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El Flautista Seductor

Fuentes: Rebelión

Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Sanchis

Hace unos 721 años, el pueblo de Hamelín en Alemania estaba sufriendo una plaga de ratas. Un ciudadano llamado Bunting ofreció librarse de ellos por una cantidad acordada. Cuando tocó su flauta, las ratas extasiadas salieron de sus agujeros y lo siguieron hasta el río donde se ahogaron. Pero cuando el flautista presentó su cuenta a los padres del pueblo, no quisieron pagarle.

El flautista tramó una venganza terrible. Tocó su flauta una vez más, y en esta ocasión todos los niños del pueblo salieron y le siguieron. Los llevó a una cueva en una montaña, y ninguno de ellos fue visto de nuevo jamás.

Ariel Sharon es una versión moderna del flautista. Después de haber sufrido una derrota electoral terrible, los padres de Likud le llamaron y le pidieron que viniera a su rescate. De hecho, él sopló la flauta y los votantes lo siguieron a las urnas de los votos. En dos campañas electorales llevó a su partido de 19 a 38 escaños en la Knesset (pronto se les unieron los 3 escaños de Nathan Sharansky).

¿Pagaron los padres de Likud su cuota? En absoluto. Convirtieron su vida en un infierno, lo obstruían en cada vuelta y, al final, la facción en la Knesset del Likud se volvió contra su propio primer ministro.

Ahora ha amanecido el día de la venganza. Sharon está soplando su flauta mágica y los votantes del Likud están siguiéndolo en manadas, acompañado por alguno de los propios padres del Likud. El Likud restante puede bien estar a la deriva río abajo, llorado por pocos.

No sólo los niños de la derecha siguen al Flautista Seductor, sino también muchos de los niños de la izquierda. Él los está llevando a la montaña que amenaza tragárselos como a los pobres niños de Hamelín.

Ayer, cuando iba caminando por la calle, alguien gritó detrás de mí: «¿Eh, cuándo va a unirse usted a Sharon?»

¿»Por qué tendría que hacerlo»? Le pregunté.

¡»Porque él está llevando a cabo su plan»! Contestó triunfalmente.

Esta ilusión está ganando terreno. Muchos de la izquierda que han pasado los últimos años entregados al lujo de una cálida y cómoda desesperanza que los libera de cualquier obligación de ponerse en pie y luchar, han encontrado ahora una solución todavía más placentera: Sharon, el hombre de la derecha, llevará a cabo el sueño de la izquierda. Uno sólo tiene que votar por Sharon, y después la paz anhelada vendrá. Sin ninguna necesidad de hacer esfuerzo alguno, luchar; siquiera mover un dedo.

«Haaretz» publicó un artículo de un izquierdista esta semana, explicando por qué él votará por Sharon. Va así: Sharon es como de Gaulle. De Gaulle, contrariamente a sus promesas, sacó Francia de Argelia e hizo la paz con los insurgentes. Mintió y estafó por una buena causa. Sharon, también, tima y miente. Después, Sharon sacará a Israel de los territorios palestinos y hará la paz. ¿ No es lo lógico?

Si alguien está buscando pruebas, podría encontrarlas en las declaraciones de esta semana de un tal Kalman Gayer, un estadounidense que aconseja a Sharon en encuestas de opinión. Él descubrió el plan «real» de Sharon en el Newsweek: devolverles el 90% de Cisjordania a los palestinos y un compromiso sobre Jerusalén.

El Likud profirió un lamento de rasgarse el corazón, la izquierda estaba descarriada. ¿Qué? ¿Realmente? ¿Sharon preparado para «devolver» más que Ehud Barak? Pero alguien que está familiarizado con el idioma peculiar de Sharon podrá descifrar el código fácilmente: Según el mismo Gayer, Sharon no cree que esto pasará mientras viva, porque no hay ningún socio palestino para la paz. Así es que él está dispuesto, entretanto, a devolver sólo la mitad de Cisjordania.

Por tanto, milagrosamente, regresamos a la fórmula original de Sharon: anexionarse el 58% de Cisjordania unilateralmente, no mantener negociaciones algunas de paz con los palestinos y retener todo Jerusalén.

