Traducido para Rebelión y Tlaxcala por S. Seguí
El artículo que presento hoy es probablemente lo más importante que he dicho nunca en relación con la brutalidad israelí y la identidad contemporánea judía. Soy consciente de que podía haber expuesto mis pensamientos en un libro de más alcance o en un texto académico de análisis; sin embargo, voy a hacer exactamente lo contrario: lo voy a expresar del modo más corto y sencillo posible.
En las pasadas semanas hemos sido testigos de una campaña genocida israelí contra la población civil palestina en Gaza. Hemos visto cómo uno de los ejércitos más potentes del mundo aplastaba mujeres, ancianos y niños. Hemos visto cómo un vendaval de armas no convencionales estallaba sobre escuelas, hospitales y campamentos de refugiados. Antes de esto sabíamos de crímenes de guerra, pero esta vez la transgresión israelí ha sido radicalmente diferente: contaba con el apoyo de la absoluta mayoría de la población judía israelí. La campaña militar del ejército israelí en Gaza contó con el apoyo del 94% de la población israelí. El 94% de los israelíes aparentemente aprobaron los ataques aéreos contra civiles. El pueblo de Israel pudo ver la carnicería en sus televisores, oír las voces, ver los hospitales y campamentos de refugiados en llamas, y sin embargo nada de ello les provocó la menor emoción. No hicieron gran cosa por poner coto a sus despiadados líderes, «democráticamente elegidos.» En cambio, algunos de ellos tomaron sus asientos plegables y se instalaron en las colinas que dominan la Franja de Gaza, para observar cómo su ejército convertía Gaza en un moderno coliseo de sangre hebreo. Incluso ahora, cuando la campaña parece haber acabado y se conoce la escala de la carnicería de Gaza, los israelíes siguen sin dar señales de remordimiento. Como si todo esto no fuera suficiente, durante todo el tiempo que duró la guerra, judíos de todo el mundo se movilizaron en apoyo a su Estado únicamente-judío. Un apoyo popular de esta envergadura a los crímenes de guerra es algo inaudito. Los estados terroristas efectivamente matan, pero siempre con un punto de timidez al respecto. En la URSS de Stalin se mataba en remotos gulags, y los nazis alemanes ejecutaban a sus víctimas en el fondo de los bosques, tras alambres de espinos. En el Estado judío, los israelíes asesinan a la luz del día a mujeres, niños y ancianos indefensos, y utilizan armamento convencional contra escuelas, hospitales y campamentos de refugiados. Este nivel de barbarie exige a gritos una explicación. La tarea pendiente puede definirse, fácilmente, como una búsqueda de comprensión de la brutalidad colectiva israelí. ¿Cómo puede ser que esta sociedad haya conseguido perder hasta el último rastro de compasión y misericordia?
El terror interior
Más que cualquier otra cosa, los israelíes y todas las comunidades judías que les han apoyado están aterrorizados por la brutalidad que encuentran en sí mismos. Cuanto más implacables son, más asustados se vuelven. La lógica es sencilla. Cuanto más sufrimiento se inflige al otro, más ansiedad acumula uno ante el potencial de capacidad de muerte que halla en torno. En otras palabras, el israelí proyecta en el palestino, el árabe, el musulmán y el iraní la agresividad que encuentra en sí mismo. Teniendo en cuenta que la brutalidad israelí ha demostrado no tener límites ni comparación posible, su ansiedad es por lo menos igual de grande.
Al parecer, los israelíes sienten temor de que ellos mismos sean sus propios esbirros. Han entablado una mortífera batalla con el terror interior. Pero los israelíes no están solos. El judío de la diáspora que se manifiesta en apoyo de un Estado que lanza fósforo blanco sobre civiles está atrapado en la misma trampa devastadora. Con su entusiasta respaldo de un crimen insoportable, siente horror ante el pensamiento de que la crueldad que encuentra en sí pueda manifestarse también en otros. El judío de la diáspora que apoya a Israel está destrozado por la imaginaria posibilidad de que un acto brutal similar al suyo pueda un día infringírsele. Esta misma preocupación explica todo lo relativo al antisemitismo. Es básicamente la proyección de una acción colectiva sio-céntrica tribal e implacable sobre otros.
