderos en la lucha contra el terrorismo. Al que menos prisión le han impuesto son 15 años, sin haberle dado ni una bofetada a alguien, sin haber usado la fuerza, ni la violencia, ni la amenaza, y hay tres que están condenados a perpetuidad, y el otro a 19 años de prisión.
Comparen: si usted lucha contra el terrorismo, usted puede pasar el resto de su vida en la prisión, sin derecho alguno, sin los privilegios que los Posada y los Bosch conocieron en Venezuela y que Posada hoy está conociendo en Estados Unidos.
Basta ya de decir que se le trata como un indocumentado. Por favor, nosotros, latinoamericanos, ¿alguien conoce el caso de un haitiano, de un dominicano, de un mexicano, de alguno de esos miles y miles de hombres y mujeres que van a Estados Unidos sin visa para trabajar, para ganarse un salario, para ayudar a sus familias…? Yo pediría un nombre, me conformo con un solo nombre, de un solo latinoamericano, de un solo indocumentado a quien le hayan dicho: «Mire, señor, dentro de dos semanas venga por acá, que un juez de inmigración va a escuchar su caso, a ver si lo admiten o no.» El nombre de uno solo que haya dado conferencias de prensa, entrevistas en televisión, en la prensa escrita, anunciando que ha llegado allí y que aspira a que lo admitan. ¡Uno solo!
No, el único se llama Luis Posada Carriles; a los demás o los matan, o los cazan desvergonzadamente en la frontera, o los expulsan violentamente hacia el sur, o los encarcelan sin derecho alguno.
¿Quién ha visto un detenido en ese país que no sea esposado? Allí mismo, en esa zona del sur de la Florida, ¿acaso no vimos en la televisión internacional una niña de cinco años, quizás un poco majadera cuando se la llevaban tres policías esposadas a la espalda sus manecitas? aquella niña que lloraba, porque no entendía aquello. Sí, pero es que esa era una niñita negra y no era terrorista, y de esos indocumentados que expulsan no existe ni siquiera una acusación, no ya pruebas, de crimen alguno.
Compañeras y compañeros, nosotros tenemos que salir de esta reunión con la voluntad de quien entra en una reunión permanente; no cesar en nuestro esfuerzo para coordinar mejor los empeños que todos estamos llevando a cabo, para que se haga justicia, para que la verdad se imponga, para que todos estos crímenes olvidados o que algunos quisieran que olvidásemos se conviertan en las metas alrededor de las cuales se movilicen millones de persones.
Vamos a escuchar dentro de unos instantes -porque me acerco, se lo aseguro, al final de mis palabras- a este grupo de distinguidos panelistas. Vamos a examinar la cuestión del Cóndor; pero el Cóndor, además de ser ese proyecto criminal de varios Estados, de varios ejércitos, se convirtió como en un modo de actuar, como en una filosofía, como en una motivación. Por eso es que a alguien allá se le ocurrió usar como pseudónimo el del Cóndor, cuando puso la bomba en el aeropuerto de La Guardia.
Dije que iba a mencionar un documento, solo uno, todos los que he usado hasta aquí son oficiales del gobierno de Estados Unidos; hay uno, que es la excepción, que es parte de la documentación que el gobierno de Trinidad y Tobago entregó a Venezuela para aquel juicio, el juicio contra los cuatro encartados en la voladura del avión de Cubana.
El 17 de octubre de 1976, fíjense las curiosidades de la vida, es el mismo día, la misma fecha de este documento; mientras los norteamericanos están tratando de sacarlos de Caracas, mientras están ocultando los vínculos que tienen con esos individuos, la policía trinitaria tiene una reunión, el jefe de la policía de Trinidad y Tobago acompañado por su plana mayor y una traductora, a las 6:30 p.m., con el señor Hernán Ricardo.
Ya el señor Ricardo le había confesado al jefe de la policía, al comisionado Randwar, de Trinidad, que él, junto con su socio, el señor Lugo, habían colocado la bomba. Le había dicho algo más: le había dicho que él trabajaba para la Agencia Central de Inteligencia y le había dicho que su jefe en la Agencia Central de Inteligencia era la misma persona que era su empleador en la vida, digamos, normal, que no es otro que el señor Posada.
El 17 de octubre este hombre tiene una extensa conversación con el comisionado Randwar, le dibuja el plano del avión, le explica los pasos que dieron, cómo fue, toda la idea del plan y la realización del mismo, y, finalmente, le pide tener una conversación reservada -otra vez, ya lo había hecho antes con el comisionado de la policía-, el cual invita a sus principales colaboradores a que se retiren y se queda Randwar, la traductora y el señor Hernán Ricardo.
Entonces, le ratifica que él y Lugo habían puesto la bomba. El comisionado le pregunta por qué, qué es lo que motiva, qué es lo que hay detrás de esto, porque a nadie se le ocurre hacer estallar aviones así por gusto. Y entonces este hombre le dio esta respuesta: «Es una obra de El Cóndor.»
Randwar no sabía mucho del Cóndor y le pregunta: «¿Pero qué cosa es eso?» Le dijo: «El Cóndor es una manera de decir el CORU. CORU y Cóndor son la misma cosa.»
Más o menos estoy traduciendo mentalmente de un texto que está, a su vez, traducido del español al inglés. Hasta tal punto llegó la admiración y la concertación con los asesinos de Suramérica que devino el Cóndor como símbolo y como elemento aglutinante de todos esos terroristas y asesinos de origen cubano.
Yo recuerdo que en aquellos años no eran pocas las llamadas anónimas, no eran pocas las amenazas que siempre respondían a esa fórmula: El Cóndor. El Cóndor, el que está detrás de los asesinatos, de las amenazas, de las acciones que no solo en el sur, sino también en el norte, se practicaban entonces.
Hace poco, además, estaba examinando un libro de un autor norteamericano sobre la Operación Cóndor, el profesor John Dinges, de donde extraigo esta cita que es muy reveladora.
Este libro está basado fundamentalmente en entrevistas con oficiales y funcionarios, con documentación y con entrevistas a participantes en la Operación Cóndor. Veamos lo que dice el profesor Dinges.
«En mis entrevistas con oficiales de los países del Cóndor, aparecía siempre una frase ‘Estados Unidos era nuestro líder’,» una frase que va paralela con aquella «cándida» declaración del señor Posada a la prensa internacional, cuando dijo: «La CIA nos lo enseñó todo: nos enseñó a matar, nos enseñó a hacer los explosivos, nos enseñó a hacer lo que hemos hecho» De la CIA aprendió Posada todo lo que ha hecho en la vida.
Concluyo, compañeras y compañeros, exhortando a que sigamos con este esfuerzo de concertación, de unión, de movilización, de denuncia, hasta que se haga justicia y hasta que la verdad prevalezca para todos, para nuestros caídos en el avión de Barbados, para los miles de desaparecidos, para los miles de torturados, para los miles de asesinados, para Orlando Letelier, para Ronnie Moffit, para Carlos Muñiz Varela y para otros cubanos que enfrentando allá adentro, en las entrañas del monstruo que decía Martí, a estos terroristas, pagaron con sus vidas su amor a la libertad, a la verdad y a la justicia.
Muchas gracias.