Entretanto, Sharon (a través de su Ministro de Defensa que lo ha seguido ahora fuera del Likud) está distribuyendo centenares, quizás miles, de permisos de construcción en los asentamientos, continúa la construcción del Muro, se destruyen casas palestinas en Jerusalén y se mantiene el asedio de la Franja de Gaza. Su silencioso y continuo esfuerzo por minar la posición de Mahmoud Abbas ya está dando frutos. ¿Pero a quién le importa, cuándo la música embriagadora de la flauta está turbando los sentidos y el cerebro de tantos izquierdistas amantes de la paz?

Si Sharon, dentro de 101 días, gana las elecciones y es reelegido como primer ministro; ¿qué hará?

La simple verdad es: nadie lo sabe. Ciertamente, no el manojo de «confidentes», «estrategas», «consejeros» y otros aduladores. Sólo el propio Sharon lo sabe; y quizás ni siquiera él.

Quizás se ejercerán presiones sobre él que será incapaz resistir. Quizás pase lo contrario, y se defenderá fácilmente de las presiones. Quizás tomará posesión del Likud derrotado. Quizás preparará una coalición con los laboristas. Las posibilidades son casi interminables.

El peligro real queda en la estructuración del partido de Sharon. No tiene ninguna ideología sino Sharon. Ningún programa sino Sharon. Ningún plan sino Sharon.

Este es un partido de un líder, no comprometido a nada. Su palabra es su orden. Él solo compondrá su lista de candidatos. Él solo bosquejará el programa del partido; qué será sin embargo irrelevante, puesto que solo Sharon decidirá qué hacer en cualquier momento.

Sharon nunca ha sido muy demócrata. Desde el principio, él ha tenido un profundo desprecio por los partidos y los políticos. Fue y ha seguido siendo un cuerpo extraño en la Knesset. Desde su temprana juventud le han convencido firmemente que debe convertirse en el líder del pueblo y del estado, puesto que él, y sólo él, es el que puede salvarlos de la perdición. No se ve a si mismo como un líder atado por toda clase de tonterías democráticas, como Gulliver fue amarrado por los liliputienses, sino como un agente libre, liberado de ataduras, capaz de cumplir su misión histórica: fijar las fronteras del Estado Judío con el área máxima posible.

No esconde su intención de cambiar el sistema político de Israel y establecer un régimen presidencial. En Israel, un país sin una constitución ni un parlamento fuerte como el Congreso de los EE.UU., semejante sistema significa la regla de un hombre. Si tiene éxito obteniendo una victoria rotunda y suficiente en las próximas elecciones, puede ser capaz, con la ayuda de unos legisladores sobornados, de cambiar las leyes del país y convertirse en un presidente todopoderoso para cuatro años, para siete, para una vida.

Este peligro no hubiera sido tan real, si la democracia israelí no hubiera perdido su fuerza interna. Los políticos son detestados por el público, los grandes partidos inspiran aversión, la corrupción política se ha vuelto proverbial. En semejante crisis, el público tiende a anhelar un hombre fuerte. El hombre del Rancho del Sicómoro está sólo demasiado contento de complacer.

Sharon no se parece a los grandes dictadores de la era de entre guerras. Como ya ha sido apuntado esta semana (y por un comentarista de derechas, justamente) tiene mucho más en común con Juan Perón, el dictador Argentino de los años cuarenta – un general de derechas fingiendo ser de izquierdas, un autócrata sin límites que acabó con todos los vestigios de la democracia.

Sólo una cosa es cierta para cualquiera que conozca a este hombre: él nunca abandonará su objetivo histórico: anexionar tanto territorio como sea posible, con los menos árabes como sea posible. No ha ejecutado con sumo vigor el Plan de Desconexión para traer la paz, sino para realizar este principio. Todo lo demás es «pragmático»; y uno no debe olvidar que este término tiene su raíz en la palabra griega «pragma» que significa «hecho.»

No es importante lo que se dice, sino las acciones. Tratándose de Sharon, uno no debe escuchar sus palabras sino prestar de cerca atención a sus manos. Y lo que sus manos hacen puede ser bastante diferente de lo que puedan imaginar inocentes izquierdistas, esos que ahora están marchando con los ojos cerrados detrás del hombre de la flauta mágica.