No hay conflicto israelo-palestino
Lo que tenemos a la vista es la clara formación de un círculo vicioso en el que los israelíes y sus defensores se están convirtiendo en un meteoro vengativo insular, alimentado por una agresión interna explosiva. El significativo de todo ello es bastante revelador. Dado que los palestinos no pueden hacer frente militarmente a la agresión israelí y su capacidad destructiva, tenemos derecho a afirmar que no hay un conflicto israelo-palestino. Todo lo que hay es una psicosis israelí en la que este pueblo está siendo demolido por la ansiedad producida por el reflejo de su propia crueldad. Al ser considerados los nazis de nuestra época, los israelíes están por ello condenados a ver un nazi en cualquier persona. Del mismo modo, no hay un aumento del antisemitismo. El judío de la diáspora sionista está simplemente destrozado por la posibilidad de que alguien más esté tan corrompido éticamente y sea tan cruel como él mismo ha demostrado ser. En pocas palabras, las políticas israelíes y la acción de los grupos de presión sionistas deberían ser considerados nada menos que como una paranoia colectiva sio-céntrica letal, al borde de la psicosis total.
¿Hay modo de redimir a los sionistas de esta sangrienta incursión? ¿Hay manera de cambiar el curso de la historia y salvar a los israelíes y sus partidarios de la depravación total? Probablemente, la mejor manera de plantear esta cuestión es preguntando si hay algún modo de salvar a los israelíes y los sionistas de sí mismos. Como pueden imaginarse, no estoy exactamente interesado en salvar a los israelíes o los sionistas; sin embargo, tengo para mí que la redención de los sionistas de su transgresión puede traer perspectivas de paz a Palestina, Iraq y probablemente el resto de nosotros. Para los que no consiguen verlo, Israel es sólo la parte visible del iceberg. A fin de cuentas, Estados Unidos, Gran Bretaña y Occidente están en la actualidad sujetos a formas similares de la política del miedo, que son el producto directo de la mortífera ideología y práctica intervencionista de los neocon.
El psicoanalista de Nazaret
Hace muchos años -se afirma- vivía entre sus hermanos un israelita, en la tierra de Canáan. Como los actuales israelíes, estaba rodeado de odio, venganza y miedo. En un momento dado, decidió intervenir e introducir cambios: se había dado cuenta de que no había otro modo de combatir la crueldad que buscando la gracia. «Poner la otra mejilla», fue la sencilla sugerencia que propuso. Al definir la psicosis del israelita como «una guerra contra el terror interno», Jesús percibió que el único modo de contrarrestar la violencia es mirarse en el espejo a la vez que se busca la Bondad dentro de sí.
Es bastante evidente que la lección de Jesús creó las condiciones para la formación de la ética universal occidental. Las ideologías políticas modernas sacaron conclusiones de esta perspectiva cristiana. En Marx, la búsqueda normativa de la igualdad puede considerarse una reescritura secular del concepto de hermandad que propone Jesús. Buscar la paz es, en primer lugar, buscarse a uno mismo dentro de sí. Mientras que los israelíes y sus hermanos gemelos neocon pretenden conseguir la paz por medio de la fuerza disuasoria, la auténtica paz se consigue mediante la búsqueda de la armonía interior. Como nos sugeriría un estudioso lacaniano, amar a tu prójimo es realmente amarte a ti mismo amando a tu prójimo. El caso de los israelíes es exactamente el caso opuesto. Tal como demuestran una y otra vez, se están realmente amando a sí mismos odiando a su prójimo, o, dicho más brevemente, simplemente se aman a sí mismo odiando en general. Odian casi todo: a su prójimo, los árabes, Chávez, los alemanes, el Islam, los gentiles, el cerdo, el palestino, la Iglesia católica, Jesús, Hamás, los calamares e Irán. Piense usted en alguna cosa y seguro que la odian. Uno puede llegar a admitir que odiar tanto debe de ser un proyecto particularmente agotador, a menos que haya en ello algún placer. Y, sin duda, el principio del placer israelí podría articularse así: el impulso continuo de los israelíes a buscar el placer en el odio, a la vez que infringen dolor a otros.
