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El final de ETA y las perspectivas del independentismo vasco

Fuentes: Viento Sur

El nacionalismo vasco ha entrado en una fase de recomposición general de perspectivas inciertas. La correlación de fuerzas que ha surgido en las elecciones del 22 de mayo ha dado una clara mayoría a los partidos nacionalistas frente a sus competidores españoles en tierra vasca. La suma de votos del nacionalismo vasco (PNV-BILDU-ARALAR) alcanza el […]

El nacionalismo vasco ha entrado en una fase de recomposición general de perspectivas inciertas. La correlación de fuerzas que ha surgido en las elecciones del 22 de mayo ha dado una clara mayoría a los partidos nacionalistas frente a sus competidores españoles en tierra vasca. La suma de votos del nacionalismo vasco (PNV-BILDU-ARALAR) alcanza el 65% del total, en tanto que la suma de votos PP-PSOE se queda en el 35%. El dato es relevante en sí mismo porque se repite como una constante en todos los procesos electorales. Lo nuevo hay que buscarlo en el ascenso de la izquierda abertzale, agrupada en BILDU, que está a punto de alcanzar al Partido Nacionalista Vasco en número de votos y en representación institucional. Este hecho plantea en términos nuevos la vieja cuestión del liderazgo nacional, pues ya no está tan claro como estuvo en el pasado que el partido político que ha representado durante los últimos 100 años los intereses de clase de la burguesía nacionalista vasca, el PNV, pueda conservar su hegemonía política y cultural sobre el movimiento abertzale. La representación institucional de BILDU alcanza la mayoría en la provincia de Gipuzkoa y en importantes municipios industriales, incluida la ciudad de San Sebastián. La izquierda abertzale ha pasado así de la ilegalidad de BATASUNA (el partido político en que se ha reconocido históricamente ETA), al control de más de 100 Municipios, a través de la formación política denominada BILDU, que significa «reagrupar» en lengua vasca.

¿Qué es BILDU y cómo se explica el ascenso de la izquierda nacionalista?

BILDU es una coalición electoral impulsada por BATASUNA en sustitución de SORTU («crear» en lengua vasca), declarada ilegal por el Tribunal Supremo español. En ella participa una organización nacionalista de corte socialdemócrata, escindida del PNV en los años 80, denominada «Eusko Alkatasuna», y una pequeña organización de izquierda escindida recientemente de «Izquierda Unida», denominada «Alternatiba». La participación en BILDU de estas dos organizaciones ha sido decisiva para que el Tribunal Constitucional español decidiera legalizarla en contra de la decisión anterior del Tribunal Supremo, pues a diferencia de BATASUNA, ambas dos se han caracterizado por su distanciamiento de ETA y por su crítica de la violencia política. En compensación por este servicio, ambos partidos han obtenido una representación significativa en las candidaturas de BILDU, aunque en honor a la verdad hay que decir que la inmensa mayoría de los cargos electos corresponden a militantes de BATASUNA, obligados a figurar como «independientes» para no incurrir en causa de ilegalización. Estas dos circunstancias (la condición de estar injustamente perseguidos, y la oferta de una plataforma de unidad abertzale), son algunas de las razones que explican el ascenso de BILDU. Pero no son las únicas ni las más importantes. También ha influido el hartazgo en la política tradicional y en las trampas de los «políticos de estado» para hacerse con el control del Gobierno Vasco, a pesar de que la suma PP-PSOE no sobrepase el 35% de los votos emitidos. El malestar con las políticas neoliberales y con las consecuencias sociales derivadas (desempleo, precariedad laboral, recortes sociales, problemas de vivienda, etc.), también han tenido su importancia, pues BILDU se ha convertido en la expresión política de la izquierda social, del sindicalismo vasco y de los movimientos sociales alternativos. El rasgo más relevante de esta plataforma electoral es que ha reunido a la izquierda social y al independentismo político. En ello ha influido sin duda el peso sociológico y la influencia cultural que ejerce el sindicalismo vasco sobre el conjunto del movimiento nacionalista. Un sindicalismo que, dicho sea de paso, se caracteriza por su radicalismo anticapitalista, por su combatividad militante y por su compromiso con las reivindicaciones nacionales (euskera, soberanía nacional y unificación territorial). El desplazamiento a izquierda de «Eusko Alkartasuna», que ha roto su alianza de 30 años con el PNV, también es una consecuencia derivada de esa influencia. Pero la razón fundamental del ascenso de la izquierda abertzale hay que buscarla, no obstante, en su ruptura política con la violencia de ETA, en la reiteración de sus proclamas de sustitución de la estrategia político-militar por otra estrictamente política, democrática y pacífica, y en el compromiso adquirido ante la sociedad vasca de contribuir al desarme unilateral e incondicional de ETA. Sin estos ingredientes, ratificados solemnemente en el debate del documento «Zutik Euskal Herria (Noviembre 2009-febrero 2010), y en la declaración de Gernika (suscrita junto a otros partidos, sindicatos y movimientos sociales en septiembre de 2010), el ascenso que comentamos habría sido imposible e impensable.

