Traducido por Caty R.
Está claro que los sangrientos sucesos del domingo 27 de enero de 2008 en el sur de Beirut (que todavía no se ha recuperado de la agresión israelí de julio de 2006), son efectos directos de la tensión política, social y económica debida a la crisis que causa estragos desde hace año y medio, es decir, como consecuencia de la agresión israelí a Líbano.
En el terreno político, las acusaciones entre la mayoría del gobierno y la oposición han envenenado la situación hasta tal punto que el altercado más pequeño degenera rápidamente en un choque de carácter confesional y provoca el riesgo de destrozar la paz civil, muy frágil, a causa de la parálisis que afecta a todas las instituciones del poder.
Esta parálisis tuvo repercusiones muy negativas en la situación económica y se tradujo en quiebras de empresas, despidos y, sobre todo, una escalada de los precios: el 7,5% en el último trimestre de 2007 y el 37,4% desde la guerra israelí de julio de 2006.
A esto se añade el mal funcionamiento de los servicios básicos, la electricidad y el agua en primer lugar. Para poner un ejemplo concreto, digamos que excepto la ciudad (administrativa) de Beirut, donde los cortes de la corriente son de tres horas cada 21, Líbano (que gastó 10.000 millones de dólares para restaurar sus centrales y sus redes eléctricas) vive casi a oscuras y actualmente con un frío excepcional; y los libaneses están obligados a vivir entre tinieblas y helados, ya que sólo tienen corriente durante algunas horas, o bien pagar un precio exorbitante para tener su casa conectada a un generador privado, 50 dólares o más; lo que significa la cuarta parte del salario mínimo, congelado desde hace 10 años, que no supera las 300.000 libras libanesas (200 dólares). Con estos sueldos tiene que «vivir» el 33% de las familias de Líbano.
Además, el gobierno actual (o lo que queda de él), está presionado para cumplir los acuerdos contratados con los «donantes» (como Estados Unidos, Francia y otras potencias occidentales) en la tercera Conferencia de París hace un poco menos de un año, y ha decidido pisar el acelerador con las privatizaciones de la electricidad, el agua y el teléfono móvil; lo que explica su desinterés para buscar soluciones a los problemas que viven grandes sectores de la población. Muy al contrario, los «expertos» del gobierno ya han elaborado un plan para privatizar el servicio de telefonía móvil al que ciertos economistas llaman «el oro negro libanés», ya que proporciona ingresos que superan los 100 millones de dólares al mes y que podría dar mucho más si se mejorase el servicio.
Esta situación de crisis generalizada tiene hundido en el agobio a un país destruido por la guerra civil y las agresiones israelíes, un país endeudado hasta el cuello (40.000 millones de dólares) en el que el gobierno siempre contrae deudas cuyos tipos de interés superan el 11% (y que además está preparando una nueva deuda de 650 millones de euros con el fin de pagar los intereses y los vencimientos, el próximo mes de marzo, de la deuda existente).
Y son los jóvenes quienes más sufren esta situación. Por eso han salido a las calles en varias ocasiones. Lo que quiere decir que no es la primera vez que han intentado cortar una calle o quemar neumáticos, aunque algunos piensan que la manifestación del domingo por la tarde estaba relacionada con la celebración de la conferencia de la Liga árabe en El Cairo para explicar «su iniciativa» frente a la situación libanesa y sus proposiciones en cuanto a la solución de la crisis política que vive este país.
Hay que decir que el domingo el apagón eléctrico, al contrario de lo que mantiene el EDL, fue casi continuo en el sur y en los barrios de los alrededores de la capital. Los jóvenes, pues, bajaron a la calle Chiah y a la vieja carretera del aeropuerto y cortaron las vías con neumáticos ardiendo.
El ejército intervino para dispersarlos. Durante ese tiempo estallaron disparos, procedentes de la calle y de ciertos edificios que dominan la zona, que mataron a dos manifestantes e hirieron a una decena de ellos.
Enseguida, el movimiento se reforzó y la mancha de aceite se extendió, primero a los barrios del sur, luego a todo Beirut, después al sur del país y a Bekaa, hacia el norte. Los asesinos también extendieron su misión mortífera y las descargas de los fusiles contra los manifestantes desarmados han causado 9 muertos y más de 50 heridos. Todos los muertos y la mayoría de los heridos tenían las heridas en la cabeza, en el cuello y en el pecho, lo que significa que los que disparaban tiraban a matar.
Si se habla actualmente de la presencia de francotiradores, de asesinos «desconocidos» emboscados en las azoteas; si el ejército libanés declaró que había realizado pesquisas en el barrio de Ain-Remmaneh (conocido porque es el barrio donde estalló la guerra civil en 1975) y se ha detenido a personas por medio de fotografías que se tomaron durante los enfrentamientos, está clara la responsabilidad del gobierno (o lo que queda de él) y del ejército frente a las familias de los muertos; y también frente a todos los libaneses, que vivieron el horror de la guerra civil, y les han hecho evocar, con los nombres de Chiah y Ain-Remmaneh, la línea divisoria que los mantuvo separados durante más de quince años.
Texto original en francés: http://www.aloufok.net/article.php3?id_article=4401
Marie Nassif-Debs nació en Trípoli (Líbano). Es periodista, escritora, feminista y sindicalista. Milita en la «Rencontre nationale pour l’élimination de toute forme de discrimination contre la femme» y forma parte del buró político del Partido Comunista Libanés (PCL).
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y la fuente.