Debemos señalar aquí que la guerra contra el terror interior no es exactamente una invención judía. Todos, sean naciones, pueblos o individuos, están sujetos potencialmente a ella. Las consecuencias de la masacre nuclear estadounidense perpetrada en Hiroshima y Nagasaki convirtieron al pueblo estadounidense en un colectivo aterrorizado. Esta ansiedad colectiva se conoce con el nombre de guerra fría. Estados Unidos tiene todavía que redimirse del temor a que alguien más se muestre tan inmisericorde como demostró ser Estados Unidos. En cierto modo, la operación Shock and Awe (Conmoción y pavor) tuvo un efecto similar sobre Gran Bretaña y Estados Unidos. Condujo a la creación de masas horrorizadas fácilmente manipulables por una élite altamente motivada. Este tipo concreto de política es lo que se denomina política del miedo.
Y sin embargo, en el discurso occidental se ha instalado un mecanismo de corrección. A diferencia del Estado judío, que se está radicalizando cada vez más por su propia autoadministrada paranoia, en Occidente se consigue hacer frente y contener el mal. El asesino ha sido denunciado y la esperanza de paz se vuelve a sentir, por ahora. Aunque no sea de los que esperan grandes cambios por parte del presidente Barack Obama, hay una cosa meridianamente clara: Obama fue votado presidente para que trajera cambios. Obama es un símbolo de nuestro genuino intento de limitar el alcance del mal. En el estado judío, no sólo no sucede esto sino que nunca puede suceder. La diferencia entre Israel y Occidente es bastante evidente: en Occidente la herencia cristiana nos da la posibilidad de un deseo enraizado en la creencia en la bondad universal. Sin embargo, estamos ante el peligro constante de la exposición al mal, y tendemos a creer que el bien al final prevalecerá. Por otra parte, en el discurso tribal hebreo, el Bien es la propiedad de los elegidos. Los israelíes no ven bondad o amabilidad en sus vecinos, los ven como salvajes y como una entidad amenazadora para sus vidas. Para los israelíes, la amabilidad es la propiedad específica de ellos mismos, y accidentalmente también son inocentes y víctimas. En el marco del discurso occidental universal, la bondad no pertenece a un pueblo o un único país, pertenece a todos y a ninguno al mismo tiempo. En el marco del patrimonio universal occidental, la Bondad se halla en cada uno de nosotros, y no pertenece a ningún partido político ni ideología. Los elevados conceptos de la gracia y de un Buen Dios están ahí en cada uno de nosotros, siempre cercanos al hogar.
¿Qué clase de Padre es éste?
«Y será, cuando Jehová tu Dios te hubiere introducido en la tierra que juró á tus padres Abraham, Isaac, y Jacob, que te daría; en ciudades grandes y buenas que tú no edificaste, y casas llenas de todo bien, que tú no henchiste, y cisternas cavadas, que tú no cavaste, viñas y olivares que no plantaste: luego que comieres y te hartares» (Deuteronomio: 6: 10 -11).
«Cuando el Señor, tu Dios, te introduzca en la tierra de la que vas a tomar posesión, él expulsará a siete naciones …y tú los derrotarás. (…) no hagas con ellos ningún pacto ni les tengas compasión.» (Deuteronomio: 7: 1 -2).