Las perspectivas del movimiento independentista

Dependen del modo a como actúe BILDU sobre los 5 grandes problemas que tiene en la actualidad. A saber: (1) Poner fin definitivamente a la lucha armada de ETA, haciéndolo además con una explicación satisfactoria que permita recuperar la convivencia democrática de la sociedad vasca y la razón ética de la izquierda abertzale. (2) Sustituir el viejo discurso independentista por otro más amable, tolerante e integrador de las identidades nacionales que conviven en la sociedad vasca. Un discurso que afirme a su vez la soberanía vasca y el pacto entre iguales con los pueblos de España en un marco de soberanías compartidas. (3) Aplicar políticas fiscales y políticas de redistribución de la riqueza que sean garantistas de los derechos sociales que corresponden a todos los ciudadanos. (4) Impulsar medidas de consulta ciudadana para democratizar la toma de decisiones en las instituciones públicas que ella gobierna. (5) Articular una alianza estratégica con la mayoría sindical y con los movimientos sociales, que pueda proyectarse incluso hacia el nacionalismo moderado, como en el caso precedente del pacto de Estella-Lizarra de 1998-2000.

Estas 5 cuestiones están debidamente relacionadas entre sí, aunque cada una de ellas tiene una importancia distinta para los diferentes sectores de izquierda que se reconocen en BILDU. Ella será juzgada, no obstante, por su capacidad para crear un escenario de paz, de desarme de ETA, de libertad política y de reconciliación entre vascos. La mayoría social piensa así en Euskadi, pues hace tiempo que ella ha puesto sobre las espaldas de la izquierda abertzale y no sobre las espaldas del Estado, la carga de la prueba de las iniciativas de paz. No obstante, y con independencia de lo que BILDU haga para traer la paz (incluso en el caso de que realmente la traiga), muchos otros valorarán su gestión por las iniciativas que tome en el plano de la política social y en la articulación de nuevos canales de participación ciudadana para democratizar la gestión de la administración pública. Sindicatos y movimientos sociales se encuentran entre ellos, naturalmente. Nadie espera sin embargo que BILDU resuelva por sí sola ni los problemas sociales ni las cuestiones relacionadas con la autodeterminación nacional y con la unidad territorial de Euskal Herria (separación actual entre Euskadi y Navarra), entre otras cosas, porque en la sociedad vasca existe la cultura política suficiente como para saber que la fuerza del enemigo político también cuenta, y que los resultados de la acción política dependen siempre de la correlación de fuerzas con el Estado. No son por tanto victorias tangibles sino aciertos políticos lo que todos esperamos de BILDU. Nadie le pedirá tampoco que imponga nuevos tributos a las grandes fortunas y a los movimientos de capital, porque a pesar de que la Diputación de Gipuzkoa que ellos gobiernan tenga competencias en materia de política fiscal, no tiene mayoría suficiente para hacerlo. Nadie le pedirá por tanto ese imposible, pero todos le exigiremos que haga una consulta democrática (un referéndum), para que sean los propios ciudadanos vascos quienes decidan la política fiscal y los gastos sociales que quieren tener. Tampoco se le pedirá que saque a los presos vascos de las cárceles españolas, porque eso requiere una movilización continuada, un tiempo político nuevo, y una articulación de fuerzas más amplia de la que ahora existe, pero sí le exigiremos un nuevo discurso sobre la violencia, sobre los derechos humanos y los derechos civiles, para recuperar la legitimidad democrática perdida.

La verificación del desarme de ETA y el relato sobre la violencia

En Euskadi tenemos la certeza de que las armas de ETA han callado para siempre. La reiteración de las promesas de cese, el tiempo transcurrido sin atentados (2 años), y la renuncia al cobro del «impuesto revolucionario», ratificado por los empresarios vascos, resultan prometedores, pero no existen todavía mecanismos de verificación que ofrezcan garantías definitivas sobre el final de ETA.

El Estado español exige la entrega de las armas pero ETA responde que el precio a pagar es la liberación de los presos políticos, ofreciendo dos mecanismos de verificación: (1) la mediación de los Premios Nobel de la paz, encabezados por el abogado sudafricano Brian Currin, y, (2) la puesta en pié de una mesa de diálogo entre ETA y el Gobierno para intercambiar presos por armas. La propuesta del Gobierno simboliza la sumisión y derrota de ETA (algo que no está dispuesta a aceptar), pero la vía que ella ofrece tampoco encuentra interlocutores en el Estado español. El atasco resultante deja la solución en manos de la izquierda abertzale, quien se ve de nuevo emplazada a vencer simultáneamente las resistencias de ETA y del Estado, así como a elaborar un relato sobre el fin de la violencia acorde a los deseos de paz de la sociedad vasca. El problema que tiene es que el discurso elaborado hasta ahora no sirve a ese fin.

