La existencia misma de las instituciones republicanas, Gobierno, Diputación Permanente de las Cortes, junto con los partidos políticos y las organizaciones creadas para la ayuda a los exiliados hacían de la victoria fascista, una victoria incompleta y pendiente de la evolución que llevara la II Guerra Mundial en la que se confiaba en la derrota […]
La existencia misma de las instituciones republicanas, Gobierno, Diputación Permanente de las Cortes, junto con los partidos políticos y las organizaciones creadas para la ayuda a los exiliados hacían de la victoria fascista, una victoria incompleta y pendiente de la evolución que llevara la II Guerra Mundial en la que se confiaba en la derrota del franquismo si las potencias occidentales lograban vencer al nazismo alemán y al fascismo italiano que habían contribuido a la victoria franquista.
Así, para organizar esas instituciones, tras el pronunciamiento de Casado en el que se produjo una brecha insalvable con los comunistas, el Consejo de Defensa tampoco consiguió frenar las represalias franquistas, cebándose con políticos, sindicalistas, profesores e intelectuales, pero, sobre todo y especialmente con campesinos sin tierra y jornaleros.
Esta violencia sin límites sumaba a los 90.000 fusilados frente populistas durante la guerra a otros 60.000 más, una vez finalizada ésta. También evidenciaba la brutal represión, el hecho de que hubiese 300.000 presos políticos en 1939 y cerca de 500.000 exiliados.
Desde el principio de la sublevación la violencia fue extrema y el objetivo era el exterminio del enemigo.
Queipo de Llano en una de sus alocuciones radiofónicas:
«Nuestros valientes Legionarios y Regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombre de verdad. Y, a la vez, a sus mujeres. Esto es totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen y pataleen.
Mañana vamos a tomar Peñaflor. Vayan las mujeres de los «rojos» preparando sus mantones de luto.
Estamos decididos a aplicar la ley con firmeza inexorable: ¡Morón, Utrera, Puente Genil, Castro del Río, id preparando sepulturas! Yo os autorizo a matar como a un perro a cualquiera que se atreva a ejercer coacción ante vosotros; que, si lo hiciereis así, quedaréis exentos de toda responsabilidad». Queipo de Llano.
El número de asesinatos directos cometidos por el «terror blanco» en retaguardia durante la guerra fue de unos 90.000 muertos pertenecientes a los defensores de la República. Al terminar la guerra, la represión siguió en la misma línea, fusilando a otras 60.000 personas afines al frente popular sin el más mínimo derecho a la defensa. Provincias como Sevilla, Córdoba, Badajoz o Zaragoza fueron especialmente castigadas por esa brutal represión, aunque ninguna parte del territorio nacional quedaría exenta de la violencia franquista.
«Claro que los fusilamos. ¿Qué esperaba? ¿Suponía que iba a llevar CUATRO MIL rojos conmigo mientras mi columna avanzaba contrarreloj? ¿Suponía que iba a dejarles sueltos a mi espalda y dejar que volvieran a edificar una Badajoz roja?» Juan Yagüe Blanco
A la gigantesca magnitud de los asesinatos directos habría que sumarle la más subjetiva cifra de muertos, en este caso, difícil de estimar, teniendo en cuenta la extensión de la miseria por todo el territorio nacional y la persecución y exclusión social de todos aquellos que fueran simpatizantes o familiares de éstos de la República. En sus municipios no se les daba trabajo y eran sometidos a tremendas humillaciones, además de sufrir el hambre y todo tipo de enfermedades. Nada más que por culpa de la tuberculosis, murieron entre 1942 y 1945 unas 78.000 personas. El número de muertos es imposible de calcular con criterios objetivos, aunque es fácil comprender la magnitud de la represión franquista atendiendo a la persecución sufrida por los perdedores de la Guerra Civil.
Desde el inicio de la contienda y especialmente desde 1937 en el que los rebeldes tomaron el norte y hasta la caída de Cataluña llegaron a ser 500.000 exiliados a través de la frontera francesa, aunque parte de ellos volvieron de forma gradual a España, también huyeron de la represión durante la década de los cuarenta unos 35.000 españoles. Por otra parte, el número de presos que se acumulaban en las cárceles y campos de concentración franquistas al final de la contienda ascendían a 300.000 republicanos en cárceles y otros 137.000 en campos de concentración, especialmente trabajadores y jornaleros del campo. Estas cifras variaron a lo largo de la guerra y especialmente en posguerra evolucionando durante los años cuarenta hasta llegar a la práctica desaparición en 1952, aunque a la altura de 1956 todavía había una población reclusa por causas relacionadas con la Guerra Civil de unas 20.000 personas, muchos de ellos trabajando para empresas privadas y en construcciones públicas para redimir sus condenas.