Llegados a este punto podemos intentar llegar hasta la causa radical que subyace a la grave falta de compasión del discurso israelí y de los grupos de presión que lo apoyan. Considero que una elaboración de las turbulentas relaciones entre los judíos y sus diferentes dioses pueden arrojar algo de luz sobre este tema. Es evidente que la creciente lista de «dioses», «ídolos» y «figuras paternas» judías es bastante problemáticas, por lo menos en lo que se refiere a ética y amabilidad. La relación misma entre «el hijo» y «el padre no ético» debe analizarse. La filósofa Ariella Atzmon (mi madre, por más señas) define la complejidad del falso comienzo como el síndrome de Fagin. El personaje de Fagin, de Charles Dickens, es un adulto que recluta a niños y los forma como carteristas y ladrones, cambiándoles por alimentos y cobijo las cosas que los niños roban. Aunque los niños deben estar agradecidos a su maestro, también deben despreciarlo por hacer de ellos ladrones y carteristas. Los niños se dan cuenta de que las cosas que tiene Fagin son robadas y que su amabilidad está lejos de ser honesta o pura. Antes o después los niños se volverán contra su protector, Fagin, en un intento de liberarse de esa trampa inmoral.
Desde una perspectiva padre-hijo, Jehová, el bíblico Dios judío, no difiere mucho de lo que podemos observar en el síndrome de Fagin. El padre de Israel conduce a su pueblo elegido por el desierto hasta la tierra prometida, para que puedan robar y saquear a sus habitantes indígenas. Esto no es exactamente lo que uno podría esperar de un padre ético o de un Dios amable. Por consiguiente, por mucho que los hijos de Israel amen a Jehová, también deben abrigar alguna sospecha sobre el hecho de que los convierta en ladrones y asesinos. También podrían tener alguna aprensión sobre su amabilidad. Así, no deberíamos estar sorprendidos de que a lo largo de la historia judía un buen número de judíos se haya vuelto contra su padre celestial.
Sin embargo, teniendo en cuenta la concepción secular común de que los dioses son en realidad invenciones humanas, uno puede preguntarse qué conduce a la invención de un Dios tan poco ético. ¿Qué es lo que hace que los humanos sigan los mandatos de un Dios así? También sería interesante saber qué clase de Dios alternativo puedan escoger los judíos, una vez se hayan desembarazado de Jehová.
Desde la emancipación, muchos judíos se han disociado del marco tribal tradicional y del judaísmo rabínico. Muchos se han integrado en sus realidades circundantes, han abandonado sus supuestos privilegios y se han convertido en seres humanos corrientes. Muchos otros han insistido en abandonar a Dios, pero a la vez manteniendo su afiliación tribal orientada racialmente; han decidido basar su pertenencia tribal en razones étnicas, raciales, políticas, culturales e ideológicas en lugar de en los preceptos judaicos. Aunque es evidente que han abandonado a Jehová, han insistido a su vez en adoptar una visión secular que pronto se convirtió en un precepto monolítico de características religiosas. A lo largo del siglo XX, las dos ideologías políticas de tipo cuasi religioso que más han atraído a las masas judías fueron el marxismo y el sionismo.
Es factible describir el marxismo como una ideología ética seglar universal. Sin embargo, dentro del proceso de transformación en un precepto tribal judío, el marxismo se las arregló para perder todo rasgo de humanismo o universalismo. Como sabemos, la ideología y la práctica sionistas originales estuvieron dominadas por izquierdistas judíos que se consideraban auténticos seguidores de Karl Marx. Creían, sinceramente, que la celebración de la resurgencia nacional judía a expensas de los palestinos constituía una empresa socialista legítima.
Es interesante constatar que sus oponentes, el Bund antisionista, formado por trabajadores judíos de Europa Oriental, no creían en el despojo institucionalizado de los palestinos; en cambio, creían que despojar a los europeos ricos es un precepto, un gran mitzvah universal, un paso hacia la justicia social.
