El Festival de Cine y Derechos Humanos de Donosti nos ofrece todos los años una variada muestra de películas sobre las violaciones de derechos humanos en diferentes países; este año se ha celebrado del 19 al 26 de Abril http://www.cineyderechoshumanos.com/2013/index.php, siendo uno de los escasos espacios en los que las víctimas -que no disponen normalmente […]
El Festival de Cine y Derechos Humanos de Donosti nos ofrece todos los años una variada muestra de películas sobre las violaciones de derechos humanos en diferentes países; este año se ha celebrado del 19 al 26 de Abril http://www.cineyderechoshumanos.com/2013/index.php, siendo uno de los escasos espacios en los que las víctimas -que no disponen normalmente de poder ni de medios para ello- pueden contar su historia, en lugar de que sean los agresores, u otros, quienes hablen en su nombre.
Sin embargo, este noble objetivo parece olvidarse cuando las víctimas son palestinas. También en este festival reciben un tratamiento diferente al resto e ilógico, pues se les niega el derecho a ser reconocidas como las víctimas y contarnos su relato. Israel no solo le ha robado a la población Palestina la tierra y el agua, también le usurpa su historia y su cultura y le impide contar y difundir su versión, sustituida por la perspectiva sionista.
Hasta ahora no hemos podido escuchar a las víctimas palestinas porque el cine palestino no ha tenido acceso a este festival, mientras que Israel ha estado sobrerrepresentado y se presenta también como víctima a pesar de sus violaciones continuadas, -e impunes,- de la legalidad internacional y los derechos humanos, denunciadas por organismos y tribunales internacionales. A pesar de tantas evidencias documentadas, contra toda lógica y un mínimo sentido de la justicia, el estado de Israel no es considerado el agresor, no sufre sanciones, no se le aplica la justicia internacional, y encima es premiado con convenios de colaboración, participando en competiciones deportivas europeas y siendo siempre bien recibido en los festivales de cine europeos, incluido este.
Al ignorar el cine palestino y promocionar el cine israelí se contribuye indirectamente a la política cultural del estado sionista de Israel ya que uno de sus objetivos básicos es la negación de la cultura Palestina.
La ausencia de voces palestinas en el recorrido del festival y la desproporción es evidente. Desde el inicio de este Festival en 2003, se han proyectado 16 películas israelíes, y un solo y breve corto palestino (16 minutos). Es decir, quien nos habla sobre «el conflicto», quien nos cuenta su versión sobre los hechos, es Israel, y,-consciente del poder de transmisión del cine-, lo utiliza para crear una imagen positiva de sí mismo, -alejada de los crímenes que habitualmente comete- y añadiendo una deshumanización de los palestinos, mostrándolos como violentos, atrasados y terroristas. Israel dedica gran cantidad de recursos de todo tipo para promocionar las películas, propias o extranjeras, que reflejan su visión del «conflicto» evitando al mismo tiempo que Palestina nos cuente su versión. Combina destrucción, prohibiciones y obstáculos para impedir la creación de una industria de cine palestina junto con presiones para evitar la difusión tanto del cine palestino que a pesar de todo se logra realizar, como de aquellas películas que denuncian la realidad de la ocupación y muestran claramente el papel de Israel como agresor y el de Palestina como víctima.
Una vez más, en esta décima edición del Festival se ha hablado en nombre de las víctimas palestinas, -sin contar con ellas ni respetarlas- con la proyección de la película: «Un cerdo en Gaza». Si bien, cuando por fin se proyecta por primera vez una película sobre Gaza, no se opta por contar la historia desde el punto de vista palestino, proyectando por ejemplo el documental reciente sobre Gaza (Lágrimas de Gaza) de Vibeke Løkkeberg, que cumple todos los requisitos para participar en el festival y en el que el protagonismo y las voces son palestinas, así como todo el material utilizado, aunque la directora sea noruega.
En lugar de ello, la dirección del festival nos presenta «Un cerdo en Gaza», película recomendada por la casa Sefarad-Israel, rodada en Malta por un director uruguayo que afirma «no tomar partido y repartir responsabilidades», y protagonizada por un actor israelí.
¿Es posible no tomar partido cuando Israel es el único responsable de la miseria que sufren al ejercer un castigo colectivo brutal sobre la población de Gaza, imponiendo un bloqueo ilegal e inhumano, impidiéndoles cultivar y pescar, destruyendo todas las infraestructuras, contaminando la tierra y el agua y disparando y asesinando de forma continuada? Nada de eso vemos en la película.
No es creíble que aparezcan los pescadores compitiendo entre ellos en lugar de mostrar los ataques diarios de la armada israelí contra sus barcas y sus vidas.
Es poco serio que nos muestre el «rostro humano «de los soldados de un ejército que ha matado, y sigue matando a miles de palestinos, con un alta proporción de mujeres y niños, mientras nos presenta una policía Palestina corrupta y con escasas luces.
Todo lo relacionado con el ataque suicida que muestran es una caricatura y esta tratado con una falta absoluta de respeto a la población de Gaza. Además llama la atención que incluyan un atentado suicida, -cuando hace años que no se producen por decisión de los palestinos-, y sin embargo no muestre nada de lo que si continua por parte de Israel: bombardeos, asesinatos selectivos con misiles etc.
No entendemos muy bien por que se ha incluido esta película en un festival de derechos humanos.
Tampoco entendemos por que se habla de «dos bandos enfrentados» en la presentación cuando lo que ocurre en Gaza,- y no vemos en esta película- es que uno de los ejércitos mas poderosos del mundo, con armamento nuclear incluido, ataca a un pueblo sin ejército a quien se le niega incluso el derecho a defenderse. Bombardear Gaza es «un acto de defensa» de Israel. Lanzar un cohete artesanal es «terrorismo».
Cuando se ocupa un país y se intenta por todos los medios expulsar definitivamente a sus habitantes nativos para crear el Gran Israel, cuando la desproporción entre ambas partes, en medios, poder, ayudas y nivel de agresión es tan grande, no estamos ante un conflicto sino ante un acto continuado de violencia. Por ello, la solución no vendrá de «buscar el entendimiento o, eliminar prejuicios» sino de obligar al agresor a que cumpla la ley y exigirle responsabilidades.
Para obligar a Israel a cumplir con la legalidad internacional y respetar los derechos humanos, organizaciones palestinas crearon en el año 2005 la campaña BDS, campaña que apoyamos totalmente. Por tanto solicitamos que el festival ponga fin a toda colaboración con instituciones culturales que apoyan la ocupación y que cancele las películas israelíes o de otros lugares que transmitan la ideología sionista, -es decir, la del agresor-, promocionando en su lugar el cine palestino, la voz de las víctimas.
Llama la atención que preocupe tanto el llamado al boicot al Estado de Israel y sin embargo no exista en la práctica ninguna oposición al boicot sobre la cultura Palestina, -y en concreto, sobre el cine palestino- que Israel viene ejerciendo desde hace 65 años. Ni siquiera se percibe como tal e indirectamente se está colaborando en su aplicación.
Hay quien considera que el boicot cultural es un ataque contra la libertad de expresión. Pero la alternativa es la complicidad en el uso de la cultura que potencia un estado de apartheid, así como en la privación de la libertad de expresión para la población Palestina.
En estas condiciones, cuando se pretende ser neutral, de hecho se está apoyando al agresor. Un festival de derechos humanos debería apoyar totalmente a Palestina por ser la víctima. Esperamos que compensen la ausencia del cine palestino hasta ahora en las próximas ediciones y para ello pueden contar con nuestra total colaboración.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.