Aún así y una vez reconocido el régimen por la mayoría de países, se intentó continuar con las instituciones republicanas en el exilio, aunque el presidente legítimo Manuel Azaña dimitió nada más reconocer Francia e Inglaterra el nuevo régimen, siendo acusado por Negrín de traición. El Presidente de las Cortes, Martínez Barrio se negó también a asumir la Jefatura del Estado, siendo Negrín quien asumiera la responsabilidad aún con la oposición de los partidos republicanos y de parte del PSOE, aunque con el apoyo del PCE.
No ocurrió lo mismo con la creación del Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles (SERE) en la que en principio participaron todos los grupos políticos y que no pasó de ser una institución burocratizada que corría con los gastos de los altos cargos y en mucha menor proporción en la ayuda a los desplazados. Sin embargo, sí que sirvió para mantener internacionalmente la ilegitimidad del régimen franquista.
La naturaleza del primer franquismo fue la del partido único FET de las JONS (El Movimiento) y el alineamiento con las potencias centrales del EJE que le habían ayudado a conseguir la victoria en la Guerra Civil. Esa política de no beligerancia en la II Guerra Mundial y alineación con los fascismos duró mientras los avances alemanes les fueron favorables en la guerra y se mantuvo una actitud clara de simbología fascista en el interior y en el exterior a través de Serrano Suñer. Sin embargo, según cambiaba la suerte de la contienda y avanzaban posiciones los aliados, el primer franquismo va a mutar y va a aparecer cara al exterior una nueva imagen que proyectar, desde el cambio de no beligerante a neutral y especialmente desde el termino de la contienda en 1945 en el que el régimen va a quedar aislado internacionalmente hasta aproximadamente 1953 en el que la Iglesia Católica a través de Acción Católica y Nacional de Propagandistas actuará como pantalla del régimen hasta 1959 y el Plan de Estabilización. El curso de la guerra va a cambiar desde el verano de 1941 en el que el ejército rojo se recompone y comienza a avanzar y especialmente a partir de diciembre y durante el 1942 en el que las derrotas alemanas van a inclinar definitivamente la guerra. En el verano de 1942, el atentado de Begoña fue aprovechado por Franco para desbancar a los falangistas del poder y cesar a Serrano Suñer como ministro de exteriores.
El máximo representante del intento de fascistización del régimen fue Serrano Suñer, dirigente del partido y Ministro de Gobernación y de Exteriores, especialmente en 1940 y hasta 1942 en el que comienza el viraje del régimen con la destitución de Serrano Suñer y el enmascaramiento de la ideología fascista debido a los progresos de los aliados en la II Guerra Mundial.
Realmente, el falangismo nunca ejerció como único mando, sino que estuvo supeditado a los intereses y al arbitraje del Jefe de Estado, el generalísimo Franco que no se vio obligado por las pretensiones del partido, aunque mantuvo su simbología oficial y se tuvo la pretensión del encuadramiento masivo en FET de la población a través de secciones como el Frente de Juventudes, la Sección Femenina, etc., y se le dio la facultad de organizar el sindicalismo.
El funcionamiento de las primeras organizaciones de ayuda a los refugiados estaría marcado por la diferencia de criterios en la asignación de los fondos entre el presidente del Gobierno, Juan Negrín e Indalecio Prieto. El primero pretendía mantener los fondos para el regreso a España de las instituciones, mientras que Prieto era partidario de que fuesen asignadas a los exiliados que eran los que peor lo estaban pasando. Además de los distintos puntos de vista que ofrecían en ese aspecto, existía un enfrentamiento personal entre los dos líderes.
Las primeras plataformas unitarias antifranquistas en el exilio estuvieron marcadas por las disputas entre partidos e incluso personales. En primer lugar, a finales del 39, apareció Alianza Democrática Española (ADE) de carácter moderado y cercana al gobierno del Reino Unido, mientras que poco más tarde, en 1940, se formaba en México una plataforma claramente republicana, formada por Unión Republicana, Partido Republicano Federal e Izquierda Republicana, teniendo a Martínez Barrio como líder que una vez llegó a México no dudó en presentarse como Presidente de las Cortes y de la República y marginado a los socialistas.
