Traducido del inglés para Rebelión por J. M.
Londres.- Los sionistas liberales están en una encrucijada. La tradición original de combinar el sionismo y el liberalismo, que significaba poner fin a la ocupación de Cisjordania y Gaza, el apoyo a un Estado palestino, así como un Estado judío con una mayoría judía permanente, y sostener a Israel cuando era amenazado, tenían sus buenas intenciones. Pero todo en lo que el sionismo liberal se destacaba está en duda.
La decisión del primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, de lanzar una campaña militar contra Hamás en Gaza ha costado la vida, hasta la fecha, de 64 soldados y tres civiles en el lado israelí y cerca de 2.000 palestinos, la mayoría civiles.
«Nunca se sienten más desgarrados los sionistas liberales que cuando Israel está en guerra», escribió, para The New York Review of Books el mes pasado Jonathan Freedland, editor de opinión de The Guardian y dirigente británico liberal sionista. No está solo. Columnistas como Jonathan Chait, Roger Cohen y Thomas L. Friedman también han abordado el tema en las últimas semanas diciendo que lo que Israel está haciendo no puede conciliarse con su humanismo.
Soldados israelíes en tanques Merkava se reúnen cerca de la frontera con la Franja de Gaza. Pressphoto Agency Sultan Europea
Pero no se trata sólo de Gaza y el último episodio de «conmoción y pavor» militarista. El ideal sionista romántico que los liberales judíos -yo fui uno- suscribieron por tantas décadas, se ha visto empañado por la realidad del moderno Israel. Los ataques a la libertad de expresión de las organizaciones y a los derechos humanos en Israel, la apropiación de tierras palestinas por parte del movimiento de los colonos, el creciente racismo antiárabe y contra los inmigrantes, la política extremista y una poderosa derecha religiosa e intolerante, es un combinación que ha empujado a los sionistas liberales al borde del abismo.
En los Estados Unidos, la crítica mordaz e incisiva de las políticas israelíes hechas por comentaristas como Peter Beinart, una de las voces más elocuentes y prolíficas del sionismo liberal, es ahora común. Pero los críticos van solamente hasta lo posible para evitar dar margen a los antisemitas, que utilizan la crisis como cobertura para expresar abiertamente el odio a los judíos.
En el pasado, los sionistas liberales en la diáspora encontraron aliados naturales entre los partidos de izquierda y laicos-liberales en Israel, como el partido Laborista, Meretz y Shinui. Pero la izquierda política de Israel está ahora en estado de coma. Golpeada por Menachem Begin en las elecciones nacionales de 1977, revivió brevemente con Yitzhak Rabin y las esperanzas engendradas por los Acuerdos de Oslo de 1993. Pero después de haberse aferrado al proceso de Oslo hasta mucho después de su fecha de caducidad, la izquierda parlamentaria en Israel se ha vuelto insignificante.
La política de la diáspora judía también ha cambiado. En la década de 1960, cuando yo era un joven sionista entusiasta en Inglaterra, que planeaba establecerse en un kibutz en Israel, algunas organizaciones tenían nombres prácticamente idénticos a los partidos políticos israelíes. Esta identificación sólo duró el tiempo que las instituciones que prevalecieron en Israel reflejaban para los judíos de la diáspora un punto de vista sionista liberal.
Hoy las organizaciones de la diáspora dominantes, como el Comité Estadounidense-Israelí de Asuntos Públicos, el Comité Judío Americano y la Liga Anti-Difamación, así como una serie de líderes de la comunidad en gran parte autodesignados, han oscilado hacia la derecha, y hacen de la solidaridad incondicional a Israel la piedra fundamental de la identidad judía, a pesar de que la opinión judía mayoritaria de ninguna manera es agresiva.
Aunque exprimidos por una derecha más vociferante y arraigada, los sionistas liberales no se han dado por vencidos. Encontraron la manera de presionar hacia atrás, insistiendo en que su sionismo de dos estados tendió la única esperanza para acabar con el conflicto y crearon organizaciones para promover su punto de vista. J Street en Estados Unidos y en Gran Bretaña Yachad, fundados en 2008 y 2011 respectivamente, se describen como «pro Israel y pro paz» y han atraído a un número significativo de personas que buscan un compromiso más crítico con Israel.
Me convertí en ciudadano israelí en 1970 y todavía lo soy. Trabajé en la comunidad judía en la investigación y las capacidades filantrópicas durante 30 años, sirviendo los intereses de los judíos de todo el mundo. Pero en la década de 1980, empecé a reconsiderar mi relación con Israel y el sionismo. Tan recientemente como en 2007, al tiempo que dirigía el Instituto con sede en Londres para la Investigación Política Judía, un think tank independiente, seguía pensando que el sionismo liberal tenía un papel que desempeñar. Yo creía que al alentar a los judíos de la diáspora a expresar públicamente sus reservas sobre la política israelí, el sionismo liberal podría influir en el Gobierno israelí para cambiar sus políticas hacia los palestinos.
Todavía entendía el sueño de Israel como una causa moral y justa, pero lo juzgué anacrónico. Cualquier sionismo a esta altura es xenófobo y excluyente, un etno-nacionalismo judío inspirado por el mesianismo religioso. Se está llevando a cabo un proyecto ilimitado de autorrealización nacional que debe lograrse mediante la colonización y la purificación de la tribu.
Esta mentalidad bloquea cualquier posibilidad de que Israel pueda convertirse en un Estado liberal democrático de pleno derecho, de ofrecer a los palestinos un camino a la autodeterminación nacional, no hay justicia para su expulsión en 1948, así como tampoco para la ocupación y la negación de sus derechos. Llegué a la idea de que el sionismo liberal podría revertirse o incluso sólo moderarse y considerar esta ofensiva nacionalista fantasiosa.