He aquí algunas estrofas del himno del Bund:
Juramos perseverar en nuestro odio
Hacia los que roban y matan a los pobres
El zar, el patrón, el capitalista
Nuestra venganza será rápida y segura
Así pues, jurad: ¡juntos vivir o morir!
Sin entrar en cuestiones relativas a la ética o la afiliación política, es bastante evidente que el himno judeo-marxista está saturado de odio y venganza. Del mismo modo que el entusiasmo de los judíos por Marx, el marxismo, el bolchevismo y la igualdad, el final de la historia es conocido: los judíos abandonaron el marxismo en masse hace ya mucho tiempo. Dejaron la revolución en manos de gentiles ilustrados como Hugo Chávez y Evo Morales, líderes que realmente han internalizado el significado auténtico de la igualdad y la ética universales.
Desde finales del siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX, el marxismo tuvo muchos seguidores entre los judíos europeos; tras el Holocausto, el sionismo se convirtió gradualmente en la voz del judaísmo universal. Como Fagin, los dioses e ídolos sionistas (Herzl, Ben Gurión, Nordau, Weizmann) prometieron a sus seguidores un nuevo comienzo desprovisto de ética, y el expolio de los palestinos fue su vía hacia una justicia histórica pendiente desde hacía siglos. El sionismo transformó el Viejo Testamento de un texto espiritual en un registro de la propiedad de la tierra. Pero, una vez más, como en el caso de Jehová, el sio-Dios transformó a los judíos en ladrones y les prometió la propiedad de otras personas. Esto, en sí mismo, puede explicar el resentimiento israelí hacia el sionismo y la ideología sionista. Los israelíes prefieren verse a sí mismos como los habitantes naturales de la tierra y no como pioneros de un proyecto colonial no-ético de la diáspora judía. Los judíos israelíes alcanzan una posición política por medio de un peligroso escapismo ético. Esto puede explicar el hecho de que del mismo modo que los israelíes aman sus guerras, realmente odian luchar en ellas. No están dispuestos a morir por una gran ideología abstracta y remota, como la nación judía o el sionismo. En su gran mayoría, prefieren lanzar fósforo blanco y bombas de racimo desde lugares alejados.
Sin embargo, durante la relativamente corta historia del moderno nacionalismo judío, el Dios sionista ha hecho buenas migas con otros dioses e ídolos aceptables para la ortodoxia. Ya en 1917, Lord Balfour prometió a los judíos que construirían su hogar nacional en Palestina. Inútil decir que, como en el caso de Jehová, Lord Balfour convirtió a los judíos en saqueadores y ladrones con su promesa directamente falta de toda ética. Prometió a los judíos la tierra de otros, con lo que dio pie a un comienzo en falso. Evidentemente, no tuvo que pasar mucho tiempo antes de que los judíos se volvieran contra el Imperio Británico. En 1947, las Naciones Unidas cometieron exactamente el mismo estúpido error: dieron acta de nacimiento a un Estado sólo para judíos, de nuevo a expensas de los palestinos. La ONU legitimó el robo de Palestina en nombre de las naciones. Como en el caso del arrinconado Jehová, no pasó mucho tiempo antes de que los judíos se volviesen contra la ONU. «No importa lo que digan los gentiles, lo que importa realmente es lo que hagan los judíos», afirmó el primer ministro israelí David Ben Gurión. Recientemente, los israelíes se las han arreglado para rechazar incluso a sus mejores y más servidores amigos en la Casa Blanca. La víspera de las últimas elecciones presidenciales, algunos generales israelíes fueron filmados denunciando al presidente Bush por «perjudicar los intereses israelíes con su abrumador apoyo», en palabras del general de brigada retirado Shlomo Brom. Los generales israelíes culpaban básicamente a Bush por no haber puesto freno a Israel en la destrucción de sus vecinos. La moral es bastante clara: los sionistas y los israelíes se volverán inevitablemente contra los dioses, ídolos, padres, etc. que traten de ayudarlos. Este es el significado real del síndrome de Fagin, en el contexto político israelí. Siempre se volverán contra sus padres.
