Traducido para Rebelión por Loles Oliván
Bashar al-Assad ha dado una «entrevista en exclusiva» al diario británico Sunday Telegraph, la primera a un medio occidental desde que comenzara la revolución en Siria. Irónicamente, tuvo lugar poco antes de más de que más de 40 miembros de la seguridad encubiertos fueran asesinados el viernes y mientras la Liga Árabe esperaba una respuesta del presidente de Siria a su iniciativa para resolver la crisis actual.
En la entrevista se abordaban algunos aspectos de la crisis, incluyendo algunas sugerencias para una resolución, ciertas justificaciones aparentes de los asesinatos, e incluso veladas amenazas hacia Occidente. En ella, al-Assad distorsionó la realidad y mostró un obstinado desafío.
A pesar de que el levantamiento de Siria cuenta con gente de todo el espectro de la sociedad, al-Assad lo reduce a una «lucha entre islamismo y pan-arabismo (laicismo)»; aparentemente, «hemos combatido a los Hermanos Musulmanes desde los años 50 y todavía los seguimos combatiendo».
¿El conflicto actual en Siria es realmente como el presidente lo describe? ¿Las protestas no pillaron también por sorpresa a los Hermanos Musulmanes al igual que a los otros pilares de la oposición? Aunque se esperaba que siguieran protestas tras lo de Túnez y Egipto, cuando se iniciaron aún se produjo cierto choque. ¿El pueblo de Siria se levantó a causa de reivindicaciones ideológicas o porque aspira a la libertad y a la justicia?
Es cierto que desde entonces los islamistas han movilizado a la oposición hasta cierto punto pero ello no es otra cosa que una expresión de la identidad principal de la sociedad siria. Ello es así en todos los países árabes que experimentan un despertar islámico. En resumen, los ciudadanos están exigiendo un Estado libre, justicia y dignidad.
La realidad, por lo tanto, no es que el régimen de al-Assad esté combatiendo a los Hermanos Musulmanes; está luchando contra la inmensa mayoría del pueblo sirio. Si algunos sectores de la sociedad siria aún son todavía reticentes a participar en la revolución, su reticencia no debe interpretarse como de apoyo al régimen, ni siquiera como miedo al futuro, tal y como Muhammad Haikal ha explicado la ausencia en las protestas de gente de Halab [Alepo] y Damasco. La verdadera interpretación se refiere fundamentalmente al todavía poderoso control de las fuerzas de seguridad y a los continuos asesinatos, a las detenciones y a los despliegues del ejército. Si las autoridades sirias permitieran durante una semana manifestaciones con garantías internacionales de la seguridad de los participantes, veríamos a millones de sirios en las calles y en las plazas del centro de la capital y en otras ciudades importantes, no sólo en los pueblos y en las ciudades pequeñas.
Según Bashar al-Assad, Siria no es Yemen, ni Túnez, ni Egipto: «La historia es diferente y las realidades políticas son diferentes», afirma. ¿Qué diferencias hay? ¿No es la corrupción de Siria la misma que forzó a la gente a salir la calle? ¿No es la represión de Damasco aún peor que la represión en Sana, Túnez y El Cairo? ¿No ha sido heredada la presidencia de Siria, mientras que tales ambiciones dinásticas estaban aún en fase de proyecto en esos otros países?
Las «reformas» de al-Assad no se han dejado sentir en las calles de Siria; todos los regímenes que han caído en la primavera árabe habían prometido reformas, pero ello no les hizo ningún bien cuando les llegó la crisis. Su teoría de que los asesinatos ocurren donde y cuando los ejércitos hacen frente a manifestantes civiles es un repugnante intento de justificar lo inaceptable; los asesinatos, las torturas y las detenciones se llevan a cabo para intimidar y disuadir a la gente de tomar las calles por sus derechos humanos básicos.
Lo que resulta más sorprendente en la entrevista de al-Assad en el Telegraph es el mensaje que quería enviar a Occidente. Repitió lo que su primo Rami Majluf declaró a The New York Times hace unos meses; sus palabras iban dirigidas más que a nadie a los israelíes: «En estos momentos, Siria es el epicentro de esta región», afirmó. «Es la falla geológica, y si se juega con el terreno se producirá un terremoto… ¿Quieren ver otro Afganistán o decenas de Afganistanes?» Al-Assad agregó que «cualquier problema en Siria encenderá toda la región. Si el plan es dividir Siria, ello dividirá a toda la región».
El mensaje está claro. La resistencia, y la violencia de régimen como respuesta, va a continuar, y el caos resultante afectará a los intereses israelíes y occidentales. ¿De verdad quiere Occidente empantanarse otra vez como en Afganistán, incluso más cerca de casa, en Oriente Próximo?
¿Qué dicen los defensores del régimen de al-Assad? ¿Realmente creen que él es la primera línea de defensa de los árabes en la confrontación con los israelíes y Occidente? ¿O está haciendo alarmismo cuando advierte sobre la alternativa a su dictadura?
Libertad para el pueblo de Siria no se identifica con guerra civil, partición del país o caos. Por el contrario, cuando la gente sea capaz de determinar sus propios asuntos, ello también determinará cómo se relacionan con amigos y enemigos por igual en interés del pueblo de Siria, no del de sus enemigos.
Bashar al-Assad está buscando una estrategia de salida bastante displicente pero su destino final será el mismo que el de los demás, ya sea en un mes o en un año. No tiene ninguna legitimidad como dirigente; debe reconocerlo y poner punto y final a este asunto lo más pronto posible.