Utilicé mi posición en el grupo de reflexión para generar preguntas acerca del camino político de Israel y para iniciar un debate a nivel comunitario sobre estos temas. ¿Ingenuo? Probablemente. Fui vilipendiado por el establishment judío de derecha, etiquetado como «judío que se odia a sí mismo» y sufrí convocatorias públicas para expulsarme. Esto acaba de confirmar lo que ya sabía acerca de la miopía de los líderes judíos y la intolerancia de muchos activistas sionistas británicos.
Hoy ni la destrucción causada en Gaza ni las payasadas vergonzosas de las fuerzas antidemocráticas que están marcando la agenda política de Israel han producido un cambio decisivo en la opinión de la diáspora judía. Los asediados sionistas liberales todavía luchan por conciliar su liberalismo con su sionismo, pero están cada vez más bajo la presión de los grupos de disidentes judíos de izquierda, como Jewish Voice for Peace, Judios por la Justicia para los palestinos y Voces Judías Independientes.
Junto con muchos expertos, la mayoría de los grupos disidentes han pensado durante mucho tiempo que la solución de dos estados estaba muerta. El fracaso de las conversaciones de paz que negoció el secretario de Estado de EE.UU. John Kerry, no fue una sorpresa. Luego, el 11 de julio, Netanyahu rechazó definitivamente cualquier posibilidad de establecer un Estado palestino independiente. El conflicto de Gaza implica, dijo, que «no puede haber una situación, en virtud de cualquier acuerdo, por la cual abandonamos el control de la seguridad del territorio al oeste del río Jordán» (es decir, Cisjordania).
Los sionista liberales deben afrontar ahora la realidad que los disidentes han reconocido desde hace años: Ya existe un solo Estado de facto. En él los derechos de judíos están garantizados mientras que los derechos de los palestinos se ven reducidos. Dado que los sionistas liberales no pueden tolerar cualquier otra cosa que no sea la solución de dos estados, esta situación les deja en la estacada.
Los sionistas liberales creen que las críticas de los judíos a las políticas israelíes es inaceptable sin amor por Israel. Se abrazan a Israel como Estado judío. Para que siga siendo así insisten en que debe tener una mayoría judía a perpetuidad. Sin embargo lograr esto implica, inevitablemente, las políticas de exclusión y discriminación.
Están convencidos de que Israel puede ser a la vez judío y democrático, pero no explican cómo conciliar la autoridad suprema de Dios con el poder soberano del pueblo. Mientras tanto, los árbitros autodesignados de lo que es ser judío en el Estado judío, los sionistas religiosos extremoistas y los ultraortodoxos, con la complicidad de los racistas judíos de la Knesset como Ayelet Shaked, un miembro de Jewish Home Party que recientemente calificó a las madres palestinas de «serpientes» a las que hay que asesinar, están destrozando la democracia cada día más. Particularmente impactantes son las detenciones masivas -cerca de 500 desde el comienzo de julio– de los ciudadanos árabes palestinos de Israel por protestar pacíficamente y las sanciones contra los estudiantes árabes en las universidades por enviar mensajes pro Gaza en las redes sociales.
Empujado a los márgenes políticos en Israel y cada vez más irrelevante en la diáspora, el sionismo liberal no sólo carece de contenido. Peor aún, proporciona cobertura al sionismo racista dominante en Israel hoy. Los liberales sionistas se han convertido en un obstáculo para el surgimiento de un movimiento judío de la diáspora que en realidad podría ser un agente de cambio.
La izquierda disidente no tiene todas las respuestas, pero tiene los principios en que deben basarse las soluciones. Tanto el sionismo liberal como la izquierda aceptan el registro histórico establecido: los judíos obligaron a cientos de miles de palestinos a huir de sus hogares para dar paso a la creación de un Estado judío. Pero los liberales han llegado a la conclusión de que era un precio aceptable que otros tuvieran que pagar por el Estado. La izquierda acepta que se había hecho una injusticia atroz. La indivisibilidad de los derechos humanos, civiles y políticos tiene que prevalecer sobre los dictados de la religión y la ideología política, a fin de no negar a los palestinos ni a los judíos el derecho a la autodeterminación nacional. De lo contrario, el resultado será el perpetuo conflicto.
En la realidad represiva de un único Estado de Israel de hoy, que Netanyahu claramente desea hacer permanente, necesitamos un movimiento conjunto palestino-israelí para alcanzar esos derechos con la plena igualdad que implican. Sólo un movimiento de este tipo puede sentar las bases para los acuerdos necesarios que permitan a las culturas nacionales de los dos pueblos prosperar.
Esta aspiración es incompatible con el sionismo liberal, y algunos sionistas liberales también parecen estar cerca de esta conclusión. Como dijo Freedland, los sionistas liberales «tendrán que decidir cuál de sus identidades políticas es más importante, si son en primer lugar liberales o en primer lugar está su sionismo».
Deben saber que Israel no es el judaísmo. La historia judía no culmina en la creación del Estado de Israel.
Lamentablemente, hay una escasez de líderes judíos que transmitan a los judíos de la diáspora estas verdades. La intelectualidad sionista liberal debe abrazar este reto, reconocer la desaparición de su marca y utilizar sus habilidades explicativas formidables para conseguir apoyo a un movimiento que logre la igualdad de derechos y la libre determinación de todos en Israel-Palestina.
Antony Lerman es exdirector del Instituto de Investigación de Políticas Judías y autor de The Making and Unmaking of a Zionist.
Fuente original: http://www.nytimes.com/2014/08/23/opinion/sunday/israels-move-to-the-right-challenges-diaspora-jews.html?_r=1