En mi opinión, el más interesante de todos los sistemas de creencias judíos es la Religión del Holocausto, que el filósofo israelí Yeshayahu Leibowitz definió acertadamente como la nueva religión judía. El aspecto más interesante de la Religión del Holocausto es su Dios-figura, es decir «el Judío.» El seguidor judío de este nuevo precepto dogmático cree en «el Judío», aquél que se redimió a sí mismo. El que sobrevivió al acontecimiento genocida final. Los creyentes creen en «el Judío», la víctima inocente atormentada que volvió a su «tierra prometida» y ahora celebra su exitosa narrativa del renacer. Hasta cierto punto, en el discurso religioso del Holocausto, el judío cree en «el Judío» que se manifiesta en sus poderes y sus cualidades eternas. Dentro de este marco religioso de nuevo cuño, la Meca es Tel Aviv y los Santos Lugares el Museo Yad Vashem del Holocausto. La nueva religión tiene muchos lugares de culto (museos) en todo el mundo y tiene muchos sacerdotes que difunden el mensaje y castigan a los elementos que lo cuestionan. Desde una perspectiva judía, la Religión del Holocausto es una expresión totalmente transparente del amor a uno mismo. Es el lugar donde se unen pasado y futuro en un presente significativo, el momento en que la historia se traduce en praxis. Conscientemente o no, todas las personas que se identifican política e ideológicamente (más que religiosamente) como judíos sucumbe, en la práctica, a la Religión del Holocausto, y se convierte en seguidor de su figura paterna: «el Judío.» Sin embargo, podemos preguntarnos, ¿qué sucede con la Bondad? ¿hay algún tipo de gracia en esta nueva figura del padre? ¿Hay algún tipo de gracia en esta narrativa de víctimas inocentes que se celebra cada día a expensas del pueblo palestino?
Si la Historia tiene fin, la Religión del Holocausto representa el fin de la historia judía. A la luz de la Religión del Holocausto, el Padre y el Hijo se unen al fin. Al menos en el caso de Israel y el sionismo, se funden en una amalgama de ideología y realidad genocidas. A la luz de la Religión del Holocausto y su épica ética de la supervivencia, el Estado judío se considera legitimado para arrojar fósforo blanco sobre mujeres y niños que previamente ha encerrado en una prisión al aire libre de la que no pueden escapar. Tristemente, los crímenes cometidos por el Estado judío se han cometido en nombre del pueblo judío y de su turbulenta historia de persecuciones. La Religión del Holocausto trae a la vida lo que parece ser la última forma posible de brutal encarnación insular.
Históricamente, los judíos han abandonado a muchos dioses: a Jehová, a Marx; incluso algunos nunca siguieron el sionismo. Pero a la luz de la Religión del Holocausto, con las escenas de Gaza, Jenin y Líbano en mente, el Judío puede verse obligado a continuar la tradición y abandonar al «Judío.» Tendrá que aceptar que esta nueva forma de figura paterna fue creada a su imagen y semejanza. Más preocupante aún es el hecho devastador de que el nuevo padre ha demostrado ser una llamada al crimen. Aparentemente, el nuevo padre es el definitivo Dios del mal de la lista.
Me pregunto cuántos judíos tendrán el valor de expulsar a esta esotérica figura-padre de reciente creación. ¿Tendrán el valor de unirse al resto de la Humanidad y adoptar un discurso ético universal?
Si los judíos son capaces de deshacerse del «Judío» es algo que sólo el tiempo dirá. Para aclarar dudas, diré que yo personalmente me deshice de mi «Judío» hace ya mucho tiempo y la vida me sonríe.
Fuente: War On Terror Within: The End of Jewish History
Gilad Atzmon es músico, compositor y productor de jazz, y escritor.
S. Seguí pertenece a los colectivos Tlaxcala, Rebelión y Cubadebate.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar el nombre del autor y el del traductor, y la fuente.