No tardaría en aparecer una nueva plataforma, conmemorando la victoria del frente popular a la altura de 1942 se constituye Unión Democrática Española (UDE) que reúne al PCE, PSOE, UGT, PSUC, Partido Federal y Unidad Republicana Española y no duraría mucho, ya que las diferencias entre los intereses de Negrín y de los comunistas volvían a distanciarse, poniéndose estos últimos al servicio de la URSS.
En Francia, en el verano de 1942 se constituyó Unión Nacional Española (UNE) dirigida y formada por comunistas que actuaría en el sur de Francia, enviaría cuadros de mando clandestinos a España para organizar una insurrección nacional y formaron guerrillas, llegando a invadir con tres mil guerrilleros el Valle de Arán en 1944.
A partir del cambio de signo en las operaciones desde 1943 a favor de los aliados, se redobló el esfuerzo en la creación de plataformas unitarias contra el franquismo, creando la más importante de todas en la que los partidos van a superar sus diferencias en defensa de las instituciones republicanas. Martínez Barrio sería su presidente, teniendo como secretario a Indalecio Prieto. Se crearon delegaciones en todos los países americanos y en algunos europeos, llevando a cabo una gran actividad y consiguiendo su mayor éxito en la conferencia inaugural de la ONU remarcando el carácter fascista del régimen y consiguiendo la exclusión de Naciones Unidas. Tras los éxitos obtenidos, el 1 de agosto de 1945 se convocaron Cortes y se restablecieron las instituciones republicanas con la formación del Gobierno Giral.
De todos modos, los éxitos hay que tomarlos con moderación, tanto EEUU como Reino Unido se desentendieron de la causa republicana española y Churchill fue más allá sintiéndose comprensivo con la dictadura franquista, aunque el jarro de agua fría a las instituciones y plataformas antifranquistas en el exilio, llegaría en 1950 con la retirada de la resolución condenatoria a la España de Franco por parte de la ONU y la vuelta de los embajadores y restablecimiento de las relaciones internacionales debido, principalmente al cambio político internacional y la aparición de dos bloques militares y de la guerra fría en la que Franco podía ser un aliado provechoso debido a su marcado anticomunismo, pero sobre todo, por la situación geoestratégica de nuestro país.
La resistencia armada comenzó con el inicio de la Guerra Civil y continuó en la postguerra para defenderse de la represión franquista, pero fue a mediados de los 40 cuando arreció la acción guerrillera, especialmente de manos del PCE y con la acción de mayor transcendencia que fue la invasión del Valle de Arán que obligaría a Franco a reforzar la zona de los Pirineos con más de 100.000 soldados.
Los distintos grupos políticos y sindicatos tuvieron sus propias guerrillas más o menos afines y las defendieron y ayudaron hasta que a principios de los cincuenta las organizaciones antifranquistas, al menos, públicamente, abandonaban progresivamente el apoyo a la resistencia armada.
A los 25 años de finalizada la guerra, podía darse por concluida la resistencia guerrillera con la escalofriante cifra de 25.000 a 30.000 represaliados a los que habría que sumar los huidos de España, unos 35.000, más unos 10.000 detenidos por la policía.
Los partidos políticos, a partir de principios de los cincuenta, apostaron por abandonar la resistencia armada e intentar infiltrar agentes dentro de las instituciones franquistas.
Distintos grupos favorecieron también la violencia urbana mediante atentados terroristas, como el FRAP, el MIL y la propia ETA.
Para finalizar, el trágico balance de la represión franquista es difícil de valorar. Distintos autores han tratado de obtener los datos objetivos de esa brutal represión, poniendo el acento en el número de víctimas sin atender demasiado a multitud de cuestiones colaterales de difícil valoración.
Aún así, los datos objetivos son lo suficientemente dramáticos como para hacernos una idea de la amplitud de una represión generalizada que pretendía exterminar de raíz a las ideologías liberal, marxista, etc., y con los métodos democráticos por considerarlos contrarios a la forma de ser de los españoles.
José Luis Romero es militar del Ejército de Tierra, profesor universitario, miembro del colectivo Anemoi y de la Asoc. ACMYR.
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