BATASUNA no se ha distanciado de la lucha armada por convicciones democráticas ni en razón a consideraciones éticas o morales, sino porque la lucha armada ha dejado de ser políticamente rentable. Esto es claramente perceptible en el documento «Zutik Euskal Herria», donde se teoriza el cambio de estrategia, así como en los estatutos presentados para la legalización de SORTU. Otegi insistió en la misma idea ante el Tribunal que le juzgó recientemente, cuando afirmó que «la lucha armada estorba y molesta», en tanto que el portavoz más cualificado de BILDU, Martín Garitano, afirma que «no es tiempo de autocríticas ni de reparaciones morales». BATASUNA quiere desembarazarse así de ETA sin autocrítica política ni reparación moral, y es posible incluso que una parte significativa de la izquierda abertzale piense que los pasos dados son suficientes, pues dejando a un lado la lucha armada recuperan la legalidad y «obligan» al Estado a mover ficha en el tablero de la política antiterrorista. El problema es que esto no es suficiente para recuperar la legitimidad democrática. Con ese discurso se puede conservar por algún tiempo la referencialidad que hoy tiene en la izquierda vasca, pero no se pueden obtener las mayorías políticas necesarias para hacer avanzar el proyecto independentista. Los dirigentes de BATASUNA y BILDU son plenamente conscientes de ello y cabe preguntarse porque no lo han hecho ya. Algunos sugieren que estamos en presencia de un debate no resuelto sobre el modo de poner fin a ETA. Es posible que así sea, pues la decisión de abandonar la estrategia político-militar dejaba en manos de ETA la gestión de su propia autodisolución. BATASUNA obtuvo así la independencia de ETA pero dejaba sin resolver la decisión final sobre cuándo y cómo dejar las armas. Este hecho dificulta la tarea, haciéndola más compleja de lo que a primera vista parece. Hay que añadir además que el modo a como se lleve a cabo será transcendental para saber sobre qué ideas-fuerza se construirá la nueva izquierda vasca.

La idea de intercambiar presos por armas en una mesa de diálogo con el Estado otorgaría a ETA la legitimación necesaria para justificarse ante la historia. El fin de la violencia sería así el resultado de un pacto sin vencedores ni vencidos. ETA podría justificar su acción como una violencia de respuesta necesaria a la opresión nacional y a la violencia del Estado. Las víctimas de su acción armada serían la consecuencia no deseada pero inevitable de un conflicto político que también ha provocado víctimas en la izquierda abertzale. La reconciliación de la sociedad vasca sería así la consecuencia del reconocimiento mutuo y del final simultáneo de ambas violencias simétricas. Este relato histórico traslada la responsabilidad de la violencia de ETA al estado español, exculpa de responsabilidades políticas y morales a la propia ETA, y justifica de paso a BATASUNA por la cobertura que ha dado a ETA en el curso de su historia. El problema de esta estrategia no está en la oferta de diálogo al Estado sino en el relato que la acompaña.

En honor a la verdad hay que señalar que el intercambio de presos por armas sería bienvenido (y probablemente «bienaceptado» por la mayoría), pero requiere otro discurso y otro relato. Y no me refiero ni a la aceptación del marco constitucional español como hizo la fracción político-militar de ETA en 1981, que considero una traición política en toda regla, ni a la autodisolución por inacción porque esta es una forma vergonzante de poner fin a 50 años de historia militante. En mi opinión, se puede y se debe reconocer la incompatibilidad entre la bondad de los fines políticos y la inmoralidad de los métodos utilizados por ETA para alcanzarlos. Se puede y se debe pedir perdón por el daño causado, y se debe hacer a cambio de nada. El resultado de ello sería la reconciliación de fines y medios, la recuperación de la razón ética y la dignificación de la acción política. Con ellas en la mano tendremos la fuerza moral necesaria para relanzar la lucha por la soberanía nacional y por la libertad de los 800 presos vascos que cumplen sentencia en las cárceles españolas y francesas.

En paralelo a este cambio de discurso sobre la violencia hay que reajustar el proyecto independentista para hacerlo integrador de todas las identidades nacionales que conviven en la sociedad vasca. Hay que reforzar los factores de identidad colectiva y cultivar la idea de pacto entre los pueblos y de soberanía compartida entre sus instituciones nacionales respectivas., pues la soberanía que reivindicamos no está asentada en identidades excluyentes sino en el derecho democrático de todos los ciudadanos vascos a decidir libremente su futuro político. Esta es sin embargo otra cuestión que excede en mucho los límites de este artículo ¿Será capaz la izquierda abertzale de reajustar en esa dirección su proyecto político y su discurso sobre la violencia? Nadie puede afirmarlo a ciencia cierta pero todos sabemos que ella tiene en su interior la suficiente masa crítica acumulada como para intentarlo.

Ex-militante de ETA-VI corriente de ETA que se unificó con la LCR en 1972; LCR-ETA VI fue la sección de la IV Internacional en el Estado español. Es colaborador asiduo de la revista VIENTO SUR

Fuente: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/index.php?x=4263

Artículo escrito para la revista Sudestada (www.revistasudestada.com.ar)